Tip:
Highlight text to annotate it
X
"Muestra" > Apenas para su consideración. Para Coleccionar > Adquiera copia original.
Los hechos y personajes de esta película...
...si bien se inspiran en la heroica y trágica crónica...
...de nueve meses de ocupación nazi, son imaginarios.
Por lo tanto cualquier parecido con hechos o personajes reales es pura coincidencia
Ay, Jesús.
Ya va, ya va.
- ¿El ingeniero Giorgio Manfredi? - No está.
¿Dónde está?
No lo sabemos, no siempre viene a dormir a casa.
¿Y a dónde va?
Pues no lo sé. Se lo puede imaginar, un joven soltero...
Ya. ¿Cuál es su habitación?
Por allí.
Registren la casa.
- ¿Viene mucha gente a visitarlo? - Antes, pero ahora no.
Naturalmente.
- ¿Cuántos huéspedes más tiene? - Dos.
- ¿Dónde está el teléfono? - Al final del pasillo.
Alto, contestaré yo.
¿Está Giorgio?
Sí, el ingeniero Manfredi. ¿Pero con quién hablo?
- Soy un amigo del ingeniero. - ¿Qué amigo?
¿Con quién hablo?
Era una mujer, ¿quién?
- ¿Quién era? - Yo qué sé. ¿Acaso la he visto?
- ¿Han encontrado algo? - No, nada.
- ¿Y esa puerta? - Conduce a la terraza.
Cálmate, te lo ruego.
- ¿Quién vive ahí? - Es la embajada de España.
La ciudad se dividirá en 14 zonas,
el plan Shrueder que ya hemos aplicado en varias ciudades europeas
permite reagrupar científicamente grandes masas de hombres
empleando las mismas fuerzas.
Adelante.
El suboficial Babber ha comunicado
que no han encontrado. a la persona que buscamos.
No me extraña.
Si me lo autoriza les diré que traigan a la doncella y a la dueña.
No, no es necesario, gracias.
¿Una noticia desagradable?
Una persona ha faltado a una cita.
¿Alguien importante?
Eso espero.
¿Les conoce?
No. ¿Quiénes son?
Él se hace llamar ingeniero Manfredi.
Ya ha sido fichado ese nombre,
parece ser un cabecillas de la junta militar del comité de liberación nacional.
Tengo buenas razones para creer sin lugar a dudas que se trata de él.
¿Pero cómo han podido pillarle ustedes?
Le he encontrado aquí, sobre esta mesa,
Todas las noches doy un larguísimo paseo
por las calles de Roma sin necesidad de salir de mi despacho.
Me gusta mucho ese género de fotografía que retrata a la gente casi por sorpresa.
Te encuentras con personas muy interesantes.
No hace mucho tiempo recuerdo que vinieron a mi encuentro el señor Manfredi
y su pequeña amiga;
Me dije: a ese hombre ya le he visto en algún otro lugar.
Fíjese bien en este grupo, por ejemplo
El segundo por su derecha.
Me enviaron esas fotografías desde Berlín,
y creo que no me equivoco. ¿No es cierto?
Sí, no se equivoca, es él. Son la misma persona.
Oh, qué fastidio.
Perdone.
¿Qué es todo ese jaleo?
Perdone, Mayor. Hemos comenzado a interrogar al catedrático.
Bien, pero que se calle de una vez.
Cuánto gritan estos italianos.
Claro.
¿Y quién es la chica?
Una tal Marina, actriz de revista.
Ah, sí, la conozco, la he visto. Encantadora.
Muy encantadora.
Despacio, despacio. Calma, calma.
No aguanto más.
- ¿Qué pasa? - Están saqueando la panadería.
- ¿Y usted qué pinta en esto? - Por desgracia estoy de servicio.
¡Sargento! ¿qué quieren?
No puedo hacer nada. ¡Esto es una revuelta!
- Me siento impotente. - Lo sé, cuando llegan refugiados.
El muy sinvergüenza, hasta pastelillos tenía.
- Decía que no tenía harina. - Esta sí que es buena.
¿Por qué no te unes a nosotros?
No puedo, soy sacristán, si lo hiciera, iría al infierno.
Dame eso, ya te lo comerás en el cielo.
¡Aparta esas manos!
Pina, esto es una locura.
¿Y qué hago, me muero de hambre?
¡Sargento! ¡Ayuda!
Vete a la mierda, desgraciada.
La acompaño yo.
¡Pan!
- Ya hemos llegado. - Gracias.
No tiene por qué dármelas, ¿quiere que se la lleve hasta arriba?
Tenga, así pesa menos.
Sinceramente no debería, pero tengo tanta hambre atrasada.
Doña Pina, y usted que cree ¿llegarán por fin esos americanos?
Parece que sí.
- Doña Pina, ¿lleva algo de estraperlo? - Vamos olvídeme.
¿Pero cómo se atreve en mi presencia?
Es usted un maleducado. Sargento, No haga usted caso, es mejor.
Hasta la vista.
- ¿A quién busca? - ¿Vive aquí Francesco, el tipógrafo?
- Sí, pero ahora no está. - ¿Sabe adónde ha ido?
Qué sé yo, habrá ido a hacer algún encargo.
- Perdone, ¿quién es usted? - Perdonado, ¿pero qué le importa?
- Ya entiendo, usted es Doña Pina. - ¿Y usted cómo lo sabe?
Francesco me habla siempre de usted.
- Oh, pero usted es... - Un amigo.
Qué estúpida, le había tomado por un policía.
- Dígame, ¿qué desea? - Debería entrar en casa de Francesco.
Enseguida le abro. Voy por la llave.
Perdone, pero no la encontraba.
Pase.
Está sucio y desordenado...
Lo comprendo, no se preocupe.
¿Conoce a Don Pietro, el párroco de San Clemente?
Quiero hablar con él.
- Si quiere voy a buscarlo. - No, usted no.
- Entonces mandaré a mi chico. - Sí, mejor será.
- Espéreme ahí. - Gracias.
¡Marcello! ¡Marcello!
¿Qué?
- Baja un momento. - No puedo.
Tienes que ir a buscar a Don Pietro, rápido.
- ¡Estoy ocupado! - Te digo que bajes en seguida.
Te he dicho muchas veces que no juegues con Remoleto, es peligroso.
- Ve a buscar a Don Pietro - ¿Y qué le digo?
Dile que venga aquí en seguida.
Y no te pierdas por el camino.
- Ya se ha ido. Don Pietro no tardará mucho. - Gracias.
Esta mañana hemos saqueado la panadería.
La segunda en esta semana.
¿Y cómo es que van las mujeres?
Algunas saben por qué lo hacen...
...pero la mayoría se llevan más golpes que panecillos.
Esta mañana una se ha quedado con un par de zapatos y una balanza.
Quisiera saber quién me ha robado mis medias.
Perdone.
Seguro que... ¡Oh, ingeniero!
- ¿Cómo usted por aquí? - ¿Ha venido a verme a mí?
Sí, eso es.
He encontrado al señor por la escalera y le he hecho pasar aquí y...
Podías habérmelo dicho.
No importa. Sólo quería pedirle un favor.
- Voy a... - Así ya estás bien. Discúlpenos.
- Usted ve a Marina, ¿verdad? - Si, en el teatro.
