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Cada célula del cuerpo
está separada de las que la rodean
por su capa más exterior,
su membrana.
La membrana celular debe ser a la vez robusta y flexible.
Imaginen una membrana de metal
buena para contener a la célula
pero horrible para dejar que fluyan materiales.
Una membrana con forma de rejilla
iría demasiado lejos en la dirección opuesta;
sería permeable, pero también endeble.
La membrana ideal sería algo intermedio.
En los últimos siglos
hemos aprendido mucho sobre el funcionamiento de las membranas.
La historia empieza a fines del siglo XIX
cuando, según la leyenda,
una mujer alemana llamada Agnes Pockels estaba lavando platos.
Observó que no todos los detergentes
disolvían la grasa de la misma manera
y eso despertó su curiosidad,
de modo que hizo mediciones detalladas
del tamaño de la película jabonosa
que se formaba en la superficie
de una bandeja de metal llena de agua.
Más tarde, en la década de 1920, los científicos de GE
Irving Langmuir y Katharine Blodgett
reexaminaron el problema con un artilugio más elaborado
y hallaron que las diminutas manchas
eran, de hecho, una sola capa de moléculas de aceite.
Cada molécula de aceite tiene una cara
que ama el agua y flota en la superficie,
y otra cara que odia el agua
y sobresale en el aire.
¿Qué tiene que ver eso con la membrana celular?
Bueno, a finales del siglo XX,
los químicos Charles Overton y Hans Meyer
demostraron que la membrana celular
está compuesta de sustancias que,
como el aceite,
tienen un extremo que "ama el agua"
y otro extremo que "odia el agua".
Hoy estas sustancias se llaman lípidos.
En 1925, dos científicos,
Evert Gorter y Francois Grendel,
expandieron nuestro conocimiento.
Diseñaron un experimento para probar
si las membranas celulares
están compuestas de una sola capa de lípidos,
una monocapa,
o de dos capas apiladas una encima de la otra,
llamada bicapa.
Gorter y Grendel extrajeron sangre
de un perro,
de una oveja,
de un conejo,
de una cabra,
de un conejillo de indias,
y de voluntarios humanos.
De cada una de estas muestras,
extrajeron todos los lípidos
de los glóbulos rojos
y colocaron unas gotas de ese extracto
en una bandeja de agua.
Como era de esperar, los lípidos como el aceite
se esparcen en una monocapa
cuyo tamaño, Gorter y Grendel, pudieron medir.
Si se compara el área de la superficie de la monocapa
con la superficie de los glóbulos rojos
se puede determinar
si la membrana celular de los glóbulos rojos
tiene una o dos capas de espesor.
Para entender el diseño de su experimento,
imaginen mirar un sándwich desde arriba.
Si miden la superficie de lo que ven
obtendrán las dimensiones de una sola rebanada de pan
aunque haya dos rebanadas,
una apilada perfectamente sobre la otra.
Pero si abrimos el sándwich
y colocamos las rebanadas lado a lado,
se obtiene el doble de la superficie.
En el experimento de Gorter y Grendel
básicamente la idea es la misma.
El sándwich abierto es la monocapa formada
por los lípidos celulares extraídos que se esparcen en una hoja.
El sándwich cerrado es la membrana celular intacta de glóbulos rojos.
Vaya, observaron una proporción de dos a uno,
demostrando sin lugar a dudas
que una membrana celular bicapa,
que cuando no está apilada,
produce una monocapa de dos veces su tamaño.
Así, casi 30 años antes de que se dilucidara la estructura
de doble hélice del ADN
un experimento simple
con versiones elaboradas de materiales hogareños
permitió un conocimiento profundo
de la arquitectura celular básica.