Tip:
Highlight text to annotate it
X
Cinco.
Diez.
Veinte.
Treinta.
Treinta y seis.
Cuarenta y tres.
Ahora sí que estoy contenta, parece hecho para mí.
Mira, querido Figaro.
Echa una ojeada a mi sombrero.
Sí, amor mío, es muy bonito,
parece hecho para ti.
En esta mañana de nuestra boda
qué bello es para mi tierno esposo
el sombrerito lindo y precioso
que se ha hecho la propia Susanna.
¿Qué estás midiendo, mi Figarito?
Miro si la cama que nos ha dejado el Conde
quedará bien aquí.
¿En este cuarto?
Claro, nos lo ha cedido generosamente el amo.
Por mí puedes quedártelo.
- ¿Por qué motivo? - El motivo está aquí.
¿No puedes hacer que pase aquí?
Pues no quiero.
¿Eres mi siervo o no?
No entiendo
por qué te disgusta tanto el aposento más cómodo del palacio.
Porque yo soy Susanna y tú eres bobo.
Gracias, menos elogios!
Ve a ver si podría quedar mejor en otro sitio.
Supón que la señora de noche te llama:
din din, en dos pasos te plantas allí.
O se da la ocasión que me llama el señor:
don don, en tres saltos a servirlo estoy yo.
Pon que una mañana el lindo condesito:
din din, y te manda a tres leguas de aquí.
Don don, y a mi puerta lo manda el diablo.
Y en tres saltos...
Para, para, Susanna.
Escucha.
Rápido, di.
Si quieres oír el resto,
olvida esas sospechas que sólo me enredan.
Muero por oír el resto:
las dudas, las sospechas la sangre me hielan.
Escucha, y calla.
¿Qué sabes de nuevo?
El Conde,
harto de andar cazando las bellezas del contorno,
quiere volver al castillo a probar su suerte,
pero no es su mujer quien desata su apetito.
¿ Y quién es, pues?
Tu Susanita.
- ¿Tú? - La mismísima.
Espera que esta cercanía le sea muy útil a su noble proyecto.
¡Muy bien! Sigue.
Este es el favor y la protección
que te concede a ti y a tu esposa.
¡Eso es la caridad mal entendida!
Calla, que falta lo mejor.
Don Basilio, mi maestro de canto y su correveidile,
cuando viene a darme la clase me repite siempre la misma canción.
¿Basilio? ¡Oh, malandrín!
¿Es que creías que me daba la dote por tu cara bonita?
Me hacía la ilusión.
Él la destina a conseguir de mí ciertas medias horas
que el derecho feudal...
¡Qué! ¿Acaso el Conde no lo ha abolido en sus dominios?
Lo hizo, pero ahora se arrepiente y parece que intenta rescatarlo conmigo.
¡Qué bien! Muy bonito.
¡Qué simpático el señor Conde! Quiere divertirse: pues así será.
¿Qué suena? La Condesa.
Adiós,
adiós, amado Figaro.
Valor, amor mío.
Y tú, ten seso.
¡Bravo, mi amo y señor!
Ahora empiezo a entender el misterio
y a ver con claridad todos vuestros planes.
A Londres, ¿no?
Vos ministro,
yo correo,
y Susanna...
embajadora secreta.
No se saldrá con la suya, no, lo dice Figaro.
Si queréis bailar, señor condesito,
la guitarrita a vos tocaré.
Si en mi escuela queréis aprender,
la cabriola os enseñaré.
Sabré...
Cuidado,
mejor los secretos, disimulando, descubrir podré.
A hurtadillas, con descaro,
allí pinchando, allá burlando,
todas las trampas podré deshacer.
Si queréis bailar, señor condesito,
la guitarrita a vos tocaré.
¿ Y habéis esperado hasta el día de la boda para hablarme de esto?
Yo, doctor mío, no me desanimo:
basta un pretexto para romper esponsales más avanzados que éstos,
y él tiene conmigo no sólo este contrato,
también ciertas promesas...
Basta:
conviene asustar a Susanna;
conviene con arte inducirla a desairar al Conde.
Pues él para vengarse se pondrá de mi parte
y así Figaro será mi marido.
Haré cuanto pueda:
contádmelo todo, sin reservas.
Será una buena jugada dar por mujer a mi antigua criada
a quien un día me arrebató la mía.
La venganza,
oh, la venganza
es un placer reservado a los sabios.
Olvidar los insultos, los ultrajes
es infamia y vileza sin par.
Con astucia,
con argucia,
con ingenio,
con criterio,
puedo hacerlo.
El caso es serio.
Mas, creedme, así se hará.
Si tengo que rastrear todo el código, si todo el índice he de leer,
con un equívoco, con un sinónimo, cualquier pretexto ya encontraré.