Dígale por favor que en los próximos días no podré verla.
Si me es posible la telefonearé.
- ¿Al teatro? - No, al teatro no. Nada mas
Adiós, ingeniero, encantada.
- ¿Vive con usted? - Es mi hermana.
- Ah, su hermana. - Se asombra usted, ¿eh?
¿Quién sabe cuántas mentiras le habrá contado sobre dónde vive?
Se avergüenza de nosotros, pobres obreros porque dice que ella es una artista
- pero yo no me cambiaría por ella.
No, no es que sea mala, es estúpida.
Pero, ¿y usted de qué conoce a Laureta?
Perdone, he sido indiscreta.
No, Laureta es muy amiga de una chica que yo conozco.
- ¿Quién, Marina? - ¿La conoce?
Desde que nació.
Su madre era portera en Vía Tiburtina, cerca de la chatarrería de mi padre.
Ella y Laureta puede decirse que se criaron juntas.
Pero, por favor, no le diga nada a Marina
de todo lo que le he dicho, se lo ruego.
No, no tema, ya no la veré más.
- Pero, ¿por qué? - No sé por qué,
pero presiento que es una historia que debe acabar.
- ¿Hace mucho que la conoce? - Sí, hace unos cuatro meses.
Yo acababa de llegar a Roma y ella solía ir a comer
a una pequeña tratoría cercana a la plaza de España.
Un día sonó la alarma, todos escaparon,
y nos quedamos solos.
Ella se reía, no tenía miedo.
- Y usted se enamoró. - Sí, suele ocurrir.
Sí, suele ocurrir.
Pero no es una mujer para mí,
quizás si la hubiera conocido antes cuando vivía en Vía Tiburtina.
Una mujer puede cambiar, sobre todo si está enamorada.
¿Y quién dice que está enamorada?
¿Y por qué no iba a estarlo?
Dios mío, ni siquiera le he preguntado si quería un café. ¿Le apetece?
si es sólo un momento, lo hago en seguida.
Lo llamo café por llamarlo de alguna manera.
Acabad con todo este desorden.
Os lo he dicho antes, nada de juego sucio.
Cuidado, Don Pietro.
Ah, eres tú. Qué milagro verte en el oratorio.
- He venido porque me lo ha dicho mi madre. - Ha hecho muy bien, te conviene mucho.
Deje que termine de hablar.
Tiene que venir a nuestra casa, es algo muy importante.
- ¿De qué se trata? - No lo sé, estaba muy misteriosa
pero creo que hay alguien en casa de Francesco.
Muy bien. Vamos.
¡Gilberto!
Tú, quita de en medio.
Escucha. Ahora vendrá Agostino. Tú serás el árbitro.
Y sobre todo, portaos bien, ¿eh?
Ven aquí.
¿Por qué no vas más por el oratorio?
¿Cómo se puede en estos momentos perder el tiempo en el oratorio?
¿Pero qué estás diciendo?
Quizás usted no lo entienda,
pero tenemos que unirnos en un bloque compacto contra el enemigo común.
Dime quién te ha contado esas cosas.
Ha sido Remoleto.
Ah, Remoleto te ha contado eso.
Don Pietro, por favor no se lo diga a nadie.
Ahí va, si es Purgatorio.
Don Pietro.
- ¿Qué traes aquí? - He ido de compras.
¿Te has gastado todos los cupones?
Ni uno siquiera.
¿Y para qué tanto pan?
No lo sé, esta mañana han festejado...
No sé qué fiesta, ni el panadero lo sabía
Bueno, ahora tengo que irme.
- ¿Qué fiesta habrá sido? - No lo comprendo.
Esperemos que mi madre se haya enterado.
Ya está.
No ha salido bueno, pero por lo menos está calentito. Beba.
Gracias. Francesco me ha dicho que van a casarse.
Un matrimonio con cierto retraso, comprenderá que en estas condiciones.
Habíamos fijado la fecha hace ya mucho tiempo pero después,
por una cosa o por otra, se ha ido retrasando. Pero esta vez es ya seguro.
- ¿Y para cuándo? - Mañana.
- Entonces debo hacerles un regalo. - ¡Cielos, no!
Es un matrimonio de guerra. Iremos un momento con Don Pietro y listos.
- ¿Se casan por la Iglesia? - Sí.
Francesco no pensaba hacerlo pero yo le dije:
"Es mejor que nos case Don Pietro, que al menos es uno de los nuestros,
en vez de que lo haga un colaborador fascista en el juzgado". ¿No le parece?
Visto así está bien.
La verdad es que yo sí creo en Dios.
Y dígame, ¿usted qué hace ahora? ¿Trabaja?
Trabajaba en la fábrica Breda
pero nos despidieron. Los alemanes se lo están llevando todo.
Será Don Pietro, voy a abrir.
- Buenos días, Don Pietro. - Buenos días.
Bueno, perdonen, yo me voy.
- Gracias por haber venido. - De nada.
- Pero bueno ¿qué estás haciendo? - ¿Quién hay ahí?
¿Quién hay? A ti qué te importa, ve a por agua, espabila.
- He de hablarte. - Entra.
Son más de quinientos, están en la montaña de Taglio Cotto.
A una banda bien dispuesta no se la puede abandonar.
La cita está prevista para esta tarde a las 6 en el puente de Burgino.
Vendrá uno de ellos. Es mejor que yo no vaya porque
ya estoy fichado y ahora el toque de queda es a las 5.
Ya veo
- Iré yo. - Estaba seguro.
- ¿Cuál es el mensaje? - No es un mensaje,
se trata de una suma de dinero de parte de la junta militar.
¿Pido demasiado?
No, para aquellos que se sacrifican incluso es demasiado poco.
¿Cómo podré reconocerlo?
Se parará sobre el puente y silbará la canción "Mañanita Florentina".
- Pero claro, usted no la conoce. - ¿Cómo es?
Esa que suena...
Es normal, sí, la canta todo el mundo.
- Buenos días, reverendo. - Buenos días.
¿Qué desea?
¿No tendría por casualidad un San Antonio Abad?
Lo siento, teníamos hace tiempo, pero se venden poco.
Puedo ofrecerle un San Roque.
Gracias, no me interesa.
¿Cómo, no le interesa un santo como San Roque?
Pase.
Ahí lo tiene, es un gran trabajo.
Bueno, veremos.
Entonces, me voy, ¿eh?
Sí, no te olvides de lo de Chiuraci.
Le haré un buen precio.
Yo debería hablar con Francesco,
me envía el hombre de los zapatos estrechos.
Espere un momento.
Pase, reverendo, le esperan.
Baje la escalera.
- Ah, es usted Don Pietro. - ¿Qué ha ocurrido?
Nada grave, gracias a Dios, pero podría haber ocurrido.
Esta noche las SS han estado en casa de Manfredi.
Eso ya lo sabíamos, pero ¿dónde está él?
- En tu casa. - ¿Mía?
Sí, le ha abierto Pina, se quedará algunos días.
Me ha entregado esta nota para ti.
Si fuera a San Juan y San Pablo con los pasionistas estaría más seguro
pero él dijo que hubiera estado demasiado aislado
Es cierto.
Pero ahora es más peligroso que trabaje estando fichado.
Lo sé, reverendo, pero somos pocos y si él está en un convento...
