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Los atlas manuscritos
que representaban vistas de ciudades y territorios,
fueron objetos muy apreciados por los gobernantes del Renacimiento.
Los conservaron en sus bibliotecas,
y formaron parte de un universo
en el que cabían también las colecciones,
capaces, en su conjunto,
de demostrar la universalidad de su saber y el alcance de su poder.
Fueron obras nacidas en una Europa en guerra,
en la que los ingenieros militares habían dibujado
las ciudades de frontera y los territorios que había que conocer,
para así poder controlarlos y defenderlos.
Por eso hablamos de atlas militares, y por eso permanecieron manuscritos.
No respondían en todo a las vistas urbanas que se daban a la imprenta,
puesto que la información contenida en ellos era secreta
y no debía ser conocida por los enemigos.
Los que conocemos, pertenecieron a los monarcas o a sus ministros,
en ningún caso a nobles desvinculados
de los círculos de decisión en materia de defensa.
Burgueses enriquecidos y nobleza sin responsabilidades de gobierno,
solo tuvieron acceso a lo que los impresores difundieron,
que fue mucho, dado el éxito que tuvieron mapas y vistas urbanas
en la alta Edad Moderna.
Aquí hablamos de otras obras,
muy distintas en sus intenciones y en sus destinatarios.
Los bellos atlas que se comenzaron a elaborar en el siglo XVI,
describían con imágenes y palabras
territorios que los gobernantes poseían o ambicionaban.
En este segundo caso,
se trataba de atlas elaborados por espías enemigos,
como el de Charles Pene, de las Baleares y Cataluña,
del Servicio Histórico de la Marina Francesa.
Es una fiel imagen de cómo eran las ciudades
de Ibiza, Palma de Mallorca y las costas que divisó y estudió,
mediante mediciones y dibujos, este ingeniero francés,
desde el barco, a bordo del cual las recorrió en 1680.
Los atlas militares podían nacer
concebidos desde el principio, por su autor como una obra completa,
en la que describir, mediante imágenes y textos,
un territorio de frontera,
que había que conocer y defender de los enemigos.
Un ejemplo es el que nos describe las costas de la isla de Sicilia,
recorridas por el ingeniero Tiburzio Spannocchi,
para dar cuenta del estado de sus defensas,
entre las cuales incluía el sistema de torres,
los pequeños castillos y las ciudades.
Así, el rey, pasando sus páginas,
sabría como eran sus ciudades del virreinato siciliano,
Palermo, Messina, Patti, Siracusa.
Sicilia era uno de los llamados, figuradamente,
"baluartes" frente al Turco,
puesto que tanto este reino como Malta
estaban en esa peligrosa frontera
entre el Mediterráneo oriental y el occidental,
en la que se dieron alguna de las grandes batallas del Renacimiento.
La Descripción de las Marinas del reino de Sicilia,
conservada en la Biblioteca Nacional de España
y acabada en 1596,
aunque la iniciara casi 20 años antes mientras recorría Sicilia,
es de una belleza tal, que mereció convertirse
en una de las piezas de las colecciones del rey de España.
No tuvieron tanta suerte los atlas que realizó un ingeniero coetáneo,
Leonardo Turriano,
pues se conservan en bibliotecas portuguesas
debido a su condición de Ingeniero Mayor del Reino de Portugal.
La de las Islas Canarias,
en la Biblioteca de la Universidad de Coimbra,
es un extraordinario documento visual de las islas,
sus ciudades y sus tierras,
pero también un documento histórico,
por ser obra de un ingeniero que se consideraba a sí mismo,
historiador y geógrafo, además de arquitecto militar.
Y añadiríamos ahora, un gran científico,
capaz de representar la realidad, al igual que Spannocchi,
utilizando avanzados instrumentos científicos,
conducidos por un ojo y una mano, sabios.
