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Hacia poniente vaga la mirada.
Hacia levante avanza el barco.
Fresco sopla el viento hacia la patria.
Mi niña irlandesa, ¿dónde te quedas?
¿Son los soplos de tus suspiros,
los que inflan mis velas?
¡Sopla, sopla, viento!
¡Suspira, ay, suspira, mi niña!
¡Muchacha irlandesa, indómita y encantadora!
¿Quién osa burlarse de mí?
¿Brangäne, tú?
Di, ¿dónde estamos?
Rayas azules se elevaron al este.
Apacible y rápido navega el barco.
Con mar en calma, antes de atardecer tomaremos tierra a buen seguro.
¿Qué tierra?
La verde costa de Cornualles.
¡Nunca jamás! ¡Ni hoy, ni mañana!
¿Qué oigo? ¡Señora! ¡Ah!
¡Linaje degenerado! ¡Indigno de los ancestros!
¿Adónde, madre, entregaste el poder de estar al mando de mares y tormentas?
¡Oh, manso arte de la hechicera, que sólo destila ya pócimas balsámicas!
¡Vuelve a despertar en mí, poder audaz!
¡Sal del pecho donde te resguardaste!
¡Oíd mi voluntad, vientos vacilantes!
¡Acudid a la lucha y al rugido de la tempestad!
¡Al furioso temporal del remolino embravecido!
¡Arrancad del sueño a este mar soñador!
¡Despertad, desde el fondo, su rencorosa codicia!
¡Mostradle el botín que le ofrezco!
¡Que aplaste a este barco arrogante
y devore sus restos destrozados!
¡Y lo que en él vive, el aliento suspirante,
os lo dejo, vientos, como recompensa!
¡Oh, dolor! ¡Ay! ¡Ay, desgracia que yo presentía!
¡Isolde! ¡Señora! ¡Querido corazón!
¿Qué me ocultabas tanto tiempo?
Ni una lágrima vertiste por tu padre y tu madre.
Apenas un saludo ofreciste a los que se quedaron.
Partiste de la patria fría y muda,
pálida y silenciosa durante el viaje;
sin alimento, sin sueño;
inmóvil y miserable, horriblemente afligida:
¿cómo soporté, viéndote así,
no ser ya nada para ti,
estar ante ti como una extraña?
¡Oh, cuéntame ahora lo que te preocupa!
¡Di, hazme saber lo que te atormenta!
¡Señora Isolde,
amada e intimísima!
Si ha de creerse digna de ti,
¡confía ahora en Brangäne!
¡Aire! ¡Aire! ¡El corazón me ahoga!
¡Abre! ¡Abre de par en par!
Fresco sopla el viento hacia la patria.
Mi niña irlandesa, ¿dónde te quedas?
¿Son los soplos de tus suspiros,
los que inflan mis velas?
¡Sopla, sopla, viento!
¡Suspira, ay, suspira, mi niña!
¡Para mí elegido,
para mí perdido,
majestuoso e incólume,
audaz y cobardemente!
¡Cabeza consagrada a la muerte!
¡Corazón consagrado a la muerte!
¿Qué piensas del vasallo?
¿A quién te refieres?
A ese héroe de allí,
que a mi mirada oculta la suya,
que con vergüenza y timidez mira hacia abajo.
Dime, ¿qué piensas de él?
¿Preguntas por Tristan, querida señora?
¿El asombro de todos los reinos, el hombre encumbrado de loas?
¿El héroe sin par, refugio y encarnación de la gloria?
¡El que, vacilante antes del golpe, se refugia donde puede,
porque una novia, como un cadáver, ganó para su señor!
¿Te parece oscuro mi relato?
Pregúntale a él mismo, al hombre libre, si osa acercárseme.
El saludo debido y la atención virtuosa olvidó para la señora el tímido héroe,
sólo para que su mirada no alcance al héroe sin par.
¡Oh, él bien sabe el porqué!
Ve al orgulloso, transmítele las palabras de la señora.
Presto a mi servicio, raudo debe acercárseme.
¿Debo rogarle que te salude?
¡Que le sea ordenado al vasallo
que tema a su señora, yo, Isolde!
¡Atento, Tristan!
Mensaje de Isolde.
¿Qué? ¿Isolde?
¿De mi señora?
¿Obediente a ella, algo para oír
me trae, cortésmente, la fiel doncella?
Mi señor Tristan,
veros desea Isolde, mi señora.
Si le pesa el largo viaje,
ya se acerca a su fin.
Antes de ponerse el sol tomaremos tierra.
Lo que me ordene mi señora, fielmente se cumplirá.
Que el señor Tristan vaya donde ella.
Ésa es la voluntad de la señora.
Allí donde los verdes campos aún se tiñen de azul a la mirada,
aguarda mi rey a mi señora.
Para guiarla hasta él, pronto me acercaré a su luz.
A nadie le concedería este favor.
Mi señor Tristan, escucha bien:
tus servicios desea la señora,
que te acerques adonde ella, allí donde te aguarda.
En cualquier lugar en que yo esté,
le sirvo lealmente a ella,
la más alta gloria de las mujeres.
Si dejara el timón en este momento,
¿cómo llevaría seguro el barco a la tierra del Rey Marke?
¡Tristan, mi señor! ¿Por qué te mofas de mí?
Si no te parece clara esta necia doncella,
¡escucha las palabras de mi señora!
Así me pidió ella que dijera:
"Que le sea ordenado al vasallo"
"que tema a su señora, yo, Isolde."
¿Puedo yo responder?
¿Qué contestarías?
¡Que le diga esto a la señora Isolde!
