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X
Entre los siglos V y XI,
periodo que, a grandes rasgos,
podemos denominar Alta Edad Media,
la Península Ibérica conocerá profundos cambios.
A principios del periodo,
el mundo bajoimperial romano,
en el que han perdido peso las ciudades
a favor de las villas y el mundo rural,
entra en una profunda crisis.
La debilidad del Imperio romano
favoreció la penetración y el establecimiento
de pueblos que vivían en sus fronteras,
a los que llamaron bárbaros, esto es, extranjeros.
En el año 409, la invasión del Imperio romano
por parte de los pueblos bárbaros
afectará también a Hispania, la provincia más occidental.
Atravesando los Pirineos,
los vándalos asdingos recorrerán el norte peninsular
y se asentarán en Asturica.
La presión de los suevos
hará que recorran Portugal de norte a sur
y atraviesen el Estrecho de Gibraltar,
para asentarse en Africa y crear allí su propio reino.
Por su parte, los vándalos silingos
descenderán directamente hasta la ciudad de Toletum,
desde donde se expandirán
hacia Emerita, Corduba y Cartago.
Los alanos avanzarán por la península
de norte a sur,
asentándose en las cercanías de Emerita y de Mentesa.
Más duradera será la invasión de los suevos.
Estos se asentarán en el área noroeste,
fundamentalmente en las regiones próximas
a las ciudades de Asturica, Lucus, Bracara y Portucale.
Desde estos puntos, paulatinamente
irán agregando nuevas zonas,
hasta conformar su propio reino.
Con todo, la invasión más importante será la visigoda.
En una primera oleada,
cruzarán los Pirineos por Pompaelo,
avanzarán hasta Asturica,
tomarán Caesaraugusta y se asentarán
en una amplia región entre Pallantia y Toletum.
Una segunda oleada
les llevará a recorrer la costa mediterránea,
conquistando Barcino, Tarraco, Ilici y Iulia Traducta.
Con el tiempo, sólo suevos y visigodos
constituirán sus propios reinos en suelo peninsular,
si bien éstos se quedarán con el territorio suevo
en el año 585.
De todas las invasiones,
será la visigoda la que deje mayor impronta,
especialmente a partir de la proclamación de Leovigildo
como monarca y de Toledo como su capital.
Los reyes visigodos eliminaron poco a poco
los obstáculos que impedían su aceptación
por parte de la población hispanorromana.
Leovigildo permitió los matrimonios mixtos
y su hijo Recaredo abandonó el arrianismo
y se convirtió al catolicismo.
Los monarcas visigodos se aliaron
con la influyente iglesia católica
y consiguieron sacralizar su monarquía,
realizando ricas ofrendas a las iglesias,
en especial lujosas coronas y cruces,
como las que componen el llamado Tesoro de Guarrazar.
Otro instrumento de poder real
fue la emisión de moneda, siempre de oro,
utilizadas como vehículo
de propaganda de la monarquía.
El trabajo del oro fue una de las especialidades
de los artesanos visigodos,
fabricando joyas y adornos de gran belleza.
Del arte visigodo podemos destacar sus sencillas iglesias,
como la de Santa Comba de Bande,
Quintanilla de las Viñas
o San Pedro de la Nave, entre otras.
La iglesia de San Juan de Baños de Cerrato, en Palencia,
es uno de los mejores exponentes del arte visigodo.
Construida en el siglo VII,
es un buen ejemplo de planta basilical,
de dimensiones reducidas, con tres naves.
Excelentemente conservada, aunque reconstruida,
sólo le fue añadido posteriormente
el campanario de espadaña.
El interior de la iglesia presenta tres naves
separadas por arcos de herradura
y apoyadas en columnas con capiteles corintios.
La iluminación directa de la nave
se completa con la luz que entra
por las aberturas de los ábsides
y por la puerta principal.
Con todo, el reino visigodo
distó mucho de ser un oasis de paz.
Las luchas por el poder fueron frecuentes,
siendo un factor importante que facilitó la entrada,
en el año 711,
de las tropas árabes y beréberes del noroeste de Africa.
Éstas cruzaron el estrecho de Gibraltar,
derrotaron al ejército visigodo en la batalla de Guadalete
y, en poco tiempo, se hicieron con el control
de casi toda la península ibérica.
La expansión musulmana se basó
en el establecimiento de guarniciones
diseminadas por el territorio,
fundamentalmente junto a poblaciones
cercanas a las zonas de frontera
o a posibles focos de resistencia.
Comienza así una larga etapa
de dominación musulmana,
primero dependiente del Estado omeya de Damasco
después como emirato
a partir de la llegada a Almuñécar,
en el año 765, de Abderramán I.
y desde el año 932 como califato independiente
al nombrarse califa Abderramán III.
Es éste un periodo de esplendor,
en el que al-Andalus,
como será llamado el territorio musulmán español,
gozará de un elevado nivel científico,
técnico y artístico.
Buena parte de ese esplendor se plasmará
en realizaciones como la ciudad de Medina Azahara,
levantada al noroeste de Córdoba.
Cuentan las crónicas que se invirtieron
grandes sumas de dinero para dotarla
del mayor lujo, suntuosidad y esplendor.
En ella, ciudad regia,
el califa realizaba las recepciones
y las ceremonias propias del poder,
y con el tiempo acabaron por trasladarse allí
la corte y la administración.
Pero la mejor muestra de la suntuosidad del arte musulmán
nos la ofrece la Mezquita de Córdoba.
Comenzada a construir en el año 786,
en las dos centurias siguientes los sucesivos gobernantes
se encargan de ampliarla y reformarla,
a medida que se acrecienta la importancia de Córdoba
en el mundo islámico.
Tras la toma cristiana de la ciudad,
las nuevas autoridades considerarán conveniente
adecuar el edificio a los usos cristianos,
realizando una nueva reforma.
Centro de la vida religiosa de la Córdoba musulmana,
el interior se organiza por medio
de un novedoso sistema de arquerías,
con 612 columnas rematadas con pilastras
en las que nacen los arcos sobrepuestos,
ambos de herradura,
combinando la piedra y el ladrillo
para crear una llamativa bicromía.
Todo el lujo y el barroquismo de la Mezquita
se concentran en la zona de la maksura y el mihrab,
destacando el juego de arcos lobulados y entrelazados
decorados con ataurique,
creando una característica red de rombos.
La decoración tendría una función simbólica,
relacionada con el poder del califa cordobés
y el gusto islámico por la suntuosidad.
Fruto del contacto tan estrecho con el mundo árabe,
a la Península y, desde aquí, a Europa,
llegarán conocimientos científicos y técnicos desconocidos,
beneficiándose de ellos campos como la metalurgia,
la farmacia, la navegación o la agricultura.
Norias, astrolabios o alambiques,
entre otros elementos, se incorporan desde ahora
al acervo cultural hispano y europeo,
y jugarán un papel fundamental
en su posterior proceso de expansión.