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Buenas tardes.
Cuando ingresé a MIT en 1978, Michael Dertouzos,
Jefe del laboratorio de informática, organizó una reunión.
Un retiro de varios días en el centro de convenciones "Endicott House",
donde reunió a las grandes mentes
de la informática de aquel tiempo
para resolver la pregunta de qué es lo que la gente
querría hacer con lo que entonces llamábamos
computadoras caseras.
El término computadora personal aún no había
sido introducido en nuestro léxico.
Bien, se trataba de las primeras computadoras
que no requerían ser armadas por el usuario.
Se trataba de las primeras computadores
que uno podía comprar.
Así que estos grandes científicos se reunieron,
y yo fui invitada a la reunión
porque acababa de comenzar mis estudios acerca de las computadoras y la gente.
Se reunieron e hicieron su mejor esfuerzo.
Alguien sugirió que los niños podrían querer aprender a programar,
escuchar respetuosamente, quizá.
Alguien sugirió que podríamos desear guardar nuestras
agendas en las computadoras y la gente se rió,
y dijeron: "de hecho el papel y el lápiz, las pequeñas libretas son perfectas"
porque la mayoría de la gente no tenía una base de datos,
tenían algunos nombres y direcciones, así que no tenía mucho sentido.
Algunos sugirieron añadir un calendario, pero otros dijeron "no,
no me agradaría usar mi computadora como calendario,
en verdad creo que el pequeño Filofax es mucho mejor.
Puedes hojearlo, es mucho más práctico".
Les cuento esto porque creo que es muy importante saber,
recordar que hace no tanto tiempo atrás,
estábamos tratando de encontrar la manera de mantener ocupadas a nuestras computadoras.
Pero ahora sabemos, una vez que nos hemos conectado con otros,
una vez que las computadoras se convirtieron en nuestro portal para estar con otros,
ya no tuvimos que preocuparnos acerca de mantenerlas ocupadas,
éstas nos mantienen ocupados.
Es como si fuéramos su mejor app (aplicación).
¿Cómo funciona ésto?
Estamos en nuestro correo, nuestros juegos, nuestros mundos virtuales.
Nos "texteamos" mientras cenamos en familia, trotamos, o al manejar,
exponemos nuestras vidas en nuestras manos,
aun cuando nuestros niños pequeños vayan en el asiento trasero.
Nos enviamos SMS en los funerales,
vamos al parque y empujamos los columpios con una mano,
revisando nuestro historial de mensajes.
Gran parte de mi investigación es observar familias, y es ésto lo que veo.
Los niños que entrevisto dicen que sus padres les leen Harry Potter,
con la mano derecha sostienen el libro, y con la izquierda revisan
sus mensajes en la Blackberry.
Los niños describen ese momento cuando van por ellos a la escuela.
Nunca te dirán que les importa, pero describen el momento
en que salen de la escuela, ya saben esperando ese contacto visual,
y en vez de tener ese momento con sus padres,
quienes, después de todo sí fueron por ellos,
el padre está mirando su iPhone, revisando su correo en su smartphone.
Así que desde que esta generación de niños conoció la tecnología,
fue como su competencia, y ahora han crecido y son los adolescentes de hoy,
esta generación de niños que crecieron con la tecnología como adversaria,
ahora tienen la oportunidad de vivir en una cultura de la distracción.
¿Y qué me dicen?
Me cuentan que duermen con sus teléfonos celulares.
Empiezan diciendo que los usan como despertador,
pero luego se sinceran y dicen: "bueno, la verdad,
no es sólo porque lo uso como despertador."
Quieren dormir con él sólo en caso de que reciban un SMS o quieran comunicarse
y luego dicen que aún cuando dejan de lado sus teléfonos
-- por ejemplo, relegado en el casillero escolar --
saben cuándo tienen un nuevo mensaje o una llamada,
lo sienten, pueden decir a distancia que han recibido un mensaje, una llamada,
dicen que simplemente pueden sentirlo.
De hecho, adultos y adolescentes manifiestan sentir que su celular vibra,
aun cuando no lo hace.
Éste es un fenómeno bien conocido, se llama el anillo fantasma.
Ha sido documentado en todos lados.
Cuando se nos retira el teléfono,
nos ponemos ansiosos, imposibles en verdad.
La tecnología moderna se ha vuelto un miembro fantasma, es tanto parte de nosotros.
