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Las banderas anuncian que este es un lugar sagrado, una habitación donde viven algunos espíritus.
Es la casa de Josefine.
Su lúa amigo le rebeló en un sueño cómo debía pintar su patio
para favorecer el encuentro con los espíritus que viven en estos árboles.
La filosofía vudú está íntimamente ligada a la naturaleza,
por eso su carácter ecologista.
Nadie se atreve a talar los árboles dado que en ellos suelen morar los espíritus,
y especialmente Loko, protector de los bosques.
Por todo el país podemos encontrar lakús,
pequeñas poblaciones que se han creado en torno a un templo.
Un gran mapú sagrado, como llaman a las ceibas, preside este lakú de los Kongo.
El poder de las ceibas les viene dado por la creencia de que pueden hablar con dios.
Desgraciadamente, los franceses talaron la mayoría cuando luchaban contra la rebelión de los esclavos.
Los lakús son células de población autosuficientes.
Los trabajos son comunales, así como el producto que se obtiene de ellos.
Cada lakú está regido por un Houngán o sacerdote vudú, que se llama Mambo si es una mujer,
y asistido por un consejo de ancianos.
Sus habitantes suelen tener las mismas raíces africanas: Congo, Dahomey, Mandingo, Ewé, etcétera.
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En el interior del templo se encuentra el peristil, presidido por el Poto Mitan,
la columna por la que descienden las fuerzas invocadas.
El altar refleja una vez más el sincretismo de este culto que nació de la guerra
pero que hoy mantiene sus machetes enterrados en símbolo de paz.
El Houngán realiza una limpia que también tiene un efecto de protección contra los conjuros
y nos muestra la casa de Shango,
el lúa del trueno y las catástrofes,
que equivale a Santa Bárbara.
Este otro lakú es dahomey.
Su arquitectura nos lleva a otra región africana de donde partieron las deidades yoruba, los Orexas.
La religión vudú actúa como un elemento aglutinante,
que une y encaja el abanico de costumbres diferentes, de los diversos grupos étnicos
e donde procedían los esclavos que poblaron Haití;
apuntalando una sociedad que debe su existencia a este culto religioso
Otros lugares santuario son algunas lagunas donde habitan espíritus que limpian,
curan y dan suerte a los creyentes.
En Plaine du Nord la gente se sumerge en el lodo y realiza sus ofrendas de ron.
Tocado con el gran sombrero de paja que caracteriza al lúa Saka,
Filo Pascal, prestigioso periodista y veterano luchador por la libertad de su pueblo en el régimen anterior,
nos sirvió de introductor.
Gracias a él pudimos conocer el verdadero vudú
y salvar los numerosos obstáculos que nos puso la mafia
que acota y vende este culto a los extranjeros.
En los cementerios, entre los muertos, se realizan gran número de ceremonias.
La gente no tiene miedo en estos lugares:
por ejemplo es normal, y un gran honor,
que alguien duerma sobre la tumba de su padre.
En todos los cementerios está la tumba del BarónSammedí,
el rey de los muertos,
aunque en algunos sólo sepan identificarla los del propio pueblo,
para evitar que los forasteros trabajen allí.
Normalmente se reconoce por su gran cruz y corresponde a la primera sepultura que se realiza.
Esta noche asistimos a una expedición que realiza un Houngán de Artibonito,
la región de Haití donde la magia es más fuerte.
Al pie de la cruz, el Houngán ahuma un papel sobre las velas
para que el lúa Gran Camino autorice el paso hasta el Barón Sammedí.
Después tendrá que dar su autorización Kafú,
que controla los cruces entre el mundo terrenal y el más allá.
Se prepara un fuego con palos de pino y papeles escritos con el nombre de alguien para hacer un amarre,
o sea, amarrar a una persona para que no deje a otra.
También utilizan polvos especiales fabricados por el Houngán.
En vudú estos polvos son muy importantes.
Cada Houngán tiene sus propios preparados,
que pueden ir desde los polvos curativos, hasta el polvo zombi.
El ron y el gas-oil sirven para calentar a los espíritus, que suelen vivir en el agua y siempre tienen frío.
El calor les atrae y el Houngán es montado por el Barón de Sammedí,
que equivale a san Expedito, por eso el nombre de expedición de esta ceremonia.
Nadie puede negarse a devolver su violento saludo, que transmite la energía del otro mundo.
Esta ceremonia se realiza para que el Barón imparta justicia en algún conflicto y ejecute su sentencia sobre el culpable.
Las muñequitas rojas y negras representan a los protagonistas,
hombres y mujeres, del litigio que se expone.
Este poderoso Houngán, cuando es poseído, tiene el poder de comer cristal.
Su lúa así lo demanda.
El Barón Sammedí reina sobre todos los GUEDÉ, los espíritus de los muertos.
Cuando monta a alguien se muestra bromista y emplea palabras obscenas.
Es el lúa de la sexualidad y se enamora de las mujeres; baila imitando el coito y siempre fuma mucho.
Terminado el trabajo, el Barón se recuesta en una tumba
y se dispone a abandonar el cuerpo que ha poseído.
El Houngán se asusta cuando el Barón se marcha
no sabe como ha llegado allí, no se acuerda de nada.