Quien deja la corona de Cornualles y la herencia de Inglaterra a la irlandesa,
no puede estar al servicio de la dama que él mismo regala a su tío.
¡Un señor del mundo!
¡Tristan, el héroe!
Yo lo proclamo: ¡tú dilo y que se enojen conmigo mil señoras Isoldes!
"El señor Morold llegó aquí por mar, para rendir tributo en Cornualles."
"¡Una isla flota en el desierto mar, allí yace él ahora enterrado!"
"Pero su cabeza cuelga en Irlanda, como tributo pagado por Inglaterra."
"¡Hei! ¡Cómo sabe nuestro héroe Tristan pagar el tributo!"
"Pero su cabeza cuelga en Irlanda, como tributo pagado por Inglaterra."
"¡Hei! ¡Cómo sabe nuestro héroe Tristan pagar el tributo!"
¡Dolor, ay, dolor! ¡Tener que soportar esto!
¿Qué hay de Tristan?
Quiero oírlo cabalmente.
¡Ay, no me preguntes!
¡Dilo libremente, sin temor!
Con palabras corteses se mostró evasivo.
¿ Y cuando lo apremiaste claramente?
Le pedí que acudiera a ti:
"Donde yo esté", así me dijo,
"le sirvo lealmente a ella,"
"la más alta gloria de las mujeres."
Si dejara el timón en este momento,
¿cómo llevaría seguro el barco a la tierra del Rey Marke?
"¿Cómo llevaría seguro el barco a la tierra del Rey Marke?"
¡Para pagarle el tributo que él se llevó de Irlanda!
A tus propias palabras, cuando se las transmití,
dejó que su fiel Kurwenal...
Bien lo he oído.
No se me escapó una palabra.
Si sabías de mi ignominia,
oye ahora
lo que me la provocó.
Igual que, riéndose, me cantan canciones,
bien podría yo replicar:
Hablando de una barca, pequeña y humilde, que llegó a la costa de Irlanda,
dentro, enfermo, un hombre maltrecho, yacía mísero y moribundo.
Él conocía el arte de Isolde.
Con ungüentos y bálsamos,
de la herida que lo atormentaba, se ocupó ella fielmente.
Al que "Tantris" se hacía llamar, con planeada astucia,
como Tristan pronto Isolde lo reconoció.
Porque en la espada del herido percibió ella una muesca,
en la que encajaba una esquirla que, un día, en la cabeza del irlandés,
que le fue enviada para escarnio, ella encontró con mano experta.
¡Entonces se elevó mi grito desde lo más hondo!
Con la espada reluciente estuve ante él
para, con el soberbio, vengar la muerte del señor Morold.
Desde su lecho
miró hacia aquí,
no a la espada,
no a la mano.
Me miró a los ojos.
¡Su miseria me dolió!
La espada...
¡la dejé caer!
¡La herida que causó Morold,
la curé para que sanado
pudiera volver a casa
y no me importunara más con su mirada!
¡Oh, maravilla! ¿Dónde tenía yo los ojos?
¿El huésped que un día ayudé a cuidar?
Has oído su alabanza:
"¡Hei! Nuestro héroe Tristan",
él era ese hombre miserable.
¡Con mil juramentos me aseguró
gratitud y fidelidad eternas!
¡Oye ahora cómo un héroe cumple sus juramentos!
Al que como Tantris liberé sin reconocerlo,
como Tristan regresó indómito.
En orgullosa nave, de alta borda,
a la heredera de Irlanda quiso de esposa para el cansado rey de Cornualles,
para Marke, su tío.
Cuando vivía Morold, ¿quién habría osado infligirnos tal ignominia?
¡Un tributario, príncipe de Cornualles, pretender la corona de Irlanda!
¡Ay, pobre de mí!
¡Sí, yo fui quien, secretamente, se infligió la ignominia!
La espada vengadora, en vez de blandirla,
impotente
¡la dejé caer!
¡Ahora sirvo yo al vasallo!
Cuando paz, perdón y amistad fueron juradas por todos,
todos nos alegramos de ese día.
¿Cómo iba a sospechar que esto te entristecería?
¡Oh, ojos ciegos! ¡Corazones estúpidos!
¡Ánimo manso, silencio temeroso!
¡Cuán diferente se jactó Tristan de lo que yo mantuve oculto!
La que, callando, le dio la vida,
la que, callando, lo ocultó de la venganza enemiga,
la que, muda, le dio protección para salvarlo,
¡a ella traicionó!
Exultante por la victoria, sano y noble,
con voz alta y clara dijo de mí:
"Sería un tesoro, mi señor y tío."
"¿Qué os parecería por esposa?"
"A la hermosa irlandesa traeré aquí."
"Conozco bien las sendas y caminos;"
"una señal, y volaré hasta Irlanda."
"¡Isolde es vuestra!"
"¡La aventura me sonríe!"
¡Maldición a ti, infame!
¡Maldición a tu cabeza!
¡Venganza! ¡Muerte!
¡Muerte para nosotros dos!
¡Oh, dulce! ¡Íntima!
¡Querida! ¡Hermosa!
¡Áurea señora!
¡Amada Isolde!
¡Escúchame! ¡Ven!
¡Siéntate aquí!
¡Qué delirio, qué vana furia!
¿Cómo quieres trastornarte y no ver ni oír con claridad?
Aquello que el señor Tristan te debía,
dime, ¿cabe pago más alto que la más espléndida de las coronas?
Así servía con lealtad a su noble tío.
A ti te daba la más codiciada recompensa del mundo.
¡A la propia herencia, recto y noble, renunció para ponerla a tus pies,
para saludarte como reina!
