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La Oficina Oval,
la Toma de Posesión
la firma de Rose Garden,
y agentes del servicio secreto
con gafas de sol y radio-pulseras geniales.
Olviden todo eso por un momento.
Tiren a la basura todo lo que saben sobre el presidente.
Ahora, a empezar de nuevo.
¿Qué harían Uds. si tuviesen que inventar al presidente?
Esa fue la pregunta que se hicieron 55 hombres
reunidos en secreto
que elaboraban planes para el nuevo gobierno estadounidense
en el verano de 1787, en Filadelfia,
en el mismo lugar donde 11 años antes se redactara
la Declaración de la Independencia.
Declarar la independencia fue una empresa arriesgada
y exigió un coraje feroz
que puso vidas y fortunas en peligro.
Pero inventar un nuevo gobierno tampoco fue tarea sencilla
sobre todo en verano
y si uno está vestido de traje
y las ventanas están cerradas
porque uno no quiere que nadie
escuche lo que está diciendo
y el aire acondicionado no funciona
porque recién se inventaría 200 años después.
Y si uno no se pone de acuerdo
se torna más caliente.
El tema que más debatieron los constituyentes
mientras redactaban la Constitución
y creaban los tres poderes del Estado
tuvo que ver con el Poder Ejecutivo.
¿Una o tres personas para el puesto?
¿Cuál sería la duración en el cargo?
¿Qué debería hacer?
¿Quién elegiría a la persona?
¿Cómo deshacerse de la persona
si hace un mal trabajo o realiza una estafa?
Y, claro, debía ser un hombre
y debía ser un hombre blanco.
La idea de la mujer
o del origen africano, por ejemplo,
para ocupar la alta jerarquía
ni se les cruzaba por la cabeza.
Pero los constituyentes sabían que necesitaban
a alguien que pudiera hacerse cargo
sobre todo ante una crisis, como una invasión o una rebelión,
o la negociación de tratados.
No era el fuerte del Congreso
la toma de decisiones importantes
sin previo debate y demoras.
Pero los constituyentes pensaron que EE.UU. necesitaba un hombre
con decisión que pudiera actuar rápidamente.
Llamaron a eso energía y prontitud.
Algo a lo que se oponían acérrimamente:
no habría un rey.
Habían combatido contra un país que tenía una monarquía
y temían que un solo hombre
con poder ilimitado, a cargo de un ejército,
pudiese apoderarse del país.
En cambio, se decidieron por un presidente
y reglaron sus poderes en el artículo 2 de la Constitución.
¿Quién lo elegiría?
No el pueblo, era demasiado propenso al error,
como advirtió un constituyente.
Tampoco la Legislatura, porque daría lugar a conspiraciones y facciones.
Adivinaron: los electores; hombres sabios, instruidos,
que tienen tiempo para tomar buenas decisiones.
Y si no elegían un ganador
la decisión recaería en uno
de los otros poderes del Estado: el Congreso.
La Cámara de Representantes intervendría
en la elección,
cosa que hicieron en 1801 y 1825.
En el largo y caluroso verano de 1787
se hicieron concesiones para inventar la presidencia,
como contar a los esclavos como 3/5 de persona
darle al presidente el comando del ejército
pero al Congreso el poder de declarar la guerra,
y períodos de 4 años sin límites.
Desde entonces, algunas de esas concesiones se han enmendado
y los hombres del cargo a veces han sido demasiado fuertes o demasiado débiles.
Pero, si pudiésemos empezar de cero,
¿cómo volverían a diseñar la Oficina Oval?