Tip:
Highlight text to annotate it
X
Llegan tres nuevos comensales,
una madre acompañada de sus dos cachorros.
Los oseznos no parecen muy interesados en la pesca. Ellos no han sufrido carestía.
Llevan todo el invierno mamando de la madre y sus estómagos no conocen todavía el hambre.
Ella, sin embargo, lleva muchos meses alimentando a sus crías
y tiene que reponer sus fuerzas de cara al invierno por llegar.
La agresividad de los osos disminuye ante tanto alimento disponible,
pero un macho adulto siempre resulta peligroso. Sobre todo cuando hay crías por medio.
La madre lo ha olido y se pone alerta.
El extraño se dirige directamente hacia ellos,
por lo que la hembra decide alejarse y ante un movimiento rápido del macho huye con su prole.
Tendrán que buscar un río más tranquilo.
El flujo de salmones se ve influido por las mareas.
Cuando bajan la corriente del río se hace más fuerte en su desembocadura,
lo que unido a su menor calado hace de estas horas las menos idóneas para entrar en el río.
El flujo decrece y los predadores aprovechan para dormitar o jugar en la playa que la marea ha dejado al descubierto.
Seis horas más tarde el proceso se invertirá y el mar recuperará sus dominios.
Con las condiciones a su favor los infatigables viajeros retoman el camino hacia el hogar.
Ha pasado mucho tiempo desde que descendieran por estas mismas aguas camino del océano.
Hoy regresan por fin a su lugar de origen para cerrar una vez más el ciclo de la vida.
Gracias a sus receptores químicos, el equivalente al olfato de los humanos,
detectaron en el mar las aguas de sus propios ríos como quien diferencia un perfume de otro.
Y guiados por ellos miles de ejemplares que se hallaban dispersos por el océano Pacífico
han vuelto a reunirse en el mismo lugar del que partieron años atrás; el río que los vio nacer.
Ya han sufrido la gran transformación.
Ahora pueden vivir en agua dulce y están preparados para enfrentarse a su siguiente prueba,
el ascenso del río.
Las mandíbulas de los machos se han alargado y han desarrollado terribles dientes afilados
con los que lucharán por las hembras.
En algunas especies han adquirido también una joroba característica.
Pero el cambio más importante se ha producido en las gónadas, sus glándulas sexuales.
Se han desarrollado tanto que oprimen las paredes del estómago y les impiden comer.
Tendrán que vencer a los rápidos, saltar cascadas y escapar de sus predadores sin probar un solo bocado.
En el río apenas tendrán descanso.
Incluso en los tramos más suaves la corriente arrastra a aquellos que no luchan,
por lo que deben realizar un esfuerzo constante.
Sin posibilidad de alimentarse, cada minuto perdido agota un poco más sus reservas.
Y la subida se convierte así en una carrera contra el tiempo.
A lo largo del río los salmones establecerán sus territorios de desove.
Algunos lo harán cerca de la desembocadura
pero otros tendrán que remontar cientos de kilómetros de aguas rápidas antes de cumplir su destino.
Y en todo el recorrido encontrarán predadores dispuestos a impedírselo.
Los salmones constituyen el maná de Alaska,
el centro alrededor del cual gira el resto de la fauna local.
Mamíferos marinos, aves y predadores terrestres
dependen de esta avalancha de proteínas e hidratos de carbono que cada año visita estas tierras.
Sus enormes reservas, acumuladas para sobrevivir durante semanas en ayunas,
pasarán directamente a los cuerpos de sus verdugos.
Sólo el gran número de salmones presentes deja un hueco a la esperanza.
Mientras el predador da cuenta de su víctima sus compañeros atraviesan el paso.
El aporte que supone para los osos esta riada de comida ha hecho de ellos los mayores ejemplares del mundo.
Incluso dentro del mismo estado de Alaska los osos de las regiones del interior que no pueden acceder a este maná,
son muy inferiores en tamaño a ellos.
No todos los intentos se saldan con éxito.
Pero a estas alturas un salmón que se escapa no supone mayor problema.
Tras los primeros días de ansiedad y con los estómagos llenos,
los osos se han vuelto más exquisitos y ahora seleccionan a sus presas.
Las hembras, por ejemplo, están repletas de sabrosas huevas y son un bocado muy apetecido.
Con el tiempo rechazan cada vez más capturas y sólo disfrutan de los mejores manjares que les ofrece el río.
A nadie puede agradar más esta actitud que a las gaviotas,
que se encuentran con la comida servida en bandeja sin ningún esfuerzo.
La cantidad de despojos esparcidos por el río aumenta sin cesar,
lo que no parece afectar a los osos, que día tras día continúan la matanza.
Mientras haya salmones en el río ellos no se alejarán demasiado de sus orillas
y con cada marea alta bajarán de nuevo a pescar.
Las aguas más someras de los cursos superiores facilitan la labor de la pesca,
pero los puestos más apetecidos son los cercanos a la desembocadura.
Aquí los salmones están todavía plenos de fuerza y sus cuerpos llenos de grasa nutritiva.
Los osos lo saben y por eso se concentran en los primeros trechos del río.
Los tramos superiores quedarán para los más jóvenes que no pueden competir con los adultos.
En ocasiones algún joven osado decide bajar y probar suerte en el tramo de los mayores,
pero aquí cada uno tiene su territorio y el que intenta entrar en campo ajeno no tarda en ser expulsado.