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Estos hombres del bosque tiene el habito de maquillar su cuerpo y su rostro,
antes de emprender cualquier acción.
Sobre todo utilizan el rojo, de la semilla del onoto,
y el ***, que obtienen de los tizones del hogar.
Cada sánema tiene un dibujo concreto que le protege.
Suelen representar a sus animales totémicos
vistos bajo los efectos de la sacona o yopo,
una potente substancia visionaria que aspiran por las fosas nasales.
Los efectos de la sacona son casi inmediatos.
Ahora la simbiosis con la dimensión mágica de la jungla es absoluta.
Desde su atalaya psicodélica pueden ver a los espíritus de la selva
sin ser vulnerables a su influencia y encontrarse con su moresbi,
una parte del alma del sánema, que mora en un animal determinado del bosque
convirtiéndolo en su protector.
Los viajes al mundo de los espíritus son cotidianos.
Casi a diario, el sánema siente la necesidad vital de transformarse
en su animal totémico y visualizar a través de sus ojos
la otra realidad de su existencia.
Bajo la protección de sus pinturas rituales,
las partidas de caza se adentran en la espesura de la selva primigenia más antigua del mundo.
Junto con el Amazonas forma parte del pulmón vegetal más grande del planeta,
un patrimonio de la humanidad, que todos tenemos la obligación de preservar.
Los cazadores permanecen inmóviles, al acecho, en silencio,
esperando que alguna presa se mueva para lanzarse al ataque.
Al poco tiempo la jungla comienza a sonar.
Los animales recobran la confianza,
sin percibir la presencia de una inteligencia superior que interpreta
cada ruido que provocan al instante.
El hombre esta cazando, y hasta el propio rey jaguar,
busca cobijo en la penumbra de la selva
y se doblega abrumado ante la esencia humana.
Los sánema se mueven en un área enorme,
se les puede encontrar cerca de cualquier río, en el sur del Macizo Guayanes.
Principalmente en la cuenca del Cáura.
Este caudaloso río, afluente del Orinoco, lleno de raudales y cataratas
que dificultan su navegación y la penetración de intrusos
en una de las zonas menos exploradas de Venezuela.
Son aguas muy peligrosas.
Las fuertes corrientes del río forman poderosos remolinos
capaces de engullir a un hombre.
La noche también es aprovechada por las partidas de caza.
Es cuando la selva se vuelve más peligrosa.
La mayoría de los depredadores cazan en la oscuridad,
incluida la terrible mapanáre,
una de las serpientes más venenosas del mundo,
su picadura siempre es mortal.
Pero los sánema saben bien donde pisar en este mundo
que dominan hace más de 3000 años.
Amanece en Canaracuni.
La niebla se eleva y el tepuy de Sarisariñama aparece majestuoso.
Los jóvenes yecuana -- makiritare,
vecinos de los sánema, preparan sus cerbatanas.
Hacen astillas con el tallo de las hojas de palmera secas
y las cepillan en forma de palillos finos y puntiagudos
de unos 15 centímetros de longitud.
En la parte posterior de los dardos
enrollan unas fibras de textura algodonosa,
de un grosor igual al diámetro del cañón de las cerbatanas.
Al soplar, las fibras reciben la presión del aire
y el dardo sale lanzado a gran velocidad.
Aquí todos emplean los recursos vegetales que les da bosque.
Antes de emprender la cacería deben envenenar los pequeños dardos,
que por si solos, no matarían a ninguna presa.
Realizan unas incisiones en la corteza un árbol llamado tunáre
y esperan a que comience a emanar una resina naranja extremadamente venenosa.
Luego impregnan las afiladas puntas de sus dardos en el viscoso veneno,
convirtiéndolos en la más eficaz de las armas.
Tan solo una leve herida con la punta de uno de estos letales dardos
podría acabar con la vida de un hombre.
Son unos especialistas en las técnicas del reclamo.
Saben imitar el canto de casi todos los pájaros que conocen.
Cazan todo tipo de aves,
para el yecuana todo aquello que vuela es comestible.
Los más apreciados son los tucanes y los guacamayos,
de los que aseguran, que su lengua es un autentico manjar.