- Comprendo. - Disculpen. Don Pietro, este es nuestro director.
Mucho gusto en conocerle.
El gusto es mío, he oído hablar mucho de usted.
Sí, triste mal para mi modestia
y para mi salud.
Usted ha hecho mucho por nosotros, se lo agradezco.
Es mi deber socorrer a quien lo necesita. Eso es todo.
¿Quiere usted pasar?
Tenga, reverendo.
Manfredi me había dicho que se trataba de una cantidad de dinero.
Son libros, pero no hay mucho que leer.
¿Qué quiere decir?
- ¿Todos son así? - Son mil páginas.
- Un millón. - Exacto.
¿Quién es?
Marina, soy yo, abre.
Hola.
- Adivina a quién he visto esta mañana. - No me importa.
- A Manfredi, ha venido a verme. - ¿A ti? ¿Dónde?
A mi casa.
¿Y por qué ha ido a tu casa? ¿Qué quería?
Me ha pedido que te dijera que por algunos días
no se dejará ver, que si puede te telefoneará.
- ¿Y nada más? - No.
¿Pero no te ha explicado?
Te digo que no. Y tampoco le he preguntado nada,
Me ha pillado en bata, con los rulos puestos, figúrate.
¿No te cambias? Pronto te tocará a ti.
- ¿Cómo ha sabido dónde vives? - ¿Que cómo lo ha sabido?
Se lo habrás dicho tú.
Nunca se lo he dicho.
¿Y qué quieres que te diga? Te aseguro que yo no he sido.
No me gusta que la gente sepa dónde vivo.
A propósito, Marina, en esa casa ya no puedo seguir.
Si no te importa me iré a vivir contigo hasta que encuentre otra habitación.
Pues claro, ven cuando quieras. Te lo he dicho muchas veces.
Eres un tesoro.
- ¿Qué buscas? - Un cigarrillo.
- Yo te lo daré. - Bueno. Está bien.
Gracias.
- ¿A qué hora le has visto? - ¿A quién?
A Giorgio.
Era muy temprano, aún no me había vestido.
Cinco minutos.
No lo entiendo, ¿estás enamorada de él, o no?
Es simpático, no digo que no.
¿Me haces el favor de no entrometerte?
Por mí, mientras tú estés contenta.
¿Te encuentras mal?
No, no es nada.
- Marina, ¿otra vez? - Ya sabes que te perjudica.
Tonterías,
Hay tantas cosas que nos perjudican y sin embargo seguimos haciéndolas.
Ya voy.
- ¿Cómo estás? - Bien, ¿y usted?
Qué hermosa está esta tarde.
Usted siempre tan elegante.
- Bueno, yo me voy. - Laureta.
Espabila, o tendrás que oír al director.
- Perdone, he de actuar. - Sí, querida.
- ¿Lo ha encontrado? - Sí.
Qué encanto.
No tiene horario, va, viene, entra, sale.
En estos momentos en que uno ni debería asomar las narices por la ventana.
él siempre está por ahí
- Tendrá sus buenas razones. - Confiemos en que sean buenas.
Agostino, me asombra usted.
Hágame el favor.
¿Cree que no sé que todo el lío de hoy en la panadería lo ha organizado usted?
- ¿Yo? - Si
¿Cree que soy tonto? Yo lo oigo y lo veo todo,
y sé también que si siguen con su fanatismo les pasará cualquier cosa.
- Esperemos que no. - Esperemos.
- Sopa de col. - Sí, se huele.
¿Qué hora es?, porque a las 5 dan el toque de queda.
Veamos. Son las cuatro y media.
- Pues nada, tengo que irme. - ¿Quiere dejarle algún recado?
No, nada, sólo quería hablar con Don Pietro, pero no importa.
pero ya le veré mañana antes de la boda.
Aquí está, por fin.
- Buenas tardes, Don Pietro. - Buenas tardes, Pina. Buenas tardes.
Te he dicho mil veces que no cocines sobre la estufa.
Y además coles.
- Por mí como si quiere que... - Agostino, por favor, no me repliques.
Pero, caramba, hay que decidirse, o encendemos la estufa o la cocina.
Siempre libros, no tenemos dinero para comprar comida y él ha de comprar libros.
No los toques, tengo que llevárselos al párroco de San Lorenzo.
¿Pero pretende salir otra vez? En 20 minutos darán el toque de queda.
No importa, los médicos y los sacerdotes pueden circular.
Y también las comadronas.
Lo he leído. En la oscuridad es más fácil que las mujeres
queden embarazadas. Con tanto delincuente.
Don Pietro, yo había venido para confesarme.
¿Y cómo podemos hacerlo? Ahora tengo que salir.
Está bien. Ahora iré con usted, haremos juntos el camino.
- Deme. Yo llevaré el paquete. - No, no.
¿Qué dice? ¿Un cura con paquete?
No me haga reír, además no pesa nada y yo ya llevo tantas cosas.
Vamos, que se nos hace tarde, dese prisa, venga conmigo.
- Hasta mañana, Agostino, ¿eh? - Y tranquilo, ¿eh?
Si no acaba pronto esta guerra, me volveré loco.
¿Es usted el párroco? ¿Don Pietro Pellegrini?
Quisiera hablarle.
Por favor...
- Entonces yo me voy. Tenga su paquete - Sí, sí...
- Me pregunto que querrá. - ¿Quién sabe?
Quizás deberías...
- ...espérame allí. - Sí, sí, de acuerdo.
Pase.
Sal un momento.
Por favor.
Usted dirá.
De parte de Don Severio de Visita,
el párroco de Nottuno.
No me tome por un cobarde,
pero ya no puedo más.
No debe afligirse así, intentaré ayudarla.
¿De dónde viene?
De Casino, un infierno.
¿Qué quería ese hombre? Deje. Pero, ¿quién era?
Uno que quería una información.
Yo cuando veo uno de esos...
Hace tanto que no me confieso que casi me da vergüenza.
- No. - Déjeme hablar, Don Pietro.
Sé que he vivido mal he hecho tantas cosas que no debería haber hecho.
Pero crea que no me avergüenzo de ir al altar en estas condiciones.
Pero usted no puede entenderme, Don Pietro,
son cosas que uno hace sin pensarlas
sin tener la impresión de estar haciendo algo malo.
Estaba tan enamorada
y él es tan bueno, tan valiente.
Muchas veces he pensado que podría encontrar a una mejor que yo,
sí, a una chica más joven
y no a una viuda con un hijo ya mayor, sin recursos,
porque he tenido que venderlo todo para sobrevivir,
para seguir adelante, y la vida cada día está peor.
¿Quién nos hará olvidar todos estos sufrimientos angustias y temores?
¿Acaso Cristo no nos ve?
Tantos me han hecho esa pregunta, Pina. "¿Cristo no nos ve?"
Pero, ¿estamos seguros de no haber merecido ese castigo?
¿Tenemos la certeza de haber vivido siempre según las leyes del Señor?
Primero sólo se piensa en cambiar de vida, en mejorar,
después cuando las cosas no van bien todos se desesperan y se preguntan:
"¿Acaso no nos ve el Señor? ¿no tiene piedad de nosotros el Señor?"
