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Como seguramente saben existen dos culturas académicas:
las ciencias y las letras.
Estas dos culturas suelen estar cuidadosamente separadas
en casi todas las universidades.
Cada uno en su edificio, separados por varios mundos.
Lo normal es que los miembros de estas especialidades no se entiendan
bastante bien. La cuestión es: ¿de dónde viene realmente este problema?
Para empezar me gustaría contarles la historia de dos
descubrimientos. Uno del año 1754. En 1754 un maestro
está en su casa en Prusia
pensando sobre el cosmos.
Sin hacer uso de aparatos de medición y sin realizar ninguna fórmula
matemática, escribe un librito
en el que explica el origen del cosmos.
Está tan orgulloso de su trabajo que se lo envía al rey de Prusia,
Federico II el Grande. Este lo recibe en 1755.
Y este rey, Federico el Grande, tiene incluso una cátedra,
una cátedra vacante de Metafísica y Lógica,
que se publica en 1756 pero no llega a ser ocupada, ya que Federico
el Grande tiene otras preocupaciones en esos momentos: está preparando
la Guerra de los 7 años.
De modo que el librito de este profesor no tiene ninguna repercusión
y permanece 100 años en el olvido.
El nombre de este trabajo es "Historia General de la Naturaleza
y Teoría del Cielo".
Y los iniciados entre ustedes sabrán quién escribió este trabajo:
su autor es Immanuel Kant.
Es sin duda alguna sorprendente que en el año 1754 aún era posible
escribir algo realmente revolucionario sobre cosmología
sin realizar ningún tipo de experimento científico.
En 1796 formulará Laplace la Hipótesis Nebular en la que
prácticamente figura lo mismo
y pasará a la historia de las ciencias naturales como una celebridad
porque efectivamente era un científico.
Ya en el año 1796 se esperaba teorías generales del comos
no tanto de filósofos
como de científicos, por lo menos era así
en Francia
e Inglaterra. En Alemania tenía aún bastante peso la nefasta influencia
de algún que otro filósofo sobre la investigación científica,
sobre todo en biología.
Esta es la primera historia. 1754,
una cosmología sobresaliente que incluso a día de hoy es admirada
por físicos contemporáneos, redactada en casa sin experimentos.
Ahora viene la segunda historia. Viajamos 30 años en el tiempo hasta 1784.
Nos encontramos de nuevo con un joven ambicioso.
Este jovencito
ha estudiado Derecho
y desde hace 2 años es Ministro de Hacienda en Weimar.
Además hace experimentos en medicina (la mayoría de las veces simplemente observa)
en la Torre de Anatomía de Jena.
Junto con un profesor observa cráneos,
cráneos humanos.
Y de repente
cree haber descubierto algo. Algo de lo que estará tan orgulloso
toda su vida
que todo aquello por lo que después pasó a la historia le pareció poco
comparado con este descubrimiento.
Y es que, aparte de la Teoría de los Colores, Goethe consideraba el descubrimiento
del Hueso Intermaxilar su mayor logro científico.
El gran problema de esta historia es que 4 años antes que Goethe
el médico francés Vicq d'Azyr había escrito ya un dellado tratado
sobre el hueso intermaxilar.
¿Por qué les cuento estas dos historias? Hay una clara explicación:
ambas historias están separadas por 30 años.
Sin duda juegan un papel la suerte y el azar.
Sin duda juega un papel que Kant tuviera un temperamento diferente
al de Goethe, y tal vez fuese más precavido con lo que hacía
y que tal vez dio en el blanco en vez de caer
en especulaciones.
Pero esto no es lo único.
Me gustaría llamar la atención sobre los 30 años transcurridos entre 1754 y 1784.
Pues en ese periodo pasaron muchas cosas.
Se trata de la época en la que las ciencias
y las letras se separan tanto
que a partir de ese momento resulta casi imposible que alguien ajeno a una disciplina
pueda contribuir de forma significativa a las ciencias naturales.