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Nací en Camerún,
crecí en Francia,
trabajé en Australia
y hoy ***ón es la sede de mis actividades.
Cuando llegué a ***ón hace cinco años,
no sufrí de choque cultural.
Me he incorporado rápidamente a la comunidad japonesa,
me mezclo entre la multitud y observo
cómo se desplaza la gente
en espacios caóticos;
cómo se saludan;
cómo tienden a adormecerse
en todas partes,
en un parque, después de comer, en el trabajo;
cómo ritualizan su sociedad,
y me siento bien ahí, me siento bien.
¡Ah, uno se siente bien aquí!
Entonces me digo, después de todo,
¡los japoneses se comportan como los africanos!
(Risas)
Ahora ustedes me dirán
«¡Está yendo algo lejos! ¡El África negra, ***ón...… despacio!
Si no tienen la misma fisonomía, ni la misma fisiología,
ni bailan de la misma manera,
ni comen la misma comida,
ni hablan la misma lengua;
¿qué es lo que quiere decir?»
Quisiera llevarlos a un nivel más profundo.
En el África negra, al igual que en ***ón,
somos muy animistas, es decir,
creemos que en ese árbol de ahí
hay un espíritu.
En la piedra, en el guijarro que está ahí, también hay un espíritu.
Hay un espíritu en el teléfono celular
que tiene Ud. en el bolsillo. Muy animistas.
Paralelamente, se trata de sociedades
que son muy tribales.
Efectivamente, en ***ón
tenemos el clan, el sogún; en el África negra
tenemos la aldea y el jefe de la aldea.
Son también sociedades que se comunican
extremamente bien mediante lo que no se dicen.
Sociedades que son sofisticadas en extremo.
Esta sofisticación conduce
a un respeto infinito hacia los ancianos.
En África los llamamos los «Viejos», como ustedes saben.
Y entonces, de repente, me dije,
yo no soy sociólogo,
tampoco soy antropólogo;
yo soy diseñador. Mi oficio
es transformar el ambiente que nos rodea
y darle un nuevo giro.
Por lo tanto, cuando se me presenta una cuestión de este tipo,
es necesario que haga algo,
es necesario que cree algo.
Y espero que esta creación, a cambio,
responda a mis cuestionamientos.
Finalmente, lo que hice
fue elegir uno de los iconos
más importantes de ***ón: el kimono.
Si muestran un kimono a un canadiense,
él les dirá, es de ***ón.
Si se lo muestran a alguien en Australia,
les dirá, es de ***ón.
Se lo muestran a un brasileño,
este les dirá, es de ***ón.
El kimono es uno de los iconos de ***ón.
¿Qué es en realidad el kimono?
Un kimono es un pedazo de tela
de 13 metros de largo por 38 centímetros de ancho.
Es decir, que va desde ese muro que está allá
hasta este muro de acá.
Y es así de ancho, es todo.
Nada más ni nada menos.
Y no ha cambiado, hace mil años que es así.
Así que tomé ese icono, el kimono, y me dije,
tengo ganas de trabajarlo con algo diferente.
Y elegí el teñido africano. ¿Saben lo que es el teñido?
Son los paños que las mujeres africanas
suelen vestir alrededor de la cintura.
Trabajé, diseñé…... exploré,
y este es el resultado.
El kimono africano.
(Risas)
El kimono africano, ¿qué es lo que lo define,
qué historia es la que cuenta?
Cuenta que si se toma algo
de una y otra cultura
respetando los códigos y la belleza,
las cualidades de ambas culturas,
podemos expresar una tercera estética,
otro mundo, otra apertura.
Así que le voy a pedir a Eliane que traiga
uno de los kimonos que hice en ***ón,
así verán cómo es en realidad
un kimono africano. Helo aquí.
Es esto, más o menos.
Ahí lo tienen. Pueden reconocer al África,
pueden reconocer al ***ón,
pero el conjunto les cuenta algo nuevo.
Estos kimonos africanos, he hecho muchos,
en ***ón, los he fabricado en abundancia;
uno de los momentos más intensos para mí
fue cuando una clienta japonesa
se me acercó y me dijo:
«Yo en realidad nunca he llevado un kimono,
pero los tuyos, no tengo ningún problema en llevarlos».
«¿Y por qué?»
«Bueno, porque en ***ón el kimono, sabes,
es la imagen de la belleza, es el icono
de la belleza, una mujer portando un kimono.
Pero al mismo tiempo,
hay un eco de sumisión que me desagrada».
Y de golpe, ella se negó a portar el kimono
desde que nació.
Y este era el primer kimono que ella vestía.
Me dijo: «Con tu kimono,
tengo la impresión de vestir una herencia mundial.
Tengo de verdad la impresión de ser transcultural,
de provenir de ***ón,
pero de atravesar así el mundo».
Eso me dio mucho gusto.
Así que los kimonos han sido muy apreciados en ***ón,
y todavía lo son.
Excepto por una persona que un día me envió un correo electrónico
diciendo: «¡Es ultrajante!
No venga a mancillar la cultura de ***ón».
Eran unas diez líneas,… «Ud. que viene del cuarto mundo».
Yo me dije, ¡oh la la!
Efectivamente, cuando se toca la cultura,
los códigos, la identidad;
se toca algo muy frágil, muy delicado.
Entonces este joven no me desanimó, al contrario,
porque soy de naturaleza muy testaruda,
yo soy así.
Así que él me motivó a continuar y de ir un poco más lejos,
de jugar con otro icono japonés:
la ceremonia del té.
