Tip:
Highlight text to annotate it
X
Serenad el triste semblante,
no os lamentéis del destino.
Aquí las mujeres han nacido
sólo para sufrir.
¡Ah, comprendo, infeliz de mí! Que mi esposo ya no me ama.
Se necesita flema : ahora es inútil oponerse a sus deseos.
Aquí las mujeres han nacido
sólo para servir.
¡El Bey!
¡Ah! Señora... Os suplico...
¿Qué debo hacer?
Ese duro semblante me da pocas esperanzas para ella.
La arrogancia de las mujeres,
el poder, la vanidad insensata,
aquí, entre vosotras, en vano se exhibe,
lo afirma Mustafá.
Vamos, valor, señora mía.
Es un mal momento.
Ya no me preocupo de mí misma.
Ahora debo intentarlo todo.
Vamos, valor, señora mía.
Señor, por esos desvaríos que ya no os oculto...
Querida, me has roto el tímpano, te hablo clara y sinceramente.
¡Ay de mí!
No quiero más melindres, no sé qué hacer contigo.
- Señor... pero... si... - ¡Me has roto el tímpano!
No sé qué hacer contigo.
¡Oh! ¡Qué cabeza extravagante!
¡Oh! ¡Qué ceñudo arrogante!
Más voluble que una hoja va mi corazón de deseo en deseo...
...pisoteando los halagos y la belleza de las mujeres.
Retiraos todos.
Haly, detente.
- ¡Qué corazón altivo! - ¡Qué dura ley es esta!
Harás que al punto venga mi esclavo italiano y me espere aquí.
Sabes que estoy harto de esta mujer, que ya no puedo más.
Repudiarla está mal, tenerla es peor.
He decidido, por tanto, que tome a Lindoro por marido.
- Pero, ¿cómo? Él no es turco. - ¿Qué me importa?
Pero la ley de Mahoma no permite semejante embrollo.
No tengo otra ley que mi propio capricho.
- ¿Me oyes? - Sí, señor.
Sigue oyéndome: no encuentro una sola entre mis esclavas
que pueda gustarme para pasar bien una hora.
Tantas caricias, tantos remilgos no son de mi gusto.
¿Y qué tengo que hacer yo?
Deberías encontrarme una italiana.
Tengo un gran deseo de tener una de esas señoritas
que dan tormento a tantos chichisbeos.
Quisiera serviros.
Pero mis corsarios... la inconstancia del mar...
Si en seis días no me la encuentras, y sigues haciéndote el taimado,
te haré empalar.
Ya está todo dicho.
Languidecer por una belleza
y estar lejos de ella
es el tormento más cruel
que pueda sentir un corazón.
Quizá llegará el momento.
Pero aún no lo espero.
Contenta esta alma en medio de las penas,
sólo encuentra la calma pensando en su amada,
quien siempre constante mantiene su amor.
Ah, ¿cuándo llegará el día en que pueda volver a Italia?
Son ya tres meses desde que fui hecho esclavo en esta tierra hostil,
y lejos de mi amada...
¿Estás aquí?
Escucha, italiano, quiero darte una esposa.
¿A mí? ¿Qué oigo? ¡Oh, Dios!
Pero, ¿cómo? ¿En este estado?
No debes pensar en eso.
Ven, y verás un hermoso rostro,
un buen corazón, con todo lo demás.
¡Oh, pobre amor mío! ¡Qué embrollo es éste!
Si me decidiese a tomar mujer
querría tantas cosas.
Apenas una entre cien esposas
las podría reunir.
¿Quieres belleza? ¿Quieres riqueza?
¿Encantos? ¿Amor? Consuélate.
En ésta lo tendrás todo.
Es una mujer singular.
Por ejemplo, la querría sincera
- y buena... - Es tal cual.
Por ejemplo, querría
- dos bellos ojos... - Son dos luceros.
- Cabellos... - Negros.
- Mejillas... - Hermosas.
- Cabellos... - Negros. - Rostro... - Bello.
Por todas partes aquí me tropiezo. ¿Qué he de decir? ¿Qué he de hacer?
Querido amigo, no hay salvación ; si la ves, caerás.
Ah, me pierdo, me confundo. ¡Qué embrollo maldito!