Toda Sevilla conoce a Bartolo:
¡El pillo Figaro vuestro será!
Aún no está todo perdido, me queda la esperanza.
Aquí llega Susanna:
haré como que no la veo.
¡Y ésa es la perla de virtud que pretendía desposar!
Está hablando de mí.
Uno no puede esperarse nada mejor de Figaro:
todo lo puede el dinero.
¡Qué lengua! Menos mal que todos sabemos lo que vale.
¡Muy bien! ¡Vaya caletre!
¡Con esa mirada cándida y ese aire de mosquita muerta!
Mejor me voy.
¡Qué linda esposa!
Va usted bien servida, señora importante.
No soy tan descarada, señora intrigante.
No, vos primero.
No, no, pasad vos.
Sé cuál es mi lugar, groserías, jamás.
La esposa se estrena.
La dama de honor.
La querida del Conde.
El amor de España.
Los méritos.
Los trajes.
El puesto.
La edad.
Dios santo, me pierdo si no me voy ya.
Sibila decrépita, sólo risa me das.
Lárgate, vieja pedante, doctorzuela arrogante.
Porque leiste un par de libros y atormentaste a la señora de joven...
Susanita, ¿eres tú?
Soy yo, ¿qué quieres?
¡Corazón mío, qué desgracia!
¡Corazón vuestro! ¿Qué pasa?
Ayer el Conde me encontró a solas con Barbarina
y por eso me echa.
Y si la condesita,
si mi bella madrina no intercede por mí,
yo me voy, ¡no podré verte más, Susanna mía!
¡No me veréis más!
¡Hurra!
¿ Ya no es la Condesa por quien suspiráis en secreto?
¡Ella me inspira demasiado respeto!
¡Tú sí que eres feliz de poder verla cuando quieras!
La vistes por la mañana,
por la noche la desnudas,
le pones los broches, los encajes.
Lo que yo daría por estar en tu lugar.
¿Qué tienes ahí? Déjame ver.
La cinta preciosa y el gorro de noche de esa bella madrina.
Dámela, hermanita, por piedad.
Deprisa, la cinta.
¡Querida, hermosa, afortunada cinta!
No la tendrás más que con mi vida.
¿A qué viene esta insolencia?
¡Alto ahí, estáte quieta!
Te daré como recompensa esta cancioncilla mía.
¿Qué voy a hacer con ella?
Cántasela a mi dama,
cántala para ti,
cántala a Barbarina, a Marcellina,
cántasela a todas las mujeres del palacio.
Pobre Cherubino, ¿estáis loco?
No sé ya ni quién soy ni qué hago,
ora soy de fuego, ora me siento helado,
no hay mujer que el color no me mude,
todas sin falta me hacen palpitar.
Oigo amor, oigo amado
y mi pecho se altera y me tiembla.
Hacia amor me lanza arrastrado
una fuerza que no puedo explicar.
No sé ya ni quién soy ni qué hago,
ora soy de fuego, ora me siento helado,
no hay mujer que el color no me mude,
todas sin falta me hacen palpitar.
Hablo de amor despierto,
hablo de amor soñando,
al agua, a la sombra, a los montes,
a las flores, al prado, a las fuentes,
al eco, al aire, a los vientos,
que el rumor de sus vanos acentos por su senda se esconden.
Y si no hay quien me oiga,
es a mí a quien hablo de amor.
¡Estoy perdido!
¡Qué horror!
¡El Conde! ¡Pobre de mí!
Susanna, te encuentro agitada y nerviosa.
Señor, salid, os lo ruego, antes de que nos sorprendan aquí.
Un momento y te dejo.
Escucha.
No oigo nada.
Dos palabras.
Sabes que el rey me ha nombrado embajador en Londres.
He pensado llevarme a Figaro.
Señor, si me atreviera...
Habla, querida.
Ejerce desde hoy el derecho que tomas sobre mí
para siempre, pide, exige,
ordena.
Dejadme, señor.
No reclamo derechos, no quiero, ni pretendo.
¡Qué desgraciada soy!
De eso nada, Susanna, ¡voy a hacerte feliz!
Sabes bien cuánto te quiero:
ya Basilio te ha contado todo.
Ahora escucha,
si tan sólo un momento vinieras al jardín al caer la noche...
Lo que daría por este favor...
Acaba de salir.
- ¿Quién anda ahí? - ¡Dios mío!
Sal y que no entre nadie.
¿ Y dejaros aquí solo?
Estará con la señora, voy a ver si lo encuentro.
Me pondré aquí detrás.
- No lo hagáis. - Cállate y déjame irme.
¡Ay de mí! ¿Qué hacéis?
Susanna, el cielo os guarde, ¿no habéis visto al Conde?
¿ Y qué iba a hacer aquí el Conde? Salid.
Esperad, escuchadme.
