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¿Qué tal si les dijera
que un solo concepto
ha cambiado totalmente
mi manera de resolver problemas?
¿Qué tal si les dijera
que instintivamente
conocen este concepto y que de hecho
lo usan, aquí y ahora,
sin siquiera pensar en ello.
¿Qué tal si les dijera
que si pudieran perfeccionar esta capacidad natural aplicar este concepto
eso podría cambiar sus vidas
o incluso al mundo?
¿Y qué tal si les dijera
que no hace falta para eso
o convertirse a una nueva religión?
El concepto se denomina:
"manejo de la polaridad".
Lo escuché por primera vez hace 20 años, cuando era rabina en Chicago.
Y desde entonces ya perdí la cuenta
de la cantidad de veces
he garabateado un curso intensivo en el reverso de una servilleta.
Lo he aplicado a problemas
de cambio organizacional,
dilemas teológicos
e incluso para educar a mis hijos.
También sé que funciona con cuestiones más grandes y globales,
porque la persona que desarrolló esta herramienta
y me la enseñó --el Dr. Berry Johnson--
la usó en el Departamento de Defensa de EE.UU.,
en la Agencia Internacional de Energía Atómica
e incluso en la BBC.
Eso sí, estoy de acuerdo en que podrían hacer un curso de puesta al día en este momento.
Los invito a sumarse
a un viaje por el mundo de las polaridades.
La mejor forma de empezar es con este famoso boceto:
Miren y díganme, ¿cuántos de Uds.
vieron de inmediato las dos caras blancas mirándose entre sí?
¡Guau, muchos!
¿Cuántos de Uds. vieron de inmediato la copa negra entre ambas caras?
Bien, unos cuantos.
Siempre que enseño este boceto algunos ven una cosa y otros ven la otra,
pero nadie ve ambas cosas al mismo tiempo,
porque nuestro cerebro no fue diseñado para ver ambas imágenes a la vez.
Solo podemos pasar de una imagen a la otra para ver ambas perspectivas
y reconocer que hay tanto dos caras como una copa.
Esa característica yace en el corazón de las polaridades
y les pido que lo retengan, y recuerden eso conforme continuamos
porque, dicho en forma muy simple: una polaridad es un problema en curso, con dos respuesta correctas
interdependientes.
Las polaridades no son solo bonitas ilusiones ópticas, son fuerzas naturales
como el magnetismo o la gravedad,
surgidas de la estructura misma del universo.
Y puesto que forman parte de nuestra naturaleza, hay reglas que rigen su comportamiento.
Una vez que uno conoce dichas reglas, puede predecir qué pasará con la polaridad
y puede luego decidir proactivamente qué hacer con eso.
Veamos su funcionamiento con una polaridad muy simple que hacemos todo el tiempo:
respirar consiste en dos acciones interdependientes:
inhalar y exhalar. Es como el boceto de la copa,
no se puede hacer ambas cosas a la vez, pero ambas son vitales y necesarias.
Y, ¿qué pasa si analizamos detenidamente este proceso?
Elegimos un polo y nos sentimos bien durante varios segundos,
pero luego no estamos bien
y esto nos lleva al polo opuesto
en el que también nos sentimos bien durante varios segundos, pero con tampoco estamos bien:
pendulamos entre los polos una y otra vez.
Esta acción continua ocurre porque
respirar es un problema en curso con dos posibles soluciones independientes.
La única opción que tenemos con una polaridad es: o bien manejarla
pendularmente de forma positiva y saludable
o bien hacerlo pendularmente
de forma negativa e incómoda.
Esto puede parecer sencillo y obvio
porque somos bastante buenos manejando la polaridad respiratoria.
ya que tenemos larga experiencia en eso.
Pero podemos aplicar los mismos conceptos y principios
que afectan a la respiración, a cualquier otra polaridad.
Veamos otra polaridad familiar:
piensen en alguna relación personal en sus vidas,
una relación importante.
Puedo apostar que si esa relación va bien
es porque constantemente ajustan el flujo entre satisfacer sus necesidades
y colmar las de su pareja.
En una buena relación ambas partes se cuidan mutuamente
y se cuidan el uno al otro
creando un maravilloso ciclo virtuoso.
Pero cuando una relación va mal, suele ser porque
uno vela demasiado por sí mismo
a expensas de su pareja
y se siente egoísta, aislado y solo,
o porque vela demasiado por su pareja
a expensas de sí mismo y se siente poco valorado y rencoroso.
O, aún peor, uno se resiente porque se siente solo
lo cual lo resiente aún más, y eso lo hace sentir más solo
y la relación se deteriora y finalmente fracasa.
Creo que el gran sabio Hillel ya definió perfectamente esta polaridad hace 2000 años
cuando dijo: "¿Si yo no soy para mí, quién será para mí?
Pero si yo soy solo para mí: ¿Qué soy yo?"
Habría sido un gran consejero matrimonial,
o incluso un gran entrenador de buena polaridad.
Las polaridades no solo funcionan para respirar o en las relaciones personales,
también afectan a grandes estructuras institucionales,
sobre todo en temas como los cambios organizacionales
porque siempre hay grupos que quieren que todo siga igual
y otros grupos que quieren que las cosas cambien.