Vamos, aprisa.
Siento un amor dentro del pecho martillándome el corazón.
¿Eres de hielo? ¿Eres de estuco? Ven, ven : ¿qué te retiene?
Una mujer como ésta, créeme, te gustará.
¡Cuántas cosas! ¡Cuántos esclavos!
¡Buen botín! ¡Viva! ¡Enhorabuena!
- ¿Son hermosas? - ¡No están mal!
Mustafá se pondrá mejor.
Pero hay una belleza sin igual, es ésta que veis aquí.
Es un bocado para Mustafá.
¡Destino cruel! ¡Amor tirano!
¿Es éste el premio a mi fidelidad?
No hay horror, terror, ni tormento
semejantes a los que yo siento.
Sólo por ti, oh, mi Lindoro,
me encuentro en tal peligro.
¿De quién espero, oh Dios, consejo?
¿Quién me dará consuelo?
Es un bocado para Mustafá.
Aquí se necesita desenvoltura,
basta de miedo y de locuras.
Ya es el momento del valor,
ahora se verá quién soy.
Ya conozco, por experiencia, cuál es el efecto
de una mirada lánguida, de un suspirillo.
Sé cómo hay que domar a los hombres.
Sean dulces o rudos, flemáticos o fogosos,
todos son iguales poco más o menos.
Todos codician, todos desean
la felicidad de una hermosa mujer.
Aquí estamos. Qué más da.
Conviene comportarse con gran desenvoltura.
Al fin y al cabo, no tengo miedo de los hombres.
¡Misericordia! ¡Ayuda! ¡Compasión! Yo soy...
Calla, cobarde. Eres un esclavo más.
¡Ah, estoy perdido!
Querido Taddeo...
- ¡Misericordia! ¡Socorro! - ¿Es que ya no me conoces?
- ¡Ah! Sí... pero... - Dime, ¿quién es ésta?
- ¿Qué he de decir? - Soy su sobrina.
Sí, mi sobrina... Por eso debo estar con ella.
- ¿De qué país? - Los dos de Livorno.
¿Italianos, entonces?
- Pues claro. - Y estoy orgullosa.
Viva, amigos, viva.
¿Y a qué viene tanta alegría?
No sé dónde estoy del placer que siento.
Seréis elegida por Mustafá, si no me equivoco,
la estrella y el esplendor de su serrallo.
¡Ah! Isabella, a mal punto hemos llegado.
¿Por qué?
- ¿No has oído esa horrible palabra? - ¿Cuál?
- Serrallo. - ¿Y bien?
¿Serás, pues, el blanco de un Bey, de un Mustafá?
Lo que sea, será.
No me quiero entristecer por esto.
- ¿Y así te lo tomas? - ¿Y qué habría de hacer?
¡Oh, pobre Taddeo!
Pero, ¿no te fías de mí?
¿Acaso me has tomado, alma mía, por un bobo?
De aquel chichisbeo tuyo... de aquel Lindoro...
Yo no lo he visto nunca, pero lo sé todo.
Antes que a ti lo amé, no lo niego.
Han pasado muchos meses desde que se fue de Italia.
Y ahora...
Y ahora se le ocurre a la señora ir a buscarlo a Galicia.
Y tú...
Y yo con el nombre de compañero debo llevarla.
- ¿Y ahora? - Y ahora con otro nombre
acabaré en un serrallo... ¡quién lo diría!
Sé hacerme la indiferente a los caprichos de la suerte.
Pero estoy cansada de aguantar a un celoso impertinente.
Tengo más flema, y más prudencia,
que cualquier enamorado.
Pero comprendo gracias al pasado
todo aquello que puede suceder.
Un amante bobo es un gran suplicio.
Una mujer astuta es un precipicio.
Mejor un turco que un granuja.
Mejor el fracaso que hacer de carabina.
¡Vete al diablo, en mala hora!
No quiero seguir regañando contigo.
Buenas noches; sí, señora,
ya he acabado de enloquecer.
Pero en manos de estos bárbaros, sin un amigo...
¿Cómo me las apañaré? ¡Qué horrible enredo!
¿Qué decidir? ¿Qué debo hacer?
Pero si luego me llevan a trabajar...
