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Voy a transportarlos al 5 de diciembre de 1995.
Todavía ni me había graduado de la universidad,
pero de alguna forma terminé parada en el vestíbulo de una iglesia,
con el brazo alrededor de mi padre
y llevaba el vestido de mis sueños.
Era un bello cuento de hadas
con un velo que se extendía como metro y medio.
Todo el conjunto tenía esta curiosa combinación
de pantimedias, corsé, cinta y enaguas
que haría a muchas morir de envidia.
Por primera vez en mi vida
me sentí una princesa.
La música comenzó y empecé a ver a mis damas de honor,
una a una, paradas en el altar
y me congelé.
Giré hacia mi papá y le dije:
"Papá, no estoy segura de querer hacer esto".
¿Alguna vez han tenido miedo al qué dirán
sobre una decisión que tienen que tomar?
(Risas)
Una decisión que puede ser potencialmente muy impopular.
E impopular es una palabra un tanto siniestra en sí misma.
¿Pero es esa cosa horrible que mis años de formación
me hicieron creer o es la cosa que podría
darme más alegría de la que jamás podría imaginar?
Bueno, hoy llevo bien lo impopular,
aun cuando algunos la mezclen con otra palabra negativa,
como antipático.
Pero sostengo que hay una diferencia.
Verán, en mi vida, y con los clientes de desarrollo de marca con los que trabajo,
ser impopular se trata de tomar decisiones
que honran a las dos audiencias más importantes que podamos tener:
la gente que nos amará por todo lo que somos
y no somos, y nosotros mismos.
Ahora bien, los antipáticos, parecen creer
que todo se trata de ellos y olvidan que
esas personas son la razón por la que
se levantan todos los días y hacen lo que les place.
Por eso es que soy una aficionada loca de remate de lo impopular.
Ámenme, ódienme, pero no sean indiferentes,
porque para mí la indiferencia es verse...
¡así!
(Risas)
Es confuso,
(Risas)
no estás seguro de lo que estás viendo,
como que quisieras olvidar lo que estás viendo
tan pronto como sea posible.
Gracias, Sarah Palin.
(Risas)
(Aplausos)
Verán, pasamos nuestras vidas intentando transformarnos
en algo que los demás piensan que debemos ser,
cuando de hecho, deberíamos pasar nuestro tiempo
intentando activamente polarizar a nuestra audiencia.
Dándoles herramientas que les sirvan para saber
si deben o no amarnos, y dárselas temprano y a menudo.
Porque es ahí cuando dejaremos de perder el tiempo,
tanto el nuestro como el de los demás.
¿Cómo llegamos a esto?
¿Cómo dejamos de perder el tiempo y empezamos a repensar lo impopular
para mejorar nuestras vidas y las vidas de los que nos rodean?
Para mi la vida se resume en dos cosas simples:
Una, dejar de pedir disculpas
y dos, empezar a ser sincera.
Empecemos con la sinceridad.
"Quisiera que hubiera más gente en mi vida que me mienta",
no se lo digan a nadie, nunca.
(Risas)
Aun así, desde una edad temprana, nos enseñaron a apagar
el botón de la sinceridad y a encender el de la cortesía.
No es de extrañar que con el tiempo, cuando llegamos a ser adultos,
no podamos decirle con sinceridad a quienes nos rodean quiénes son,
qué amamos y qué sentimos.
Ahora, en lo que estuve trabajando es en volver encender mi sinceridad
y tirar la cortesía a la basura, que es donde creo que
debe estar, casi siempre.
Pero hablemos un minuto, y seamos sinceros,
sobre qué es ser sinceros.
Porque la realidad es que hay una línea bastante fina
entre desear ser sinceros y que la gente piense
que estamos claramente locos de remate.
El caso es: a principios de este año, tuve una cita
con un hombre que me preguntó si tener hijos
era algo que necesitaba en mi vida para sentirme completa.
