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Gracias.
Muchas gracias.
¡Cuánta luz!
TED ya me ha convencido
para que cambie un poco mi vida al persuadirme
para que cambiara el inicio de mi charla.
Me encanta esta idea de compromiso.
Así que cuando os vayáis hoy,
os pediré que os comprometáis u os volváis a comprometer
con algunas de las personas más importantes de vuestras vidas:
vuestros hermanos y hermanas.
Puede ser una acción que favorezca vuestra vida profundamente
incluso aunque no sea siempre fácil.
Para este hombre cuyo nombre es Elliot
las cosas fueron muy difíciles.
Elliot era un borracho.
Pasó la mayor parte de su vida
luchando contra el alcoholismo, la depresión, la adicción a la morfina...
pero esa vida terminó cuando cumplió los 34.
A Elliot le complicaba más las cosas
el hecho de que se apellidara Roosevelt.
Nunca pudo eludir del todo las comparaciones
con su hermano mayor Teddy,
para el que las cosas siempre parecían ser un poco más fáciles.
Tampoco era fácil ser Bobby.
Él también era hermano de un presidente.
Pero él adoraba a su hermano Jack.
Luchó por él,
trabajó para él...
y cuando Jack murió, también sangró por él.
En los años siguientes, Bobby sacaría una sonrisa,
pero parecía forzada.
Se ensimismaría en su trabajo,
pero parecía atormentado.
La misma muerte de Bobby, tan parecida a la de John,
parece adecuada en cierto modo.
A John Kennedy, aún joven, se le privó de la vida.
Bobby casi parecía haberse liberado de la suya.
Puede que no haya relación
que nos afecte más profundamente,
más de cerca, más notablemente, más duramente,
de forma más dulce, feliz y triste,
y más llena de dicha o sorpresa
que la relación que tenemos con nuestros hermanos y hermanas.
El vínculo fraternal es poderoso.
Es ostentoso.
Y también petulante.
Como cuando Neil Bush,
hermano de un presidente y un gobernador, se quejó diciendo:
"He perdido la paciencia
por culpa de que me comparen con mis hermanos mayores".
Como si Jeb y George W. Bush
fueran responsables del escándalo del banco de ahorros y préstamos
y del turbio divorcio que puso a Neil en el punto de mira del público.
Pero aún más importante que todo esto,
es que el vínculo fraternal puede ser un amor duradero.
Nuestros padres nos dejan muy pronto,
nuestro cónyuge e hijos llegan muy tarde.
Nuestros hermanos son los únicos que están con nosotros
todo el trayecto.
Con el paso de los años, puede no haber nada
que nos defina y caracterice con más magnitud
que la relación con nuestros hermanos y hermanas.
Fue así para mí,
es así para vuestros hijos
y también lo es para vosotros si tenéis hermanos.
Esta foto se tomó
cuando Steve, a la izquierda, tenía ocho años.
Yo tenía seis, nuestro hermano Gary cinco
y mi hermano Bruce cuatro.
No diré en qué año se hizo la foto,
pero no fue este año.
Abrí mi nuevo libro: 'El efecto fraternal',
una mañana de sábado,
poco después de que se hiciera esta foto,
cuando los tres hermanos mayores
decidieron que sería una gran idea
encerrar al más pequeño en el armario de fusibles del cuarto de juegos.
[Risas]
Intentábamos, lo creáis o no, ponerlo a salvo.
Nuestro padre era un hombre irascible,
y no se tomaba bien que le molestaran los sábados por la mañana,
No sé qué creía que serían los sábados por la mañana
con 4 hijos, teniendo 4 años el mayor cuando nació el más pequeño,
y que no estuvieran callados.
No lo llevaba bien.
Si se le molestaba un sábado por la mañana,
entraba en el cuarto de juegos
y nos aplicaba un castigo corporal muy despreocupadamente,
emprediéndola a golpes con quien estuviera a su alcance.
No nos maltrataba para nada, pero sí nos pegaba
y lo encontrábamos terrorífico.
Así que ideamos una especie de ejercicio de dispersión.
Tan pronto como veíamos u oíamos que venía,
Steve, el mayor, se escurría bajo el sofá,
yo me metía en el armario del cuarto de juegos,
Gary se escondía en un baúl para juguetes,
pero antes, encerrábamos a Bruce en el armario de fusibles.
Le decíamos que era la cápsula espacial
de Alan Shepard, y funcionaba mejor.
[Risas]
Me atrevería a decir que nunca engañamos a mi padre.