Sí, el Señor tendrá piedad de nosotros.
pero tenemos tantas cosas que hacernos perdonar
y para ello hay que saber rezar y perdonar mucho.
Tiene razón, pero, ¿cómo se hace? Porque cuando veo a alguien
como esos de ahí me entran ganas de atizarle con algo en la cara.
Claro, tienes razón... pero que cosas me haces decir. Dame el paquete
No puedo entretenerme, adiós Sra. Pina. Buena tarde.
Buscaba una recomendación,
los alemanes habían llevado a su novio a la comisaría,
yo me ocuparé de ello, le dije,
tenía un par de tetas.
¡Alto! Manos arriba.
¿Tiene el permiso?
Tipógrafo.
- ¿Tipógrafo? - Sí, mire el documento.
- Está bien, a casa y rápido. - Gracias.
Buenas noches, capitán. Gracias.
Y no se olvide, la recogeré mañana. Que descanse.
Francesco, qué susto me has dado.
Se me ha hecho un poco tarde porque se ha empeñado en acompañarme a casa.
En el fondo no hay nada malo, ¿no?
¡Hola, Francesco!
- ¿Te ha salido bien? - Por esta vez sí,
la patrona y la vieja Nannina han estado magníficas.
¿Sabes que han vuelto esta mañana y han registrado toda la casa?
Han perdido el tiempo, no había nada.
- Dijo Don Pietro que Pina te abrió. - Si, fue muy amable
- ¿Qué te parece? - Haces muy bien en casarte con ella.
Al principio me tomó por un policía, me trató muy mal.
Me lo imagino.
- ¿Sabes que Don Pietro conoció a Gino? - Me alegro
¿Y qué ha dicho de mi asunto?
Está preocupado. Hoy tenía que encontrarse con el Viejo.
- ¿Cuándo ha llegado? - Anoche, pero tú no debes verlo.
Ha dicho Gino que has de romper cualquier relación con el centro.
Tiene razón, pero hay tanto trabajo para quedarme cruzado de brazos.
No comprendo cómo han conseguido pescarme, tengo que averiguar que saben.
Lo intentaremos, pero es difícil obtener información de la Gestapo.
Si fuera la policía italiana...
Esperemos que Don Pietro haya encontrado al amigo de Italia Corsi.
Esperemos que sí.
Ah, te he traído el periódico.
Ha salido bien, ¿no?
¿Cuántos ejemplares?
Doce mil.
Esa es Pina.
Hola, ¿cómo estás?
- Estoy muy preocupada por Marcello. - Ha desaparecido.
Sí, lo he buscado por todo el edificio y no está.
- Estará con Remoleto. - Qué va, tampoco está arriba.
Y Otelo el hijo de la señora Tergel, la siciliana, también está perdido
¿Dónde se habrán metido?
- Tengo miedo de que hayan salido. - ¿Después del toque de queda?
Bravo, estoy orgulloso de ustedes.
Démonos prisa, chicos.
Esperemos a Otello.
Buenas noches.
Yo te mato. ¿Dónde has estado?
Si yo tuviese un padre así...
Buenas noches.
Hijo de tu padre, ¿a estas horas llegas?
Será mejor que entre uno y luego el otro.
Tienes razón, entra tú primero.
Ya están aquí, bribones.
Han vuelto.
Sinvergüenzas.
Me matarán a disgustos.
Voy un momento a ver qué cuenta Marcello.
- Miren cómo vienen. - ¿Dónde han estado?
- Con Remoleto. - No es cierto, no había nadie arriba.
- Estábamos abajo. - ¿Abajo dónde?
Pero yo les mato.
Malnacidos.
Cálmate.
Ya no puedo más, me sacan de quicio.
Son sólo niños.
Cállense, no puede una estar tranquila en esta maldita casa, yo trabajo todo el día.
Sí, vaya trabajo.
¿Qué ha dicho? Hable claro, hable más alto.
- Mejor será que vuelvas a la cama. - ¿Por qué?
Acaso ya no puedo hablar en mi propia casa.
Esta es mi casa, y si quieres hablar, habla en tu habitación.
- Pagamos derecho a cocina. - Olvídalo Laureta.
Olvidarme, ya estoy harta de vivir entre obreros.
Pues lárgate, quién te retiene.
Pero bueno, ¿cómo es posible que siempre estén peleando?
Esta es la última vez, te lo aseguro. Si esa no se va, un día u otro...
Hermana, el horno.
Virgen Santísima, se habrá quemado,
y todo por culpa de esa histérica.
Ven aquí.
Es una sorpresa, mi hermana
está preparando una tarta para la boda de mañana.
No irán a... no discutirán en el último momento.
Porque vamos a organizar una gran comilona.
- Esa es su mayor preocupación. - Vamos a la cama. Buenas noches.
Apague la luz, por favor.
Lo hemos hecho bien, ¿verdad?
A mí no me llevan nunca.
Claro, porque tú eres una mujer.
¿Y las mujeres no pueden ser valientes también?
Sí, claro que pueden serlo, pero Remoleto dice que las mujeres
siempre traen problemas.
¿Todavía no están durmiendo?
¡Bajo las mantas!
A dormir.
¿No duermes?
Aún no.
¿A dónde los ha llevado tu amigo Remoleto?
No lo puedo decir.
¿Ni siquiera a mí?
No, es un secreto.
Entonces tienes razón.
No debes decírselo a nadie.
Buenas noches.
Oye.
¿Qué hay?
¿Es verdad que desde mañana podré llamarte papá?
Si quieres.
Sí, te quiero mucho.
¿Qué te pasa?
Me he peleado con mi hermana.
¿Otra vez?
Me ha dicho que quiere marcharse,
me ha dicho que ni siquiera vendrá a nuestra boda.
Son cosas que se dicen.
No, no, habla en serio, está preparando las maletas.
Mañana habrá cambiado de idea.
Estoy tan cansada.
No llores.
Qué cansada estoy.
Vamos, entremos en casa.
- Está Giorgio, no me apetece. - ¿Qué importa? Es un amigo.
Lo sé, pero hace tanto tiempo que quiero hablar contigo.
- ¿De qué? - Ven aquí.
Sentémonos en la escalera.
Como cuando hablamos la primera vez, ¿te acuerdas?
Sí me acuerdo, te atreviste a llamar a mi puerta y traías una cara.
No te extrañe, te habías empeñado en clavar un clavo
y me tiraste el espejo, aunque no llegó a romperse.
"¿Quién se ha creído que es usted, el rey del universo, eh?".
Pero qué mal me caías.
Vivías aquí desde hacía dos meses y no me saludabas al cruzarnos.
Han pasado dos años.
Que lejos parece aquello ahora.
Ahora las cosas han cambiado aunque ya estábamos en guerra entonces.
Todos pensábamos que iba a terminar pronto
y que luego sólo la veríamos en el cine.
- y en cambio... - Pero, ¿cuándo acabará?
Hay momentos en los que ya no lo resisto más.
Parece que jamás vaya a pasar este invierno.
Pasará, Pina, pasará,
y volverá de nuevo la primavera,
y será aún más hermosa que las otras porque seremos libres.
Tenemos que creerlo, hemos de desearlo.
Verás, yo estas cosas las sé,
las siento, pero no sé explicártelas,
Manfredi podría
él es un hombre instruido que ha estudiado mucho, que ha viajado,
sabe hablar muy bien.
