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Tengo mucha suerte de estar aquí.
He llorado, he reído,
me he emocionado
y me siento muy afortunada por estar viva.
Estoy muy agradecida de estar viva.
En 1944, mis padres estaban en un campo de concentración
de Vichy, Francia.
Mi madre ideó un plan
y consiguió sacar también a mi padre.
Mis padres atravesaron a pie los Alpes,
ella estaba embarazada de mí.
Cuando llegaron a la frontera suiza,
resulta que estaba cerrada a refugiados.
Mi madre se lanzó a Suiza.
Cualquier cosa era mejor que volver
al infierno del que vino.
Mi padre consiguió colarse en el país con éxito unos días más tarde.
Y en 1944 nací yo.
Décadas después, me siento junto a mi madre
en una residencia de ancianos, en Israel.
No soporto verla.
[Lucha, llanto, suspiros]
Está en silla de ruedas
y no sabe quién soy.
Me siento culpable, triste. Sufro, estoy enojada.
Ella es mi heroína. ¿Por qué tiene que estar así?
Me doy cuenta de que no estoy con ella,
estoy con mis propias emociones.
Y tomo una decisión.
Voy a cruzar el puente
hacia el mundo de mi madre.
Voy a dejar el mundo en el que estoy sufriendo.
Me reuniré con ella,
y llevaré conmigo una nueva forma de ver las cosas.
Y lo hice. Me senté frente a ella y crucé el puente.
Llegué a su mundo y la miré.
Ella también me miró,
y me dijo en yiddish:
"Du bist meine Tochter".
Eres mi hija.
Empecé a llorar y ella, con cariño, me quitó las lágrimas con sus manos.
Había estado meses sin reconocerme.
Pero claro, emocionalmente, yo no había estado presente.
Este milagro que sucedió con mi madre ejemplifica
los tres conectores invisibles de los que quiero hablarles hoy.
Son el espacio relacional, el espacio,
el puente entre mundos, el puente,
y el encuentro.
De esencia humana a esencia humana. El encuentro.
Ya conocen estos tres conectores invisibles.
Viven en ellos, pero quizá
nunca los hayan visto desde esta perspectiva.
Al haber trabajado con parejas tantos años,
he visto que esos tres son los conectores invisibles.
Permítanme comenzar hablando del espacio.
El filósofo judío Martin Buber dijo:
"Nuestra relación vive en el espacio entre nosotros".
No vive en mí o en ti,
ni siquiera en los diálogos entre nosotros.
Vive en el espacio que vivimos juntos.
Dijo: "ese espacio es un espacio sagrado".
Si no conocemos este espacio,
si no sabemos cómo responsabilizarnos
de este espacio compartido,
lo contaminaremos
del mismo modo en el que yo contaminé el espacio con mi madre.
Lo contaminé, no porque
yo sintiera lo que sentía.
Lo contaminé porque, inconscientemente,
puse todos mis sentimientos entre nosotras.
Inconscientemente.
Cuando no conocemos el espacio,
lo contaminamos de forma automática.
Una palabra, una mirada, una retirada,
una crítica, un juicio de valor.
Lo ponemos ahí de manera inconsciente,
y ese espacio se torna incómodo.
Y cuando el espacio es incómodo,
reaccionamos a esta incomodidad,
y el espacio se vuelve aún más incómodo.
Lenta pero inexorablemente, molestia tras molestia, el espacio se convierte en peligroso.
Entonces, reaccionamos al peligro en el espacio.
¿Cómo reaccionamos?
Algunos reaccionamos y nuestra energía estalla.
Elevamos la voz, gritamos, hablamos mucho,
lo echamos en cara.
Otros reaccionamos a los peligros
empequeñeciéndonos, escondiéndonos, retirando nuestra energía.
Cuando esas reacciones se unen
como respuesta al peligro en el espacio,
éste crece y, entonces,
reaccionamos juntos a la contaminación y al peligro
que creamos conjuntamente en el espacio relacional.
¿Qué hacemos entonces?
