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Martín Rico es uno de los grandes paisajistas españoles del siglo XIX.
Pintor poco conocido puesto que jamás se ha hecho una exposición individual,
esta del Prado es la primera que tanto en vida del artista como después, se realiza.
Para ello, se han reunido 101 obras, las mejores de entre las que pintó
y sus cuadernos de dibujo que el Prado adquirió en 2007
y que dan idea de su personalidad artística,
desde sus mismos comienzos en el año 53 hasta su muerte en el 1908.
En la exposición hemos procurado hacer espacios que determinan las distintas etapas del artista.
Una primera, desde sus inicios, desde su misma formación con Genaro Pérez Villamil,
todavía en un paisaje romántico, un paisaje de grandes panoramas,
de árboles aislados, de montañas abruptas…
Pinta en Covadonga, pinta en Sierra Nevada, también en la Sierra del Guadarrama.
Ese primer espacio que va desde el año 53 hasta el 61,
es el que nos da las claves de su fascinación por el natural.
Aun siendo un pintor formado por época, todavía en las premisas del romanticismo,
ya en esta primera etapa se percibe un afán de voluntad realista,
un afán de captar el natural, muy especialmente en las acuarelas pero también incluso en los óleos.
En el segundo espacio, ya vemos conformarse la personalidad artística de Martín Rico,
primero en su estancia en Suiza, acompañada por una estancia en Londres
en donde ve las obras de los grandes paisajistas británicos y, luego,
en Francia donde pinta las riveras de los ríos, el Sena, el Oise, el Marne …
Y pinta al lado de Camille Pissarro en el año 64 en Saint-Maure, Chennevières
las Lavanderas de La Varenne, la obra maestra de este periodo que tiene el Prado,
que conserva además obras maestras de cada uno de los periodos del artista.
A lo largo de esta segunda etapa francesa el artista va a pintar en lugares
que frecuentan los impresionistas y aunque el artista no sigue el camino impresionista,
sí que conoce los recursos de pintura al aire libre, de pincelada dividida
y de utilización del color puro y los emplea parcialmente puesto que no le interesa otra cosa.
Él quiere siempre preservar el dibujo que es la mayor diferencia con los impresionistas en sus obras.
Es entonces cuando, al estallar la guerra franco – prusiana el pintor
va a ir a Granada invitado por Fortuny en 1871.
Va a pasar el año allí y es cuando se despliega con toda su expansión
y toda su riqueza el gusto por el color, la luz, el preciosismo en la factura,
en la ejecución muy cuidada en obras que son verdaderamente maestras,
de las cuales aquí hemos reunido tres obras de Granada,
una de ellas La torre de las damas del Prado,
otra de la colección del Metropolitan y la tercera, de una colección particular.
Y todo ello además, va a ser la base de esa experiencia granadina
para otras pinturas que va a realizar en 1872 en Sevilla,
donde la alegría de la atmósfera de esta localidad andaluza se plasma
con gran efecto y con gran nitidez, sería el término.
Y en 1875, año en que vuelve a Sevilla y pinta sus dos obras maestras,
que están las dos aquí, sus dos óleos; y tres acuarelas,
que también se han reunido procedentes de esta campaña sevillana.
Al mismo tiempo, en el 75 pinta en Toledo, también tenemos obras
donde las imágenes de estas grandes ciudades, de estas antiguas ciudades
cargadas de historia y de monumentos, cargadas de una densidad de pasado
que verdaderamente había de fascinar a los norteamericanos,
están reunidas esas imágenes de monumentos con escenas de vida cotidiana,
humilde, como si el pintor rescatara mediante su pintura, de su humildad,
esas joyas arquitectónicas y las devolviera a la mirada del espectador.
Después, viene una sección dedicada a vistas francesas e italianas
y entonces aquí destaca la vista de París, del Prado,
una visión panorámica para la marquesa de Manzanedo,
donde el pintor también había dibujado en diversas ocasiones París
y había publicado en algunas de las principales revistas parisinas
y también norteamericanas los dibujos parisinos,
pero aborda aquí en gran formato esa visión panorámica.
Es muy importante también la campaña en la costa azul, en 1881.
Son las obras con mayor dulzura de color las que hace en Niza y en Beaulieu,
junto al mediterráneo, una luz distinta a la que luego va a tratar en Venecia.
Y es importante también su campaña de Chartres, en 1876,
en donde pinta La Porte Guillaume, con viejos recuerdos de la obra de Corot,
pero realmente dándole una luminosidad diferente.
Y la última sección es la Veneciana, aquí se puede ver en este cuadro de la colección Drexel,
uno de los primeros que realiza las vistas venecianas.
Cuando llega a Venecia se queda fascinado porque Rico
es el pintor de los reflejos en los ríos los calmados, del Sena o del Oise…
A veces elige esclusas o elige canales, o también lo que los franceses llaman les brases mortes,
los brazos muertos de los ríos para que el agua permanezca más quieta.
Y realmente en la laguna, en Venecia, se siente a sus anchas,
también la libertad de pintar en la ciudad como él mismo dice en una carta
a Stewart “como si fuera un gran taller al aire libre” y allí campa a sus anchas,
allí pinta desde la góndola que alquila, allí pinta también desde los puentes
y realmente toda la ciudad de Venecia, no solo la La Riva degli Schiavoni como aquí,
sino también otros canales, como se ven en otras pinturas.
Monumentos, los distintos fondamenta, la laguna, Murano…
Todo ello se convierte en objeto sucesivo de su pintura con una creciente intensidad
y un creciente éxito en el mercado, puesto que la clientela norteamericana
después de la guerra de la secesión intenta europeizarse
y Venecia es una de las ciudades que por excelencia muestran ese símbolo de lo artístico,
propio de lo europeo. Entonces Rico se convierte además en un miembro
de la colonia artística de Venecia, uno de los miembros más respetados.
Allí está con Sargent, con Whistler, llega a ser jurado de la segunda bienal de Venecia.
Allí trabaja también en contacto estrecho con algunos otros pintores norteamericanos como Chase.
También se convierte en un faro para los pintores españoles pensionados en Roma
que van a Venecia a pintar paisaje y que siguen la estela de Rico,
como habían seguido los andaluces la estela que había dejado en Granada y en Sevilla
y se convierte por tanto en una referencia en sus oleos, en sus dibujos a tinta,
y también a lápiz y también en sus acuarelas. Muchas de estas obras vienen
de museos norteamericanos como esta por ejemplo, también del Metropolitan,
de Museos de Filadelfia, de Brooklyn, museo de la Hispanic Society,
que ha hecho un préstamo muy nutrido…
Realmente todo esto conforma una dimensión muy cosmopolita,
poco habitual en la pintura española del siglo XIX, como si viniera a ser el paralelo de Fortuny
en el paisaje durante un periodo de tiempo mucho mayor y en ese sentido
igual que Raimundo de Madrazo, el otro gran amigo íntimo de Martín Rico
representa la vertiente de lo fortuniano en el aspecto retratístico
y en el aspecto de género mundano, así también Rico lo representa en el paisaje,
pero con una individualidad y con una especificidad propia
y además con una trayectoria que arranca antes desde el romanticismo
y que llega a esta luminosidad extraordinaria con este preciosismo del toque y de la materia
y con este colorido tan bello que hace que sea un verdadero deleite visual el recorrer la exposición.