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Ese pequeño botón, justo a la mitad de tu abdomen marca el lugar por donde durante nueve gloriosos meses
todos los nutrientes necesarios para que crecieras, te desarrollaras y sobrevivieras, fluyeron
directamente a tu torrente sanguíneo, mientras tú simplemente flotabas en un saco de líquido amniótico. Pero
¿te has preguntado qué pasaba con otras de tus funciones corporales mientras tanto?
En pocas palabras ¿sabes sí hacías pipí o popó ahí dentro?
La respuesta a la pregunta es "Sí, definitivamente": los embriones empiezan a orinar alrededor de los dos meses
de desarrollo, cuando comienzan a tragar - por lo tanto, beber- líquido
amniótico.
Esto significa que los fetos pasan siete meses bebiendo su propia orina, pero en realidad
no es tan desagradable como suena. En primera, la orina - a diferencia del excremento- es estéril,
así que no contiene bacterias que puedan enfermar al feto. Además, las sustancias de desecho
que eliminamos normalmente a través de la orina, como el exceso de nitrogeno, son filtradas del feto y
pasan a la madre a través del cordón umbilical, para que ella los deseche.
¿Y qué pasa con los desperdicios que normalmente eliminamos en el excremento? Mamá se encarga, indirectamente.
Ella digiere el alimento antes de que éste llegue al feto, absorbiendo los nutrientes
-por ejemplo azúcares y proteínas- en su torrente sanguíneo y pasándolos después al feto
a través del cordón umbilical. Así que casi todas las sustancias que se convertirían en excremento, se quedan en la madre.
Sin embargo el sistema digestivo del feto no está totalmente vacío. El poco desperdicio que llega a éste
es descompuesto en el intestino delgado por la bilis, produciendo el meconio: una masa
viscosa, verdosa y pegajosa. A diferencia del intestino de toda persona que viva fuera de un útero,
el intestino grueso de un feto es casi estéril, desprovisto de los billones de bacterias que descomponen
nuestros desechos y que constituyen hasta el 50% de esa pulpa café conocida como heces.
Así que esa masa verde y pegajosa que se forma en el intestino delgado del feto se convierte eventualmente
en la masa verde, pegajosa y casi libre de bacterias que veremos en el primer pañal del bebé...
...y en la primera -y última- popó limpia en la vida de cualquiera.