¿Cómo nos responsabilizamos del espacio entre nosotros, que,
como dice Martin Buber, es sagrado?
Aquí tenemos la metáfora del puente.
Nos responsabilizamos del espacio compartido
cruzando el puente al mundo del otro
y llevando toda nuestra presencia al otro lado.
¿Cómo lo hacemos?
En primer lugar, hay que sentarse.
Respirar profundamente.
Poner los pies en el suelo.
Permítase sentir el presente.
Alinéese con el aquí y el ahora.
¡Ud. está vivo! Siéntase afortunado
por este momento en su vida. ¡El ahora!
Eso ya es un comienzo muy importante
para cruzar el puente.
Entonces, comience consciente y deliberadamente
a cruzar el puente, deshaciéndose de la cuerda
que le mantiene unido a sus prejuicios, a su historia, a su identidad,
a la percepción que tiene de Ud. mismo, a sus sentimientos, emociones, a su mundo.
Todo lo que se lleva al otro lado del puente
es una bolsita de plástico transparente
con un pasaporte y un visado.
Tiene que ser transparente, ya que
no puede llevar nada suyo al otro lado del puente.
Y cuando llegue al otro lado,
¿qué hay que hacer?
Escuchar.
Escuchar con el corazón abierto.
Escuchar con otros ojos.
Fue Marcel Proust, escritor francés, quien dijo:
"La aventura de la vida no es descubrir un paisaje nuevo.
La aventura de la vida es verlo con otros ojos".
Llévese los otros ojos, su corazón abierto
y su generosidad,
y escuche como si aprendiera un idioma nuevo,
una melodía nueva, un ritmo nuevo.
Escucha repitiendo las palabras.
Te oigo decir:
"¿te he entendido?"
Y aprende. Aprende sobre el paisaje en este otro mundo.
¿Qué puede pasar en el otro lado?
Lo que sucede allí
es el encuentro.
Ahora bien, ¿qué es el encuentro?
A nivel biológico,
es la resonancia entre dos cerebros.
Los neurobiólogos de relaciones la llaman el puente cerebral,
dos sistemas límbicos que resuenan juntos.
La semilla de nuestras emociones empiezan a resonar al mismo tiempo.
Los neurobiólogos relacionales han descubierto que,
cuando se da esta resonancia entre dos cerebros,
los sistemas nerviosos se calman.
Porque también han descubierto
que el cerebro es el único órgano
que no regulamos internamente.
Se regula desde el exterior, mediante otro cerebro.
Nos necesitamos para autorregularnos,
solo podemos regularnos mediante otra persona.
Mediante sus ojos. Mediante esa resonancia.
Y lo que sucede después es muy interesante,
porque, hace unos diez años, neurobiólogos relacionales
descubrieron esas neuronas espejo
que tenemos en el cerebro.
Nuestra capacidad de compasión,
de empatía, de comprender
de una forma muy profunda al prójimo.
Durante el encuentro, estas neuronas espejo se activan.
¿Y qué pasa?
Se forman en el cerebro nuevas vías nerviosas.
Vías nerviosas que nos proporcionan
la capacidad de estar en una relación,
porque se ha descubierto que el cerebro tiene una plasticidad enorme.
Puede cambiar en cualquier momento de nuestra vida.
Estas vías nerviosas que se forman en el cerebro
nos dan la oportunidad
de ser más inteligentes en cuanto a relaciones,
de ser más maduros.
Ese es el encuentro en el sentido biológico.
Pero en otros ámbitos
es más difícil definirlo.
Es la confluencia de dos presencias humanas completas.
O de dos esencias humanas, o de la fuerza vital de cada uno.
O del encuentro de dos almas.
¿Qué es la fuerza vital?
¿Qué es la esencia humana?
Mi padre conoce una historia sobre ello.
Tenía la mayor colección de historias judías del universo
y le encantaba contarlas.
Se reía más que nadie
al relatarlas.
Esta historia trata sobre el señor Goldberg, el sastre.
Alguien fue a que el sastre le hiciera un traje.
Se lo probó y dijo:
"Señor Goldberg, este traje es muy raro,
esta manga no queda bien".