Figaro lo busca.
¡Dios mío! Está buscando a quien más lo odia, después de vos.
Veamos cómo me sirve.
Nunca he oído que por amor a la mujer se odie al marido.
El Conde os ama.
Salid, vil ministro del desenfreno ajeno:
no necesito de vuestra moral, del Conde y de su amor.
No hay nada de malo.
Hay gustos para todo:
yo me pensaba que debíais preferir por amante, como hacen todas,
a un señor liberal, sabio y prudente,
que a un jovenzuelo,
un paje.
¿A Cherubino?
A Cherubino.
Al querubín de amor,
que hoy al romper el día rondaba por aquí para entrar.
¡Malvado! ¡Qué calumnia!
Para vos es un malvado quien tiene dos ojos en la cara.
¿ Y esa cancioncilla? Confiaos a mí:
soy un amigo que no se va de la lengua por ahí.
¿Es para vos,
para la señora?
¿Quién diablos le dijo eso?
A propósito, hija, mejor advertirle:
la mira tantas veces en la mesa y con tal avidez,
que si el Conde notara...
En este punto, sabed, él es un monstruo.
¡Desalmado!
¿Por qué andáis sembrando mentiras?
¡Yo! ¡Qué injusticia!
Yo vendo lo que compro
y no añado ni una coma a lo que anda en boca de todos.
¿Qué es lo que anda en boca de todos?
- ¡Dios mío! - ¡Ay, cielos!
¿Qué es lo que oigo?
Corred al punto
para echar al seductor.
¡En mala hora entre yo aquí!
Perdonadme, mi señor.
¡Qué desgracia, estoy perdida! Me oprime un gran dolor.
¡Pobrecita, se desmaya!
¡Dios, cómo le tiembla el corazón!
Cuidadito, a este sillón.
¿Dónde estoy?
¿Qué es lo que pasa?
¡Qué insolencia! ¡Fuera los dos!
Nuestro afán es ayudarte.
- No peligra vuestro honor. - No te asustes, mi primor.
Lo que dije sobre el paje
era sólo un resquemor.
Es mentira, es una infamia,
no creáis al impostor.
¡Que se vaya el pisaverde!
- ¡Pobrecillo! - ¡Que se vaya el pisaverde!
¡Pobrecillo!
¡Pobrecillo! Tantas veces cogí al pillo.
¿Cómo?
¿Qué?
¿Qué?
¿Cómo?
Ayer encontré cerrada la puerta de tu prima.
Llamé y me abrió Barbarina, más medrosa de lo habitual.
Como sospeché de su aspecto,
miré y busqué en cada rincón,
y subo
despacio, despacito
las faldas de la mesita
¡y allí veo al paje!
¿Qué es lo que veo?
¡Mal augurio!
¡La cosa mejora!
¡Honestísima señora!
Ya ha ocurrido lo peor.
Se descubre la verdad.
¡Santo Dios! ¿Qué pasará?
¡Todas, todas son iguales! No es ninguna novedad.
Basilio, id a buscar a Figaro ahora mismo:
quiero que vea...
Y yo que oiga.
- Vamos. - ¡Alto ahí!
¡Qué osadía!
¿Es que tenéis excusa para culpa tan evidente?
Un inocente no necesita excusa.
¿Cuándo entró aquí, entonces?
Ya estaba conmigo cuando entrasteis
y me rogaba que convenciera a mi señora para interceder por él.
Cuando llegasteis él tuvo que esconderse ahí.
¡Pero si ahí me senté yo cuando entré en el cuarto!
Por eso yo me puse detrás.
¿ Y cuando yo me escondí allí?
Entonces me acurruqué encima.
¡Ay, cielos!
¿Entonces ha oído lo que te decía?
Hice lo que pude para no oír nada.
¡Maldición!
Calma, viene gente.
¡Y tú, quieto aquí, pequeño reptil!
Alegres jóvenes, esparcid las flores
delante del noble, nuestro señor.
Su gran corazón intacto preserva
la excelsa pureza de una más bella flor.
¿Qué es esta comedia?
Tú conmigo, amor mío.
No veo la salida.
Señor, no desdeñéis esta humilde muestra de nuestro afecto.
Ahora que abolisteis un derecho que tanto afrenta al que ama...
El derecho ya no existe, ¿qué queréis decir?
Hoy nos llega el primer fruto de vuestra cordura.
Nuestra boda ya es firme.
Ahora os toca cubrir a esta dama pura gracias a vuestro presente
con este blanco velo, símbolo de virtud.
¡Astucia diabólica! Me conviene fingir.
Os agradezco, amigos, un sentir tan honesto,
pero no merezco por ello ni loas ni regalos.
Es un derecho injusto que he abolido en mi feudo
para que a la naturaleza retornen sus derechos.
¡Viva!
