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Los numerosos estudios que han tratado de analizar
el dibujo infantil desde una perspectiva de género,
revelan que, desde alrededor de los 4 años de edad,
las representaciones pictóricas que realizan niños y niñas
muestran ligeras diferencias.
Estas diferencias radicarían en aspectos tales
como la naturaleza de los motivos representados,
la organización del espacio o la plasmación de las tres dimensiones.
Algunos de estos estudios van más allá y afirman que,
debido por ejemplo al uso de los colores
o a la facilidad para el trazado de las líneas curvas,
las niñas estarían naturalmente mejor dotadas
para el desarrollo de las destrezas pictóricas.
Esta realidad parece chocar frontalmente con el papel
que la Historia del Arte en general y de la pintura en particular
le ha reservado a la mujer.
Las cifras son abrumadoras.
En este sentido se estima que, por ejemplo,
cerca del 95% de los desnudos expuestos en las pinacotecas,
son desnudos femeninos,
mientras que solo el 5% de estos cuadros
han sido pintados por mujeres.
Estos datos no deberían extrañarnos,
pues lo cierto es que la mujer ha estado excluida
de manera sistemática de la Historia en general,
lo que ha conducido a que, por extensión,
fuese excluida también de la Historia del Arte.
Sin embargo no deja de ser cierto que siempre ha habido excepciones
a este panorama tan aparentemente desolador.
Las historiografías alternativas del arte
han encontrado siempre las notas escritas al margen
de una oficialidad y de una ortodoxia canónica
casi siempre excluyente y discriminadora.
Precisamente un recorrido
por esta historia alternativa del rol de la mujer en la pintura,
es el que a través de la exposición "Heroínas",
nos ofrece el museo Thyssen de Madrid
en colaboración con la fundación Caja Madrid
hasta el próximo 5 de junio.
La idea surge como el proyecto de una exposición
sobre la imagen de la mujer,
y enseguida me di cuenta de que hay unos estereotipos
que dominan abrumadoramente la creación artística occidental
en lo que a la imagen de la mujer se refiere, esto es muy obvio,
la imagen de la maternidad,
y la imagen de la mujer como objeto erótico,
y que no podemos incluirlos,
porque incluirlos es insistir en una imagen conformista,
como automática, estereotipada, y en muchos casos,
una imagen reaccionaria de lo que la mujer puede ser.
Enseguida mi empeño se centra en buscar contratipos, otros modelos,
los que no son los habituales,
la maternidad o la mujer como objeto ***,
los papeles activos,
las historias en que la mujer aparece como protagonista.
"Heroína" significa protagonista,
sujeto de la acción y no meramente objeto pasivo.
Aquellas historias e imágenes en que la mujer aparece activa,
independiente y desafiante ante el espectador.
Cabe decir no obstante que respecto al caso particular de los desnudos
no podemos decir que los porcentajes citados
sean una constante a lo largo de toda la historia de la pintura.
Desde luego en la antigüedad
tenemos el desnudo masculino que es el preponderante,
que es además el desnudo heroico, el guerrero en combate.
Y la mujer se representa, excepto los casos de las Venus,
mucho más pudorosa, más tapada.
Sin embargo a raíz del Renacimiento los roles se invierten.
Es el momento en que la mujer
pierde muchas de las prerrogativas tanto sociales como familiares,
que tiene desde la antigüedad y desde la Edad Media.
En el Renacimiento se produce
una recodificación de la mujer dentro de la sociedad,
y su representación está de acuerdo a esa situación social general.
Poco a poco se asocia a la mujer con el objeto pasivo de la escena,
convirtiéndose el varón en el elemento activo.
Es esta condición de objeto de la mujer
la que conduce a que se tienda a representarla desnuda.
Y esto va en aumento y ya en el siglo XIX,
que muchos de los cuadros de esta exposición pertenecen al siglo XIX,
el desnudo femenino se convierte ya en el paradigma absoluto
de lo que es la belleza, en el canón de belleza que,
sin embargo en la antigüedad
el canón de belleza estaba asociado a la figura masculina.