Y lo que oí salir de mi boca fue:
Bueno, tienes que saber, tengo 39 y conozco las estadísticas;
bueno, si los hijos vienen, que vengan,
cuando mi monólogo interno decía:
tengo 39 años y mis ovarios están gritando
como en "El silencio de los inocentes".
Y me gustaría que pudieras
embarazarme para la Navidad.
(Risas)
Aquí tenemos un intento totalmente fallido de ser sinceros,
y aquí tenemos pura mierda.
Pero tiene que haber algo intermedio.
Lo que propongo es lo que llamo la "solución del fuerte de la manta".
Verán, de niños, a mi hermano y a mí
nos encantaba construir fuertes.
Quiero decir, ni bien mi mamá se iba a trabajar en el verano
desarmábamos cada mueble que había,
vaciábamos la secadora
y en 30 minutos exactos teníamos una estructura colosal
completa con tele y consola Calico Vision.
Pero no dejábamos que cualquiera entrara al fuerte.
Estaba este chico del final de la calle,
que cada vez que venía a nuestra casa,
nos metía en problemas con mi mamá o rompía algo.
¿Saben qué? No lo dejamos entrar más al fuerte.
La solución del fuerte de la manta se trata de reencontrar la confianza
y lo que significa para nosotros.
Al revés de lo que nos hace creer Facebook,
la confianza, la amistad y las relaciones no son
algo que se pueda otorgar con el clic de un botón.
Es algo que se tiene que ganar, nutrir,
mantener con el tiempo. Entonces, ¿por qué como adultos dejamos
que cualquiera entre a nuestro fuerte de la manta?
Para ser educados.
Bueno, no sé Uds., pero yo ya me harté de ser educada.
En 39 años, lo único que he entendido es que
no cualquiera nació para ser mi amigo, empleado o cliente.
De hecho, la mayoría de la gente que encuentro en mi vida
no nació para quedarse a largo plazo.
Son estaciones de pesaje.
Vienen, dejan lo que se supone que me dan
y luego parten y se encaminan hacia la vida de otra gente,
que es exactamente a donde pertenecen.
Lo que necesitaba hacer era darme el tiempo para centrarme
en encontrar más de la gente correcta para traer a mi fuerte de la manta.
Más gente que fuese tan sincera como yo
me había comprometido a ser con ellos,
a los que llamo apuñaladores frontales.
(Risas)
Porque de los que se van atrás del edificio para
ser sinceros conmigo ni bien no los pueda escuchar,
ya tenía bastantes.
Necesitaba a los que
me decían en la cara lo que realmente sentían.
En el 2004, salía con este hombre adorable llamado Dominic.
Nos estábamos preparando para salir una tarde
y entré al dormitorio, me puse mi falda favorita morada,
salí, agarré mi bolso diciendo:
"Lista, vamos".
Me miró: "Eh, no vas a salir con esa falda,
vas y te pones otra cosa".
"¡¿Qué?! Me encanta esta falda, ¿estás bromeando?"
Y responde: "Cariño, hace que tu culo parezca un rectángulo".
(Risas)
Exclamé: "¡Ufff!", fui a la habitación, me miré en el espejo y dije:
"Dios mío, mi culo es un rectángulo".
Y lo curioso es que Dominic nunca se disculpó
por ser sincero,
y nunca sentí que tuviera que pedírselo.
Eso es porque te gustan esos jalapeños adictivos,
te la pasas viendo la serie Jersey Shore,
algo que no puedo entender y probablemente los criticaré por eso.
(Risas)
Pero todos tenemos gustos y aversiones que se forman
el día que dejamos el biberón
y escupimos nuestra primera cucharada de papilla en el babero.
Usamos las palabras; "¡Lo siento!", como una especie de venda lingüística,
para excusarnos del hecho de que somos humanos
ante otros seres humanos.
Entonces díganme: ¿cuándo van a admitir
que hay algo glorioso en ser uno,
en la marca que están construyendo,
y en no tener que despertarse por la mañana
y caminar sobre cáscaras de huevo? Pueden mirar algo
que construyen porque les gusta,
y es sincero y verdadero con quienes son.