¡Viva! ¡Viva!
¡Qué bondad!
¡Qué justicia!
A vosotros prometo cumplir la ceremonia.
Dadme un poco de tiempo.
Para vuestra dicha quiero hacerlo con los míos y con gran pompa.
Buscad a Marcellina.
Adelante, amigos.
Alegres jóvenes, esparcid las flores
delante del noble, nuestro señor.
Su gran corazón intacto preserva
la excelsa pureza de una más bella flor.
¡Hurra!
¿ Y tú no te alegras?
Está triste, pobrecillo, porque el señor lo echa del castillo.
¡En un día tan hermoso!
¡En un día de boda!
¡Cuando todos os honran!
Perdonadme, señor.
No lo merecéis.
Aún es un chiquillo.
Menos de lo que crees.
Hice mal, lo sé;
pero jamás contaré...
Está bien, os perdono.
Aún es más:
hay un puesto vacante de oficial en mi regimiento.
Es para vos. Ahora partid, adiós.
Sólo hasta mañana...
No, debe partir ahora.
Le obedezco, señor, ya estoy dispuesto.
Abrazad a Susanna por última vez.
El golpe les pilló por sorpresa.
Capitán, dame la mano.
Quiero hablarte antes de que te vayas.
Adiós, pequeño Cherubino.
¡Cómo ha cambiado en un momento tu destino!
Ya está bien, calavera amoroso,
noche y día por doquier vueltas dando,
a las damas turbando el reposo, Narcisito, Adonis del amor.
Se acabaron los bellos penachos,
el sombrero ligero y galante,
la melena, ese porte brillante,
el mujeril color bermellón.
¡Vive Dios, con soldados!
Buen bigote, uniforme ajustado,
a la espalda el fusil, sable al costado,
cuello recto, rostro franco,
un gran casco, un gran turbante,
mucho honor, poco contante,
y en lugar del fandango, a marchar por el fango.
Por montañas, por los valles,
con la nieve y el solazo,
al concierto de trombones, de bombardas, de cañones,
con las balas, como sones, que al oído silbarán.
Cherubino, a la victoria,
a la gloria militar.
Dame, amor,
algún consuelo
a mi pena,
a mi sufrir.
Devuélveme a mi tesoro
o permíteme morir.
Ven, querida Susanna, y cuéntamelo todo.
No hay más.
¿Así que quiso seducirte?
El señor Conde no dirige tantos cumplidos a mujeres como yo:
él quería comprarme.
¡El cruel ya no me ama!
¿ Y cómo puede estar celoso de vos?
Así se portan los maridos modernos: infieles por principio,
caprichosos por naturaleza,
y, por vanidad, todos celosos.
Pero si Figaro te ama, sólo él podría...
Ven, amigo.
La señora está impaciente.
A vos no os toca penar por esto.
¿De qué se trata al cabo?
Al señor Conde le gusta mi esposa,
de ahí que pretenda recuperar en secreto el derecho feudal.
El asunto es posible y natural.
¡Posible!
¡Natural!
¡Naturalísimo!
Y si Susanna quiere, posibilísimo.
Termina de una vez.
Ya he terminado.
Este es mi plan.
Por Basilio le he hecho llegar una nota que le advierte
de una cita que tenéis con un amante para la hora del baile.
¡Oh, cielos! ¡A un hombre tan celoso!
Tanto mejor,
así antes podremos embaucarlo,
confundirlo, engañarlo,
deshacer sus tramas, llenarlo de sospechas,
y meterle en la cabeza que este juego moderno
que hace conmigo, vale también para él;
perderá con ello el tiempo y la pista.
Así, casi de un golpe, sin pergeñar ninguna argucia,
llegará la hora de la boda,
y en su presencia no osará oponerse a mis deseos.
Eso es cierto, pero en vez de él se opondrá Marcellina.
Escucha.
Haz saber al Conde que al atardecer te espere en el jardín.
El joven Cherubino, a quien pedí que no partiera aún,
vestido de mujer acudirá en tu puesto.
Es el único modo de que el señor, sorprendido por la Condesa,
se vea obligado a hacer lo que queremos.
¿Qué te parece?
No está mal.
En nuestra situación...
Cuando a él le convence...
¿Tenemos tiempo?
El Conde está de caza
y no volverá en algunas horas.
Os mando a Cherubino.
Os dejo a vosotras la tarea de vestirlo.
¿ Y después?
Y después...
Si queréis bailar, señor condesito,
la guitarrita a vos tocaré.
Cuánto me duele, Susanna,
que este jovencito conozca ya los desmanes del Conde.
¡Ay! Tú no sabes...
Pero, ¿por qué no viene derechito hacia mí?
¿Dónde está la cancioncilla?
Aquí está.
Cuando venga, convenzámosle de que nos la cante.