Y por lo tanto el canón de la belleza es la mujer desnuda,
vestida solo con unos velos o de una ropa fina, transparente,
flotante y enigmática a su vez,
es una mujer velada y, a la vez, desnuda,
con todo el erotismo que todo eso supone
y que es el elemento central del siglo XIX,
esa presentación de la mujer
que es la que luego hemos heredado en el siglo XX.
Nuestra tradición occidental es heredera de la grecolatina.
Las sociedades del periodo clásico, especialmente las helénicas,
eran fuertemente patriarcales;
paradójicamente desarrollaron
una mitología sembrada de figuras femeninas
que todavía hoy siguen inspirando al pensamiento feminista.
Un Olimpo que no pasa desapercibido
en la historia de la representación pictórica de la mujer.
Fue el siglo XIX el que leyó de otra manera,
aquí desde las imágenes de Leighton, de Frith, de Tissot,
hasta una pintura de Degas,
"Jóvenes espartanas desafiando a sus compañeros",
las pinturas de Lévy,
hay muchos pintores del siglo XIX franceses, británicos, alemanes,
que actualizan la actualidad clásica desde un punto de vista que ya mira,
son pintores que miran de reojo lo que está pasando con la mujer
y cómo se está transformando el papel de la mujer
en esas décadas de la segunda mitad del siglo XIX
Lo interesante es que en ese Olimpo hay distintos modelos de feminidad,
que es lo que recupera esta exposición,
porque no tenemos solo a Venus,
sino también está Artemisa o Diana "cazadora",
es decir, mujeres vírgenes y además algo andrógenas,
puesto que tienen una actividad como es la caza
que es una actividad masculina por excelencia,
y Minerva la diosa de la sabiduría.
En la antigüedad, somos hijos e hijas de los griegos,
resulta muy revelador que las diosas más poderosas,
por ejemplo Artemisa le pidió a su padre Zeus,
cuando le dijo que ¿qué deseas?, le dijo que la virginidad eterna,
y también otra hija de Zeus, Atenea,
que nació de la cabeza o del entrecejo de su padre,
que no medió carne o coito ni siquiera divino de su muslo,
también quiso ser virgen.
En contra de lo que pudiera parecer con la llegada del cristianismo
y la reducción de la mujer
a un papel exclusivamente vinculado a la reproducción,
la iconografía femenina consiguió mutar
y encontrar sus propias vías expresivas.
Podríamos decir que sí hay una reducción
de la iconografía femenina a través del cristianismo,
y esto es lo que plantea esta exposición,
no es todo tan taxativo, tan maniqueo como podría parecer
en la representación de la mujer,
porque tenemos que el propio cristianismo tiene figuras
como Santa Bárbara, Santa Catalina, Santa Teresa, Juana de Arco,
una serie de santas vinculadas a un conocimiento,
a una sabiduría, a los libros,
y también a la guerra, a la acción.
Las culturas no son de una pieza.
Aunque el cristianismo, la tradición de la Iglesia,
reservara a la mujer un papel vinculado a la maternidad,
a la familia, al hogar,
la imaginación de los poetas cristianos
fue capaz de concebir figuras muy parecidas a la de Juana de Arco,
por ejemplo las figuras de la épica italiana,
de Ariosto, de Tasso, -Clorindia, Herminia-,
la épica cristiana está llena de guerreras
que llevan armadura y que combaten en las cruzadas.
La imaginación suele ir más allá
de lo que una determinada ideología le prescribe.
Una de las figuras más relevantes de esta tradición cristiana
es la de Juana de Arco,
que guarda numerosas reminiscencias de la antigüedad clásica,
siendo al mismo tiempo virgen y guerrera.
Es a la vez la figura de una pastora, de una visionaria estática,
de una guerrera, líder de tropas,
y finalmente de una condenada por brujería, y de una mártir.
Muchos de los tipos
de estos contratipos de heroínas que hemos ido buscando en la exposición;
las amazonas, las magas, las mártires, las místicas, etc.
están reunidos en Juana de Arco.