Y si te ha elegido a Marke por esposo,
¿cómo ibas a reprochar su elección?
¿No iba a tenerse por digno de ti?
De noble raza y corazón clemente,
¿quién es semejante a este hombre en poder y esplendor?
A quien un héroe nobilísimo sirve tan lealmente,
¿quién no querría compartir su dicha
y vivir con él como esposa?
¡No amada,
al hombre más noble
ver siempre cerca de mí!
¿Cómo podría sobrellevar este tormento?
¿Qué piensas, malvada?
¿No amada?
¿Dónde vive el hombre que no te amara?
¿El que viera a Isolde y en Isolde, dichoso, no se consumiera totalmente?
Pero si el elegido
por ti fuera tan frío
o un encanto, lo apartara de ti,
al malvado sabría yo atarlo enseguida.
Lo cautivaría el poder del amor.
¿No conoces las artes de tu madre?
¿Crees que ella, que todo sopesa sabiamente,
sin consejo, a un país extraño
me habría enviado contigo?
El consejo de mi madre me fue justamente recordado.
Alabo y saludo su arte.
¡Venganza para la traición!
¡Paz en la necesidad para el corazón!
¡Tráeme aquí aquel cofre!
Guarda lo que te salvará.
Así dispuso tu madre las poderosas pociones mágicas.
Para dolores y heridas, el bálsamo de aquí.
Para venenos malignos, antídotos.
El filtro más noble,
aquí lo tengo.
Te equivocas, yo lo conozco mejor.
Una clara señal marqué en él.
¡Éste es el filtro que me hará bien!
¡El filtro de la muerte!
¡Ho! ¡He! ¡Ha! ¡He! ¡En el mástil de popa, izad la vela!
Eso significa a toda vela.
¡Pobre de mí! ¡Cerca de tierra!
¡Arriba! ¡Arriba! ¡Mujeres!
¡Briosas y alegres! ¡Preparaos prestas! ¡Dispuestas ya, rápidas y veloces!
Y a la señora Isolde he de decirle de parte del héroe Tristan, mi señor:
Del mástil ondea dichosa hacia tierra
la bandera de la alegría.
En el castillo del Rey Marke,
se da a conocer su llegada.
Ruega a la señora Isolde
que se apresure para ir a tierra,
para que pueda acompañarla.
Lleva al señor Tristan mi saludo
y transmítele lo que digo:
Si he de ir a su lado
ante el Rey Marke,
la costumbre y los códigos lo impiden,
si antes no recibo expiación
por culpa no expiada.
Que busque él, por ello, mi favor.
¡Recuérdalo bien y transmítelo tal cual!
No quiero prepararme para acompañarlo a tierra;
no iré a su lado
ante el rey Marke,
si antes no solicita olvido y perdón, según la costumbre y los códigos,
por culpa no expiada.
¡Entonces le concedería mi gracia!
Estad segura, se lo diré.
¡Aguardad a que me oiga!
¡Adiós, pues, Brangäne!
¡Saluda por mí al mundo!
¡Saluda a mi padre y a mi madre!
¿Qué sucede? ¿Qué planeas?
¿Quieres huir? ¿Adónde he de seguirte?
¿No has oído?
Me quedo aquí.
Esperaré a Tristan.
Cumple fielmente lo que ordeno.
El filtro de la expiación rauda prepara.
¿ Ya sabes, el que te enseñé?
¿ Y qué filtro?
¡Este filtro!
Échalo en la copa dorada.
Que se llene por completo.
- ¿Confío en mis sentidos? - ¡Séme fiel!
El filtro, ¿para quién?
- ¡Quien me traicionó! - ¿Tristan?
¡Lo beberá como expiación!
¡Horror! ¡Pobre de mí, sé indulgente!
¡Sé tú indulgente conmigo, doncella desleal!
¿No conoces las artes de mi madre?
¿Crees que ella, que todo sopesa sabiamente,
sin consejo a un país extraño me habría enviado contigo?
Para dolores y heridas, el bálsamo de aquí.
Para venenos malignos, antídotos.
Para el dolor más profundo,
para el mayor pesar,
me dio el filtro de la muerte.
¡Que la muerte le dé las gracias!
¡Oh, dolor infinito!
¿Me obedecerás ahora?
¡Oh, aflicción suprema!
- ¿Me serás fiel? - ¿El filtro?
¡Señor Tristan!
¡Que se acerque el señor Tristan!
Pedid, señora, lo que deseéis.
¿No sabías lo que deseo,
a pesar de que el miedo a concedérmelo
te mantuvo lejos de mi mirada?
El respeto me mantuvo alejado.
Poca consideración me mostraste.
Con claro desdén, te negaste a obedecer mi orden.
Sólo la obediencia me mantuvo al margen.
¿Poco será el agradecimiento a tu señor,
si su servicio te aconsejaba tan mala costumbre para con la propia esposa?
La costumbre enseña, donde yo he vivido:
en el viaje nupcial, el casamentero ha de evitar a la novia.
¿Por qué motivo?
¡Preguntad a la costumbre!
Como estás tan apegado a las costumbres, mi señor Tristan,
saquemos ahora a colación una costumbre:
ofrecer reparación al enemigo,
si él ha de alabarte como amigo.
¿ Y qué enemigo?
¡Pregunta a tu miedo!
Una deuda de sangre pende entre nosotros.
- Ya fue expiada. - ¡No entre nosotros!
En campo abierto, ante todo el pueblo, se juró una tregua.
No fue allí, donde oculté a Tantris,
donde Tristan cayó a mi merced.
Allí estaba él, espléndido,
noble y vivo.
Pero lo que él juró, yo no lo juré.
Había aprendido a callar.
