Tip:
Highlight text to annotate it
X
[Música]
Hoy en día hay de todo en todas partes.
En los supermercados hay zumo de naranja de China, nueces de la India,
pez espada de ***ón, cerveza rubia de la República checa,
y montones de quesos europeos.
Lo nombras, está ahí. Pero no cuando yo era pequeño.
Jamás probarías una variedad de quesos franceses
o cerveza rubia de Bohemia.
Al menos, no podías a no ser que fueras muy rico
y pudieras ir donde quisieras. Todo eso ha cambiado.
Pero no solo son los alimentos. ¿Tienes un iPhone?
Todos saben que se inventó y diseñó en Cupertino,
en California. ¿Pero quién sabe dónde se fabrican
y ensamblan las complejas piezas de su interior?
Apple no lo dice.
La industria cree que en China, ***ón, Alemania, Corea del Sur,
y, por supuesto, E.U.A.
Piensa un momento en los billones de piezas
y bienes que viajan por el mundo a bajo precio
cada segundo. Una pequeña parte en avión,
pero la mayoría en barco.
Lo llamamos globalización,
pero quien hizo de la globalización una realidad
es muy poco conocido. Esta es su historia.
La historia del hombre que te alegra la vida.
En la Gran Depresión de los años 30,
cuando millones de americanos estaban sin trabajo,
Malcolm MacLean era un camionero de 24 años.
Consiguió un trabajo llevando fardos de algodón
de Fayetteville, en Carolina del Sur, hasta
un embarcadero en Hoboken, N.J., para enviarlo al extranjero.
Le gustaba su trabajo, pero cuando llegó
se murió de aburrimiento sentado en su camión,
esperando y esperando en los muelles mientras
los trabajadores sacaban cajas y fardos de otros camiones
y los ponían en eslingas que subían los bienes a la bodega del barco.
A bordo del barco,
gritando y haciendo señas con las manos,
los estibadores soltaban las eslingas
y llevaban la carga a un lugar determinado
en la bodega.
Malcolm, más que aburrido, estaba que echaba humo.
Sus ingresos dependían de volver a Carolina del Norte
para cargar de nuevo su camión.
De manos de la frustración, le vino la inspiración.
¿No sería genial --pensó--
si pudieran levantar mi remolque
y ponerlo en el barco
sin que manipularan el algodón? Sí, lo sería.
Sería revolucionario. Durante siglos,
el cargamento al por menor se había embarcado en el tiempo que él miraba.
Se denominó transporte de carga heterogénea.
Cajas, fardos y balas se llevaban pieza a pieza.
Lo que Malcolm concibió solo le hubiera ahorrado un día,
pero le habría ahorrado a los demás
unas dos semanas de carga y descarga.
Eran ocho días de media entre el trayecto y la distribución
de la remesa de carga heterogénea en la bodega,
además de otros ocho días en el proceso contrario
de descarga y distribución.
Se habría ahorrado todo ese tiempo
si Malcolm hubiera podido meter su camión en el barco,
e igual en el proceso contrario para sacar el cargamento.
Bueno, ese concepto es hoy una realidad.
El concepto que Malcolm se imaginó
se conoce como "contenerización".
Ha hecho mucho más que ahorrar mucho tiempo.
Es la razón por la que existe un mercado global próspero,
que nos ofrece esa infinita variedad de bienes,
y por la que podemos transportar cargamentos,
desde remotas partes del mundo, con el coste mínimo.
Malcolm tuvo su idea en 1937.
El camionero de 24 años que se sentaba en su camión en Hoboken
tenía 40 antes de ponerse manos a la obra.
Para entonces, había convertido su único camión
en una gran compañía camionera. Le pidió un préstamo
a un emprendedor vicepresidente de Citibank en Nueva York,
y empezó a diseñar las cajas de acero y las cubiertas de los barcos
para tansportarlas apiladas unas encima de otras.
Mucha gente pensó que estaba loco.
Los inventores siempre atraen a cientos de detractores
que nunca recuerdan lo críticos que fueron.
Por nuestra parte, debemos recordar a Malcolm McLean.
Su primer portacontenedores, el Ideal X,
que zarpó de la nave 154
en la calle Marsh en Port Newark
con 58 contenedores bien cargados.
Era el comienzo de la era de los contenedores,
que reduciría las distancias en el mundo
y aumentaría el abanico de elección de las personas.