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Me llamo Neela.
Trabajo en el centro de servicio al cliente desde hace casi nueve años,
pero tuve una pausa de seis a siete meses por enfermedad.
Cuando el radiólogo me dijo que tenía un tumor
conocido como cáncer de ovario,
me sentí destrozada.
Dijeron que el cáncer había pasado a la fase cuatro,
una fase muy delicada que muy pocos superan.
Mis colegas y mis jefes se quedaron atónitos.
Fue un día desgarrador para todos nosotros.
Aunque estaba destrozada, no quise que Neela lo viera
porque si perdía el control,
sentí que ella lo perdería más.
Así que decidí controlarme y darle todo mi apoyo.
Le dije: "No te pasará nada, tú eres fuerte".
Me inyectaban un líquido durante ocho horas.
Al tercer día, aquello era un infierno.
Sentía dolor en todas las partes del cuerpo.
En la tercera sesión de quimioterapia, todo mi cabello se había caído.
Estaba completamente calva.
A todo el mundo le afecta el sufrimiento de una persona.
Las personas que la conocían, las que no la conocían,
todos le ofrecieron ayuda.
Hicimos colectas internas para ella.
Necesitaba donantes de sangre y no los conseguía.
Necesitaba sangre para la mañana siguiente.
Ángela, la subgerenta, llevó tres donantes de la oficina esa noche.
Fueron a donar sangre.
Siempre le dijimos:
"Todo el equipo te apoya, no te preocupes".
Me operaron y cuando sacaron el tumor,
era casi del tamaño de un coco.
Cuando me desperté, el doctor me dijo:
"Neela, te diré una cosa".
"Puedes olvidar por completo que tuviste este problema".
"Ya estás bien, todo ha terminado, eliminamos todo".
Llamé a mi oficina después de la operación.
Les conté lo que los médicos me habían anunciado.
Ellos dijeron: "Descansa, recupérate y aquí te estaremos esperando".
Durante esos seis, siete meses,
siempre fue alguien de la oficina a visitarla.
Se sentaban con ella, le hacían compañía y conversaban.
No hablaban de lo que había sufrido. Eso ya era algo del pasado.
Era un nuevo inicio.
La mitad de mi barrio vino a verme.
Me di cuenta de que era importante para ellos.
De que todos me apreciaban. Hasta entonces no lo sabía.
Nunca pensé en la bondad de la gente ni en lo que podían hacer por mí.
Me dieron el alta.
Los médicos dijeron que estaba bien y que podía volver al trabajo.
Fue solo gracias al apoyo que tuve
de mis compañeros de trabajo
y de HSBC, que me ayudaron a superarlo.
Estábamos felices cuando vimos a Neela de vuelta.
La abrazamos y la besamos.
Todo el equipo lo hizo. Neela es Neela...
Diría que es mi mejor amiga.