Este mismo ingeniero, Turriano,
realizó también una Descripción de las plazas de Orán y Mazalquivir,
hoy en la Academia das Ciencias de Lisboa,
de un gran valor geográfico e histórico para el conocimiento
de esa frontera africana de la monarquía hispánica,
por combinar la narración escrita
con unas descripciones en imagen de las que emerge la ciudad de Orán,
sin concesiones a la fantasía, tal como era en 1594,
cuando el ingeniero la visitó para informar sobre sus fortificaciones.
Gracias a estos atlas,
podemos conocer la realidad de unas ciudades que no fueron magnificadas
por la mano de estos ingenieros que dominaron el dibujo,
porque para ser eficaces debían informar fidedignamente
de lo que veían y medían, para luego dibujarlo,
y que la mirada del monarca pudiera contemplar sus posesiones.
Ya en el siglo XVII, otro ingeniero, Pedro de Texeira,
autor también del famoso plano de Madrid de 1656,
realizará una Descripción para el rey Felipe IV
de todas las costas y sus ciudades en la península.
Está dentro del mismo grupo de atlas concebidos como pieza única
y extraordinariamente cuidados por su autor,
para fundir belleza con utilidad.
Así, de la mano de Texeira, en 1634,
vemos en este Atlas, de la Biblioteca Nacional de Viena,
ciudades como Barcelona, Valencia, Cartagena, Málaga, San Sebastián...
Hay más atlas, aunque no tengan esta envergadura,
como el de don Íñigo de Brizuela, de las Canarias de 1636,
y quizás los archivos deparen todavía sorpresas
de nuevos ejemplares que permitan un mayor conocimiento
de ciudades y territorios en la época moderna.
Hay otro tipo de atlas,
que son el resultado de la suma de dibujos de distinta procedencia,
probablemente de ingenieros militares en su origen,
pero que se unificaban en cuanto a estilo, medidas, etc.
por una única mano, a fin de dotarles de unidad,
lo que era necesario para coleccionarlos como valiosas piezas
e incorporarlos a las bibliotecas regias.
Dejando el ámbito de la monarquía hispánica,
un ejemplo puede ser el Atlante,
realizado por Matteo Neroni para los Médicis,
en la Biblioteca Nacional de Florencia, realizado en 1602.
Allí no sólo se representan las posesiones de esa familia,
sino otras muchas ciudades y fortificaciones
de diferentes estados europeos.
La misma simplificación
de los elementos defensivos que vemos en esta obra,
la podemos ver también
en el atlas realizado para el marqués de Heliche,
conservado en el Archivo Militar de Estocolmo,
que es muy posterior, puesto que se encuadernó en 1655,
y sus imágenes fueron unificadas por el pintor Leonardo de Ferrari.
En este atlas,
la comparación entre vistas como la de Fuenterrabía y la de Cádiz,
constata la coexistencia
de diversos sistemas de representación y perspectivas
en el dibujo urbano de los ingenieros militares.
La ciudad aparece, en todos ellos,
siempre perfectamente anclada en el territorio,
ya se trate de vistas corográficas, no pertenecientes a atlas militares,
y que representan los lugares, a veces, como los vería un viajero,
o las más amplias vistas geográficas de los atlas,
en las que la ciudad se sitúa en el mapa
para permitir así al observador entender mejor su relevancia
en el sistema defensivo de una monarquía o imperio.
Las fortificaciones urbanas son el elemento que nunca falta,
puesto que es lo que asegura su defensa frente al enemigo.
Todos estos atlas tienen en común,
que fueron encargados por los gobernantes,
o realizados para acabar en sus manos.
Nos movemos en el espacio del poder,
tanto por lo que representan
como por las manos y los ojos a que van destinados.
Con estos atlas militares,
no solo conocemos la realidad urbana de los estados europeos,
sino también, hasta qué punto
las ciudades de frontera y su representación gráfica,
constituyen un escenario histórico y un tipo de documento privilegiado,
en el que estudiar la ciencia y el arte del Renacimiento.