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(Música)
¡Rápido! ¿Qué tienen en común
las hamburguesas de ternera, el entrenamiento de béisbol
y los silenciadores de los coches?
Difícil pregunta. Vamos a plantearla de otra manera.
¿Cuál es el factor común entre McDonalds,
D-Bat y Meineke?
Podría saber la respuesta si, además de un Big Mac,
hubiera absorbido un fragmento de la romántica historia de Ray Kroc.
Es un vendedor que creó lo que se convirtió
en la cadena de comida rápida más grande del mundo.
Lo hizo mediante un trato
con un par de hombres llamados McDonalds.
Eran hermanos y propietarios de una pequeña cadena de restaurantes
y el trato era que podía usar el nombre de su marca y sus métodos.
Entonces invitó a pequeños emprendedores
a abrir McDonalds, que dirigirían como operadores
en un estado de propiedad.
Muy diferente al modelo de negocio en el que las empresas familiares
poseían toda la propiedad, pero no tenían un apoyo similar.
Todos los ejemplos
de mi pregunta inicial son una operación de franquicia
A veces se le atribuye a Kroc
el haber inventado la franquicia,
al igual que a Isaac Singer, el magnate de las máquinas de coser.
No es así. El verdadero origen de las franquicias
no está en las agujas o la ternera,
está en la belleza.
Martha Matilda Harper
era una criada canadiense.
Hacía las camas, limpiaba la casa, hacía las compras.
En su trabajo con la familia de un doctor de Ontario,
consiguió una fórmula secreta para el champú,
una con bases más científicas
que los curanderos anunciados cada día en los periódicos.
El bondadoso doctor también le enseñó a la madura joven
los fundamentos de la fisiología.
Martha tenía una secreta ambición
para seguir adelante con la fórmula secreta:
la determinación de dirigir su propio negocio.
Para 1888, sirviendo como criada en Rochester, Nueva York,
ahorró suficiente dinero,
360 dólares, para pensar en abrir
una peluquería pública.
Pero antes de poder cumplir su sueño,
dos burbujas estallaron. Cayó enferma
y sufrió un colapso debido al agotamiento.
La señora Helen Smith, una curandera
de la ciencia cristiana, fue llamada al lado de su cama.
Las dos mujeres rezaron y Martha se recuperó.
Tan pronto se hubo recuperado le dijeron:
"Oh, no, no puede alquilar el lugar que había visto".
Como ven, su incursión consistía en ser la primera peluquería pública.
Una mujer de negocios era bastante escandoloso entonces.
Solo el 17% de la población activa en 1890 era femenina,
pero ¿una mujer arreglando el pelo
y dando cuidados faciales en un lugar público?
¿Por qué? Era seguro que invitaría al escándalo.
Martha gastó algunos de sus ahorros en un abogado y ganó el caso.
Con orgullo mostraba en la puerta
de su nueva peluquería una fotografía
de una Martha de apenas cinco pies como Rapunzel,
con el pelo hasta los pies, pero resplandeciente de buena salud.
Su enfermedad también había sido de provecho.
Su ambición ahora estaba impulsada
por los valores de la ciencia cristiana.
El Método Harper, como llamó a sus servicios,
consistía tanto en cuidar el alma
como en cortar el pelo.
En la serenidad terapéutica de su peluquería,
enseñaba que cada persona podía resplandecer
con el tipo de belleza que ella ofrecía,
si era obediente en cuerpo y alma a lo que ella llamaba
"las leyes de limpieza, alimentación,
ejercicio y respiración".
Era muy práctica en eso.
Incluso diseñó la primera silla reclinable para lavar el pelo,
aunque no se preocupó de patentar el invento.
La peluquería de Martha tuvo un éxito enorme.
Vinieron celebridades de fuera de la ciudad
para probar el Método Harper.
Disfrutaron tanto del servicio
que la instaron a abrir una peluquería en sus ciudades.
Y aquí es donde el sentido ético de Martha
inspiró su máxima innovación.
En lugar de nombrar agentes, como habían hecho otros innovadores,
desde 1891, colocó
a mujeres como ella, de la clase trabajadora,
en peluquerías exactamente como la suya,
dedicadas a su filosofía y sus productos.
Pero estas nuevas empleadas
no recibían un salario de Martha.
Las mujeres de lo que se convirtió en una cadena satélite de 500 peluquerías
en Norteamérica, y después en Europa, Centroamérica
y Asia, eran dueñas de las Peluquerías Harper.
Lo que fue suficientemente bueno en el siglo XIX
para sufragar a activistas como Susan B. Anthony
y suficientemente bueno en el siglo XX
para Woodrow Wilson, Calvin y Grace Coolidge, Jacqueline Kennedy,
Helen Hayes y Ladybird Johnson,
debe lo suficientemente bueno para el resto del mundo.
Hoy sólo la Tienda de la fundadora del Método Harper
continúa en Rochester, Nueva York, pero el legado de Martha se ha diversificado.
Se han copiado sus tratamientos de salud y belleza,
y su modelo de negocio predomina.
De hecho, la mitad de las ventas al por menor de Estados Unidos
se hacen a través de la idea de franquicia de Martha Harper.
Así que la próxima vez que tome una hamburguesa de McDonalds,
o una buena noche de descanso en un Days Inn,
piense en Martha.
Porque estas franquicias no serían lo mismo
si ella no hubiera inventado el modelo hace más de un siglo.