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Puigdemont no podrá contestar a Rajoy: no hay quien entienda el requerimiento
La falta de comunicación (intencionada o no) y la escasa habilidad de la clase política para hacer de la lengua un instrumento claro, preciso y, dicho sea de paso, sin errores, ha llevado al procès a un proceso kafkiano. Se necesita algo de cordura lingüística para sofocar esta desastrosa hoguera sintáctica: si el propósito no era otro que reclamar una respuesta concreta, preferiblemente monosílaba, el requerimiento que el Gobierno ha enviado al presidente Puigdemot no es el adecuado para ello.
El preámbulo de este amasijo de sintagmas desordenados es un caos, el inicio un bullicio gramatical y el desenlace... En el apartado trascendental, titulado ACUERDA, se enumeran los requerimientos que exige el Gobierno.
Estamos ante un crimen gramatical, lean: El presidente de Generalidad confirme si alguna autoridad de la Generalidad de Cataluña ha declarado la independencia de Cataluña y/o si en su declaración del 10 de octubre de 2017 ante el pleno del Parlamento implica la declaración de independencia al margen de que esta se encuentre o no en vigor.
La sintaxis es, sin más, una condena. Unos sintagmas se mezclan con otros formando un batiburrillo que consigue que, cuando llegas a un complemento, tengas que retroceder dos renglones para identificar el núcleo al que hace referencia. Las subordinadas son masacradas.
Y la masacre llega, incluso, a provocar un queísmo (“en el caso que la respuesta sea afirmativa…”). Sí, un queísmo en la frase más relevante de nuestra historia reciente. La morfología no ayuda. Términos que nunca pensamos que podrían derivarse encuentran refugio en este texto. De hecho, si hubiese que resumir la morfología sorayesca, sería con una frase del estilo: “Nunca digas ‘de esta derivación no puedo sacar más’”.
La persona que ha redactado el documento le tiene cariño al gerundio. Vive pegada a un gerundio. Respira gerundios. Esta forma no personal en el texto es omnipresente, dotándolo de un valor adverbial horroroso. Llama la atención la aparición indistinta de números expresados gráficamente con letras unas veces, con cifras otras.
Esto está penado en la Gramática de la RAE. Y qué decir de la semántica. Cualquiera se aventura a confirmar qué significan el 80% de las oraciones allí escritas. Lo peor no es que este texto no se entienda, lo peor es que da pie a que la respuesta tampoco sea comprensible.
Ésta es, quizás, la esquina más traumática en la que se cisca el documento. Si la pragmática es, cito al DRAE: “Disciplina que estudia el lenguaje en su relación con los hablantes, así como los enunciados que estos profieren y las diversas circunstancias que concurren en la comunicación”, entonces el documento es un naufragio pragmático irremediable.
Dicho de otro modo, la pragmática es esa disciplina que decide qué registro lingüístico utilizar en función del contexto. Las circunstancias que rodean al texto exigen más concreción que nunca, y parece que esto no lo entendió el redactor, que naufraga en una tormenta de imprecisiones.
Las comas han desaparecido. Apenas diez en mil palabras. Comas que permitan delimitar los periodos de respiración. El resultado de esta ausencia es una carrera de resistencia, donde sólo aquellos con una capacidad torácica envidiable consigan mantenerse en pie al otro lado del punto final. Darwinismo lingüístico, supervivencia pulmonar.