En aquella tranquila estancia yacía enfermo.
Con la espada muda estuve ante él.
¿Allí calló mi boca?
¿Aparté mi mano?
Pero lo que entonces prometí con la boca y la mano,
juré en silencio mantenerlo.
Ahora quiero cumplir el juramento.
¿Qué jurasteis, mi dama?
¡Venganza para Morold!
¿Eso os aflige?
¿Osas burlarte?
Prometido me estaba,
el noble héroe irlandés.
Yo había consagrado sus armas.
Por mí acudió a luchar.
Cuando él cayó,
cayó mi honor.
El corazón me pesaba e hice el juramento
de que si un hombre no expiaba su muerte,
yo, doncella, me atrevería a hacerlo.
Enfermo y debilitado, en mi poder,
¿por qué no te golpeé allí?
Fácilmente puedes explicártelo.
Cuidé del herido,
para que al sanado lo golpeara el hombre vengador
que hubiera ganado a Isolde para él.
¡Ahora tú mismo puedes decir tu suerte!
Si todos los hombres pactan con él,
¿quién ha de acabar ahora con Tristan?
¡Si tan valioso te era Morold,
vuelve a coger la espada
y guíala segura y firme,
para que no se te caiga!
Qué mal serviría a tu señor.
¿Qué diría el Rey Marke,
si yo matara a su mejor vasallo,
al que obtuvo para él corona y país,
al más fiel de los hombres?
¿Tan poco te parece, lo que él te agradece
al traerle a la irlandesa como esposa,
que él no me renegaría, si yo diera muerte al casamentero,
que tan fielmente le lleva la prenda del armisticio?
¡Guarda tu espada!
Un día la blandí,
cuando la venganza restallaba en mi pecho,
cuando tu mirada inquisidora arrebató mi imagen,
para ver si era una esposa adecuada para el Rey Marke.
La espada, entonces, la dejé caer.
¡Bebamos ahora por la expiación!
¡Ho! ¡He! ¡Ha! ¡He! ¡En el mástil de proa, izad la vela!
¿Dónde estamos?
¡Cerca del destino!
Tristan, ¿obtendré la reparación?
¿Qué tienes que decirme?
La señora del silencio me pide callar.
Si tomo lo que ella ocultó,
oculto lo que ella no toma.
Tomo tu silencio, si eres evasivo conmigo.
¿Me niegas la reparación?
¿Oyes el grito?
Llegamos a destino.
En breve estaremos ante el Rey Marke.
Si me acompañas,
¿no te agradaría
poder hablarle así?:
"Mi señor y tío, mírala."
"Una mujer más delicada nunca obtuviste."
"A su prometido di yo muerte un día."
"Su cabeza se la envié a casa."
"La herida que me produjo su arma,"
"ella la curó dulcemente."
"Mi vida estuvo en su poder."
"Me la regaló la hermosa muchacha"
"y la desgracia y la vergüenza de su país cayeron sobre ella"
"por ser tu prometida."
"Por tan grandes bienes, obtuve amable gratitud"
"por un dulce filtro de expiación."
"Su clemencia me lo ofreció para expiar toda culpa."
¡Subid las amarras! ¡Echad el ancla!
¡Echad el ancla! ¡El timón a la corriente! ¡Velas y mástiles al viento!
Conozco bien a la reina de Irlanda
y la fuerza prodigiosa de sus artes.
Bien me hizo el bálsamo que me ofreció.
Ahora tomo la copa, para hoy sanar del todo.
¡Escucha el juramento de expiación que ahora hago en agradecimiento!
El honor de Tristan, ¡lealtad suprema!
La miseria de Tristan, ¡el más bravo desafío!
¡Engaño del corazón!
¡Sueño de la premonición!
¡Del eterno pesar el único consuelo!
¡Amable filtro del olvido,
te bebo sin estremecerme!
¿También aquí engaño? ¡Mía es la mitad!
¡Traidor!
¡Bebo a tu salud!
¡Tristan!
¡Isolde!
¡Amigo infiel!
¡Mujer bendita!
¡Salve! ¡Rey Marke, salve!
¡Ay! ¡Inevitable necesidad eterna en vez de pronta muerte!
¡La engañosa obra de la fidelidad falaz florece ahora lamentable!
¿Qué es lo que soñé del honor de Tristan?
¿Qué es lo que soñé de la vergüenza de Isolde?
- Tú, ¿perdida para mí? - Tú, ¿me rechazabas?
- ¡Pérfida astucia de una magia engañosa! - ¡Vanas amenazas de estúpida furia!
- ¡Isolde! - ¡Tristan!
- ¡Muchacha dulcísima! - ¡Hombre queridísimo!
¡Cómo se elevan los corazones inflamados! ¡Cómo tiemblan dulcemente los sentidos!
¡Florecer desbordante de amor anhelante!
¡Resplandecer dichoso de amor encendido!
¡Rebosante el pecho de dicha jubilosa!
- ¡Isolde! - ¡Tristan!
¡Fuera del mundo, a ti, tenerte para mí!
- ¡Tristan! - ¡Isolde!
¡Tenerte para mí, conciencia sólo de ti!
¡Suprema dicha del amor!
¡Rápido, el manto, las joyas del rey!
¡Desgraciados! ¡Vamos! ¡Oíd dónde estamos!
¡Salve! ¡Salve, Rey Marke!
¡Salve! ¡Salve al Rey!
¡Salve, Tristan, héroe afortunado!
¡Salve, Rey Marke!
Con su rico séquito allí en la barca, se acerca el señor Marke.
¡Hei, cómo le alegra el viaje, porque se casará con la prometida!
