Tip:
Highlight text to annotate it
X
Nepal No somos de grandes alturas. Respetamos demasiado
las cumbres desnudas y su soledad. Preferimos mirarlas desde abajo y dejarlas para los montañeros
y las cabras. Nos gusta más el valle, el rio, el bosque de ladera o el de ribera, zonas
donde el resuello de nuestro esfuerzo nos permita escuchar el canto de los pájaros
y los gritos de los niños que salen de la escuela al otro lado del valle.
Gustamos de pueblicos con historia. De historias con arte. De arte hasta jartarnos. De largos
paseos y de charlas con sus gentes en idiomas imposibles, que nos enriquecen y que les aporta,
quizá, una nueva visión un poquito más allá de sus horizontes conocidos.
Llegamos a Katmandú vía Delhi. Como siempre sin hotel. Encontramos algo decente en el
barrio de Thamel, la zona en la que los mochileros solitarios nos agrupamos siguiendo los consejos
de la lonely. Y a patear ciudad. Con la cara de novatos que otorga ese deslumbramiento
de los primeros días cada vez que aterrizas en un nuevo país, y que reconocen en tí
la gente que vive de guiar, vender, mostrar o engañar al turista. Luego se te pasa y
tu mirada se torna en otra mirada más segura y relajada.
Karmandú es campo base de muchas expediciones al Himalaya y centro comercial obligado para
abastecerse, a buenos precios, del material de montaña que olvidaste o de aquel que se
te antoja en sus miles de tiendas al efecto. Siempre comparando y regateando. Y salimos
con cuatro bastones que salven tus rodillas en el trekin y un pantalón de montaña made
in taller nepalí. Y un gorro, que perdiste el tuyo en algún autobús.
Y más paseos por la ciudad, con fastuosos o chiquitos templos, esplendorosos los de
la plaza Durbar. Y en un tuctuc de competición te acercan
al sagrado e inmundo rio Bagmati, afluente del sagrado e inmundo Ganges en el que la
que lava a su finado antes de chiscar la pira funeraria y cuyo profundo olor se disipa al
contemplar la serenidad de las familias al despedir a sus muertos deseándoles una mejor
vida en su renacer. Que así sea. Ambiente de casi fiesta en Pashupatinah, decorada con
ascetas hindúes devotos de la deidad Shiva, que venden su imagen a los occidentales.
Continuamos paseando callejas invadidas por gente que te devuelve la sonrisa; otro namasté.
Y otro. Templos, estupas y monasterios en los que la cómplice sonrisa de la monja rapada
que sopla la trompeta ceremonial te traslada a mundos en blanco y ***, de los que creías
pretéritos y perdidos ya, pero que aquí, con despliegue exultante de colores, olores
y sensaciones se te muestra en un presente que inevitablemente marcará tu futuro.
Y toca irse para las montañas: nosecuántas horas en un bus infernal, petao de gente,
aromas y enseres por pistas de montaña rozando caídas de vértigo y en los que sólo cabe
dejarse llevar. Fluir. Syaphrubesi, pueblo sin ningún encanto más que su paisaje. Cama,
y a madrugar. Contratamos guideandporter, Sriman, un chavalín que con inglés demasiado
básico y unas chanclas de goma trepa la montaña como buen sherpa, cargado con un montón de
kilos y una eterna sonrisa, acomodándose a nuestro cansino ritmo, vistare, vistare,
por inacabables escaleras que conforman las empinadas cuestas de lo que será nuestro
hogar y nuestro cielo los próximos seis días. El Territorio Tamang forma parte de la cadena
de los Himalayas, y en una acertada propuesta del gobierno nepalí se pretende desviar parte
del congestionado y tradicional turisteo en la ruta al campo base del inacabable Everest,
proporcionando así una importante ayuda en forma de divisas a pueblicos y gentes olvidados
en sus territorios de manera básica y tradicional, pero siempre, con una sonrisa y un namasté
por bandera. Paisajes de cuento, cuentos de paisajes lejanos,
pueblicos escondidos en las nubes. Gentes sin nada y que nada pretenden en su día a
día. Gentes que no medran. Sobreviven. Y el que posee cuatro yaks es feliz. Y el que
tiene dos cabras, las persigue montaña abajo con una sonrisa y chanclas de plástico.