Callad,
alguien viene.
Es él.
Entre, señor oficial.
¡No me llaméis con nombre tan horrible!
Me recuerda
que debo abandonar
a una madrina tan buena...
¡Y tan hermosa!
Ah, sí, cierto.
Ah, sí, cierto.
¡Hipocritón!
Canta a la señora la canción que me diste esta mañana.
¿Quién la escribió?
Mirad: dos grandes manchas rojas le recorren la cara.
Coge mi guitarra y acompáñalo.
A mí me tiembla todo, pero si quiere la señora...
Sí quiere, sí quiere: menos charla.
Vos que sabéis lo que es el amor,
decidme si es esto que esconde mi pecho.
Yo lo que siento
a vos contaré.
Para mí es cosa nueva y entenderlo no puedo.
Siento un cariño donde habita el deseo,
me procura delicias, pero es martirio luego.
Me hielo y más tarde se me inflama la sangre,
pasa un momento y me convierto en hielo.
Busco un tesoro que no se halla en mí,
no sé quién lo tiene
ni qué puede ser.
Me lamento y suspiro pero es sin querer,
palpito y retiemblo y no sé el porqué.
Paz busco y no encuentro ni al alba ni a oscuras,
pero, aun lánguido estando, me invade el placer.
Vos que sabéis lo que es el amor,
decidme si es esto que esconde mi pecho.
¡Bravo!
¡Qué hermosa voz! Yo no sabía que cantabais tan bien.
La verdad es que, haga lo que haga, todo lo hace bien.
Ven aquí, soldadito: Figaro te habrá dicho...
Ya me ha contado todo.
Déjame ver.
lrá muy bien:
somos igual de altos.
- Fuera la capa. - ¿Qué haces?
Nada de miedos.
- Pero, ¿y si entra alguien? - Que entre, ¿qué mal hacemos?
Cerraré la puerta.
Lo que no sé es cómo peinarlo.
Coge una de las cofias que están en mi tocador, ¡deprisa!
¿Qué es este papel?
El despacho.
¡Cuánta diligencia!
Acaba de dármelo Basilio.
Con las prisas se olvidaron del sello.
- ¿El sello de qué? - Del despacho.
¡Qué rapidez! Aquí está la cofia.
¡Date prisa! Perfecta.
Pobres de nosotras
si viene el Conde.
Venid, arrodillaos.
Quedaos quieto ahí.
Despacio, ahora la vuelta.
¡Perfecto!
Está muy bien así.
Ahora de cara a mí.
¡Ahí quieto! Miradme ahora.
¡Eso es! Los ojos hacia mí.
La señora no está aquí.
Algo más alto el cuello.
Más bajas esas cejas.
Las manos, bajo el pecho.
Veamos qué tal caminas cuando ya estés de pie.
¡Mirad al bribonzuelo!
¡Miradlo qué hermosura!
¡Qué pícara mirada!
¡Qué donaire, qué figura!
Si las damas lo aman, razones no les faltan.
- ¡Cuánta bufonería! - Yo misma empiezo a estar celosa.
¡Ay, sanguijuela, cuándo vas a dejar de ser tan guapo!
Basta ya de chiquilladas.
Ahora sube esas mangas por encima del codo.
Así, más holgado, el vestido le sentará mejor.
¡Ya está!
Más hacia atrás.
Así.
- ¿Qué cinta es esta? - Esa es la que me robó a mí.
¿ Y esta sangre?
La sangre, no sé cómo, resbalé hace un momento con una piedra.
La piel me he arañado y con la cinta la herida me he vendado.
A ver:
¡no está mal!
¡Mirad!¡Tiene el brazo más blanco que el mío!
Como el de una chica.
¿Aún sigues con las bromas?
Ve a mi tocador y coge un poco de tafetán.
En cuanto a la cinta, por el color, no me gustaría desprenderme de ella.
Aquí tenéis.
¿ Y para atarle el brazo?
Trae otra cinta cuando cojas tu vestido.
La otra me hubiera curado antes.
¿Por qué? Esta es mejor.
Cuando una cinta sujetó el pelo o tocó la piel de alguien...
...extraño, es bueno para las heridas, ¿no?
¡Esa es una propiedad que yo ignoraba!
La señora bromea cuando yo debo irme.
Pobrecito, ¡qué desgracia!
¡Qué desdichado soy!
¡Ahora llora!
¡Oh, cielos! ¿Por qué no puedo morir?
Quizá próximo el último momento esta boca osaría...
Sed sensato: ¿a qué esas tonterías?
¿Quién llama a mi puerta?
¿Por qué estáis encerrada?
¡Mi esposo! ¡Dios, estoy perdida!
¡Vos aquí sin la capa!
Ya habrá recibido la nota. ¡Sus celos terribles!