Y hasta años más tarde no empecé a pensar
que quizás no era buena idea encerrar a un niño de cuatro años
con un viejo panel con fusibles de alto voltaje al descubierto.
[Risas]
Pero mis hermanos y yo, incluso en aquellos malos momentos,
los superamos con algo
que estaba claro, duro y perfecto.
Un reconocimiento primario del vínculo que compartíamos.
Éramos una unidad; una unidad
ruidosa, desorganizada, belicosa,
leal, afectuosa y duradera.
Nos sentíamos mucho más fuertes así
que siendo solo individuos.
Y sabíamos que conforme avanzaran nuestras vidas
siempre podríamos recurrir a esa fuerza.
No estamos solos.
Hasta hace 15 años, los científicos
no prestaron mucha atención al vínculo fraternal.
Y por buenas razones:
solo se tiene una madre, un padre,
y si tu matrimonio sale bien, tienes un cónyuge de por vida.
Los hermanos no poseen esa singularidad.
Son intercambiables, fungibles, una especie de comodidad doméstica.
Los padres ponen una tienda y empiezan a llenarla de existencias.
El único límite son el esperma, los óvulos y la economía.
Mientras puedas respirar, puedes seguir almacenando.
La naturaleza es perfectamente feliz con ese plan
porque nuestra directriz fundamental
es llevar la mayor cantidad posible de genes a la próxima generación.
Los animales lidian con estos mismos problemas.
Pero tratan con ellos de forma mucho más simple.
Un pingüino de penacho amarillo que ha puesto dos huevos
los estudiará bien
y le dará un puntapié fuera del nido al más pequeño.
Es mejor centrarse en el huevo más grande y que parece más resistente.
Y el águila negra deja que sus polluelos rompan el cascarón
y se queda mirando
cómo luchan grandes contra pequeños,
estos últimos suelen acabar despedazados,
y los grandes se ponen cómodos para crecer en paz.
Los lechones, con lo monos que son,
nacen con una pequeña ristra de dientes puntiagudos externos,
que usan para morderse entre ellos
en una competición por ganar una tetilla.
El problema para los científicos fue
que toda esta idea de los hermanos como una clase secundaria de ciudadanos
nunca pareció sostenerse del todo.
Después de que los investigadores aprendieran todo
sobre las relaciones de familia, las madres y otras relaciones,
propusieron un asunto oscuro y problemático.
Nos concernía a nosotros.
Ejerciendo una gravedad en sí mismo.
Y eso solo podían ser nuestros hermanos.
Los humanos no son diferentes de los animales.
Cuando nacemos, hacemos lo que sea
para atraer la atención de nuestros padres
mostrando nuestros ganchos comerciales
y comercializándolos ferozmente.
Uno es el gracioso, otro es el guapo,
otro el atleta y otro el listo.
Los científicos lo llaman "De-identificación".
Si mi hermano mayor juega al fútbol,
que si veis a mi hermano sabréis que no jugaba,
yo también podría jugar al fútbol
y conseguir a lo sumo el 50% de los aplausos de mi familia.
O podría hacerme presidente del consejo estudiantil
o especializarme en arte
y conseguir el 100% de la atención en ese área.
A veces, los padres contaminan el proceso de De-identificación
comunicándose con sus hijos sutilmente o no,
de modo que solo ciertos tipos de logros se aplaudirán en casa.
Joe Kennedy era famoso
por dejar claro a sus nueve hijos
que se esperaba que compitieran entre ellos en deporte
y que se esperaba que ganasen,
o tendrían que comer en la cocina con el servicio
en lugar de hacerlo en el comedor con la familia.
No es de extrañar
que Jack, el escuálido segundo hijo,
luchara tan duro para competir con Joe, su hermano primogénito y en mejor forma,
por su cuenta y riesgo.
Una vez hicieron alrededor de la casa una competición de bicicletas
que acabó en un choque que le costó a John 28 puntos.
Joe salió prácticamente ileso.
Los padres agravan más este problema
cuando muestran favoritismo,
que lo hacen de forma abrumadora, por mucho que no lo admitan.
Un estudio que puse en Time, para presentar "The Sibling Effect",
demostraba que el 70% de los padres y el 65% de las madres
mostraban preferencia por uno de los hijos al menos.
Y tened en cuenta
que la palabra clave es 'mostrar'.
El resto de los padres tan solo lo estarían ocultando mejor.
[Risas]
Me gustaría decir que el 95% de los padres tienen un favorito
y que el 5% restante miente.
La excepción somos mi mujer y yo, sinceramente,
no tenemos favorito.