Bien, ¿a dónde quiero llegar con ésto?
Hace tan sólo 15 años, en los inicios de la Internet,
experimenté una increíble sensación de optimismo.
Vi un lugar para experimentar nuestra identidad,
lo llamé un "taller de identidad",
para explorar aspectos de uno mismo que eran difíciles de experimentar en el mundo real,
y todo esto sucede y todo esto sigue siendo maravilloso.
Pero lo que no vi venir, y me gusta compartir con mis estudiantes,
-- digamos que no fui previsora --
lo que no vi venir y ahora tenemos es que esta
conectividad móvil, este mundo de dispositivos siempre encendidos, siempre presentes,
significaría que seríamos capaces de alejarnos del mundo físico en cualquier momento,
para ir a otros lugares y espacios a nuestro alcance
y que querríamos hacer todo esto.
Entrevisté a un hombre, quien juega con sus hijos en el parque
mientras habla con su amante virtual por el iPhone, lo llama la "mezcla de vida".
Así que podría decirse que estoy hablando de
las peripecias de pasar de ser multitareas
a multi-vidas, las peripecias de esta vida mezclada.
La tecnología se presenta como el arquitecto de nuestra intimidad.
Y hoy en día no es ningún secreto esta aspiración
de sustituir la vida en el monitor por la otra clase de vida.
La tecnología se vuelve seductora al ser accesible a nuestras vulnerabilidades humanas.
Y resulta que somos, de hecho, muy vulnerables.
Estamos solos pero temerosos de la intimidad.
La conectividad ofrece para muchos de nosotros
la ilusión del compañerismo sin las exigencias de la amistad.
No podemos hartarnos del otro, si podemos tener al otro a cierta distancia,
en cantidades que podamos controlar.
Piensen en Ricitos de Oro: ni tan cerca ni tan lejos, justo en el lugar.
Conexión hecha a la medida, esa es la nueva promesa.
La habilidad de escondernos aunque estemos continuamente conectados.
DIcho simplemente: preferimos textear a hablar.
Las conecciones en línea traen consigo muchas recompensas.
Pero nuestras vidas en continua conexión nos hacen vulnerables.
Estamos demasiado ocupados comunicándonos como para pensar.
Demasiado ocupados comunicándonos para crear,
demasiado ocupados comunicándonos para conectar realmente
con los demás de maneras que realmente valgan la pena.
En contacto continuo, estamos solos juntos.
Parafraseando a Thoreau: ¿dónde vivimos y para qué vivimos
en nuestas nuevas vidas encadenadas?
En otras palabras, ¿qué tenemos, ahora que tenemos lo que decíamos querer,
ahora que tenemos lo que la tecnología hace tan fácil?
En las corporaciones, en los círculos de amigos de adolescentes y adultos,
en el ámbito académico, la gente admite que prefiere enviar un SMS
o correo antes que hablar cara a cara.
Algunos de los que dicen que vivo en mi Blackberry
son francos acerca de evitar el compromiso en tiempo real de una llamada telefónica.
Cuando envías un SMS, dice un joven, tienes más tiempo para pensar lo que escribes,
al teléfono puedes revelar más de lo deseado.
Aquí utilizamos la tecnología para disminuir el contacto humano, como el ejemplo de Ricitos de Oro,
para regular su naturaleza y grado.
La gente gusta de estar en contacto con mucha gente, a quienes mantienen a distancia.
He aquí nuestra paradoja:
Insistimos en que el mundo es cada vez más complejo,
pero hemos creado una cultura de la comunicación
que ha disminuido el tiempo del que disponemos para sentarnos a pensar
ininterrumpidamente, hemos subido el volumen y velocidad de la comunicación
pero empezamos a esperar respuestas rápidas.
Para obtenerlas, formulamos preguntas más simples a los demás
comenzamos a "atontar" nuestra comunicación,
aun en los asuntos más importantes.
Shakespeare pudo haber dicho:
estamos consumidos por aquello de lo cual nos nutrimos.
Esta inundación de conexiones afecta el desarrollo de la identidad de muchas maneras,
sólo mencionaré un ejemplo de éstas.
Llamémosle: comparto, luego existo.
Muchos han pasado de: "siento algo, quiero hacer una llamada",
a "quiero sentir algo, necesito enviar un mensaje".