- ¿A qué esperáis? - Estoy sola, sí, estoy sola.
¿ Y con quién habláis?
Con vos, claro.
Después de lo que pasó, y de su enfado,
¡no veo otra salida!
¡El cielo me proteja en este trance!
¡Qué novedad!
¡Jamás tuvisteis por costumbre encerraros en vuestro cuarto!
Lo sé, pero yo...
yo estaba poniendo...
- Sí, poniendo.... - Unas ropas...
Me ayudaba Susanna, pero se fue a su cuarto.
De todos modos, os noto preocupada:
observad esta nota.
¡Cielos! ¡Es la nota que le ha escrito Figaro!
¿Qué es ese estrépito?
Algo ha caído en vuestro tocador.
Yo no he oído nada.
Debéis tener grandes asuntos en la cabeza.
¿De qué tipo?
- Ahí hay alguien. - ¿Quién?
Soy yo quien os lo pregunta, yo acabo de llegar.
Ah sí, Susanna, claro.
Dijisteis que había ido a su cuarto.
A su cuarto o ahí, no me fijé.
¡Susanna! ¿ Y a qué viene, si es ella, tanta turbación?
¿Por mi doncella?
Yo no sé el motivo, pero sin duda estás nerviosa.
Más que turbarme a mí, la criada es a vos a quien turba.
Cierto, cierto, ahora lo veréis.
Susanna, salid ya,
¡salid ya, así lo quiero!
- ¡Deteneos, escuchad! - ¿A qué viene esta pelea?
- Ella no puede salir. - Nuestro paje, ¿dónde está?
¿ Y quién osa impedirlo?
¿Quién?
Lo impide la decencia.
Ella está probándose el traje de la boda.
La cosa está bien clara: el amante aquí estará.
La cosa es un espanto: no sé qué va a pasar.
Ya entiendo alguna cosa: veamos qué tal va.
¡Susanna!
¡Deteneos!
¡Salid ya!
¡Escuchad!
¡Salid!
¡Deteneos!
¡Eso quiero!
Ella salir no puede.
Decid al menos algo.
Si estáis, Susanna, hablad.
No, nada, ni un suspiro, os lo ordeno, ¡a callar!
¡Prudencia, esposa mía!
Un desastre, un escándalo, algo gordo ocurrirá.
¡Prudencia, esposo mío!
Un desastre, un escándalo debemos evitar.
¿ Vais a abrir o no?
¿Por qué debo abrir mi alcoba?
Está bien, dejadlo. La abriré sin la llave.
¡Que venga alguien!
¿Cómo? ¿Pondríais en peligro el honor de una dama?
Es cierto, es un error.
Sin hacer ruido, sin molestar para nada a nuestra gente,
puedo ir yo mismo a coger lo preciso.
Esperadme aquí.
Pero para borrar mis sospechas
antes cerraré esta otra puerta.
¡Qué imprudencia!
Vos tened la cortesía de acompañarme.
Señora, dadme el brazo.
Vamos.
Vamos.
Susanna estará ahí hasta que volvamos.
Abrid, rápido, que soy Susanna.
Salid, vamos, salid.
Afuera os quiero ya.
¡Qué escena horrible! ¡Qué gran fatalidad!
¡Por aquí, por allá!
Las puertas están cerradas.
¿Qué puede pasar?
- Perderse aquí no ayuda. - Os mata, si os encuentra.
Echemos una ojeada afuera.
- Da justo al jardín. - ¡Alto ahí, Cherubino!
¡Alto ahí, por piedad!
¡Perderse aquí no ayuda!
¡Alto ahí, Cherubino!
Me mata, si me encuentra.
- Muy alto es para un salto. ¡Alto ahí! - ¡Déjame!
Antes de hacerle daño, al fuego me lanzaba. Te abrazo a ti por ella.
Adiós, lo que sea, será.
¡Por Dios, que va a matarse! ¡Alto ahí, por piedad!
¡Mira al diablillo! ¡Cómo corre!
Ya está a una legua de aquí.
No hay tiempo que perder. Entraré al tocador.
Que venga el valentón, que aquí lo espero.
Todo está tal cual.
¿Queréis vos misma abrirla? O debo...
Esperad y escuchadme un momento.
¿Acaso me creéis capaz de ignorar mis deberes?
Como gustéis.
Entraré al tocador a ver quién está dentro.
Sí, lo veréis, pero, antes, oídme tranquilo.
¡Así que no es Susanna!
No, pero es alguien que no os debe provocar la mínima sospecha:
para esta noche os iba a preparar una broma inocente,
pero os juro que el honor, la decencia...
¿Quién es, pues?
Decídmelo.
Lo mataré.
Oídme. ¡Ay! Me falta valor.
Hablad.
Es un chiquillo.
¿Un chiquillo?
Sí, Cherubino.