[Risas]
Los padres no tienen culpa de albergar sentimientos favoritistas.
Y aquí también entra en marcha nuestro cableado natural.
El primogénito es el primer producto de la cadena de montaje familiar.
Normalmente, los padres invierten dos años de dinero, calorías
y muchos otros recursos en ellos,
de modo que para el momento en el que nace el segundo,
el primogénito ya es, como lo llaman las empresas, gastos a fondo perdido.
No quieres desinvertir en él y comenzar la I+D con el nuevo producto.
[Risas]
Así que lo que empezamos a hacer
es decir "Mejor opto por el Mac OS 10 y sacaré el Mac OS 11 en dos años".
Solemos inclinarnos en esa dirección,
pero también entran otras fuerzas en juego.
Uno de los estudios que expuse aquí,
aquí y en el libro, mostró
que lo más común es que el favorito del padre sea la hija más pequeña,
y que el favorito más común de la madre sea el hijo mayor.
Esto no es edípico,
descartad las teorías freudianas de hace siglos,
y no es solo que los padres hacen todo lo que sus hijas les piden,
aunque puedo deciros que, como padre de dos niñas, esa parte juega un papel.
Más bien, hay cierto narcisismo reproductivo en marcha.
Los hijos de sexo opuesto al tuyo
jamás se te parecerán del todo.
Pero si en cierto modo se te parecen en el temperamento
los quieres más todavía.
Como resultado, el padre que sea un hombre de negocios
se derretirá con la idea de que su hija tenga un MBA y una dura visión del mundo.
A la madre, tan sensible, se le caerá la baba con su hijo el poeta.
El orden de nacimiento, otro tema que traté en Time
y que también traté en el libro,
también evoluciona de otras formas.
Mucho antes de que los científicos se fijaran en esto,
los padres vieron que hay ciertos patrones temperamentales
asociados con todo orden de nacimiento. El serio y esmerado primogénito,
el mediano atrapado en la espesura,
el niño salvaje que es el pequeño.
Cuando los científicos llegaron a este campo,
descubrieron que mamá y papá tenían razón.
Los primogénitos suelen ser más grandes y sanos que los demás hijos,
en parte por la ventaja que tuvieron respecto a la comida en zonas de escasez.
A los primogénitos se les vacuna de forma más fiable
y se les suele llevar más al médico
cuando enferman.
Y este patrón continúa hoy día.
El tema del coeficiente intelectual, doy fe como segundo hijo, es muy real.
Los primogénitos aventajan en 3 puntos a los segundos hijos.
Y los segundos tienen una ventaja de 1.5 puntos sobre los demás,
en parte por la atención exclusiva que reciben los primogénitos
de papá y mamá,
y en parte porque tienen una oportunidad
de enseñar a sus hermanos pequeños.
Todo esto explica por qué
es más probable que los primogénitos sean
directores ejecutivos, senadores,
astronautas
y que ganen más dinero que el resto de hijos.
Los últimos en nacer vienen al mundo
con desafíos totalmente distintos.
Son los cachorros más pequeños y débiles del cubil
y corren mayor riesgo de que se los coman vivos,
así que potencian las llamadas 'habilidades de bajo poder'.
La habilidad de cautivar y desarmar
para intuir qué ocurre en la mente de los demás,
es decir, mejor esquivar el golpe antes de recibirlo.
[Risas]
También son graciosos a morir,
que es otra cosa muy útil
porque es difícil pegar a alguien que te hace reír.
[Risas]
Quizás no sea coincidencia que en el transcurso de la historia
algunos de los mejores sátiros:
Swift,
Twain,
Voltaire,
Colbert...
[Risas]
sean o los más pequeños o estén entre los más pequeños
en familias grandes.
La mayoría de los medianos no salen muy bien parados.
Pienso en nosotros como agua de borrajas.
Somos...
[Risas]
Somos los que luchamos más duro por reconocimiento en casa.
Somos los que siempre alzamos la mano
cuando se le da la palabra a otro en la mesa.
Somos los que solemos tardar un poco más
en encontrar nuestro camino en la vida.
Y puede haber problemas de autoestima asociados a eso.
Pero como me han pedido que diera este TED
me siento mejor respecto a todo esto.
[Risas]
Pero el lado positivo para los medianos es
que suelen desarrollar relaciones más ricas y profundas fuera de casa,
pero esa ventaja también viene de algo poco ventajoso:
que esas necesidades no se cubrieron en casa.
Las riñas en el cuarto de juegos que representan
el favoritismo, la jerarquía y demás problemas
son tan crueles como parecen.