¿Cómo resistiré, si tengo poco aguante?
¿Qué decidir? ¿Qué debo hacer?
¿Doña Isabella?
¿Señor Taddeo?
Ahora se aplaca la furia.
El memo se ríe.
¿Vamos a seguir enfadados?
¿Qué os parece?
Ah, no: por siempre unidos, sin sospechas ni peleas,
con gran placer, mi bien, seremos sobrina y tío,
y todos se lo creerán.
Pero este Bey, señora,
mucho me inquieta.
No hay que pensar en eso de momento, lo que sea será.
Escúchame, italiano.
Un navío veneciano recién rescatado debe partir de aquí enseguida.
¿Te gustaría volver a Italia?
¿A mi patria? ¡Oh, cuánta gracia, señor!
Más no pido.
Llévate contigo a Elvira y te lo concedo.
¿Qué he de decir?
Ve entretanto a buscar al capitán del navío.
Y dile en mi nombre que no parta de aquí sin vosotros.
Con tal de librarme de un lugar tan odiado, debo todo aceptar.
Voy y vuelvo.
¿Debo entonces dejaros?
En Italia estarás bien.
¡Viva, viva el Bey!
¿Qué me traes, Haly?
Felices nuevas. Una de las italianas más bellas e ingeniosas...
- ¿Y bien? - Empujada hasta aquí por una borrasca...
¡Date prisa!
Acaba de caer en nuestras manos con otros esclavos.
Ahora me tengo por más que el gran Sultán.
Elvira, ahora puedes apresurarte y partir con el italiano.
Zulma, irás también con ellos.
Con esta señorita quiero pasarlo bien.
Y hoy quiero enseñar a todos los hombres
a pisotear el orgullo de estas beldades.
De un ardor insólito ya siento agitarse e inflamarse mi pecho.
Una dulce dicha desconocida me extasía y me hace brillar.
Partid ya, no me aburráis más.
Tú ve con ella. ¡Qué remilgos! Obedeced.
Vos guiad a la hermosa a mi seno, aprestaos a honrar a la beldad.
A mi fuego, al éxtasis, al deseo no resiste mi corazón ardiente.
¡Qué dulce será para esta alma este querido y nuevo triunfo!
Os digo la verdad, no sé cómo puede quererse a un hombre con esta facha.
¡Yo seré necia y loca, pero aún lo amo!
Señora, el barco ya está listo para zarpar, sólo nos espera a nosotras.
¿Suspiráis?
Que al menos pueda volver a ver a Mustafá una última vez.
Sólo esto anhelo.
Antes de partir debemos despedirnos de él.
Pero, si os echa, ¿por qué seguís amándolo?
Hacedlo a mi manera : démonos prisa para irnos alegremente.
Vos sois al fin y al cabo joven, rica y hermosa.
Y en mi país encontraréis cuantos maridos y amantes
pueda desear una mujer.
Viva, viva el flagelo de las mujeres, que de tigres las muda en corderos.
Quien no sepa someter a estas beldades,
que venga a la escuela del gran Mustafá.
Está aquí fuera la bella italiana.
¡Que venga!
¡Oh! Qué insólita belleza.
¡Oh! ¡Qué rostro!
¡Qué figura!
¡Qué miradas!
He comprendido todo.
Ahora estoy segura del golpe.
Está por ver lo que sé hacer.
¡Oh! ¡Qué pieza de Sultán! ¡Hermoso talle!
¡Rostro insólito!
¡Ah! Me encanta, me enamora.
Pero conviene disimular.
Maltratada por el destino,
condenada a cadenas,
ah, sólo vos, amado mío,
me podéis consolar.
El corazón me brinca en el pecho. ¡Qué dulzura cuando habla!
El pichón ya está en la jaula.
Ya estoy caliente y cocido.
¡Ya no puede escapárseme!
Ya no puedo contenerme.
¡Oh! ¡Qué rostro!
¡Oh! ¡Qué pieza!
¡Qué figura!
¡Oh! ¡Qué pieza! Pero hace falta disimular.
Quiero estar con mi sobrina, soy el señor tío.
¿Me entiendes?
Sí, soy yo. Lárgate: no me fastidies.
Señor...
Monsieur...
Excelencia...