¿Me hará el destino encontrarme a este paje en todas partes?
¿Cómo? ¿No se ha ido?
¡Traidores!
Esto aclara el enredo del que advierte la nota.
Sal de una vez, criado malnacido, desgraciado, te quiero fuera ya.
Ah señor, esta violencia por él me hace temblar.
¿ Y aún osáis oponeros?
- No, escuchad. - Venga, hablad.
Juro al cielo que todas las sospechas,
el estado en que estará, cuello suelto, pecho desnudo...
¿Cuello suelto? ¿Pecho desnudo? ¡Continuad!
Dispuesto a vestirse de mujer...
Ya comprendo, esposa indigna, ¡la venganza está al llegar!
Esa actitud me ofende, un ultraje es ya dudar.
¡Dadme la llave!
- Él es inocente. - ¡Dadme la llave!
- Vos sabéis... - No sé nada.
Apartaos de mi vista. Sois infiel, desalmada,
y me queréis deshonrar.
lré, sí, pero...
No os escucho.
Pero...
No soy culpable.
Lo leo en vuestra cara.
Muera.
¡Qué excesos! Estos celos hasta inducen a matar.
¡Muera, y deje ya de causarme más pesar!
¡Susanna!
¡Señor!
¿A qué tanto estupor?
Coged vuestra espada
y al paje asesinad.
Aquí lo tenéis ya al paje malnacido.
¿Qué veo?
- ¿Qué historia es ésta? - La cabeza toda vueltas me da.
No entienden lo que pasa, confundidos sí que están.
¿Estás sola?
Mirad, estará escondido aquí.
Veamos.
Veamos quién escondido está.
Susanna,
yo me muero, y no puedo respirar.
Alegraos, estad tranquila, que él está a salvo ya.
¡Qué error he cometido!
No puedo comprenderlo.
Si en algo os he ofendido, os suplico el perdón.
Pero una broma así no es más que crueldad.
Vuestras locuras no merecen piedad.
¡Yo os amo!
¡No digáis eso!
¡Lo juro!
¡Mentís!
Soy la infiel, la desalmada, que siempre os engaña.
Ayúdame, Susanna, a calmar esta cólera.
Ésta es la condena por tanto sospechar.
¿ Y es entonces la fe de un alma que os ama
un pago tan amargo lo que debe esperar?
Ayúdame, Susanna, a calmar esta cólera.
Ésta es la condena por tanto sospechar.
¡Señora!
¡Rosina!
¡Cruel! Ya dejé de ser esa.
Soy el mísero objeto de vuestro abandono,
aquélla a quien gustáis de hacer desesperar.
Confuso, arrepentido, ya es bastante castigo.
No aprenderé jamás a sufrir tan gran ofensa.
Tened ahora piedad.
¿Pero, y el paje encerrado?
Tan solo fue una prueba.
¿ Y el miedo, los temblores?
Son parte de la burla.
¿ Y esta nota terrible?
De Figaro es la nota y Basilio el correo.
¡Traidores! Voy a...
El perdón no merece quien a otros no lo da.
Muy bien, si ahora os parece, hagamos ya las paces.
Rosina cruel conmigo no puede serlo más.
¡Ay, qué tierno, Susanna, que tengo el corazón!
En la ira de una dama, tras esto, ¿quién creerá?
Con los hombres, señora,
das vueltas y más vueltas
y la historia es la misma, al cabo siempre igual.
- Miradme. - ¡lngrato!
Miradme. ¡Os ofendí, y lo siento!
Desde este momento mi alma podrá comenzar a conocer.
Señores, los músicos afuera nos esperan.
Las trompetas ya suenan,
las flautas escuchad.
Ya cantan y ya bailan, ¡corramos la boda a celebrar!
Un momento, no tan deprisa.
La gente me espera.
Despejadme una duda antes de partir.
La cosa se complica, ¿cómo será ahora el fin?
Aquí debo jugar las cartas con arte.
¿Sabéis vos, señor Figaro, quién escribió esta nota?
No la conozco.
- ¿No la conoces? - No.
- ¿No se la diste a Don Basilio? - ¿Para que la entregara?
Tú nos engañas.
Que no.
- Y no sabes del galán... - Que esta noche en el jardín...
Ya lo entiendes...
No sé nada.
No busques en vano defensa o excusa.
Tu cara te delata.
Está claro que mientes.
Mentirá la cara, que yo no miento.
En vano aguza el genio.
El secreto contamos y no hay más que explicar.
¿Qué respondes?
Nada.
¿Te acuerdas, entonces?
No me acuerdo.
Cállate, bobo,
ha de acabar la broma.
Y para un final feliz igual que en el teatro,
la boda y el banquete es lo que ha de seguir.
Ay, señor, no os neguéis, cumplid mis deseos.