Es una polaridad de cambio de tradición.
Y recuerdo la primera vez que esto me sorprendió con toda su fuerza.
Era 1987 y acababa de empezar mis estudios rabínicos.
Se había estado propagando el debate sobre si se podía o no ordenar mujeres rabinas.
Algunos dijeron que el judaísmo necesitaba adaptarse
a la igualdad de género del mundo moderno
y que de no hacerlo corría el riesgo tornarse anacrónica e irrelevante.
Pero en el otro lado estaban preocupados
porque una rabina era una contradicción en términos
de la autenticidad de una tradición milenaria.
Este grupo argumentaba que la continuidad del pasado era importante
y que ordenar mujeres podría hacer peligrar la autenticidad del judaísmo.
¿Qué grupo tenía razón?
Bueno, pueden ver al igual que yo, que es como el boceto de la copa:
un grupo veía la caja rosa y el otro la veía azul.
Ambos grupos veían solo un aspecto de un problema complejo.
Ambos grupos tenían un miedo real que les preocupaba
y un valor sincero al que se aferraban.
Cada grupo tenía dificultades para compartir la mirada del otro,
pero eso era lo que necesitábamos si mi comunidad quería progresar.
Necesitaríamos perseguir la continuidad
y responder al cambio.
Bueno, finalmente, se votó
y se tomó una decisión. Y aquí estoy,
soy una rabina.
En superficie puede parecer que triunfó el cambio
pero con la polaridad, si un polo
gana definitivamente, la comunidad pierde,
porque todo termina en los inconvenientes del polo que ganó.
Y, como entiendo de polaridades,
pasé toda mi carrera rabínica celebrando conscientemente
la continuidad con un poco de tradición
para no caer en los inconvenientes del cambio.
No he tenido éxito en dejarme crecer una barba de rabino,
pero estoy totalmente entregada
a mantener una continuidad auténtica con el pasado
y a responder al presente.
Porque esa es la única forma de que mi comunidad prospere
en el futuro.
Las mismas reglas que rigen la respiración, las relaciones y el cambio organizacional,
se aplican a cualquiera de estas polaridades y a muchas más.
Pero hay una más que me gustaría analizar con Uds. hoy aquí;
porque es muy relevante para Jerusalén
y porque también creo que si la gestionásemos mejor,
podría cambiar el mundo.
Este es el problema:
¿Cómo puedo mantener mi identidad como parte de un grupo particular
con creencias, valores y comportamientos particulares,
y a la vez reconocer la humanidad que comparto con todo el mundo?
Cada uno de nosotros pertenece a grupos particulares:
sea nacional, cultural, religioso o étnico.
Es la parte particular de quiénes somos
y cada uno de nosotros forma a su vez parte de algo aún mayor
que cualquier grupo por separado.
Esa es la parte universal de quiénes somos.
Concentrarnos demasiado en uno de estos grupos
es peligroso. Me explico:
Yo crecí en el sur profundo de los Estados Unidos,
en un pueblo que, a su modo, seguía viviendo una guerra civil.
Nunca olvidaré cuando un grupo de niños me arrinconaron
y me amenazaron con pegarme si me volvían a ver abrazada a mi niñera negra.
El grupo particular de blancos les había enseñado
que ellos son mejores que nadie.
Y esa clase de particularismo es peligroso.
Pero también lo es el inconveniente del polo universal
si nos concentramos demasiado en nuestros rasgos comunes
y perdemos lo que nos hace diferentes, dejando de lado lo que hace
a nuestro grupo único y especial.
Este es uno de los mayores peligros de la globalización y del comunismo.
Creen que somos todos iguales,
pero no lo somos.
No quiero ver cómo una ciudad como Jerusalén
pierde los aspectos singulares que la hacen tan especial.
No quiero ver un McDonalds al lado de la Explanada de las Mezquitas.
En su lugar, quiero atravesar las calles de Jerusalén
y escuchar las voces características de cada comunidad particular que vive aquí.
No me malinterpreten, me encanta formar parte de un mundo global y diverso,
pero también estimo lo que me hace quien soy.
Y por ahora ya saben suficiente de polaridades como para darse cuenta de que tenemos que hacer ambas cosas.
Tenemos que sentir pasión por aquellas cosas que nos hacen únicos y diferentes,
y también abrirnos a la diversidad y a los valores universales que todos compartimos.
A esto me gusta llamarlo: "Apertura Apasionada".
No puedo pensar en un lugar mejor para aplicar esta polaridad que Jerusalén
por la cantidad de grupos diferentes que viven aquí.
Solo imaginen que desde Jerusalén
diésemos una visión al mundo de lo que significa
sentir pasión por nuestras identidades singulares
y a la vez estar abiertos a algo que nadie podría conseguir por sí solo.
Es una visión mesiánica para Uds.
Y como les prometí al principio:
sin cultos, ni drogas, no conversiones religiosas.
Solo hay que reconocer que a veces la complejidad
requiere que busquemos y adoptemos ambas partes de un problema
en lugar de tratar de resolverlo.
Así que la próxima vez que afronten un problema irresoluble,
respiren hondo y recuerden:
solo porque inhalar sea verdadero, no significa que exhalar no lo sea.
Gracias.
(Aplausos)