En otras palabras, la validación de un sentimiento se vuelve parte de su formación,
Más aún, algo que no esta siendo cultivado es la habilidad de estar solos,
con uno mismo. Existe una gran verdad psicológica:
si no enseñamos a nuestros hijos a estar solos, sólo sabrán cómo estar solitarios.
Al fomentar el hábito en niños y adultos de estar constantemente conectados,
nos arriesgamos a perder esa oportunidad de acceder a la soledad que vigoriza y restaura.
Permítanme compartir unos pensamientos finales.
Primero, acerca de la metáfora de la adicción, que estamos acostumbrados a usar.
Segundo, sobre el momento en que estamos y la promesa que éste ofrece.
Primero, la adicción.
La gente se siente ansiosa por esa pequeña luz roja en su Blackberry,
que les dice que tienen un mensaje esperando.
Les pregunto por qué,
y me hablan de su móvil como si se tratase del lugar de esperanza en sus vidas.
El lugar del que algo nuevo vendrá a ellos.
El lugar donde la soledad puede ser derrotada.
Dicen cosas como "el celular es donde está la dulzura".
Somos vulnerables al sentimiento constante de conectividad que la tecnología ofrece.
Deberíamos enfocarnos en esta vulnerabilidad,
porque podemos trabajar en volvernos menos vulnerables.
Aunque competentes, apenas y podemos con esta metáfora de la adicción.
Porque si eres adicto tienes sólo una solución,
tienes que deshacerte de esa sustancia.
Y sabemos que no vamos a deshacernos de la Internet,
no vamos a deshacernos de las redes sociales.
No provocaremos síndrome de abstinencia ni prohibiremos los celulares a nuestros niños.
Estas tecnologías son nuestros compañeros en la aventura humana.
Esta noción de adicción, con una solución que sabemos no tomaremos,
nos hace sentir desesperanzados, pasivos.
Sentimos que algo está mal y estamos en un momento oportuno.
Toda tecnología nos da la oportunidad de preguntarnos:
¿está al servicio del propósito humano?
Una pregunta que nos hace reconsiderar cuáles son estos propósitos.
Solo porque crecimos con el Internet,
asumimos que la Internet ha madurado.
Tendemos a ver la tecnología que tenemos como si estuviese madura,
hacemos como si nuestra forma de vivir con Internet
fuese la manera en que viviremos en el futuro.
Y eso no es cierto.
La Internet está en ciernes.
Es tiempo de hacer las correciones y sería útil
reiniciar algunas conversaciones que hemos dejado de lado.
Por ejemplo,
cerramos conversaciones, y lo hacemos en nuestro detrimento,
al ponernos en "modo activo" en la red
de nuestras vidas a nivel personal y profesional.
Personalmente, la tendencia ha sido el usar las redes sociales para interpretar nuestro "yo ideal".
Muchos me dicen que no les gusta mostrar fallas y puntos vulnerables,
o compartir malas noticias en línea con amigos.
Dicen cosas como: "no parece el lugar adecuado para hablar de los problemas".
Ni siquiera --en palabras de una mujer-- de la muerte de mi perro.
Mucho menos de problemas más graves.
Así que, a mayor tiempo invertido en línea,
más es lo que nos guardamos para nosotros mismos.
Conforme pensamos, vamos actualizando nuestros estados,
y compartiendo algo de nosotros con el mundo.
Pero muy seguido compartimos aquello que nos hace ver bien.
Compartimos lo que es fácil compartir.
Profesionalmente, también actuamos en nuestros correos y memos laborales,
Empresarios, abogados, consultores me cuentan que,
en su ambiente laboral, no quieren dejar una huella electrónica
de haber pedido ayuda ni admitir errores o frustraciones.
Hacemos que los problemas sean más difíciles de resolver,
dificultamos el ser aconsejados.
Cortamos las conversaciones con nuestras amistades,
y cortamos las conversaciones en nuestra vida profesional
que podrían mejorar nuestro desempeño laboral.
El camino por recorrer es desafiante pero claro, para instituciones e individuos,
para el dinero y el amor,
la siguiente tarea para todos nosotros es reiniciar esas conversaciones necesarias.
En vez de viernes casuales, deberíamos pedir jueves de conversación.
Y no sería nada malo.
Recuperar la conversación, esa es la próxima frontera.
Gracias.
(Aplausos)