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Estudié Enología en Melbourne, Australia.
Y, desde allí, viajé.
Cada parte, desde abrir una botella a catar el vino
y ver su evolución forman un viaje.
Conecta a las personas, ya sea por trabajo,
entre amigos o en pareja.
Si está en el centro de la mesa, crea un hermoso cosmos
que conecta todo lo que hay alrededor.
Esta es mi cocina.
Me hace parecer un científico loco, ¿no?
Aquí encuentro los mejores ingredientes y pongo un poquito de aquí,
otro poquito de allí y un poco de allá.
Me gustan los vinos especiados porque resultan más complejos.
Para mí, es una cuestión de elegancia.
Me gustan los aromas elegantes no densos, sino elegantes.
El perfil de la ciudad es increíble. Me parece uno de los más
impresionantes del mundo.
No soy muy quisquilloso cuando viajo.
Estoy cómodo comiendo en la calle y en un restaurante Michelin.
Y puedo dormir en un hotel de cinco estrellas o en el sofá de un amigo.
El viaje es la experiencia.
Considero que la motivación está en lo desconocido.
Viajar tanto me da la oportunidad, que forma parte de este ciclo virtuoso,
de conseguir más millas cuanto más viajo.
Quiero reunir tantas como pueda, canjear tantas como pueda
y compartirlas.
Es caótico pero revitaliza.
Es caos organizado.
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