Cuando empecé a ser sincera y dejé de disculparme por eso,
el universo tuvo un modo peculiar de hacerme saber que
quizá estaba en el camino correcto.
El año pasado fue la 20ª reunión de la escuela secundaria,
entonces tomé un avión a Houston, Texas,
para celebrarlo con la Promoción 1991 de la secundaria Nimitz.
Al pasar por la puerta, una de las primeras personas que vi
fue el orador de despedida de graduación que me saludó y me acerqué para saludar.
Me abrazó y lo primero que salió de su boca fue:
"¿Sabes qué? Seguro que eres muy grosera en Facebook.
Tienes que bajar el tono un poco".
(Risas)
Por eso me encanta ser impopular,
¿por el orador de graduación? No, no es mi objetivo demográfico.
(Risas)
Maldita sea que puedo garantizarles que cuando me senté a desarrollar una marca
que fuera sincera conmigo misma sobre todo lo que quería alcanzar
no vislumbré mi marca entablando amistad con él.
¿Pero saben qué? Ni siquiera fuimos amigos en la escuela,
pero ahí estaba, parado frente de mí,
listo para decirme que debía o no debía hacer.
Y entonces caí en la cuenta.
Cuando empecé a ver la polarización como un "activo" en lugar de un "pasivo",
desperté y miré mi vida cotidiana
y me di cuenta de que quienes me rodeaban
eras las personas correctas.
Que había construido algo que querían,
y había traído a la gente correcta a mi fuerte de la manta.
Ahora quiero que reflexionen,
sobre su vida, quizá su negocio
y se pregunten: ¿quién no pertenece aquí?
Luego quiero que agarren la polarización por los cuernos,
y, con delicadeza y sin disculparse, los guíen hacia la puerta.
Ahora, en aras de la polarización y dado que
soy un poco más que torcida,
publiqué los comentarios del orador de graduación en mi página de Facebook al día siguiente,
(Risas)
junto con un gráfico.
(Risas)
Y puesto que estamos siendo sinceros y no nos estamos disculpando,
aquí es donde creo que necesitamos más marcas como Chick-fil-A en el mercado.
No porque esté de acuerdo con lo que representan,
sino porque son sinceros y no se disculpan por serlo.
Me dicen que si son promotores del odio,
proveedores intolerantes de papas fritas chistosas,
puedo elegir con mi billetera.
Como Chick-fil-A, no se van a disculpar.
Y yo, me he disculpado por cosas que no requerían mis más sinceras disculpas.
Lo cual nos lleva de vuelta
a esta combinación de volvernos sinceros sin disculparnos,
los juntamos y nos da una herramienta crucial
para juntar toda esta ecuación impopular.
Que nos dice exactamente a quiénes queremos parados a nuestro lado
cuando surjan decisiones impopulares y críticas en la vida.
Volvamos a esa iglesia en 1995 por un instante.
Parada junto a mi papá:
Papá, no estoy segura de querer hacer esto.
A lo que dijo: Erika, no tienes que hacerlo.
Lo que podía hacer era, podía decepcionar a las 60 personas sentadas en esa iglesia,
al pastor, a las damas de honor y a mi madre que había pagado 600 dólares
por este sueño sedoso que adornaba mi cuerpo.
Podía tomar la impopular decisión y defraudar a toda esa gente.
O podía subir al altar y decepcionarme a mí misma.
¿Qué elegí?
Giré hacia mi papá y le dije:
Papá, ven, el vestido está pagado y la gente está aquí.
Que se suponía que debía hacer: ¿defraudarlos?
Giró hacia mí y me tomó de ambas manos y simplemente dijo: Sí.
Mi nombre es Erika Napoletano, y siempre lo he sido,
pero estoy a diario intentando con más fuerza
ser impopular.
(Aplausos)