¡Ay!
¡Qué confianza!
El turco empieza a convertirse en un chichisbeo.
Ah, ¿quién sabe, Taddeo, qué te tocará hacer ahora?
Señor, ese desvergonzado...
Que sea empalado de inmediato.
Sobrina... ay... Isabella...
¿Oyes qué bagatela?
- Él es mi tío. - ¡Caramba!
Haly, déjalo estar.
Querido, ahora comprendo que vos sabéis amar.
No sé qué decir, querida, hacéis que me olvide de mí mismo.
¿Y además un palo? ¡Taddeo, qué asunto tan feo!
- ¡Querido! - ¡Querida! Hacéis que me olvide de mí mismo.
Éste, de tanto miedo, ya no se atreve a hablar.
Antes de separarme de vos, Señor,
venimos a expresaros
que nuestro corazón siempre os recordará.
¡Oh, cielos!
¡Qué veo!
¿Sueño?
¿Deliro?
¡Esta es Isabella!
¡Este es Lindoro!
Me hielo.
Tiemblo.
¿Qué va a pasar?
Amor, ayúdame, por caridad.
Confusos y estúpidos, están vacilantes.
¡Oh, Dios, qué temblores!
¡Oh, Dios, qué cataclismo! No sé responder.
¡Oh, Dios, qué congoja!
No sé comprender tal novedad.
Amor, ayúdame, por caridad.
No sé comprender tal novedad.
¡Qué fea cara pone Mustafá!
Decid : ¿quién es esa mujer?
- Fue hasta ahora mi esposa. - ¿Y ahora?
Nuestro vínculo, querida, por ti se rompe.
Este, que fue mi esclavo, debe casarse con ella.
¿Y echando a la esposa esperáis de mí amor?
Yo os haré cambiar estas costumbres bárbaras.
Quédese con vos la esposa.
Pero esa no es la cuestión.
Y éste que se quede como mi esclavo.
Pero éste no puede quedarse.
Idos, pues al diablo, vos no sabéis amar.
¡Ah, no! Escúchame... cálmate...
¡Ah! Ésta me hace enloquecer.
¡Ah! Ésta lo ha convertido de león en asno.
Mi cerebro está hecho un lío,
aturdido entre tantos embrollos.
Como un barco entre olas y peñascos, estoy a punto de naufragar.
Tengo una campanilla en la cabeza que sonando hace din din.
Tengo un gran martillo en la cabeza, me golpea y hace tac tac.
Tengo una campanilla en la cabeza que sonando hace din din.
Como estallido de cañón mi cabeza hace bum bum.
Soy como una corneja que desplumada hace crá crá.
Mi cerebro está hecho un lío, aturdido entre tantos embrollos.
Como un barco entre olas y peñascos, estoy a punto de naufragar.
Un estúpido, un majadero se ha vuelto Mustafá.
Esta vez el Amor lo ha pillado.
Se la ha jugado como es debido.
La italiana es franca y astuta.
Se las sabe mejor que ninguna.
Esas maneras suyas tan desenvueltas engañan a los memos y él no lo sabe.
Amigas, id a decirle a la italiana
que estaré allí dentro de media hora para tomar con ella el café.
Si me recibe con cuatro ojos, buena señal : la cosa está hecha.
Ahora... ahora veréis cómo la trato.
Os serviremos.
Haré para complaceros todo aquello que pueda.
Pero no creáis que la cosa es así de fácil. Ella finge...
Es mucho más astuta de lo que os imagináis.
¿Y yo soy un tontaina? Qué bobas sois.
Haly, ven conmigo, y vosotras llevad el recado.
¡Ah! Si sale lo que he pensado, queremos verla hermosa.
Muy hermosa.
¡Qué desdicha la mía!
El honor y la patria y a mí misma olvido.
En estas tierras encuentro a Lindoro, ¡y veo que me es infiel!
Por fin vuelvo a verte... ¡Ah, no, detente, adorada Isabella!
¿En qué he pecado, que me rehuyes así?
¿Y aún lo preguntas? ¿Tú que te casarás con Elvira...?
¡Yo! He aceptado llevarla conmigo, no casarme con ella.
Y sólo me indujo el deseo de abrazarte.
