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(Música)
Intentaré darle un tinte histórico a nuestra lengua
con una historia sobre el vocabulario eléctrico.
Todo empezó hace 2600 años.
Un antiguo griego llamado Thales de Mileto
parece ser la primera persona que observó
lo que hoy llamamos fenómenos eléctricos.
Descubrió que una pieza de ámbar, si se la frota con piel,
podía atraer pedacitos de paja.
En palabras de Thales, el ámbar se denomina electrón.
Durante mucho tiempo eso era casi todo lo que se sabía sobre el tema.
Y la naturaleza tuvo que esperar unos 2200 años
hasta ver nuevas investigaciones
en las propiedades del ámbar.
William Gilbert, un científico inglés del siglo XVII,
descubrió con una experimentación cuidadosa,
que otros materiales evidencian las propiedades de atracción
del ámbar.
Descubrió que podían atraer otros objetos aparte de la paja.
Gilbert denominó a estos objetos similares al ámbar
con la palabra griega para ámbar.
Los denominó "eléctricos".
Unos 40 años después, cerca de Norwich,
Sir Thomas Browne realizó otros experimentos.
No descubrió nada distinto a William Gilbert,
pero la forma de describir los experimentos
definió las palabras que usamos habitualmente.
Según él cuando uno frota, por ejemplo, un cristal con un paño
el cristal se vuelve eléctrico.
Así como se dice que los objetos elásticos
tienen la propiedad de la elasticidad,
los objetos eléctricos tienen la propiedad de la electricidad.
El físico francés del siglo XVIII
Charles du Fay fue la siguiente persona en descubrir algo importante.
Encontró que casi cualquier objeto, salvo los metales y los fluidos,
podían volverse eléctricos
al someterlos a una combinación de calor y fricción.
Además, descubrió que si se colocan dos eléctricos juntos,
a veces se atraen y a veces se repelen.
Con esta información adicional,
du Fay encontró que había dos grupos distintos de eléctricos.
Dos objetos del mismo grupo
siempre se repelerán
mientras que dos de distinto grupo
siempre se atraerán.
A pesar de estos descubrimientos,
las anotaciones de físca de du Fay se han perdido en la historia.
En cambio, recordamos y usamos hasta hoy el vocabulario
de un carismático joven estadounidense.
Benjamin Franklin oyó hablar del trabajo realizado en Europa
e inició sus propios experimentos lúdicos.
Rápidamente aprendió a fabricar dispositivos eléctricos
que se deselectrificaban produciendo grandes chispas.
Diestro en travesuras,
Franklin solía sorprender a sus amigos con estas máquinas.
Conforme creaba dispositivos más eficaces,
comparaba la electrificación
y la deselectrificación con la carga y la descarga de las armas.
No pasó mucho tiempo hasta que Franklin y otros se dieran cuenta
de la posibilidad de relacionar ambas cosas.
Franklin, siguiendo con la metáfora,
comparó este grupo con los cañones de un buque.
La cubierta de un buque militar
dispara sus cañones en simultaneo, en una batería.
Del mismo modo, esta batería eléctrica
descargaría todo al mismo tiempo,
provocando chispas de gran tamaño.
Esta nueva tecnología plantea una cuestión interesante:
¿los rayos son una gran batería eléctrica?
La descripción de Franklin de todo esto es así:
se supone que existe una sustancia
llamada "fluido eléctrico" común a todas las cosas.
Si, por ejemplo, una persona frota un tubo de cristal
esa fricción, o carga, provoca un flujo de este fluido,
o una corriente eléctrica, que pasa de la persona al cristal.
Como resultado la persona y el tubo se vuelven "eléctricos".
Normalmente, si la persona estaba de pie en el suelo,
su fluido eléctrico volvía a la normalidad,
con un intercambio del inventario común de la Tierra,
según Franklin.
Pararse en algo como un bloque de cera
puede interrumpir este suministro.
Franklin decía que un objeto con exceso de este fluido
estaba cargado positivamente,
y algo que carecía de este fluido estaba cargado negativamente.
Si los objetos se tocan, o están cerca uno del otro,
el fluido eléctrico se desplaza entre ellos
hasta alcanzar un equilibrio.
Cuanto mayor es la diferencia de fluidos entre dos objetos,
mayor es la distancia que salta el fluido,
provocando chispas en el aire.
Y es el material del objeto
lo que determina si gana o pierde fluido eléctrico
durante la carga.
Estos son los dos grupos de eléctricos de du Fay.
Habrán oido la frase: "Las cargas opuestas se atraen,
las iguales se repelen".
Es por eso.
En los siguientes 150 años,
la teoría de Franklin se usó para desarrollar
muchas otras ideas y descubrimientos
que usaron el vocabulario que él acuñó.
Esta investigación científica produjo avances tecnológicos
y, finalmente, los científicos miraron más de cerca
al propio fluido eléctrico.
En 1897, J. J. Thomson, trabajando en Cambridge, Inglaterra,
descubrió que el fluido eléctrico
en realidad estba compuesto de pequeñas partículas,
denominadas electrones por el físico
George Stoney.
Y así volvemos a la palabra para ámbar del griego antiguo,
donde comenzó nuestra historia.
Sin embargo, hay un epílogo en esta historia.
Se descubrió que estos electrones fluyen
en dirección opuesta a lo que suponía Franklin.
Por lo tanto, los objetos cargados positivamente
no tienen exceso de fluido eléctrico,
en realidad les faltan electrones.
Sin embargo, en vez de rebautizar todo al revés,
se decidió mantener el vocabulario de Franklin
por cuestiones de costumbre y convención.
Si bien reconoce el descubrimiento de los electrones,
se mantuvo el flujo eléctrico de Franklin,
renombrándolo como "corriente convencional".
El electrón se tornó un salmón de la electricidad,
nadando contracorriente en un río fantasmal
de corriente convencional.
Es entendible que esto pueda resultar confuso para
quienes no están familiarizadas con la historia de estas ideas.
Por eso espero
que con esta breve historia del vocabulario eléctrico,
puedan abrirse camino por los recovecos de este tema
y tengan una comprensión más clara
de la física de los fenómenos eléctricos.