Y el que tiene la suerte y el arrojo de haber podido construir un refugio para guiris, o
acomodar su humilde casa para tan loable fin, pone lo mejor de su día y de su sueño para
que el guiri se despida después de tamaño desayuno con un namasté. Y una sonrisa.
Y otro valle, y otro destino allende el horizonte y que te hace dudar del significado de la
palabra imposible, causa y efecto que asumes p`a los restos. Y llegas. Y si hay agua caliente,
te duchas Y te preparan lujosas cenas al gusto del guiri
que haya tenido el gusto de elegir su hospedaje de entre los otros dos del pueblico compartiendo
mesa y lumbre con abuelos y con nietos y con aguardientes y bailes.
Y conoces, de perseguirles por la ruta de la mañana, compartir mesa y chorizo de contrabando,
y hotel de campiña a pareja de gabachos, buenagente, y a los que vuelves a ver cuando
el sol se esconde, siempre demasiado rápido, entre las nieves que rascan cielos. Y a sobar.
Que mañana nos esperan ochos valles, que nos acercan al Tibet con bandera china del
que huyeron muchos de los pobladores deste nuestro recorrido, acogidos con cariño por
los Gurung, Bhutia, Magar, Kiratis y Sherpas. Tibetanos que en cada amanecer levantan la
vista al norte soñando con el día en que cambie la bandera roja que tomó sus casas
Sonrisas y despedidas. Atrás quedan Syaphrubesi, Briddim, Thuman, Tatopani, Gatland ,Dunche
y todas esas sonrisas que hemos devuelto con un namasté. Seis días de ampollas y sufrimientos
que se te quedan cortos en una especie de síndrome de Estocolmo al que prometes volver.
Algún día. Y viaje de vuelta en insufribles autobuses
indios. Esta vez, sentao. Bienhallado a ese caos de Katmandú, que ya
no te parece tan caos. Y a buscar hotel digno de cuatro euros. Y ducha de cuatro horas.
Y paseo. Y te invitan a otro té mientras te explican
cómo llegar a Bandipur. Y llegas. Y te admiras y te llenas de arte a ojos llenos. Doseles
labrados en lujuriosas escenas eróticas esculpidas para que sus jóvenes aprendan otra erótica,
la cotidiana. Niños que vuelven de la escuela con cara de niños y que antes de los deberes
hacen lo que deben, yendo a buscar las dos vacas o desvainando guisantes con la abuela.
Y otro tuctuc que no avanza nada pero que pita como un descosido colándose entre gentes
que roban su espacio en calzadas imposibles, entre puestos callejeros y callejas repetidas.
Y viaje a Chitwan. Parque natural donde los haya y donde todo está preparado para que
lo más imprevisible que le ocurra a un turista, sea la picadura de un mosquito: paseo en elefante
a la caza de rinoceronte contratato para la jornada, rio abajo en troncos vaciados sorteando
cocodrilos durmientes y paseo por la jungle. Siempre con el aviso de que puede aparecer
de ver y hacer las cosas, de superar obstáculos, de aprender que lo que de verdad tiene importancia
no es lo que nos han enseñado, y que, una vez en casa, en plena digestión, y mezclando
con lo que has visto en otros lugares, preparar un bolo que te ayude a entender un poquito
mejor el devenir de la vida, quizá con criterios un poquito más amplios.
Y todo ello con nuestro inglés de andar por casa. Prometo, otra vez, mejorarlo.
Y todo ello con la palabra respeto por delante. Que tu invasión sólo suponga para el invadido
un beneficio emocional o económico, a ser posible buscando con tu actitud una sonrisa,
no un agradecimento. Namasté