- ¿Puedo creerlo? - Que me fulmine un rayo
si jamás pensé traicionar nuestra fidelidad.
¿Tienes corazón?
¿Te agrada mi amor, el honor te importa?
- ¿Qué debo hacer? - Debemos huir juntos.
En ese mismo navío... Hace falta tramar algún enredo.
Sabes que no hay mujer más ingeniosa ni más astuta que yo.
Querida Isabella, ah, me devuelves la vida.
Te espero en el bosquecillo.
Escondidos, planearemos juntos nuestros pasos.
De momento, vamos a separarnos.
Iré, esperanza mía.
Concede, amor misericordioso,
la calma a mis suspiros.
Consuela ahora esta alma
que es digna de compasión.
Voz que dulcemente me hablas al corazón,
eres la voz amable del amor,
que hará que terminen tantas zozobras.
La estrecharé contra mi pecho, junto a su pecho me estrechará.
¡Ah! No sé comprender tanta felicidad.
¡Ah! Si la italiana me recibiera a solas...
Mi obsesión con esta señorita es tal
que parezco un enamorado.
¡Señor Mustafá!
No lo dudéis. Él viene, por orden mía, a honrarte.
Quiero demostrarte cuánto quiero a tu sobrina.
Por eso te he nombrado mi gran...
Kaimakán.
Gracias, muy amable.
Viva el gran Kaimakán, protector del musulmán.
Con la fuerza de los leones, con la astucia de las serpientes,
que el cielo generoso te dé rostro franco y buenos dientes.
Protector del musulmán, viva el gran Kaimakán.
¡Kaimakán! No entiendo nada.
Quiere decir lugarteniente.
¿Y por los méritos de nuestra sobrina
vuestra señoría me ha destinado a este puesto?
Exacto, amigo mío.
Gracias, muy amable.
Tengo un gran peso sobre mi cabeza,
en estas ropas me hago un lío.
Si os ha parecido la excusa honesta,
no quiero ser Kaimakán,
y doy las gracias a mi señor
por el honor que me hace.
¡Resopla! ¡Ay de mí!
¡Qué miradas!
¡Compadecedme!
¡Escuchadme!
Me hace estar muerto de miedo.
Aquí hace falta echar cuentas.
Si me niego, el palo está preparado.
¿Y si acepto?
Mi deber es seguirle la corriente.
¡Ah! ¡Taddeo, menudo lío!
Pero, ¿y ese palo? Taddeo, ¿qué debo hacer?
Señor, sigo siendo Kaimakán, no os quiero disgustar.
Viva el gran Kaimakán, protector del musulmán.
¡Cuántas reverencias! ¡Cuántos honores!
¡Mil gracias, señores! No os vayáis a molestar.
Para hacer todo lo que puedo, señor mío, con el peso de mi cargo,
ahora voy a presentarme a mi digna sobrina.
¡Ah! ¡Taddeo! Cuánto mejor hubiera sido
que te hundieras en el fondo del mar.
¿Así que enseguida el señor Mustafá me honrará tomando café?
Qué amable es el señor Mustafá.
¡Eh, esclavo!
¿Quién anda ahí?
¿Qué quiere, señora?
Borrico, ¿es que tengo que llamarte dos veces? Café.
¿Para cuántos?
Al menos para tres.
Si he entendido bien, el Bey quiere tomarlo a solas con vos.
¿A solas? ¿Y su mujer trae tales recados?
- Señora... - Vamos, vamos.
Me avergüenzo por vos.
Pero, ¿qué debo hacer?
Yo os enseñaré.
Quien se hace la corderita acaba en la boca del lobo.
Entre nosotras, son las mujeres las que adiestran a los maridos.
Vamos: haced las cosas a mi manera. Retiraos de mis aposentos.
¿Y después?
Veréis cómo le hago enderezar la cabeza a Mustafá.
- ¡Vaya valor que tiene! - ¡Menuda mujer!
Vosotras, quedaos, que llegará enseguida.
Acabemos de vestirnos. Que él vea...
¡Ah! Ya viene.
Ahora debo valerme de todas las artes.
Para aquél que adoro, que es mi tesoro,
vuélveme más hermosa, madre del amor.
