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En Nochebuena, a las doce de la noche, precisamente,
el Diablo recorre La Tierra,
para opacar el nacimiento de Cristo.
Así que, si queréis verlo,
debe ser ese mismo día, a esa misma hora, justo a la Medianoche.
-Debéis entrar... -Tienen que fijarse la hora en el 113, ¿eh?
-Sino no funciona. -¡Dale, tarado, dejalo terminar!
Pero si dice giladas.
¡También Ezequiel creyó que eran burradas!
¡Insolente, nunca pensó que...!
¡¿Qué Ezequiel?!
Un pobre y desdichado desgraciado, que nunca pensó que...
¡Dejá de hablar así, imbécil, no da más miedo!
¡Basta, Hernán, rompés el ambiente!
¡Oh, pobre Ezequiel!
¡Si tan sólo se hubiera imaginado
que cruzando la oscura y maldita línea imaginaria
que separa la realidad del ocultismo, y se hubiera atrevido...!
¡Diego, estúpido, ¿podés terminar con lo otro?!
¡¿Con qué?! ¡Ah, sí! Eh... ¡ah!
En Nochebuena, justo a las doce de la noche,
cuando la aguja más grande...
¡Te voy a pegar un balazo en la rodilla, Diego!
Diego, por favor,
¡no le pongas tanto énfasis al relato, me estoy asustando!
Luisito, nene, ya estamos grandecitos, ¿no te parece?
¡Bueno, bueno, estoy hablando, che!
A esa hora, debéis entrar al baño de vuestro hogar,
puesto que es el lugar más propicio para realizar el evento,
y prodecederéis a cerrar la puerta.
¡Ay, no, con la puerta cerrada no!
Debéis encender doce velas negras, con franjas rojas diagonales...
Hechas de cera de oído de mono capuchino asiático.
¡No, porque no hay monos capuchinos en Asia!
Eh... estos eran inmigrantes.
-Los monos capuchinos no inmigran. -¡Chicos!
-Pero vos no conocés a los monos capuchinos peregrinos. -¡Che, paren!
-¡No existen los monos capuchinos peregrinos! -¡Diego, Diego, che, Diego!
-Es que... son monos capuchinos peregrinos ocultos. -¡Dale, chicos!
-Estás inventando. -¡Chicos!
¡No estoy inventando!
¡Sí que estás inventando!
¡No, que no estoy inventando!
¡Que sí que sí estás inventando!
¡No, que no estoy no inventando!
¡Sí que sí que sí estás sí inventando!
-¡Que no que no que no... -¡Basta, imbéciles, los dos!
¡Dejen de discutir o duermen afuera!
¿Pero al final existen o no existen los monos capuchinos?
Sí que existen, ¡pero no en Asia!
Sí.
No.
¡Sí!
¡Que no!
-¡Que sí! -¡Que no!
-¡Que sí! -¡Te estoy diciendo que...!
¡Callate, Diego!
¡Terminá de contar que quiero dormirme!
Sólo si Hernán acepta que no hay monos capuchinos en Asia.
No seas infantil, chabón.
No soy infantil.
¡Sí que sos infantil!
¡No soy infantil!
Que...
¡Que no soy infantil!
¡Hernán!
¡¿Podés terminar con la historia?!
A ver, Hernán, ¿hay monos capuchinos en Asia?
No... ¡dale, boludo, ¿podés seguir?!
¡¿"No" qué?!
No, señor.
¡No! ¿Que "no" qué?
Que... que... ¡qué sé yo! ¡Que no, no hay monos capuchinos!
¿En dónde?
¡Se acabó, Diego, dormís afuera!
¡Eh, ¿qué hice ahora?!
¡Sos un tarado, hace media hora que estás con esa historia pedorra!
No es pedorra.
¡Ay, Luis, por favor! ¡Es para nenes este cuento!
No es un cuento.
Es una historia.
¡No es una historia!
Es una razón.
Tampoco es una raz...
¿Cómo que es una razón?
¡Es la razón por la que voy a tirarte a la fogata, estúpido!
Terminá de contar ahora o apago la luz.
Bueno, bueno, está bien. Sigo, sigo.
Entonces, debéis encender las velas negras y rojas
¡De cera común!...
Eh, bueno...
Y cuando queden pocos segundos para que el reloj marque la medianoche,
debéis cerrar vuestros ojos y situaros...
¡¿Por qué hablás así, Diego?!
¡Uh, loco, vamos a estar así toda la noche!
Pero posta, me molesta cómo habla.
Mirá, si no te gusta cómo hablo, contalo vos.
¡Si yo no me lo sé!
¿Y por qué no lo sabés?
¿Este chabón es mogólico?
¡Ah, bueno, entonces lo cuento como yo quiero!
Y si no te gusta, Diana... eh... te tira a la fogata.
¡Diana va a tirar a la fogata a quien ella quiera!
Eh... ah, sí.