Pero yo creo que es así,
que no debemos tener miedo, ni hoy ni en el mañana.
Porque vamos por el buen camino, ¿comprendes, Pina?
Nosotros luchamos por algo que tiene que llegar,
que es imposible que no llegue,
quizás el camino sea largo y difícil,
pero llegaremos y veremos un mundo mejor.
Y sobre todo lo conocerán nuestros hijos,
Marcello y él, el que esperamos.
Por eso no debes tener miedo, jamás, Pina,
ocurra lo que ocurra.
- ¿Lo prometes? - Sí, Francesco,
pero yo no he tenido miedo nunca, nunca.
¿Dígame?
Ah, es usted, señorita. Ninguno lo hemos visto
¿Pero ni siquiera ha telefoneado, no ha enviado a nadie?
Nadina, dígame la verdad
¿usted sabe algo?, ¿sabe dónde está?
No lo sé, señorita, se lo juro,
si lo supiera se lo diría.
Esperemos que no.
Buenas noches.
Esa chica es tonta, pedir información por teléfono,
quiere mandarnos a todos a comisaría.
Adelante.
El Jefe de la policía romana, señor.
Hágale pasar.
Querido amigo, llega en un buen momento.
Dispongo de una información muy interesante.
Nuestro Manfredi ha sido visto esta mañana en el barrio de Predestino.
Y hace solo un momento
un artefacto ha hecho estallar un ***ón cisterna de gasolina en la misma zona.
Disculpe, querido mayor, pero mis noticias son incluso mejores que las suyas
He pasado gran parte de la tarde en los cuarteles centrales
y también yo he podido hacer un descubrimiento muy interesante.
Formidable.
"Ferraris, Luigi, nacido en Turín
el 3-10-1906,
detenido en Polonia el 4-2-1928,
condenado 12 años por conspiración contra el poder constituido del estado
y fugado durante el traslado, fichado en París y en Marsella".
¡Luigi Ferraris!
- Me ha vencido. - Jamás me lo permitiría, señor.
Pero todavía queda por hacer lo más importante, pillarlo.
No lo ponga en duda, no se me escapará.
- ¿Quiere que me ocupe yo? - No, se lo prohíbo,
bueno, quiero decir,
no es que desconfíe de sus métodos, pero prefiero actuar a mi manera.
Discúlpeme.
¿Ingrid?
Buenas tardes, ¿cómo está?
Mi querida señora.
Gracias por las flores, y por el café.
Ah, usted corrompe a mis funcionarios,
pero se lo perdono,
acaba de hacer un descubrimiento interesantísimo.
¿De veras?
¡Fantástico!
Ahora basta de palabras Ingrid, hay que actuar de inmediato.
Déjame hacer a mí.
Buenos días.
Buenos días, chicos.
Alabado sea Cristo.
Sea por siempre alabado.
Alabado sea Jesucristo.
Sea por siempre alabado,
pero tú siempre eres el último en alabarlo.
¿Quién es?
El orden público.
Buenos días, Sargento,
espere un momento me estoy vistiendo.
Mientras tanto y con su permiso iremos a felicitar a su futura esposa.
Los alemanes y los fascistas están rodeando la casa.
¡Vamos!
Todo el mundo fuera del edificio. ¡Ya!
Están rodeando el edificio.
Entra dentro.
Suban y bajen a todos el mundo. De todas las plantas.
Por ese lado, y haced lo mismo.
Que suban las escaleras y bajen a todos inmediatamente.
Vosotros 3 por ahí y bajad a todo el mundo.
Vosotros por ahí y haced lo mismo.
A ver si alguien sabe algo.
¿Qué hace usted ahí? Venga aquí.
Venga aquí. ¿Qué está buscando?
¿Qué hace usted ahí?
Estoy de servicio pero tengo que irme, soy Sargento.
Tonterías, que se quede.
Tienes que quedarte.
¡Marcello!
- ¿Qué ocurre, Andreina? - ¡Los alemanes, los fascistas!
- ¿Dónde? - En nuestra casa.
- Vamos, chicos. - Quietos, esperad un momento.
Son alemanes, ¿no lo entiende?
- No se muevan, voy a ver que sucede. - Nosotros también vamos.
He dicho que os quedéis aquí.
Pero Romoletto tiene bombas en el ático.
- ¡Rápido! los alemanes han entrado. - ¿Y Francesco?
Ha ido a casa de Tulio para deshacerse del material.
No te preocupes, la casa es grande, no lo encontraran.
- No se lo digas a Pina. - Tranquilo, no se lo diré.
- ¿Qué hace usted aquí? - Estoy recogiendo mi ropa.
Fuera, su ropa no se la tocará nadie. Para eso estamos nosotros.
Ya, qué estúpida, no lo había pensado.
Vamos, deprisa, póngase a ese lado.
- ¿Y Francesco, dónde está? - Tranquila, está a salvo.
Mira si son canallas que se llevan también a los enfermos.
Mi abuelo no ha querido bajar. Que no le hagan daño.
No se preocupe, vaya hacia allá, rápido, rápido.
¡Mi niño!
¡Giorgio!
Dios mío.
- ¿Dónde se había escondido? - No lo sé.
Se lo van a llevar. ¿Qué van a hacerle?
Es imposible que en un edificio tan grande no haya un solo hombre.
¿Dónde están los hombres que viven aquí?
¿No lo ha oído, dónde están los hombres?
Y qué sé yo, no soy el portero.
¿Qué quiere ese?
- ¿A dónde va? - A reconfortar a un enfermo.
Es el párroco.
No se preocupe,
los hemos llevado a tomar un poco el aire.
No es posible, un enfermo tan grave, tengo que subir.
Deténgase.
¿Estas son horas de llegar, reverendo?
Ese pobre hombre no ha dejado de llamarme, ya se habrá muerto.
Un momento, ¿qué historia es esa? Han hecho bajar a todo el mundo.
No, este no, es un viejecito paralítico,
suba, reverendo, suba y dese prisa.
Qué servicio, una vez llamamos a los bomberos, y...
Remoleto, abre, soy yo, he venido con Don Pietro.
He venido con Don Pietro.
Fuera de aquí, largaos.
Abre, Remoleto.
No, si no se van, saltarán por los aires conmigo.
Te digo que abras.
- ¿Qué estás haciendo? - Voy a matarlos a todos.
¿Acaso quieres provocar una matanza?
Dame eso.
¡Socorro Antonio! ¡Socorro!
¡Dejadme!
¿Y en qué piso vive ese moribundo?
No sé, en el tercero, en el cuarto...
Voy a subir un momento, tengo nociones de medicina.
Le acompaño.
No, no, prefiero ir solo, tu cara no me gusta.
Aquí no hay nadie.
Miremos en el piso de arriba.
La puerta, la puerta.
¿Pero esto que es? ¿Qué hace usted aquí?
Yo estoy perfectamente.
Tranquilícese y haga como que está enfermo.
He decidido vivir cien años más.
¡Que viene la SS! ¡Los alemanes!
Me río yo de los alemanes y de los fascistas.
Dame eso.
Buscad por ahí.
Vamos, vamos, abuelo.
Dame.
Vuelva, vuelva.
