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Mi primer día como profesor de matemáticas de preparatoria
aquí en los EE.UU., fue un día que nunca olvidaré.
Con apenas 6 semanas de capacitación y una breve experiencia de enseñanza,
acumulada en prepas de la Inglaterra rural,
creía que estaba listo, listo para cambiar el mundo,
listo para inspirar a los alumnos,
listo para llevar a estos chicos en un viaje a través de las matemáticas
que recordarían por el resto de sus vidas.
Entonces me paré frente a mi primera clase...
(Risas)
intentando dar una clase sobre ecuaciones lineales,
y todo lo que podía ver eran los rostros distantes y
perplejos de 42 alumnos.
Al paso del día, la realidad quedó clara.
El primer problema fue la forma en que hablaba el inglés.
Los chicos pensaban que se oía fabuloso,
pero muchas de las palabras y las frases que usaba,
eran quintaesencialmente británicas,
se quedaban confundidos.
El segundo problema era que toda la clase
estaba repitiendo Álgebra 1 por tercera vez.
(Risas)
¡No era tan divertido estando ahí parado, créanme!
Los chicos se habían desconectado de las matemáticas mucho antes de mi llegada.
Y entonces —y no fue nada divertido—
la mitad de los alumnos se estancaron multiplicando 17 por 9,
en una clase de Álgebra 1 de preparatoria y este es
un problema rutinario de cuarto grado,
y supe que la magnitud del reto que estaba enfrentando
era enorme, tanto en álgebra como en geometría.
¿Pero qué estaba haciendo mal?
En la clase de geometría enseñaba como aprendí:
dibujo un prisma triangular en el pizarrón,
escribo unos números, hago un ejercicio en el pizarrón,
pido a los chicos que respondan las preguntas del libro.
¿Les suena familiar?
Bueno, no estaba funcionando.
De hecho, estaba diciéndoles a los chicos todo
y aun así no estaban aprendiendo casi nada.
Y entonces una tarde fui al supermercado,
estaba en la cola de la caja de la dulcería
y de repente, la luz...
me di cuenta de que había algo que podía usar
para cambiar completamente la forma como enseñaba matemáticas,
con algo que sabía que todos los chicos en mi clase
se relacionarían:
chocolate.
Entonces tomé docenas de barras diferentes
y decidí usarlas en un nuevo tipo de lección de matemáticas,
una que retara a los estudiantes,
no a memorizar las fórmulas,
sino que los retara a pensar
sobre algo que pueden ver, tocar, sentir e incluso saborear.
La lección se convirtió en una sola pregunta:
¿por qué hacer una barra de chocolate en forma de un prisma triangular?
En un inicio los chicos estaban totalmente confundidos.
¿Qué quieres decir con por qué?
¡Porque se ve mono!
No estaban acostumbrados a que se les pidiera que pensaran y menos en matemáticas.
Pero quería que lucharan.
Quería que lo descifraran ellos mismos.
Y con el tiempo, trabajando juntos, lo hicieron.
Al investigar la geometría del chocolate,
mis alumnos aprendieron que con esta forma simple
el fabricante ahorra dinero
al necesitar menos cantidad de chocolate
para hacer la barra de chocolate que parece más larga.
Caray. Sí.
(Risas)
Ahora mis chicos se daban cuenta de que pagaban más
y obtenían menos, y eso atrapó su atención.
Y la mejor parte, es que no les dije cómo encontrar la respuesta.
Ni siquiera les dije cómo descifrarla,
lo hicieron ellos mismos.
Mis alumnos aprendieron o empezaron a aprender,
una lección aún mayor: las matemáticas son más que números.
De hecho, son economía, son diseño. Las matemáticas son un lenguaje
que usamos para describir el increíble mundo que nos rodea.
Así que tiré todos mis libros de texto
y rediseñé cada clase de matemáticas
empleado acertijos intrigantes, y todos los días les daba problemas matemáticos
y, ¿adivinen qué? Las calificaciones subieron.
De hecho, el 85 % de mis estudiantes pasaron clases que antes habían reprobado.
Y la mejor parte, amaron las matemáticas,
eso que estaba buscando, esa pasión,
la fiebre por las matemáticas que quería que tuvieran desde el inicio.