Sabes cuánto lo amo, deseo gustarle.
Prestadme, gracias, encantos y esplendor.
Mira, mira, espera, espera : aún no sabes quién soy.
¡Querida!
¡Qué taimada!
¡Qué ingrata!
Aún no vi a una mujer como ella.
Este velo está demasiado bajo.
Girad un poco estas plumas.
No, así... Me ponéis nerviosa.
Sabré hacerlo mejor sola.
Me da miedo no parecerle
tan bella como desearía.
Para aquél que adoro, que es mi tesoro,
vuélveme más hermosa, madre del amor.
Querido Turco, ya estás aquí, un golpecito, y tienes que caer.
¡Oh, menuda mujer es ésta!
Haría delirar a todos.
Ya no lo resisto más: esta Isabella es un encanto.
Ya no puedo estar más sin ella.
Vamos, traédmela.
Escucha, Kaimakán.
Cuando yo estornude...
te levantas al momento, y me dejas con ella.
¡Ah! ¡Taddeo de los Taddeos,
en qué pruebas, en qué situación te has visto envuelto!
Pero, ¿qué hace la hermosa?
Aquí está.
Te presento de mi propia mano al señor Taddeo...
Kaimakán.
Aprende con ello cuánto te estima Mustafá.
¿Kaimakán? Acércate a mí.
Tu cara es clavada para esto.
Agradezco, oh señor mío, este trato de bondad.
Por tus méritos, sobrina,
he ascendido a tanto honor.
¿Has comprendido?
Piensa cómo está ahora este corazón.
Observad qué vestido,
habla claro a quien lo entiende.
Ahora espera a gustaros,
y lo dice a quien no lo sabe.
Ah, querido mío.
- Viva. - Ya estamos.
Revienta.
Me hago el sordo.
¡Maldito estúpido! No se entera y sigue aquí.
Que estornude hasta que explote, yo no me muevo de aquí.
¡De estos dos memos juntos, oh, cómo vamos a reírnos!
Uno espera y el otro brama. ¡Oh, cómo vamos a reírnos!
¡Eh!
Café.
Estás servida.
Señora mía, haced el favor.
Es el marido el que os invita.
No os hagáis de rogar.
¿Y ésta qué viene a hacer?
Hay que ser gentil con la esposa.
Bebo veneno, escupo bilis.
Ahora está claro que no estornuda.
La escena es ridícula.
Ya no puedo disimilar más.
- Vamos, miradla. - ¡Granuja!
- ¡Es tan cariñosa! - ¡Y se burla de mí!
- Una miradita. - Dejadme.
- ¿Qué manda ahora? - Amabilidad.
- Querido esposo. - Buen amo.
No estornuda.
La debéis consolar.
Idos al diablo.
No soy un mamarracho.
Idos al diablo, no soy un mamarracho.
He comprendido, señora mía, tomo buena nota.
Tú también me tomas a chanza.
Te lo haré pagar.
Tengo fuego en las venas, ya no me sé frenar.
Siento una agitación, un fuego, una rabia,
agitado, confuso, tembloroso,
mi corazón, la cabeza, la mente delira, se pierde.
En una lucha y peligro tan terribles, ¿quién me dará consuelo y consejo?
Con todos sus humos esta vez el Bey pierde la cabeza.
Me gusta. Tanta locura tenía por una italiana...
Se necesitan otras cosas con las mujeres criadas en ese país.
Pero está bien que aprenda en sus propias carnes.
Las mujeres de Italia son desenvueltas y astutas.
Y saben mejor que las demás el arte de hacerse amar.
En la galantería han refinado el ingenio.
Y suele quedarse enjaulado quien las quiere enjaular.
¿Y tú esperas arrancar a Isabella de la mano del Bey?
Este es el plan que ella os ruega y desea que lo hayáis de secundar.
¿Acaso no lo haría? ¡Caramba! Ya sabrás quién soy yo.
¿No sois el señor tío?
- ¿Tú qué crees? - ¿Cómo?
¿Sabes lo que más importa e ignoras lo que menos?
¿No te ha confiado nunca la señora que tenga algún amante?
Sé que adora a un amante: es sólo por él que ella...
- Muy bien. Ese soy yo. - Eso me consuela.