Don Pietro, qué sartenazo le ha arreado.
Está bien.
Tiene usted unos ojos muy bonitos.
¡Franceso!
¡Franceso!
¡Pina! ¡Pina!
¡Franceso!
Suelta, carroña.
¡Mama! ¡Mama!
¡Preparados!
Esperad a que cojan la curva.
Apuntad a los conductores.
- ¿Flavio? - ¿Qué hay?
Te traemos carne.
- ¿Y dónde está? - Aquí.
¿Y qué hago yo con esto? Yo soy posadero, no carnicero.
Nosotros somos carniceros.
Sí, ya sé que son especialistas.
Ah, ingeniero. Buenas noches.
Pónganse cómodos.
Buenas noches, ingeniero. La señorita le espera.
Vámonos.
Oh, Giorgio, al fin. Te he buscado por todos lados.
Confiaba en que vendrías por aquí. ¿qué ha ocurrido?
Nada, ¿por qué?
¿Tenía que ocurrir algo? No te entiendo, perdona.
Pero, como en tu casa...
Permíteme, un amigo mío. Siéntate, Francesco.
Mucho gusto, Marina.
- ¿Han ido las SS, no es verdad? - ¿Quién te lo ha dicho?
Tu portero. Pero, ¿por qué te buscaban?
No lo sé, quizá por el hecho de ser oficial.
- ¿Y dónde vas a dormir? - Iremos a casa de un amigo esta noche.
¿Y por qué no vienes a mi casa?
- No, a tu casa, no. - ¿Y por qué no?
No quiero molestarte y además estoy con él.
Puede quedarse en el sofá del salón. Estará muy cómodo.
- ¿Spaghetti para todos? - Bueno, ya hablaremos.
- ¿Los tickets, por favor? - Yo no tengo.
- Yo les daré uno de los míos. - Gracias.
- ¿Y de segundo? - Yo atenderé a los señores.
- Han detenido a Meseti. - ¿Cuándo?
Esta mañana a las 6. Me lo ha dicho el pintor.
Si nos desaparecemos por algún tiempo nos cazarán a todos.
¿Era a su casa donde querías ir a dormir?
Alguien ha hablado.
Pobres animales.
Hay una emisora norteamericana que a esta hora pone jazz.
Chicos, ¿tomamos unas copas?
Me han regalado esta botella de Chianti.
Nos calentará un poco.
Gracias.
¿Se encuentra mal?
Pero si tiene fiebre. Giorgio, está ardiendo.
- Le prepararé la cama. - No se moleste.
Ánimo, Francesco.
Ayúdame, Giorgio.
Ya vera, estará muy cómodo.
Cuando se acueste le daré una pastilla para la fiebre.
Por favor, ¿me acerca la manta?
Hay que tener cuidado hay una clase de gripe.
En los tiempos que corren, es la única que circula.
¿Quién puede ser ahora?
¿Quién es?
- Marina, soy yo. - Ah, eres tú.
Hola, encanto, has visto, al final he venido.
Fritz no me dejaba ir, pero yo le he dicho...
Estás borracha.
Sí, pero sólo un poco.
Pues entonces, acuéstate.
¿Quién está ahí? ¿Hay alguien?
Oh, el ingeniero.
A la cama, Laureta.
No me lo voy a comer.
Francesco, ¿qué haces aquí?
Pina te ha echado de casa la primera noche.
Creo que Marina tiene razón. Acompáñala a la cama.
Vamos.
¡Vaya caras!. ¡Qué acogida!
Hubiese preferido quedarme con Fritz. Cuando vea a Pina se lo digo.
Acuéstate, Francesco, tienes fiebre. Voy a buscar una pastilla.
He reñido con mi hermana. No volveré más a aquella casa.
- Marina. - Pasa, pasa.
No me mire, ingeniero.
¿Dónde están las pastillas?
Busca en ese cajón, tiene que haber un tubito.
Sólo nos faltaba esa tonta.
Y ahora, ¿qué hacemos? ¿Dónde vas a dormir?
Ya me las apañaré en el salón con la butaca.
Estarás incómodo. Tendrás frío.
¡Qué rabia!
Dígame.
Ah, es usted. Buenas noches.
¿Cómo estás, querida?
Esperaba que me telefoneases.
- ¿Cómo es eso, no estás sola? - ¿Qué pasa con él?
¿Le has visto?
¿Está él ahí?
Ah, la pequeña Laureta.
Se ha venido a vivir conmigo por unos días.
Sí, claro.
Muy bien.
Nos llamaremos por la mañana.
Buenas noches.
- ¿Por qué llevas morfina en el bolso? - ¿Qué?
Me la dio el dentista cuando me dolía tanto aquel diente, ¿te acuerdas?
No, no me acuerdo.
Pues claro que sí, este diente de aquí.
Lo usaba como aplicador para calmar el dolor.
- ¿Y todavía te duele? - Ya no, desde hace mucho tiempo.
Pero por precaución llevas siempre el calmante.
Quería ir al dentista para devolvérselo.
Ahora me lo explico.
- ¿Qué haces? - Se lo devolveremos juntos.
Tráelo, devuélvemelo.
Ten.
Podrías perderlo y con lo que vale
haríamos un mal negocio.
¿Por qué me miras así?
Oh, Giorgio. ¿No creerás...?
Yo no creo nada y tu eres tu propia dueña.
No tengo ningún derecho sobre ti. ¿Quién soy yo?
Uno que ha pasado un momento por tu vida.
- Ibas a decir uno de tantos. - No lo he dicho.
No, pero lo has pensado.
Sí, he tenido amantes, claro.
¿Qué querías que hiciera?
¿Con qué te crees que he podido comprar los muebles, los vestidos, todo?
¿Con mi paga?
Mi paga, me basta para medias y cigarrillos.
He tenido que espabilar como hacen todas.
- Es la vida. - La vida es como queremos que sea.
Palabras.
La vida es algo sucio, inmundo.
Yo conozco la miseria y me da miedo.
De no haber hecho lo que he hecho estaría casada con un tranviario
pasando hambre. Yo, con mis hijos.
Pobre Marina,
¿tú crees que la felicidad es tener...
...una casa bien puesta, bonitos vestidos, una criada...
y amantes ricos?
Hubiese cambiado si me hubieses amado de verdad,
pero eres igual que los otros. ¡No! Peor.
Al menos ellos no me sermonean.
Tienes razón, perdona.
Para no perder la costumbre estaban discutiendo otra vez.
Estabas escuchando, naturalmente.
Yo, claro que no, pero lo he oído,
se oye todo en esta casa.
Mañana iremos a ver a Don Pietro, se ha ofrecido a esconderme
por algún tiempo en un convento.
No, yo no. No puedo.
Ahora es necesario que trabaje más que antes.
Ella ha muerto.
Te entiendo.
Francesco, ahora estás desesperado, cometerías una imprudencia.
Tus acciones serian más perjudiciales que útiles.
No tengas miedo de no llegar a tiempo.
Es muy larga la lucha.
Y la nuestra apenas ha empezado.
Aquí tienes la pastilla.
Gracias.
Buenas noches.
¿Marina?
¿Qué quieres?
Sabes, quizá tenga razón Manfredi, somos unas estúpidas.
Cállate, duerme.