- ¿Quién se acerca? - ¡El rey!
¿Qué rey?
¡Salve! ¡Salve, Rey Marke!
¿Qué sucede, Brangäne? ¿Qué gritos son esos?
¡Isolde! ¡Señora! ¡Hoy, compostura!
¿Dónde estoy? ¿Vivo? ¡Ah! ¿Qué filtro?
¡El filtro del amor!
¡Tristan!
¡Isolde!
¿Debo vivir?
¡Ayudad a la señora!
¡Oh, delicia llena de maldad!
¡Oh, dicha consagrada al engaño!
¡Salve, Cornualles!
¿Los sigues oyendo?
Para mí, el sonido se desvanece a lo lejos.
Aún están cerca.
Suena con claridad.
Un preocupado temor turba tu oído.
Te engaña el sonido susurrante de las hojas
que el viento agita sonriente.
Te engaña el ímpetu del deseo
de oír lo que imaginas.
Yo oigo el sonido de los cuernos.
No hay ningún cuerno que suene tan dulce.
Las olas del manantial avanzan hacia aquí suavemente con su dulce murmullo.
¿Cómo habría de oírlas, si aún rugieran los cuernos?
En el silencio de la noche sólo me sonríe el manantial.
A quien me aguarda en la silenciosa noche,
¿quieres mantenerlo lejos de mí,
como si los cuernos te sonaran cerca?
A quien te aguarda -¡escucha mi ruego!-,
espías lo esperan de noche.
¿Porque estés cegada, imaginas que el mundo os mira con ojos borrosos?
Allí, a bordo del barco, cuando de la temblorosa mano de Tristan
a la pálida novia, con apenas control de sí, recibió el Rey Marke,
mientras todos miraban confundidos cómo temblaba,
el amable rey, suavemente solícito,
las fatigas del largo viaje que sufriste lamentó en voz alta:
hubo sólo uno, lo observé bien,
que sólo en Tristan puso sus ojos.
Con maliciosa astucia y mirada acechante,
buscaba encontrar en su rostro algo que le fuera útil.
Escuchando arteramente a menudo lo encuentro.
Os engatusa en secreto,
¡tened cuidado con Melot!
¿Te refieres al señor Melot?
¡Oh, cómo te engañas!
¿No es él el amigo más leal de Tristan?
Cuando mi amado ha de evitarme,
entonces se queda sólo con Melot.
¡Lo que para mí lo hace sospechoso, te sirve a ti para valorarlo!
De Tristan a Marke va el camino de Melot; allí siembra mala simiente.
Los que hoy en el consejo esta cacería nocturna con tanta premura decidieron,
una presa más noble de la que imaginas es el blanco de su astucia cazadora.
Pensando en el amigo, inventó esta argucia por compasión Melot, el amigo.
¿Ahora quieres reprender al fiel?
Mejor que tú se preocupa él de mí.
A él le abre lo que tú me cierras.
¡Oh, ahórrame esta angustia de la vacilación!
¡La señal, Brangäne! ¡Oh, da la señal!
¡Apaga el último destello de la luz!
Haz la señal a la noche, para que descienda del todo.
Ya vertió su silencio sobre el bosque y la casa.
Ya llena el corazón de dulce terror.
¡Oh, apaga ya la luz!
¡Apaga el destello amedrentador!
¡Deja entrar a mi amado!
¡Oh, deja esa antorcha admonitoria, déjale mostrarte el peligro!
¡Oh, dolor! ¡Ay! ¡Ah, pobre de mí!
¡El desdichado filtro!
¡Que yo, infiel sólo una vez, traicionara la voluntad de la señora!
Si hubiese obedecido, sorda y ciega,
tu obra habría sido entonces la muerte.
Pero tu vergüenza, tu despreciable necesidad,
mi obra, ¿debo saberme culpable?
¿Tu obra? ¡Oh, doncella insensata!
¿No conocías el amor?
¿Ni el poder de su magia?
¿Al rey del valor más audaz?
¿Al que gobierna el devenir del mundo?
Vida y muerte están sometidas a él,
que las teje con dicha y sufrimiento,
mudando la envidia en amor.
La obra de la muerte, la cogí presuntuosa en la mano.
Pero el amor la sustrajo a mi poder.
A la consagrada a la muerte la tomó en prenda, cogió la obra en su mano.
Comoquiera que la torne, que la termine,
sea lo que me elija, adondequiera que me conduzca,
suya me he convertido.
¡Ahora déjame mostrarme obediente!
Y si el engañoso filtro del amor ha apagado en ti la luz de la razón,
tú no podrás ver mientras yo te advierto.
Óyeme sólo hoy, ¡oye hoy mi súplica!
¡La luz resplandeciente del peligro
sólo hoy no apagues allí la antorcha!
El que enciende la pasión en mi pecho,
el que hace arder mi corazón,
el que en mi alma ríe como el día,
el amor lo desea: que llegue la noche.
Para que él brille claro,
allí donde tu luz lo espantaba.
Tú, a la torre: ¡vigila allí fielmente!
La antorcha,
aunque fuera la luz de mi vida,
riendo, ¡no dudaría en apagarla!
¡Isolde!
¡Tristan!
- ¡Amado! - ¡Amada!
- ¿Eres mío? - ¿Te tengo de nuevo?
- ¿Puedo cogerte? - ¿Puedo confiar en mí?
- ¡Por fin! ¡Por fin! - ¡Junto a mi pecho!
- ¿Te siento realmente? - ¿Es a ti a quien veo?
- ¿Son estos tus ojos? - ¿Es esta tu boca?
- ¿Aquí tu mano? - ¿Aquí tu corazón?