En un estudio que cito en el libro,
los niños de entre dos y cuatro años
se meten en peleas cada 6,3 minutos
o en 9,5 peleas por hora.
Eso no es pelearse, es arte en vivo.
Es extraordinario.
Una razón para esto es que en casa
hay mucha más gente de la que crees
o al menos muchas más relaciones.
Todas las personas de tu casa tienen una relación individual discreta
con el resto de personas,
y esos pares o díadas se aclaran rápido.
En una familia con dos padres y dos hijos
hay seis díadas.
Mamá tiene una relación con los hijos A y B,
papá tiene una relación con los hijos A y B.
Luego está la relación matrimonial
y la relación entre los hijos.
La fórmula parece poco atrayente, pero funciona.
K equivale al número de personas en tu casa
y X equivale al número de díadas.
En una familia de cinco personas hay 10 díadas.
Con los ocho de la tribu de los Brady, sin contar con el encanto,
había 28 díadas en esa familia.
La familia Kennedy con los 9 niños, tenía 55 relaciones diferentes.
Y Bobby Kennedy, que llegó a tener 11 hijos,
tenía una casa con la increíble cantidad de 91 díadas.
Esta superpoblación de relaciones
hace que las peleas sean inevitables.
Y la propiedad es con mucho el mayor detonante de las peleas.
Los estudios muestran que más del 95% de las peleas
entre los niños pequeños tienen que ver con alguien tocando, jugando,
o mirando las cosas de la otra persona.
A su manera, es sano si arma mucho jaleo,
y esto se debe a que los niños pequeños
entran al mundo sin ningún control en absoluto.
Están completamente indefensos.
La única forma que tienen de proteger su limitadísimo poder
es a través de objetos que conciben como suyos.
Cuando alguien cruza esa línea tan poco definida,
se vuelven locos y pasa lo que pasa.
Otro motivo de guerra muy común entre los niños
es la idea de justicia.
Cualquier padre que oiga 14 veces al día:
"Pero es injusto", puede decíroslo.
En cierto sentido, también es bueno.
Los niños nacen con un sentido innato
del bien y del mal, de tratos justos
e injustos, y esto les enseña lecciones muy valiosas.
¿Queréis saber lo bien codificada que está la justicia en el genoma humano?
Procesamos ese fenómeno
a través del mismo lóbulo cerebral
que procesa la repugnancia, lo que significa
que reaccionamos a la idea de que alguien haga trampas
de la misma forma que reaccionamos a la carne putrefacta.
[Risas]
No es de extrañar que Bernie Madoff sea impopular.
Todos estos dramas que se representan día a día,
instante a instante,
sirven como un ejercicio a tiempo real y de inmersión total para la vida.
Los hermanos se enseñan a evitar el conflicto
y a resolverlos, cuándo deben defenderse,
cuándo deben renunciar, aprender sobre el amor,
la lealtad, la sinceridad, a compartir, a ser generosos, a comprometerse,
a revelar secretos y, lo que es más importante,
a guardar secretos.
Escucho a mis hijas. ¿No son adorables?
Escucho a mis jóvenes hijas hablando bien entrada la noche.
Igual que, sin duda, mis padres nos escuchaban a nosotros,
y a veces intervengo, pero no suelo.
Forman parte de una conversación de la que yo no formo parte,
ni nadie más en el mundo,
y es una conversación que puede y debe seguir por el resto de sus vidas.
De aquí saldrá un sentido de constancia,
un sentido de tener un compañero de viaje permanente,
alguien con el que aprenderán a vivir
antes de que tengan que salir y recorrer el mundo solos.
Los hermanos y hermanas no son el 'sine qua non' de una vida feliz;
muchas relaciones de hermanos ya adultos están tan rotas
que es necesario que se abandonen por el bien de todos los implicados.
Y los hijos únicos han demostrado a través de la historia
que son creativos y perfectamente capaces
de adquirir socialización y habilidades de camadería
a través de los amigos, los primos y los compañeros de clase.
Pero tener hermanos y no crear la mayoría de esos vínculos
creo que es un fallo de los gordos.
Si las relaciones se rompen y se pueden arreglar, arregladlas.
Si funcionan, mejoradlas.
Fracasar al hacerlo es un poco
como tener 1.000 acres de tierra fértil y no cultivarla nunca.
Sí, siempre puedes comprar la comida en el supermercado,
pero piensa en lo que te estás perdiendo.
La vida es corta, es finita y se juega para ganar.
Los hermanos pueden ser de lo más rico que podamos cosechar mientras vivamos.
Gracias.
[Aplausos]