¡Marcellina, cuánto tardas en venir!
¡Ay, señor!
¿Qué ha pasado?
¿Qué insolencia? ¿Quién lo hizo?
¿Qué ha ocurrido?
- Escuchad. - Venga, habla.
Del balcón que está sobre el jardín veo caer siempre miles de cosas.
¡Pero ahora vi a un hombre, mi señor, tirarse desde allí!
- ¿Del balcón? - ¿ Veis los claveles?
- ¿Sobre el jardín? - Sí.
- ¡Figaro, alerta! - ¿Qué es lo que oigo?
Este sí nos desconcierta.
¿Qué hace este borracho aquí?
Así que un hombre, pero, ¿adónde se fue?
Veloz cual flecha se largo el bribón y en un momento de vista lo perdí.
- Sabes que el paje... - Lo sé todo, lo vi.
Cállate.
¿De qué te ríes?
Estás cocido desde que sale el sol.
Ahora repite.
¿Un hombre en el balcón?
¿Sobre el jardín?
¡Señor, el vino habla por él!
Vamos, sigue.
- ¿Le viste la cara? - No, no se la vi.
Figaro, escucha.
¡Vamos, llorón, cierra el pico!
¡Tanto follón por tres perras gordas!
Como el hecho no puede ocultarse,
fui yo mismo quien saltó desde allí.
- ¿Qué? ¿ Vos? - ¡Qué cabeza! ¡Qué ingenio!
- ¡Qué estupor! - Ya no puedo creer nada.
¿Cómo has crecido tanto?
Ya no puedo creer nada.
Tan grande no eras tras el salto.
En el salto se encoge.
¡Quién lo diría!
¡El loco está en sus trece!
¿Tú qué dices?
A mí me pareció un muchacho.
¡Cherubino!
¡Maldito!
Sí, seguro,
de vuelta a caballo de Sevilla donde quizás esté ya.
Eso no, que al caballo yo no lo vi saltar.
- Ya está bien de chanzas. - ¿Cielo santo, cómo acabará?
Entonces tú...
He saltado al jardín.
¿ Y para qué?
Tenía miedo.
¿Miedo de qué?
Me quedé encerrado esperando a esta cara preciosa.
Había tantos ruidos extraños.
Vos gritasteis...
La nota famosa...
Los nervios me hicieron saltar
¡y para colmo me he torcido el pie!
Vuestros serán entonces estos papeles que perdisteis.
¡Alto ahí! Dámelos a mí.
Estoy atrapado.
¡Figaro, alerta!
Decidme,
¿de qué trata la nota?
Enseguida, tengo tantas, esperad.
Quizá sea una lista de las deudas.
No, la lista de los mesoneros.
Contestad.
Y tú, déjale hablar.
- ¡Déjame y vete! - ¡Déjalo y vete!
¡Me voy, pero si te pillo otra vez!
Anda, largo, que miedo no me das.
¿ Y bien?
- ¡Dios mío! ¡El despacho! - ¡Ánimo!
¡Qué cabeza!
Es el despacho que hace poco el muchacho me dio.
¿Por qué lo hizo?
Le faltaba...
¿Le faltaba?
¡El sello!
¡Responde!
Es costumbre...
¿Te confundes acaso?
Es costumbre ponerle el sello.
Este pillo me rebana el seso.
En vano resopla y el suelo patalea, pobrecito, sabe aún menos que yo.
Si me salvo de esta tormenta,
el naufragio para mí se acabó.
Todo, todo es un puro misterio.
Vos, señor, que sois justo,
nos debéis escuchar.
- Han venido aquí a vengarme. - Han venido a estropearlo.
- Me siento consolado. - Un remedio hay que buscar.
Son tres estúpidos, tres locos.
¿Qué han venido aquí a buscar?
Calma, calma, sin bochinches,
todos pueden alegar.
Este hombre contrajo conmigo una promesa de esponsales
y pretendo que cumpla el contrato.
¿Cómo?
¡Silencio!
Estoy aquí para juzgar.
Su abogado me ha nombrado y vengo a hacer su defensa.
¡Es un tunante!
¡Silencio!
Estoy aquí para juzgar.
Yo doy testimonio del matrimonio que le prometió al prestar.
Son tres locos.
¡Silencio! Ya veremos,
el contrato leeremos.
Todo en orden debe estar.
¡Estoy confusa y aturdida!
¡Qué buen golpe, qué gran caso!
¡Estoy alterada y sorprendida!
Su nariz se alarga un palmo.
El destino, que es propicio, fue quien los llevó hasta acá.
¡Estoy confuso y aturdido!
¡Qué buen golpe, qué gran caso!
¡Estoy alterado y sorprendido!
Su nariz se alarga un palmo.
Un diablo del infierno fue quien los llevó hasta acá.