- ¿Eres tú? ¿Te tengo firmemente? - ¿Soy yo? ¿Eres tú?
- ¿No es una ilusión? - ¿No es un sueño?
¡Oh, delicia del alma!
¡Oh dulce, nobilísima, bravísima, bellísima, gozosísima dicha!
- ¡Sin par! - ¡Espléndida!
- ¡Rebosante de gozo! - ¡Eterna!
- ¡No presentida, jamás conocida! - ¡Efusiva, sublime!
- ¡Exultante de dicha! - ¡Deleites dichosos!
¡El mundo me transporta a alturas celestiales!
- ¡Mío! - ¡Mía!
- ¡Tristan mío! - ¡Isolde mía!
- ¡Mío y tuya! - ¡Mía y tuyo!
¡Tristan mío, Isolde eternamente tuya!
¡Isolde mía!
¡Eternamente, eternamente uno!
¡Cuánto tiempo lejos! ¡Qué lejos tanto tiempo!
¡Qué lejos tan cerca! ¡Qué cerca tan lejos!
¡Oh, enemiga del amigo, pérfida lejanía!
¡Longitudes vacilantes de horas en letargo!
¡Oh, distancia y lejanía,
duramente separadas!
¡Bendita cercanía!
¡Distancia sombría!
¡En la oscuridad, tú,
en la luz, yo!
¡La luz! ¡La luz!
¡Oh, esta luz! ¡Cuánto tiempo sin apagarse!
El sol se puso, el día pasó,
pero no ahogó su envidia.
Encendió su señal apremiante
y la puso en la puerta de mi amada, para que no fuera hasta ella.
Pero la mano de la amada apagó la luz.
A lo que se resistía la doncella, a mí no me asustó.
¡Con el poder y la protección del amor, opuse resistencia al día!
¡Al día! ¡Al día!
¡Al artero día, al más duro enemigo, odio y queja!
Igual que tú la luz,
ojalá apagar pudiera el resplandor al insolente día,
para vengar los sufrimientos del amor.
¿Hay una aflicción, hay un tormento
que él no despierte con su luz?
Incluso en el esplendor crepuscular de la noche,
lo preservaba la amada en su casa,
¡lo extendía amenazador hacia mí!
Si la amada lo preservaba en su casa,
en su corazón claro y brillante, lo cuidaba desafiante entonces mi amado:
Tristan, ¡que me traicionaba!
¿No fue el día, que a través de él mintió, cuando viajó a Irlanda
anunciando que me casaría con Marke,
consagrando a su fiel a la muerte?
¡El día! ¡El día que te hacía resplandecer,
allí donde, igual al sol, en el brillo y la luz de la suprema nobleza,
a Isolde me arrebataba!
Lo que así deleitaba mis ojos,
con fuerza mi corazón empujaba hacia tierra.
En el luminoso resplandor del día,
¿cómo pudo Isolde ser mía?
¿No era tuya, la que te eligió?
¿Qué mentiras te dijo el pérfido día,
para que traicionaras a la amada a ti destinada?
Lo que te hacía resplandecer con noble esplendor,
el brillo del honor, el poder de la fama,
a ellos se aferraba mi corazón, atrapado como estaba por el engaño.
Lo que con el fulgor más radiante brillaba sobre mi cabeza y mi frente,
el sol diurno de los honores del mundo,
con las vanas delicias de sus rayos,
por la cabeza y la frente penetró en mí
hasta el más profundo santuario del corazón.
Lo que allí, en casta noche, vela encerrado y sombrío,
lo que, sin saber ni engaño, percibía allí en su ocaso:
una visión que mis ojos no se atrevían a mirar,
mudada por el brillo del día, se erigía ante mí resplandeciente.
Lo que creía tan glorioso y espléndido, ensalcé claramente ante todo el ejército.
Ante todo el pueblo alabé en voz alta a la más bella novia regia de la tierra.
A la envidia que el día despertaba en mí,
a los celos que atemorizaban mi alegría,
el resentimiento, que empezaba a hacer gravosos honor y fama,
a todos desafié y fielmente decidí,
para preservar honor y fama, viajar a Irlanda.
¡Oh, vano vasallo del día!
Engañada por aquél que a ti te engañó,
cómo hube, amándote, de padecer por ti.
Al que, en el falso esplendor del día,
atrapado por el engaño de su fulgor,
allí donde el amor cálidamente te abrazaba,
en lo más hondo del corazón yo odiaba abiertamente.
¡Ah, en las entrañas del corazón,
qué hondamente dolía la herida!
Al que allí ocultaba en secreto,
¡qué malvado me parecía,
cuando, en el fulgor del día, el único y fielmente cuidado
se desvanecía ante las miradas del amor y sólo estaba ante mí como enemigo!
De la que como traidor te me mostraba,
de la luz del día quería yo huir,
hacia la noche llevarte conmigo,
donde el fin del engaño
me prometía mi corazón,
donde se disipara la presentida ilusión del engaño.
Allí, donde bebería eterno amor por ti,
contigo unido a mí, quise consagrarme a la muerte.
En tu mano la dulce muerte, cuando reconocí lo que me ofrecía,
y el presentimiento noble y cierto me mostró lo que me auguraba la expiación:
allí el sublime poder de la noche cayó dulcemente
sobre mi pecho.
Mi día había concluido.
Pero, ay, el falso filtro te engañó
y, para ti, la noche se perdió de nuevo.
¡Al que sólo anhelaba la muerte,
el filtro lo devolvió al día!
¡Oh, gloria al filtro!
¡Gloria a su fluido!
¡Gloria al noble poder de su magia!