Juana de Arco es una digna heredera de Artemisa o de Diana "cazadora",
aunque en vez de animales caza hombres,
Artemisa no dudaba en que sus perros
devorasen a los hombres que la veían desnuda.
De Palas Atenea, que nació armada,
va vestida como la diosa de la guerra.
Con todas las pequeñas aportaciones del cristianismo,
incluso con la revolución del Renacimiento,
no será hasta el siglo XIX
que gracias a los cambios en la imagen de la mujer
promovidos por los movimientos feministas,
que se comiencen a percibir también
cambios en la representación de la misma.
La llegada de la Revolución Industrial
ejerce de catalizador de una serie de cambios
que alteran el panorama social de manera irreversible.
Las luchas de liberación de muchos pueblos de una Europa convulsa
convergen con las protestas obreras,
a las que inmediatamente se les unen las mujeres
en la reivindicación de sus derechos.
Es por tanto a partir del siglo XIX
que los cambios en la imagen de la mujer,
impulsados sobre todo por los cambios sociales decimonónicos,
se producen a un ritmo vertiginoso, constatables incluso por décadas.
La exposición por eso presta mucha atención al siglo XIX y al siglo XX,
que han sido los grandes siglos de la emancipación de la mujer.
Y tenemos mucha pintura victoriana,
porque la época victoriana es cuando despegan las primeras iniciativas
para la conquista de los derechos políticos de la mujer,
que son de los años 60 del siglo XIX,
las primeras asociaciones para el voto del sufragio femenino,
o cosas que la gente conoce menos, pero que son igual de importantes,
como las asociaciones para el vestido racional,
la lucha por la racionalidad del vestido femenino,
por un vestido femenino que escape al fetichismo tradicional,
que trata a la mujer como una especie de materia plástica
que se modela de acuerdo con la mirada masculina.
Hay que destacar que paralelamente
a la normalización de la aparición de la figura femenina en la pintura,
se produjo un tránsito progresivo y no exento de dificultades
en el que la mujer pasó de ser objeto representado
a sujeto representador, creador de sus propias imágenes.
Cuando uno va a los museos a buscar material,
las imágenes creadas por artistas mujeres son escasas, son raras,
y eso plantea un problema a una exposición.
Una exposición de arte contemporáneo
solo de artistas mujeres puede hacerse,
no es tan fácil de hacer eso con el arte histórico del pasado.
El desafío que yo me plantee aquí era hacer compatible las dos cosas;
por una parte exhibir las imágenes históricas
mayoritariamente creadas por hombres
de las fantasías sobre imágenes alternativas de la mujer,
contratipos de lo que la mujer podía ser;
pero por otra parte, incluso cuando los artistas varones
han soñado imágenes positivas heroicas de la mujer,
esas imágenes son ambiguas, y a veces son tramposas,
porque están producidas por varones en ser una cultura patriarcal.
A partir del Renacimiento
sí se puede empezar a establecer una genealogía de mujeres artistas,
sobre todo en el Renacimiento italiano,
que desde luego está Sofonisba Anguissola,
Bárbara Longhi, Elisabetta Sirani, muchas otras creadoras,
y se está procediendo a una recuperación de su obra seria
y con eso cambia el panorama de la visión tradicional
en que se pretendía que no existían mujeres artistas,
porque siempre ha habido el problema de la creatividad femenina.
El problema de la creatividad femenina
era que como las mujeres eran capaces de tener hijos,
se suponía que con eso ya se consumía su capacidad creadora.
Incluso había tratados médicos de distintas épocas
en los que defendían que una mujer que pensase,
pues que la podía salir barba o podía perder los cabellos.
En cada sala, yo he tenido el empeño de que hubiera
al menos una artista mujer, y a veces dos o tres,
para que dieran la replica a esas imágenes creadas por varones
y para que presentaran otro punto de vista.
Las imágenes de artistas mujeres casi siempre son contemporáneas,
tenemos imágenes de Pipilotti Rist, de Kiki Smith, de Sarah Jones,
de Mona Hatoum, de Marina Abramovic,
de decenas de artistas contemporáneas,
y hay una sección final, en la segunda parte de la exposición,
en la Fundación Caja Madrid,
que está íntegramente dedicada al autorretrato pintado por mujeres.
