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Los neutrinos son unas partículas diminutas, casi sin masa, que solo interaccionan a través de la gravedad y de la
desintegración nuclear. Como no interactúan electromagnéticamente, es decir, con la luz, literalmente,
¡no podemos verlos!
De hecho, detectar un neutrino es como intentar atrapar una bala con un cazamariposas.
Un haz de neutrinos atraviesa el plomo durante dos años antes de detenerse. (En comparación,
la radiación de una desintegración nuclear se puede bloquear con unos 10 cm de plomo.)
Entonces, ¿cómo se detecta un neutrino? Una forma habitual consiste en rellenar de agua un gran recipiente: sabemos
que la luz va más despacio a través del agua y, si resulta que un neutrino con energía suficiente choca con un electrón,
este saldrá disparado a través del agua, a una velocidad mayor que la de la luz.
Cuando esto sucede, el electrón emite un débil destello, llamado radiación de Cherenkov,
que es como una onda de choque lumínica, y que nos permite detectar el neutrino. El mayor detector de neutrinos
del mundo es un globo situado sobre el Polo Sur, que utiliza todo el casquete polar antártico
como su depósito de agua.
Los neutrinos también nos permiten saber que el universo no es igual que su imagen en el espejo. Si cambias izquierda por derecha
y el sentido de las agujas del reloj por el sentido antihorario, casi toda la física, incluyendo la gravedad, el electromagnetismo
y la fuerza nuclear fuerte, no varían. Sin embargo, una cosa curiosa de los neutrinos es que,
en términos físicos, son todos zurdos: ¡su imagen especular no existe!
Por tanto, los neutrinos son los vampiros de la física.