Por la puerta de la muerte, donde fluyó hacia mí,
de par en par abrió para mí
el reino maravilloso de la noche,
donde no había velado más que en sueños.
De la visión en el cofre protector del corazón
rechazó el resplandor engañoso del día,
para que mis ojos, en medio de la noche, pudieran verla realmente.
Pero el día, ahuyentado, se tomó su venganza.
Buscó consejo en tus pecados.
Lo que te mostró la noche crepuscular,
al poder regio del astro diurno hubiste de rendirte,
para, solo, en yermo esplendor, vivir allí resplandeciente.
¿Cómo lo soporté?
¿Cómo sigo soportándolo?
¡Oh, ahora estábamos consagrados a la noche!
¡El artero día presto a la envidia,
su engaño pudo separarnos,
pero no engañarnos más su mentira!
De su vano esplendor, de su brillo jactancioso,
se ríe aquél a quien la noche consagra la mirada.
Los súbitos destellos de su titilante luz ya no nos cegarán.
Quien amando contempla la noche de la muerte,
a quien ella confía sus profundos secretos:
ve dispersas ante él las mentiras del día, la fama y la gloria,
el premio y el poder, por majestuosos que brillen,
como vano polvo de soles.
En las vanas ilusiones del día,
él conserva un solo anhelo:
¡el anhelo de la noche sagrada,
donde, eterno desde siempre, lo único cierto le sonríe: la dicha del amor!
¡Oh, desciende, noche del amor,
concédeme olvidar que vivo!
¡Acógeme en tu seno,
libérame del mundo!
Apagada ahora la última luz.
Lo que pensábamos, lo que creíamos,
todo recuerdo,
toda memoria,
el sublime presentimiento del sagrado crepúsculo
extingue el horror del engaño, liberándonos del mundo.
Si en nuestro pecho se ocultó el sol,
las estrellas del gozo se alegran sonrientes.
Suavemente rodeado por tu hechizo,
dulcemente desvanecido ante tus ojos,
mi corazón en el tuyo, boca con boca,
único lazo de un solo aliento,
se nubla mi mirada cegada por la dicha,
el mundo palidece con sus ofuscaciones.
El que, engañoso, el día nos iluminaba,
enfrentándonos a una falsa ilusión,
incluso entonces yo soy el mundo:
sublime dicha de ser,
vida del amor más sagrado,
no volver a despertarse,
libres de engaños, deseo suavemente consciente.
Velando de noche en solitario
a quien sonríe el sueño del amor,
escucha la llamada de aquélla
que advierte del mal a los durmientes,
que ansiosamente los apremia a despertarse.
¡Tened cuidado!
Pronto partirá la noche.
¡Escucha, amado!
¡Déjame morir!
¡Vigilante envidiosa!
¡Jamás despertar!
Pero, ¿debe el día despertar a Tristan?
¡Deja que el día ceda ante la muerte!
¿Día y muerte, con golpes similares,
habrían de alcanzar a nuestro amor?
¿Nuestro amor? ¿El amor de Tristan?
¿Al tuyo y al mío, al amor de Isolde?
¿Qué golpe de la muerte podría hacerlos ceder?
Si estuviera ante mí la poderosa muerte,
¿cómo amenazaría mi cuerpo y mi vida
que de buen grado dejo al amor;
cómo habrían sus golpes de alcanzar al amor mismo?
Si ahora muriera por amor,
y con gusto muero,
¿cómo podría el amor morir conmigo,
el eternamente vivo extinguirse conmigo?
Pero si nunca muriera su amor,
¿cómo habría de morir Tristan para su amor?
Pero, ¿nuestro amor
no se llama Tristan y Isolde?
Esta dulce palabrita: y.
Lo que ella une, el lazo del amor,
si Tristan muriera, ¿no lo destruiría la muerte?
¿Qué moriría para la muerte, sino lo que nos perturba,
lo que le impide a Tristan
amar por siempre a Isolde,
vivir eternamente sólo para ella?
Pero esta palabrita: y.
Si fuera destruida, ¿de qué modo, más que con la propia vida de Isolde,
si a Tristan se le diera la muerte?
¡Así moriríamos, para, sin separarnos,
eternamente uno, sin fin,
sin despertar, sin temer,
sin nombre, abrazados en el amor,
entregados del todo a nosotros,
vivir únicamente para el amor!
¡Así moriríamos, para, sin separarnos,
eternamente uno, sin fin,
sin despertar,
sin temer,
sin nombre, abrazados en el amor,
entregados del todo a nosotros,
vivir únicamente para el amor!
¡Tened cuidado!
Ya cede la noche ante el día.
¿Debo escuchar?
¡Déjame morir!
¿Debo velar?
¡Jamás despertar!
¿Debe el día despertar a Tristan?
¡Deja que el día ceda ante la muerte!
¿Desafiaremos ahora las amenazas del día?
Para huir eternamente a su engaño.
¿Su resplandor al alba, no nos ahuyentará jamás?
¡Que la noche nos sea eterna!
¡Oh, noche eterna, dulce noche!
¡Noble y sublime noche de amor!
- Al que tú abrazas... - Al que tú sonríes...
¿...cómo despertaría de ti sin temor?
¡Destierra ahora el temor, dulce muerte,
ardientemente deseada muerte de amor!
¡En tus brazos, consagrados a ti,
primigenio ardor sacro, liberados del tormento de despertar!
¡Cómo cogerla, cómo dejarla,
esta delicia, lejos del sol,
lejos del lamento de la separación diurna!
Sin ilusiones - dulce anhelo.
Sin temores - dulce deseo.
Sin dolor - noble perecer.
Sin languidecer - dulces tinieblas.