Me encanta dar clases...
pero quiero llegar a más chicos.
Esto estaba funcionando, yo quería llegar a más estudiantes y ayudarlos.
Entonces tomé el cargo de experto en matemáticas en el distrito escolar de Los Angeles,
capacité maestros, miles de maestros,
para que hicieron lo que había hecho en el salón de clase.
El esfuerzo fue enorme,
pero el impacto en los chicos parecía poco.
Los maestros lucharon para cambiar y dejar
la forma con la que siempre habían hecho las cosas y sabía que
había una mejor forma de llegar a más chicos.
Y sabía que involucraría tecnología.
El problema es que incluso la tecnología de hoy
se usa para replicar los mismos métodos de enseñanza áridos,
que habíamos usado por cientos de años,
y esto muestra, en verdad muestra,
que si queremos en serio enseñar a los chicos matemáticas,
necesitan experiencias activas de aprendizaje, guiadas,
pero guiadas para que descifren por ellos mismos.
Sabía que quería tecnología para hacerlo,
simplemente no sabía cómo hacerlo.
Estaba atorado, me sentía frustrado.
Y luego un día, hace como tres años, en una visita rutinaria
a un escuela primaria en el centro sur de Los Angeles,
entré a una sala de cómputo y mi radar de aprendizaje-ocurriendo se disparó.
Mirando la sala, vi a chicos pegados a sus pantallas
jugando, resolviendo problemas y, como pueden ver, divirtiéndose.
Entonces miré de cerca el juego que estaban jugando
y gradualmente me di cuenta lo que estos chicos estaban haciendo.
Estaban pensando varios pasos adelante e imaginando
una secuencia de rotaciones para lograr que este pingüinito
cruzara la pantalla de izquierda a derecha.
Y esto era primer grado.
Estos chicos de siete años estaban creando soluciones de múltiples pasos,
en sus cabezas, y la mejor parte, el software
nunca les dijo cómo hacerlo, estaban probando sus propias ideas
y tenían que ver si estaban bien o mal,
y tenían que averiguarlo ellos mismos.
¿Quién hizo este juego? Estaba enganchado.
Esto era lo que necesitaba.
Entonces hice lo único posible que podía hacer.
Renuncié, investigué a la compañía,
adiviné el correo del director de tecnología y le rogué
a esta pequeña empresa no lucrativa de neurociencias
que me contratara para construir juegos matemáticos visuales protagonizados
por un pingüino de nombre Gigi. (Risas)
En serio, Gigi.
Y ahora soy el director de creación de contenido,
que construye juegos matemáticos visuales de alienígenas, que disparan
a hoyos en puentes que se deben llenar con pedazos de bloques,
pétalos que deben juntarse en racimos de distinto tamaño
para enseñar a los niños a rellenar formas, y ordenar globos
en una parábola que será destrozada por un cohete con
controles especiales y por supuesto, Gigi,
este pingüinito que los chicos adoran ayudar a cruzar la pantalla.
Y está funcionando.
De hecho, con estos juegos y adivinanzas, medio millón
de estudiantes han tenido éxito en matemáticas.
Hoy, justo ahora, medio millón de estudiantes.
(Aplausos)
Gracias.
(Aplausos)
En algunos de los distritos escolares más difíciles
en todo el país, y conforme avanzamos,
conforme construimos estos jardines de niños a través del cálculo
podemos nivelar el campo de juego y darles a todos los chicos la oportunidad
de competir en esta economía global
porque pensémoslo: todo a nuestro alrededor,
este teatro en el que estamos sentados, nuestros dispositivos móviles,
incluso la señal de video de este evento,
todo está construido usando ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas.
Y los chicos que puedan hablar ese lenguaje
van a definir el siglo XXI.
Ahora bien, como maestro de preparatoria, la geometría del chocolate
me sirvió para redefinir la relevancia de las
matemáticas para 42 chicos de una clase en Los Angeles.
Ahora este pingüinito está redefiniendo las matemáticas
para una generación de estudiantes.
Y mi deseo, mi deseo es que un día todos los niños
tengan la oportunidad de experimentar la belleza de las matemáticas,
quizá en algo tan pequeño, tan simple y
tan maravilloso como un pedacito de chocolate.
Gracias.
(Aplausos)