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"En el año 1579 de nuestro Señor, hallándome destinado en el puerto de Argel
con misión de acoger y asistir a los cautivos en manos del infiel
les hago llegar cumplido informe de quienes podrían ser rescatados
así como de las cantidades que por ellos se requieren, rogando a Dios que sea posible la misión de redención."
Dos órdenes religiosas estaban autorizadas para el intercambio y rescate de cautivos,
los hermanos de la Merced y los hermanos Trinitarios, que mantenían un vicario apostólico en Argel
y desde allí informaban a la península acerca de los hombres, mujeres y niños
que permanecían retenidos.
Con la lista de aquéllos que podían ser rescatados, los religiosos se dirigían al rey de España
que debía aprobar la misión redentora proporcionándoles un pasaporte.
Éste, en virtud de acuerdos con los estados berberiscos, les protegería, mientras durara su labor,
del ataque de corsarios y piratas.
Por su parte el Consejo de Castilla debía conceder licencia
para predicar por España y las colonias americanas a fin de conseguir
el dinero necesario para los rescates.
Las limosnas se realizaban en oro y maravedíes, pero también en especias como
telas de seda, chocolate o tabaco.
En el puerto de Cartagena como en los siglos XVII y XVIII estaba prohibida la salida
del país de moneda y metales preciosos, los redentores necesitaban una real cédula
de autorización. Debían contabilizar hasta la última moneda
antes del embarque, pero lo hacían con la satisfacción de conocer el destino de cada una de ellas.
"Como viene siendo costumbre, el infiel ha intentado modificar los acuerdos alcanzados
exigiendo mayores rescates o entregando enfermos o ancianos
en lugar de los hombres y mujeres exigidos. Han sido necesarias semanas de negociación
pero tengo el placer de anunciar que nuestros hermanos de fe han sido recuperados."
Al llegar a Cartagena y por temor a las enfermedades, los liberados debían permanecer en cuarentena
antes de poder abrazar a sus familiares, algunos llevaban años esperando este momento
y en procesiones agradecían al pueblo su ansiada libertad.
Se sabían afortunados, ya que muchos otros quedaban en las cárceles
o sometidos a esclavitud en los estados berberiscos.
Para ellos y para sus familias sólo cabía esperar con la esperanza de que algún día
su nombre figurara en la lista de una nueva redención.