Vamos a ver: ¿con quién se cree que está tratando tu sobrina?
¿Acaso me ha tomado por uno de sus mamarrachos?
Pero, disculpad.
- Ella está dispuesta a todo. - ¿Y os lamentáis?
¿Lo dices en serio?
Escuchad : confidencialmente ella me manda a deciros
que se muere de amor.
- ¿De amor? - ¡Y mucho!
Me ha dicho, en fin, que para haceros cada vez más digno de ella,
ella ha ideado un plan, con gran solemnidad entre cantos y música,
y entre el temblor de amorosas antorchas,
quiere nombraros su Pappataci.
¡Pappataci! ¿Qué oigo?
Se lo agradezco. Estoy contento.
Pero, por favor: ¿“Pappataci”?
¿Qué quiere decir eso?
A quienes no saben lo que es enfadarse con el sexo débil,
en Italia les conceden este título singular.
Vos me disteis un noble cargo, ahora sois correspondido.
Kaimakán y Pappataci,
aquí estamos: ¿qué os parece?
Las italianas son corteses, han nacido para hacerse amar.
Si alguna vez vuelvo a mi país, también ésta habré de contar.
Pappataci...
Es un buen cargo.
Y muy fácil de aprender.
Pero explicadme, os lo ruego:
El Pappataci, ¿qué tiene que hacer?
Entre amores y bellezas, entre juegos y caricias,
debe dormir, comer y beber, debe dormir, y luego comer.
El Pappataci debe comer, el Pappataci debe dormir.
El Pappataci debe dormir, el Pappataci debe comer.
¡Hermosa vida! ¡Qué placer! Más no podría anhelar.
El Pappataci debe comer, el Pappataci debe dormir.
¿Espera Isabella obtener del Bey a todos nuestros italianos?
Y los obtendrá sin duda.
¡Ah! ¡Sería estupendo! Pero, ¿cómo se las arreglará?
Haciendo la ceremonia.
Algunos de ellos se vestirán de Pappataci,
y otros en su momento acudirán al navío.
No cabe un juego mejor.
Aquí está... ¡Caramba! Aún sigue con sus esclavos.
Estaba seguro.
¡Qué valiente que es!
Con dos palabras hace que los tontos hagan lo que ella quiere.
Tenemos preparadas las armas y las manos para huir con vosotros de aquí.
En la contienda se verá cuánto valen los italianos.
Amigos, en toda ocasión confío en vosotros.
Pero dentro de poco espero, sin riesgos ni peleas,
llevar por fin a cabo la meditada empresa.
¿De qué te ríes, Taddeo?
Aún puede darse el caso de que yo me ría de ti.
¿Palideces, esclavo gentil?
¡Ah! Si compasión despiertan en ti el peligro que corro y mi tierno amor,
si hablan a tu corazón patria, deber y honor,
aprende de los demás a mostrarte como un italiano.
Y en medio de las vicisitudes del voluble destino
que una mujer te enseñe a ser fuerte.
Piensa en la patria,
y cumple, intrépido, con tu deber.
Mira por toda Italia
renacer los ejemplos de audacia y de valor.
¡Memo! ¿Te ríes?
Vete, me desagradas.
¡Querido!
Querido, que amor, deber y honor hablen a tu corazón.
Amigos, en toda ocasión...
Vamos. Fíate de nosotros.
Ya se acerca el momento...
Llévanos donde te parezca.
Si luego sale mal el juego...
La audacia triunfará.
¡Qué placer!
Dentro de poco volveremos a ver las tierras patrias.
Ante el peligro de mi amado, el amor me vuelve valerosa.
En la contienda se verá cuánto valen los italianos.
¡Qué buen corazón tiene!
¿Quién habría dicho que sintiera un afecto tan tierno por su Taddeo?
Tramar un plan, engañar a un Bey, arriesgar todo por ser mía.
- Kaimakán. - ¿Señor?
¿Dónde está tu sobrina?
Está preparando todo lo necesario para hacer la ceremonia.
Aquí está su esclavo,
que vuelve y trae consigo al coro de los Pappataci.
¿Tanta prisa tiene entonces la hermosa por honrarme?
Es el amor que la incita.
Oh, bendita sea.