La ceremonia del té en ***ón
es un momento en que el tiempo y el espacio
se ponen en total tensión,
lo que hace que uno entre en ósmosis con los demás;
no tiene nada que ver con el hecho de beber té;
es solo el intentar degustar la armonía perfecta, casi.
Bien, en África tenemos muchas ceremonias.
Tenemos ceremonias para todo:
cantamos, bailamos, lloramos, reímos;
tenemos ceremonias todo el tiempo.
Para todo, todo el día, ceremonias.
Y en ***ón también, hay microceremonias:
al intercambiar una tarjeta de visita, hay una ceremonia;
al entrar en un taxi con los amigos, hay una ceremonia;
al presentar a un amigo, en fin, hay ceremonias para todo.
Pero con la ceremonia del té,
intenté nomás así salpicarla un poco
de la cultura de donde provengo,
para ver si se podía contar
algo diferente con esta ceremonia del té.
Y de repente me dije, bueno,
hice una representación en Tokio en 2009
de una ceremonia del té
donde las personas portan kimonos africanos.
Fue frente a 300 personas,
no fue algo muy íntimo,
pero logramos crear cierta intimidad ahí dentro.
Se puede escuchar a un músico tocando la kora,
que es el arpa de Senegal.
También hay un espíritu en esta ceremonia del té,
un espíritu desnudo que lleva una máscara de Níger.
He aquí más o menos lo que resulta.
(Música)
Al final de esta ceremonia del té
no hubo controversia.
Un anciano japonés, muy muy viejo,
¡pero muy muy viejo!,
como se puede ver a los viejos en Asia,
que son...
muy viejo, encorvado y todo.
Vino a verme, así,
y me tiró de la ropa,
tiró de mí, y yo me sentí muy pequeño.
Tiró de mí así, hacia abajo,
y me miró a los ojos...
Ustedes saben, los ancianos,
cuando te sujetan a veces, los ancianos,
cuando te sujetan de esa manera,
te dan la impresión que hay
150 años de historia que te…... ¿no?
Entonces me sujetó así,
me miró a los ojos y me dijo:
«Gracias por este momento de armonía».
Traducido al francés.
Tiró de mí aún más fuerte, hacia abajo,
me miró a los ojos:
en ***ón, uno nunca mira a los ojos.
Me miró a los ojos así durante al menos diez segundos.
¡Mucho tiempo, eso no ha sido ni siquiera diez segundos!
Ha sido, ha sido...
Me recordó a los viejos en mi país,
cuando uno visita a un viejo para recibir un consejo,
es, en efecto, lo mismo.
Uno va a verlo, se le pide un consejo,
él te dice un par de palabras, y uno está obligado
a sentarse a su lado por dos horas.
(Risas)
Y se supone que uno debe saber lo que le ha dicho.
Y con frecuencia, uno comprende.
Comprende incluso mejor que cuando le hablan.
Y yo, lo que he comprendido,
lo que me dijo este anciano:
«No estamos tan alejados».
Ahora les voy a contar una historia.
Es la historia de dos personas que nunca se han conocido.
Nunca. Y que probablemente nunca se van a conocer.
El primero es un artista africano,
del África negra;
es un escultor, trabaja la madera,
trabaja el hueso,
trabaja lo que hay en el interior.
El otro trabaja la madera de diferente manera;
él trabaja la laca, en realidad.
Así que él hace cortes en la madera, otro tipo de madera,
para recolectar la savia,
la sangre de la madera, y con esta sangre
recubre la textura de los objetos
sobre los cuales va a trabajar.
Así que uno de ellos se ocupa de la estructura, de la carne,
y el otro se ocupa de la piel, de la textura.
Quise que este encuentro sucediera,
y entonces fui con mi hermana y mi madre
a la región Bamileke, en Camerún,
y buscamos cuatro estatuillas de esta región,
y las llevamos a ***ón. Las estatuillas
son más o menos de este tamaño,
alrededor de 43 centímetros.
Trabajamos, trabajé con
uno de los mejores artesanos de la laca en ***ón,
que trabaja además para el emperador de ***ón.
Trabajamos durante dos años y medio en estas piezas.
Dos años y medio es mucho tiempo.
Hay que ser pacientes.
Dos años y medio con estas piezas,
mezclamos las técnicas,
técnicas ancestrales que se utilizan en ***ón,
y que han sido utilizadas desde hace mucho tiempo
en ***ón, para laquear los objetos.
Así que utilizamos papel washi con fibras naturales,
utilizamos varias capas de preparativos,
al principio depuramos la madera para alejar a los insectos,
pusimos capas y más capas y más capas,
cientos de capas de laca.
El resultado es este:
los hermanos de sangre.
A partir de hoy, los hermanos de sangre
juntos tienen una vida de 800 años,
gracias a las técnicas que hemos utilizado.
¡800 años! Estos hermanos de sangre
son objetos que me miran.
Que los miran a ustedes también.
Y que nos cuestionan.
¿Venimos realmente de donde creemos que venimos?
Entonces yo los invito hoy,
los invito a acercarse al extranjero,
a lo extraño, a aquel que no se les parece, a priori,
que es bizarro.
Acérquense a él, tal vez
está sentado a su lado hoy,
tal vez es su vecino, aquel que está al otro lado del mundo,
y discutan, y sobre todo, creen.
Creen. Y por medio de esta creación,
descubran el foco y el núcleo de universalidad
que todos portamos.
Gracias.
(Aplausos)