Sin evadirse, sin separarse,
solos y cercanos, eternamente juntos,
en espacios ilimitados
del sueño más sagrado.
- Tú Isolde. - Tú Tristan.
- Yo Tristan. - Yo Isolde.
- ¡Nunca más Isolde! - ¡Nunca más Tristan!
Sin nombre, sin separación,
reconocer, inflamarse de nuevo.
Eternamente sin fin, una sola conciencia:
¡pecho ardientemente en llamas,
suprema dicha del amor!
¡Sálvate, Tristan!
¡El lóbrego día por última vez!
¿Puedes decirme, señor,
si lo he acusado justamente?
¿Si he preservado mi cabeza que te di como garantía?
Te lo mostré consumando su acción.
Nombre y honor he preservado fielmente de la deshonra.
¿Realmente lo has hecho?
¿Así lo crees?
Míralo allí,
al más leal de los leales.
Obsérvalo,
al más amable de los amigos.
¡El acto más libre de su lealtad ha golpeado mi corazón
con la traición más hostil!
Si Tristan me engañó,
¿habría de esperar
a que aquello que ha sido dañado por su engaño
pudiera ser preservado honestamente gracias al consejo de Melot?
¡Espectros del día! ¡Sueños matutinos!
¡Engañosos y terribles! ¡Volad! ¡Huid!
¿Esto a mí?
¿Esto, Tristan, a mí?
¿Adónde ha ido la libertad, si Tristan me traicionó?
¿Adónde el honor y la recta conducta,
cuando, refugio de todo honor,
Tristan los perdió?
La que Tristan eligió como escudo,
¿adónde ha ido la virtud,
si mi amigo la ha rehuido,
si Tristan me ha traicionado?
¿Para qué los servicios incontables,
la gloria de los honores, el poder de la grandeza
que obtuviste para Marke,
si fama y honor, grandeza y poder,
si los servicios incontables había de pagarlos la vergüenza de Marke?
¿Demasiado poco te parecía su gratitud,
que lo que ganaste para él, fama y reino,
te entregó como herencia?
Cuando sin hijos expiró su esposa,
tanto te amaba, que Marke nunca quiso casarse de nuevo.
Cuando el pueblo en la corte y el campo, con ruegos y advertencias,
lo instó a elegir reina para el país y esposa para él.
Cuando tú mismo juraste a tu tío
satisfacer graciosamente el deseo de la corte y la voluntad del pueblo,
contra la corte y al pueblo,
incluso contra ti,
con astucia y bondad el rey se negó,
hasta que tú, Tristan, le amenazaste
con dejar para siempre corte y país,
si no eras tú mismo el enviado
a buscar una esposa para el rey.
Y él dejó que así fuera.
Esta esposa maravillosa
que ganó para mí tu coraje,
¿quién podría contemplarla, quién conocerla,
quién con orgullo llamarla suya
sin tenerse por bienaventurado?
A la que mi voluntad jamás osó acercarse,
a la que mi deseo renunciara con temor reverencial,
la que tan magnífica, noble y solemne
había de deleitarme el alma,
a pesar de enemigos y peligros,
a la novia regia aquí me ofreciste.
Ahora, como con tal posesión
mi corazón hiciste más sensible que antes al dolor,
allí donde lo más tierno, delicado y expuesto podría ser golpeado,
sin esperar nunca que pudiera sanar:
¿por qué, desdichado, me has herido tan ferozmente?
¿Allí, con el arma del veneno agonizante
que destruye abrasando los sentidos y el cerebro,
que me prohíbe la fidelidad al amigo,
que llena de sospecha mi franco corazón,
para que ahora, secretamente, en la oscura noche
me acerque sigiloso al amigo
y mi honor llegue así a su fin?
Si ningún cielo lo libera,
¿por qué a mí este infierno?
Si ninguna miseria la expía,
¿por qué a mí esta vergüenza?
La razón insondable, honda y misteriosa,
¿quién la revelará al mundo?
Oh, rey,
esto no puedo decírtelo.
Y lo que preguntas,
nunca podrás saberlo.
Adonde ahora parte Tristan,
¿quieres tú, Isolde, seguirle?
En el país, al que se refiere Tristan,
no brilla la luz del sol.
Es el oscuro país nocturno
desde el que me envió mi madre,
cuando, al que ella concibió en la muerte,
en la muerte dejó que llegara a la luz.
Lo que, cuando me alumbró, era su refugio de amor,
el reino prodigioso de la noche en el que un día desperté:
esto te ofrece Tristan,
hacia allí va primero.
¡Que Isolde diga ahora
si, fiel y dócil, va a seguirle!
Cuando hacia un país extraño la atrajo un día el amigo,
al hostil, dócil y fiel, hubo de seguir Isolde.
Ahora me guías al tuyo,
para mostrarme tu herencia.
¿Cómo habría de huir del país
que abarca el mundo entero?
Donde esté la patria y la casa de Tristan,
allí se detendrá Isolde.
¡Muéstrale ahora a Isolde por dónde,
dócil y fiel, ha de seguirle!
¡Traidor! ¡Ah!
¡Venganza, rey! ¿Soportarás esta vergüenza?
¿Quién arriesga su vida por la mía?
Él era mi amigo,
sentía por mí un gran cariño.
De mi fama y honor se preocupó como ninguno.
A la petulancia empujó mi corazón.
¡Estaba al frente de las fuerzas que me incitaron
a acrecentar fama y honor
desposándote con el rey!
Tu mirada, Isolde, también a él lo cegó.
¡Por celos, el amigo me traicionó
ante el rey que yo traicioné!
¡Defiéndete, Melot!
dicha suprema!