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Es la primavera de 1787.
La Guerra de la Independencia terminó hace sólo 6 años,
y los jóvenes Estados Unidos aún están luchando en su infancia.
Levantamientos, disputas limítrofes y la falta de una visión común asolan al país recién nacido.
En un esfuerzo por estabilizar la precaria nave,
el Congreso de la Confederación pide a los estados que envíen delegados a la gran Convención,
que comenzará el 14 de mayo en Filadelfia.
Los delegados deben redactar revisiones de los Artículos de la Confederación,
que serán objeto de examen por el Congreso y aprobados por los estados.
Bajo los términos de los Artículos,
los 13 estados tenían que estar de acuerdo con los cambios.
Como el propósito de la Convención es sólo hacer recomendaciones,
no a todos les entusiasmaba asistir
y, francamente, algunos piensan que es una pérdida de tiempo.
Conforme los hombres de diferentes partes del país viajan por caminos polvorientos y accidentados hacia Filadelfia,
no todos los estados enviaron delegados.
De hecho, Rhode Island nunca apareció.
El 14 de mayo sólo 8 delegados
-no estados, sino delegados individuales-
están presentes, así que esperan.
Finalmente, el 25 de mayo, se logra el quórum necesario de siete estados.
En total, llegan 55 delegados a Filadelfia en el transcurso de la Convención.
Son todos varones blancos, hacendados, con una edad promedio de 44 años.
Algunos tienen esclavos, algunos habían firmado la Declaración de la Independencia, [James Madison, Roger Sherman]
y casi todos tenían buena instrucción. [Benjamin Franklin]
Imaginen a los delegados, James Madison y George Washington, entre ellos,
sentados en el Hall de la Independencia en la cálida y húmeda Filadelfia.
Todos vestidos como se estilaba: levitas, cuellos altos y pantalones gruesos.
Votan para mantener sus conversaciones secretas y fomentar el debate honesto.
Eso implica ventanas cerradas, no hay aire acondicionado en 1787, ni siquiera ventiladores eléctricos.
Se sentarán en ese calor sofocante, con esa ropa pesada, durante tres meses.
Sorprendentemente, todos mantienen su promesa de secreto.
Eso no sería posible hoy, ni siquiera en una reunión de una hora.
Alguien compartiría: "James Madison piensa que es muy inteligente.
Nota: los artículos están muertos", en los medios sociales
y todo sería un desastre.
Pero en 1787 no hay filtraciones. Ni siquiera hay pistas de lo que están haciendo.
Y lo que están haciendo es nada menos que derrocar al gobierno que los envió allí.
A los pocos días, con sólo un quórum de siete estados, y de ellos sólo seis estuvieron de acuerdo,
un puñado de hombres cambiaron el curso de la historia.
Votan para deshacerse de los Artículos de la Confederación,
y redactan un nuevo documento, más nacionalista, que se convierte en nuestra Constitución.
El riesgo es inmenso.
Todo el mundo supone que están trabajando en las revisiones recomendadas a los Artículos.
Es una apuesta increíble y aún cuando la Convención presenta la Constitución firmada el 17 de septiembre,
no todos los delegados la endosan.
El país discutirá y debatirá durante dos años más
antes de que el documento sea adoptado por los necesarios 9 de 13 estados.
Pero en vez de castigarlos por su engaño,
hoy celebramos la sabiduría y la visión de los hombres de Filadelfia.