Las mujeres han estado condenadas o marginadas
a ciertos géneros pictóricos.
Cuando se ha permitido a las mujeres pintar,
las mujeres no tenían acceso al desnudo del natural,
no se les permitía participar en clases de desnudo del natural,
y por consiguiente era más difícil que ellas hicieran composiciones
de figuras de tamaño natural, complejas, etc.
A las mujeres se las empujaba hacía otros géneros,
hacia el bodegón y hacia el florero y las flores,
y también hacia el retrato,
las mujeres han sido con frecuencia retratistas,
incluso retratistas profesionales.
En algunas pintoras,
en algunos momentos hay rasgos específicamente femeninos,
las mujeres que se retratan con sus hijos o con familiares,
o con mascotas, con animales domésticos,
o con instrumentos musicales,
hay actividades características de este tipo de autorretrato femenino,
que se consideraban más adecuadas para la mujer.
Pero, hay otra buena parte de los autorretratos femeninos
que son indistinguibles de los masculinos,
en el sentido de que en ellos la mujer se presenta
exactamente como lo haría un varón,
como es el típico autorretrato masculino,
con la paleta y los pinceles en la mano,
mirando de frente al espectador, ante el caballete,
exhibiendo los instrumentos de su oficio, eso sucede muchas veces.
Una de las artistas que se mostró más combativa en este terreno,
siendo una precursora en la reivindicación
de la igualdad entre hombres y mujeres
(y no solo en el ámbito de los atelieres de pintura),
fue María Bashkirtseff.
Este cuadro de María Bashkirtseff es muy interesante,
porque vemos la atmósfera de las mujeres
en las escuelas privadas parisinas de la segunda mitad del siglo XIX.
María Bashkirtseff,
como tantas otras mujeres extranjeras vienen a Paris
porque en sus países no se puede estudiar
en las academias de Bellas Artes,
y en Francia existen estas grandes escuelas privadas,
porque tampoco en la Academia de Bellas Artes
pueden compaginar el estudio de la pintura mujeres y hombres,
esto solo será posible a partir de 1896,
y de hecho a partir de principios del siglo XX.
Las mujeres solo hacían cuadros ligeros, de paisajes, de bodegones,
pero no podían pintar desnudos masculinos adultos,
aquí se ve en este cuadro como tenemos aquí a un niño jovencito
y ellas están tomando apuntes de este niño,
lo que le sirvió a María Bashkirtseff
para ser una gran experta en cuadros de niños,
pero no utilizó su talento para dedicarse
a pintar y hacer retratos a niños burgueses,
sino que se fue a las calles de Paris
y buscó a los niños mendigos, niños trabajadores,
tiene un cuadro muy conocido que se llama "El encuentro",
de unos golfillos parisinos,
pinto mucho a mujeres vendedoras de violetas,
mujeres de las calles parisinas.
Hoy día, sobre todo desde los años 60
la proporción de mujeres creadoras en el mundo del arte
ha experimentado un aumento espectacular.
Sería por tanto relativamente fácil
organizar una exposición de arte contemporáneo
con decenas de nombres de mujeres de reconocido prestigio internacional.
El problema es que todavía hoy
la proporción de los artistas que exponen,
de los artistas que consiguen exposiciones,
que consiguen estar fijos en una galería
o que consiguen los grandes premios internacionales,
no está acorde con el número de mujeres artistas
que salen de las escuelas de Bellas Artes
o con la presencia numérica de la mujer en la creación artística.
El camino a recorrer
hacia la igualdad fáctica en este terreno es todavía largo.
A día de hoy siguen existiendo niveles que se resisten a ceder
ante las ya tradicionales demandas de igualdad.
Tal vez ya no sea necesario promover que haya más artistas mujeres,
porque en palabras de Guillermo Solana, "las hay, y muy buenas",
sino que sea el momento de levantar los filtros
que todavía siguen existiendo,
y que impiden el acceso
en igualdad total de condiciones al reconocimiento oficial.