El señor Goldberg se puso muy serio y dijo:
"Tiene razón. En esa manga, Ud. tiene que poner su mano así, ¿sí?"
El hombre dice: "Oiga, la otra manga tampoco queda bien,
¡mire, mire!" El señor Goldberg dice:
"Tiene toda la razón. En esa manga, ponga la mano de esta manera,
y el hombro así. ¿Sí?"
"¿Qué pasa con la pernera derecha? Es muy rara. ¿Qué le pasa?"
Y el señor Goldberg dice: "Tiene razón. Tiene Ud. que colocar el pie
un poco hacia dentro, así".
"¿Y qué pasa con la otra?", dice el hombre. "Bueno, Ud. tiene que colocar el pie así".
El traje ya quedaba bien, y el hombre salió de la sastrería,
y mientras iba por la calle, se cruzó con una pareja,
y la mujer le dice al marido: "¡Qué sastre tan bueno!
Un hombre es este estado... ¡y el traje le queda perfectamente!".
(Aplausos)
Así somos nosotros. Llevamos este traje.
Lo llevamos porque nos hemos adaptado a nuestra vida.
Y ni siquiera sabemos que es un traje, un traje de supervivencia.
Sabemos que así somos.
Por ejemplo, si me adaptara retirándome y siendo fría y distante,
creería que soy así.
Dentro del traje está nuestra esencia humana, ¡intacta!
Dentro de nuestra adaptación para la supervivencia, está nuestra esencia.
Cruzar el puente permite que nuestro espíritu se nutra.
Y esta transformación sucede desde este traje de supervivencia
a nuestra auténtica esencia humana.
Es cuando estamos con otros que se revela nuestra esencia.
Me recuerda a este dicho fantástico:
"Antes era diferente. Ahora ya soy el mismo".
Empecé con una historia sobre mi madre,
y ahora me gustaría contarles una sobre mi nieto Leo.
Estaba en Estambul con Leo. Estábamos en la cama,
dándonos mimos y viendo una película.
Al acabarse, Leo me miró
y me dijo:
"Bobe, abuelita, te quiero".
Y le dije: "Yo también te quiero, Leo".
Y él dijo: "No. Te quiero".
Y yo dije: "Claro, cariño, tú me quieres y yo te quiero".
Contestó: "No, bobe. Te quiero".
Entonces lo entendí.
Él no quería que yo desviara su amor.
Quería que yo cruzara el puente hacia él
y que tomara ese amor tan puro y verdadero que me daba.
Y lo hice. Lo miré, lo acepté.
Permití que, en ese momento, penetrara lo que él quería darme.
Y dije: "Leo, te oigo decir «me quieres»".
Y le brillaron los ojos.
Me enseñó que hay que ser valiente para conectarse.
Me gustaría compartir con Uds. una de mis citas favoritas
del poeta sufí Rumi, del siglo XIII,
que dijo: "Más allá del pensar correcto,
y más allá del pensar equivocado,
hay un campo.
Te veré allí".
Tengo un sueño. Veo a 90 millones de parejas
honrando estos tres conectores invisibles,
honrando el espacio entre ellos, cruzando el puente hacia el otro
y reuniéndose con el otro, esencia humana frente a esencia humana.
Es de vital importancia para mí, ya que nuestros hijos
crecen en el espacio entre nosotros.
El espacio entre la pareja
es donde el niño juega.
Y cuando sabemos cómo honrar ese espacio,
cómo santificarlo, nuestros hijos crecen
en un espacio sagrado".
Tengo una fecha en mente. El 11 de noviembre de 2012.
Día Internacional de Cruzar el Puente.
No solo es para parejas,
es para personas y para naciones.
Imagino una época en la que las naciones
sepan que el espacio entre ellas
es sagrado. Que hay un puente
que cruzar para conocer la cultura del otro.
Y que podemos reunirnos,
esencia humana frente a esencia humana.
Más allá del pensar correcto y más allá del pensar equivocado,
hay un puente.
Te veré allí.
Gracias.
(Aplausos)