A la medianoche, debéis cerrar vuestros ojos
y situaros justo frente al cristalino y brillante espejo,
reflector de almas errantes y penurias... eh...
... en pena.
Debéis mantener vuestros ojos cerrados hasta que...
¡Ay, no, pará, con los ojos cerrados no!
Callate, Luis.
Debéis mantenerlos cerrados
hasta que quede sólo una campanada de las doce que debe sonar.
En ese, y no otro, preciso instante…
¡No, no, no, pará, pará, pará! Boludo, expresate bien, ¿qué dijiste?
¿Qué cosa no entendiste?
¿Qué cosa de una campanada de las doce?
Mirá, yo me entendí.
Sí, vos solo te entendiste.
Yo también lo entendí.
A vos nadie te está hablando, Luis, cerrá la boca.
Como venía diciendo...
Cuando sólo quede una campanada que marque las doce,
en ese, y no otro, preciso momento, vosotros podréis...
Che, y… ¿no funciona con relojes sin campana?
¡No, no funciona con relojes sin campana!
¡Bah, que porquería! Yo tengo un reloj sin campana.
¡Entonces no lo hagas! ¡Dejá de interrumpirme, flaco!
¡Bah, yo me voy para afuera!
¡No, pero…!, ¡pará, que ya termino!
No me interesa.
¡Dale, Hernán, acostate que, mirá, te juro que ya termino!
No, ya fue, me aburriste.
Sos una basura, Hernán.
Dale, Diego, terminá de contar que yo también me estoy embolando.
¡Ah, sí, sí, sí! ¡Calate el final, vas a salir corriendo del julepe!
¡Ay, dale, contalo, ¿cómo termina?!
¡Pero vas a desmayarte del susto, ¿eh?!
¡Sí, dale, terminá!
¡Si te da un patatús, te jodés, ¿estamos?!
¡Sí, Diego, dale, sos re irritante!
¡No, no, no... sí, sí, sí! ¡Mucho dale dale pero…
después se ponen a llorar!
¡Ay, dejá de decir boludeces y terminá, idiota!
¡Mirá que no me hago responsable, ¿eh?!
¡Terminá de contar la basura esa, imbécil!
Bueno, yo lo cuento. Pero a la última persona que se lo conté...
... murió de un infarto, te lo juro.
¡Ay, no, ay, no, no, no, no, no…!
En el momento justo en que toque la última campanada,
podráis observar en el espejo a la personificación propia
de toda la maldad, la oscuridad, la crueldad,
el terror, la agonía del Malo.
Podráis ver...
¡Al Diablo!
¡Ay, no, al Diablo no!
¡Y dale, boludo, terminá!
¿Que termine qué?, ya está.
¿Ya está… la historia? ¿La historia ya está?
Y... sí.
¡Ah, no, este muchacho se pasa!
¡Vos sí que merecés que te disparen, ¿eh?!
¿Y qué pasa con el Diablo?
No… qué sé yo… nada…
Aparece y… listo, eso… aparece.
¿Así que murió de un infarto a la última persona que se lo contaste?
Sí, a un vecino de mi tío.
Un tipo pasado en años.
Y yo digo, ¿no?…
Se murió como tres semanas después, ¿no es cierto?
¡Ay, no, estúpida!
Si te dije que fue después de que se lo contara.
¿Se asustó mucho?
¡Sí!… bah, no… bueh, no sé… qué sé yo…
Diego… tres semanas es después de que se lo contaras.
¡No! ¡Bueno, sí, pero…!
¡Pero es como mucho después!
¡Me decís tres semanas...!
¡Obvio que es después, pero… no, o sea…!
¡Si decís una semana… bueno, cambia, ¿viste?!
-No es lo mismo decir... -¡Ay, lo sabía! ¡Sos un tarado, Diego!
¡No, bueno, pero no es lo mismo decir tres semanas que decir una semana!
¡Ah, claro, hay como… dos semanas de diferencia!
¡Ah, ¿ves?! ¡Son dos semanas!
¡En dos semanas podés tener un noviazgo,
construir una casa, irte de vacaciones…
... talar un bosque, construir una casa…!
¡Qué sé yo, no sé… muchas cosas!
Aparte… mi hermana siempre se asusta cuando se lo cuento.
¿Cuántos años tiene tu hermana, Diego?
-Quince. -¿Quince?
¡Sí, bueno, no sé… quince, doce, once! No sé.
Ah… ¿once años tiene?
¡Ma’ qué sé yo! ¡No sé, Carla, no sé cuánto tiene!
Escuchame… ¿No cumplió siete años el miércoles?
¡Bueno, siete, ocho, nueve, diez…!
Es lo mismo. Para el caso es lo mismo.
No es lo mismo siete que quince.
¡Bueno, listo, ya está, da igual!
¡Además casi me meo encima cuando lo contaron en Infinito!
¡Vos porque sos un idiota! �