- Un señor dice que le espera. - Si, hazlo pasar.
Pase, por favor.
- Buenos días, Don Pietro. - Buenos días, le esperaba.
Hemos preparado tu carné.
"Giovanni Episcovo".
Me ha rejuvenecido dos años. Gracias.
¿Y ese quién es?
Es el austríaco. ¿No te lo ha contado Francesco?
Es una buena persona.
Permíteme, este es el señor que vendrá con nosotros.
- Encantado. - Encantado.
He hablado con el prior del convento.
- Nos está esperando. - ¿Y Francesco?
Está fuera en el patio, con Marcello.
Vamos, tenemos que darnos prisa. Alcánzame el...
Detrás de usted.
Agostino, volveré un poco tarde.
¿Pero cuando dejará de meterse en líos?
Tú y el niño cenad y a la cama.
- No podré dormir. - Ah, Don Pietro.
Si tengo que dar de comer al muchacho necesito...
Ah, entiendo.
Toma, ¿tendrá suficiente?
- Pero usted se queda sin nada. - No, yo ya tengo.
Sí, ya me lo imagino.
Durante algún tiempo no nos veremos,
pero volveré y estaremos siempre juntos.
- Vamos, Francesco. - Ya voy.
¡Papá!
Quizá tengas frío. Me la regaló mamá.
¡Alto! Manos arriba. ¡Que nadie se mueva!
Dentro del coche.
Andando.
Vamos.
Tus informaciones eran exactas.
Te felicito.
Tus informaciones eran exactas.
Bien.
¿Te gusta?
Pruébatelo.
Hazlo, querida.
¡Maravillosa!
Mírate, Marina.
- ¿Ya le han arrestado? - Sí.
¿Y qué le harán?
Nada, nada malo.
Necesitamos obtener ciertas informaciones,
tan pronto hable le dejaremos en libertad.
- ¿Y si no quiere hacerlo? - Tonterías.
No te preocupes,
hablará.
- ¿Y si no hablase? - ¿Y por qué no iba a hablar?
Claro, ¿por qué no?
- ¿Le amas? - ¿Yo?
Yo no amo a nadie.
¿Por qué estás tan esquiva conmigo esta noche?
Deje que me vaya.
No, te quedarás aquí, junto a mí.
No, no quiero, no quiero más, déjeme ir.
Pero Marina, ¿por qué?
¿Qué he hecho?
¿Qué he hecho?
¿Cuál está libre?
El cuatro.
Aquí tiene.
Andando.
¿Se ha hecho daño, Don Pietro?
- No. ¿Y las gafas? - Se han roto.
Paciencia.
Ha sido todo por mi culpa. Deben de haberme seguido.
Yo diría lo contrario,
creo que hacía mucho tiempo que me espiaban.
No tenían que haber venido conmigo.
Callaos, las paredes oyen.
Y qué importa, para lo que tenemos que decirnos.
¿No es cierto, Don Pietro?
Sí, no tenemos nada que decir.
¿Lo han oído?
También nosotros, también nosotros gritaremos así.
Ten calma.
Este material ha sido encontrado en la habitación del cura.
Y los documentos falsificados de los arrestados.
- ¿Ha registrado bien la sacristía? - Sí, señor, a fondo.
- ¿Les ha visto alguien? - No, Mayor.
Sólo el sacristán y un niño, pero estaban muertos de miedo.
Estoy seguro de que no se atreverán a hablar.
Se equivoca, hablarán. Gracias.
- Llévese todo eso. - Sí, Mayor.
¿Ustedes no tienen miedo?
Sí, mucho, pero al mismo tiempo siento tranquilidad.
Es extraño, ¿verdad? No sé por qué pero es así.
Entiendo.
Pero ustedes, ustedes están locos.
Escuchadme, lo sé,
sé que tienen alguna cosa que esconder,
vidas humanas dependen de su silencio,
creen que serán capaces de resistir sus torturas,
no lo saben, pero,
ellos convierten en cobardes a los más valientes.
No somos héroes,
pero jamás nadie sabrá nada, te lo aseguro.
- ¿Qué hora es? - Las 8.30, Mayor.
Tenemos que hacer hablar a esos hombres antes del toque de queda
y que su arresto sea conocido entre los sediciosos.
Disponemos de cinco horas para conseguirlo.
Oiga Don Pietro,
no sé si volveremos a vernos
pero quiero agradecerle lo que ha hecho por mí, por todos nosotros
No, déjeme hablar, es necesario que le diga la verdad,
no soy lo que cree, yo soy...
¿Oís?
Ya vienen.
Por favor, no me traicionen.
Usted.
Kramer...apague la luz.
Adelante.
Por favor.
¿Cómo se llama?
Giovanni Episcovo.
Ya.
Episcovo, nacido en Bari, comerciante.
- ¿Comerciante en qué? - Aceite y vinos.
Aceite y vinos. Esplendido.
Oiga, Señor Episcovo,
si yo pudiese entretenerme
me divertiría mucho hablando con usted de su comercio,
pero tengo mucha prisa y mucha estima por usted, por lo tanto,
permítame que le haga una propuesta.
Sé todo sobre usted,
su verdadero nombre y su actividad política pasada.
Respecto a la presente sé por mis informadores
que usted es un cabecilla de la junta militar del comité de liberación nacional
y que están unidos al centro militar bradogliano.
Tengo la necesidad de conocer todos los detalles de esa organización
y usted es el hombre adecuado para proporcionármelos.
Usted ha dicho que sabe quién soy yo,
que conoce mi actividad pasada, y la presente.
¿Entonces por qué me hace esa propuesta?
¿Por qué cree que ahora puedo convertirme en espía?
Sé que han hecho las mismas propuestas
en esta misma habitación a varios generales italianos,
a los bradoglianos como dicen ustedes,
sé que han pagado con la vida su silencio,
y yo no les traicionaré.
Lamento ver rechazada una propuesta tan razonable,
pero le diré que lo esperaba.
Los italianos, sean del partido que sean, están repletos de retórica.
Estoy seguro de que antes del amanecer nos pondremos de acuerdo.
¿Un cigarrillo?
Vamos, no será un cigarrillo lo que le hará hablar.
Se dicen tantas cosas extrañas de la Gestapo.
Kramer, lléveselo.
- Traigan al cura, Kramer. - A la orden, Mayor.
Usted.
Quédate tranquilo, hijo.
Procura rezar.
En su habitación hemos encontrado este material.
Evidentemente su finalidad es atentar contra el Reich y sus fuerzas armadas.
Mi finalidad no era exactamente esa.
¿Cómo llamaría usted a un hombre que no sólo suministra
refugio y documentos falsos
a italianos que preparan atentados contra nuestros soldados,
sino que además da asilo a desertores alemanes?
Un hombre que a pesar de todo intenta ejercer la caridad.
Un asqueroso traidor que debe ser castigado
según las leyes de guerra del Reich.
Será lo que Dios quiera que sea.
Entonces escúcheme bien:
Su amigo Episcovo es un cabecilla de una organización militar
de la cual usted también tiene perfecto conocimiento.
Si usted habla
o logra convencer a su amigo para que haga otro tanto,
habrá cumplido con su deber de sacerdote y ciudadano.
