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Con motivo de la visita, algunos hombres han salido a pescar.
Para ello tienen que recolectar primero las lianas de barbasco.
Una vez más ponen en marcha los vastos conocimientos que tienen de su medio.
El bosque les ofrece todo aquello que necesitan,
por eso el profundo respeto que sienten por él.
Aquí dentro viven los espíritus de sus antepasados,
junto a otros que son propios de la selva.
Cada árbol, cada planta, cada ser viviente, es la morada de un espíritu,
por eso cada vez que cortan un árbol o extraen algo del bosque,
los chamanes tienen que solicitar permiso a sus deidades.
Cortan las lianas de barbasco y las machacan con unas porras de madera
para favorecer la salida de la sabia cuando las sumerjan en el agua del río.
Estas comunidades son autosuficientes.
Pertenecen a esta tierra tanto como la propia jungla.
No conocen otro mundo más allá del limite del bosque.
Son felices por sentirse arraigados a sus costumbres,
pero todavía hay iluminados que llegan hasta aquí
para hablarles de los dioses verdaderos de occidente,
para negarles su cultura, para sumirlos en la confusión y en la amargura:
Son los misioneros, especialmente los de algunas sectas protestantes
como la de "Nuevas Tribus", que se dedican a la conversión
de los infieles como histéricos y ocasionan verdaderos desastres con sus ridículas predicas trasnochadas.
Hemos conocido indios llenos de hongos porque un día pasaron unos misioneros por su comunidad
y se avergonzaron de su desnudez.
Los vistieron con camisetas de deportes,
pero ni les enseñaron a lavar la ropa ni les dieron jabón.
Hoy no son indios desnudos, sino indios harapientos y llenos de parásitos.
La sabia del barbasco va enturbiando las transparentes aguas del río.
No se trata de un veneno propiamente dicho, no deja residuos, ni contamina.
El barbasco absorbe el oxigeno del agua, por eso los peces
se ven obligados a salir a la superficie para respirar.
Es entonces cuando los atrapan sin dificultad.
Al poco tiempo, el barbasco es arrastrado por la corriente
y desaparece sin que el río sufra ninguna consecuencia.
Hoy no parece ser un buen día de pesca,
los pescadores miran fijamente el agua,
pero los paces no salen y para colmo el sol de hace unos minutos ha dado paso a una tormenta,
algo muy frecuente en esta latitud donde el clima puede cambiar varias veces en un mismo día.
En los poblados sánema siempre hay un techado comunal,
donde tiene lugar la mayor parte de la vida social del grupo.
Por las mañanas, las mujeres sánema tienen la costumbre de reunirse aquí,
para pintarse el rostro y el cuerpo con dibujos clánicos o esotéricos.
Otra de las labores comunes habituales es la de despiojarse.
Casi de continuo, las mujeres se dedican a capturar esos pequeños parásitos
entre el pelo de la cabeza de sus compañeras o de los niños.
Cuando atrapan alguno, lo matan con sus dientes y se lo comen.
Esta claro, que sobre gusto no hay nada escrito.
A modo de colirio, el jugo de esta liána calma la irritación de los ojos del niño.
Conocen innumerables remedios para muchas de las dolencias que padecen.
Pero la enfermedad aquí tiene una transcendencia religiosa
por residir su etiología en la magia y los hechizos.
Por tanto, aparte de las recetas de pócimas y ungüentos que aplican a los enfermos,
los chamanes deben trasladarse al otro lado, al país de los espíritus,
para recibir sus consejos, ellos son los únicos capaces de deshacer los embrujos.
Necesitan ingerir fuertes dosis de sacona,
que les produce una gran salivación.
El viaje que tienen que realizar para encontrarse con sus deidades
y formular sus preguntas, es muy largo.
Los cánticos rituales y los movimientos acompasados son eficaces instrumentos
para salir de sí mismos, para transcender al más allá,
para abrir la puerta que permite a sus conciencias acceder a una realidad diferente.
En este caso tratan de curar a un niño que sufre dolores de tripa.
Su madre cree que un chaman de otro poblado cercano
le ha mandado este mal por encargo de un hombre que la pretendía y fue despreciado por ella.
Este tipo de conflictos es muy frecuente entre los sánema.
El problema es que hay menos mujeres que hombres
y eso ocasiona constantes disputas.
Son frecuentes los raptos y las consecuentes reyertas entre tribus y poblados.
El chaman mayor, indica lo que tienen que hacer para extraer el mal del cuerpo del niño,
los otros ejecutan sus ordenes, mientras siguen ingiriendo el poderoso alucinógeno.
El más joven frota las manos sobre la tripa del niño
para impregnarse del mal que le atenaza.
Luego, se dirige al exterior del techado y lo expulsa hacia la selva.
Seguramente el niño se curara con las hierbas que más tarde le suministraran,
pero la madre necesita este rito catártico para sentirse liberada del conjuro.
Las mujeres se preparan para la danza que tendrá lugar a la caída del sol.
Confeccionan unas faldas con hojas de platanera
separando los nervios y cortándolas por la mitad.
En estas manos hay 3000 años de cultura.
Sus madres y sus abuelas y sus bisabuelas y sus tatarabuelas
y las mujeres del principio de los tiempos, de su tiempo selvático,
también confeccionaron estas mismas faldas.
Es un mundo que se acaba,
como tantas otras culturas del amazonas será aniquilada de una u otra forma
y con ella se perderá la sabiduría de los bosques,
como también se perderán los propios bosque con sus secretos farmacéuticos,
que podrían haber ofrecido soluciones a las terribles enfermedades
que amenazan hoy en día a la humanidad.
Mientras tanto los cuerpos de las mujeres sánema
seguirán luciendo el plumón ceremonial o las fibras algodonosas,
las mismas que utilizan en las fiestas de defunción,
donde adquieren las cualidades que tenían sus parientes muertos,
al ingerir sus cenizas mezcladas con una papilla de plátano.
Los hombres también se adornan para la danza, aunque con menor profusión.
Lo cierto es, que nuestros amigos del bosque no brillan mucho como bailarines.
Sus danzas son escuetas y monótonas, pero ponen de manifiesto,
una vez más, el carácter risueño y jocoso que poseen.
Aquí termina nuestro fascinante viaje por el Macizo Guayanes en Venezuela
y a través del tiempo con los indios sánema.
Quizás ahora, aquellos que nos hayan seguido,
sientan la misma necesidad que nosotros,
de proteger este mundo único que puede desaparecer para siempre.