Ya se acerca el coro de los Pappataci :
Ya es momento de empezar la ceremonia con gran decoro.
Suenan las trompas, a las que preferimos en nuestros ritos a los timbales,
y hacen que el aire resuene a los cuatro vientos.
Las mejillas hinchadas, las panzas llenas, nos hacen ver que viven bien.
Voy a reventar de risa.
Queridísimos hermanos, entre vosotros soy feliz.
Si merezco entrar en vuestro rango será una gracia particular.
Quien tiene dos dedos de frente
busca la comodidad.
Quítate el turbante, ponte la peluca,
quítate estas ropas, que hacen sudar.
Esta es una gracia particular.
Voy a reventar de risa.
¿No eres tú quien desea tener el rango selecto de Pappataci?
Este rango te convertirá en el predilecto de las beldades.
Pero es necesario que jures cumplir todas tus obligaciones.
Haré con gran placer todo aquello que se me pida.
Bravo, bien : así se hace.
Estad todos atentos y callados en tan gran solemnidad.
Tú : lee.
Y tú repite todo lo que te dirá.
Ver y no ver,
oír y no oír,
comer y gozar,
dejar hacer y dejar hablar,
yo aquí juro y luego conjuro:
Pappataci Mustafá.
Pappataci Mustafá.
Bravo, bien : así se hace.
Juro además en esta ocasión
llevar la antorcha y el farol.
Y si fallo al juramento
que no me quede un pelo en el mentón.
Yo aquí juro y luego conjuro:
Pappataci Mustafá.
Pappataci Mustafá.
Bravo, bien : así se hace.
Esta es la mesa.
Siéntense en ella Kaimakán y Pappataci.
Deja, pues, hacer a los otros.
Tú aquí come, bebe y calla.
Éste es el primer y máximo rito de nuestra sociedad.
Esto es una buena cosa.
Pruébese ahora al candidato.
Querido.
Querida.
¿Qué pasa?
¡Tú no haces lo que has jurado!
Ahora te enseño. Fíjate en mí.
- Ven, querido. - Pappataci.
- Yo te adoro. - Come y calla.
Basta, basta.
Ahora comprendo.
Sabré hacerlo mejor que tú.
¡Qué bobo, qué majadero!
Así un verdadero Pappataci...
A fe mía que me divierto.
...serás de la cabeza a los pies.
En su punto.
Los vientos son propicios, apacibles las olas.
Vamos, rápido, zarpemos: no podemos demorarnos.
- Vemos, mi tesoro. - Estoy contigo, Lindoro.
Ahora nos invitan la patria y el amor.
¡Lindoro! ¿Qué oigo? Esto es una traición.
Hemos sido engañados, burlados, señor.
Yo soy Pappataci.
- Pero ésos... - Come y calla.
- Pero vos... - Deja hacer.
- Pero yo... - Deja hablar.
¡Ay de mí! ¿Qué voy a hacer?
¿Quedarme, o partir?
Si me quedo, está el palo; si me voy, la carabina.
Lindoro, Isabella : aquí estoy por las buenas.
A todo me adapto, no sé qué más decir.
Date prisa si quieres venir con nosotros.
- Mi señor. - Mi marido.
- ¿Qué hacéis? - El Pappataci.
- ¿No veis? - Come y calla.
Pappataci : come y calla.
Ver y no ver, oír y no oír,
yo aquí juro y luego conjuro:
Pappataci Mustafá.
- Está loco. - Lo hemos conseguido.
La italiana se va.
¿Cómo, cómo? ¡Ah, traidores!
¡Rápido, turcos, eunucos, moros!
Están todos borrachos.
¿Esta afrenta a Mustafá?
Quien tenga el valor de adelantarse degollado al fin caerá.
Esposa mía ; basta de italianas. Vuelvo contigo. Ah, perdóname.
Amorosa, dócil, buena, siempre será vuestra mujer.
- Vamos. - ¡Buen viaje!
- ¡Tripulación! - ¡Que les vaya bien!
Podéis contentos dejar estas tierras.
Ya no hay temor ni peligro para vosotros.
La hermosa italiana que llegó a Argel
enseña a los amantes celosos y altivos,
que la mujer, si quiere, se la juega a todos.