Le explicaré por qué;
Los hombres que preparan sabotajes contra las fuerzas armadas alemanas
violan los derechos de una potencia ocupante,
garantizados por los tratados internacionales,
consiguiente son unos francotiradores
y por ello han de ser entregados a la justicia, ¿queda claro?
Sus palabras me han impresionado profundamente.
Por fin comprende.
- Kramer... - Sí, Mayor.
Escriba la declaración.
- Sí, pero hay una dificultad. - ¿Cuál?
Yo no tengo nada que decir, porque no sé nada,
y lo poco que sé lo he oído en confesión
y esos secretos deben morir conmigo, es nuestra disciplina.
No me interesa su disciplina.
Pero interesa a alguien que está por encima de usted y de mí.
Entonces convenza a su amigo para que hable.
Creo que no sabe nada de lo que usted sospecha.
¿Quiere hacerme creer que no conoce
su verdadera actividad, su verdadera identidad?
Sólo sé que es un hombre que necesitaba mi modesta ayuda.
¿De verdad? Ahora le diré yo quién es ese hombre:
Es un subversivo, un "sin dios", un enemigo suyo.
Yo soy un sacerdote católico
y creo que quien combate por la justicia y la libertad
camina por los senderos del Señor,
y los caminos del Señor son infinitos.
No pensará sermonearme, supongo.
No tengo esa intención.
Escuche, no tengo tiempo que perder. ¿Está decidido a no hablar?
¿No puede al menos intentar convencer a su compañero?
Se trata de evitarle sufrimientos
que usted ni siquiera imagina.
Lo imagino mejor de lo que usted cree,
pero pienso que sería inútil
y si es el hombre que usted dice
será difícil convencerle de que hable, ¿no le parece?
No debe preocuparse, hablará.
No lo creo, no hablará.
- ¿Usted cree? - No hablará.
Rezaré por él.
No obtendrá buenos resultados pidiéndole a su padre eterno.
Esto se alargará. Estaré en el salón.
- Si hay alguna novedad, comuníquemelo. - A la orden, Mayor.
Adelante.
Mayor, el traidor se ha ahorcado.
¡Idiota!
- ¿Quién gana? - Adivine quién, para variar.
¿Tiene mucho trabajo esta noche? No mucho,
pero interesante.
¿Sí?, ¿de qué se trata?
He pillado a un hombre que ha de hablar antes de mañana.
Y a un cura italiano que afirma que el hombre no hablará
porque rezará por él.
- ¿Y si no habla? - Tonterías.
Pero, ¿y si calla?
Significaría que un italiano es igual de bueno que un alemán,
y también que no hay diferencia
entre la sangre de una raza inferior y la de una raza superior.
Los hombres están divididos de esa forma.
Hace 25 años mandaba los regimientos de ejecución en Francia.
Entonces era un joven oficial,
y pensaba al igual que usted que pertenecíamos a una raza superior,
pero los franceses preferían que les ejecutáramos a decirnos algo.
Nunca entenderemos que los pueblos quieren vivir libres.
- Está ebrio, Hartmann. - Sí, he bebido.
Me emborracho cada noche para olvidar,
y, ¿cuál es el motivo? Verlo más claro.
No sabemos hacer otra cosa que matar.
Matar, matar.
Hemos cubierto Europa de cadáveres.
Y de esas tumbas crece lentamente el odio,
odio por todas partes.
Seremos aniquilados por el odio sin esperanza alguna.
Cállese.
Todos moriremos, moriremos sin esperanza.
Le prohíbo que siga desvariando.
Sin esperanza...
Se lo prohíbo... ¿Ha olvidado que es
un oficial alemán?
- ¿Ya ha hablado? - No, mayor.
Wendel dice que jamás se ha topado con una terquedad semejante.
Ha alcanzado una insensibilidad total.
¿Qué hacemos, mayor?
- ¿Y bien, Wendel? - Es prácticamente imposible, mayor.
Tenemos que esperar hasta que se recupere un poco.
No es posible, no hay tiempo.
Tal vez con métodos psicológicos, mayor.
Usted está loco. Tiene que hablar.
La inyección.
Señor Ferraris, se lo había dicho, tengo mucha estima por usted,
valoro mucho, créame, esta prueba de su valentía,
y no menos su espíritu de sacrificio,
pero tiene que comprender que ya es imposible continuar.
Usted es comunista,
su partido ha resuelto un pacto de alianza con las fuerzas reaccionarias,
ahora unidos luchan contra nosotros,
pero mañana cuando Roma esté ocupada,
o liberada, como dicen ustedes,
¿piensan que seguirán siendo sus aliados esos altos oficiales monárquicos?
Yo les ofrezco solventar ese problema;
deme los nombres de los generales bradoglianos,
prepáreme las condiciones de arrestarlos,
y yo le garantizo su libertad
y la inmunidad a los hombres de su partido.
¿De acuerdo, Señor Ferraris?
¡Maldito perro!
Continuad con él hasta el final.
¿Cómo va?
Ya te dije que no hablaría tan fácilmente.
¿Tienes un cigarrillo?
El cura, rápido.
Mira, fíjate, ¿estás satisfecho?
¿Esa es tu caridad cristiana?
¿Ese es tu amor por tu hermano en Cristo?
Has preferido verlo reducido a una piltrafa antes que hablar.
Pero no creas cura hipócrita que te salvarás,
ni que salvarás a tus cómplices, tendrás el final de los traidores,
los destruiremos a todos,
a todos hasta el último.
No has hablado.
Se ha terminado, se ha terminado
Querían su alma y han destruido su cuerpo.
¡Malditos!
¡Malditos!
Serán aplastados en el lodo como miserables lombrices.
¡Malditos!
Dios mío,
¿qué he dicho?
Perdón, Dios mío, perdón.
¡Fuera!
Llévense al cura.
¡Todos fuera! ¡Ahora!
Esos estúpidos italianos...
Maldita sea, ese cura ha dado al traste
con todos mis planes.
Ya te dije que no sería tan sencillo.
Siempre tienes razón.
¿Qué parte debo dar?
Ah, sí, por la defunción.
Ataque al corazón.
A la orden, Mayor. ¿Y qué hago con ella?
La mujer te incumbe a ti.
Que la dejen descansar, después ya veremos.
Vámonos, he de tomar algo para recuperarme.
Perdone, Mayor. ¿Qué nombre debo reseñar?
¿Manfredi o Ferraris?
Sólo Episcovo. Giovanni Episcovo.
Si no, crearemos un nuevo mártir y el mundo ya tiene bastantes.
Un momento, por favor.
Así podré utilizarlo otra vez.
No somos una raza superior.
- ¿Qué hora tienes? - Las ocho y catorce, señor.
- Exacto, se están retrasando. - Sí, señor, se retrasan.
- ¿Quiere un cigarrillo? - Gracias.
Deme fuego.
A formar.
¡Rápido!
Atención.
- Descúbrase, Don Pietro. - Ah, sí.
Gracias.
Tenga valor.
No es difícil morir bien,
lo difícil es vivir bien.
¡Fuego!
Dios, perdónalos.
¡Acaba con esto ahora!
Visite: http://cinematecaweb.blogspot.com/ http://taquillerasinfo.blogspot.com/
El acceso a la cultura es un derecho DE TODOS Transferencia, Ajustes y Upload en .rmvb Cris