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Imaginemos un gran baile en Buenos Aires en 1851
Es un baile en honor a Manuelita Rosas.
Manuelita entra a la fiesta con un vestido rojo a la última moda europea
engalanada con joyas
y como un espejo, la gran sala está presidida por su retrato
Para ese baile una comisión de vecinos encarga a Prilidiano Pueyrredón,
que ha llegado hace dos años de Europa, un gran retrato
El retrato de Manuelita Rosas tiene condiciones muy precisas para su realización;
Tiene que estar vestida
de rojo, en verdad de colorado punzó, el color de la patria federal
y tiene que estar todo el cuadro en esta entonación. Es un desafío para
Prilidiano Pueyrredón como artista y entona
con esa gama
desde florero, a las alfombras, hacia el sillón
además
la comisión dice que Manuelita debe estar risueña y entregar una
carta que va a dejar en
el gabinete de su padre. Ambas características hacen que se deba
pensar este retrato como un retrato moral con dos características; el amor
filial que es central al final del régimen, pero también la piedad y la clemencia.
Rosas, omnipresente en toda la iconografía federal, aparece como la gran
imagen ausente. Pero sí está en su sillón marcado por las iniciales. El
registro de que este es un gran retrato, que estaba colocado en la gran sala del
baile, lo podemos ver si nos fijamos que los pies
de Manuelita están calzados con escarpines blancos de seda.
A la vez,
a los que iban al baile, se iban a llevar como recuerdo una litografía de
la obra, así las relaciones entre imagen y política alcanzan un momento clave
dentro del rosismo; pero aún más, este retrato funciona como bisagra por
un lado en la culminación de la retratística política el período
federal pero aquí, en la imagen de Manuelita, el lugar del imagen paterna.
Y a la vez
como pintura impone un nuevo modelo estilístico que es el gran retrato burgués
a la manera europea. Retratística que va a ser central también desde Pueyrredón,
la década siguiente.