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Los demonios de Loudun
Quiero encontrar un camino hacia ti.
Vendré y tú me rodearás con tus brazos sagrados.
La sangre fluirá entre nosotros y nos hermanará.
Mi inocencia es tuya.
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Devota me consagro a tu servicio,
tú con tu sabiduría me has infligido esta carga
para recordarme día a día lo que tengo que soportar.
Querido Dios, me cuesta girarme en la cama
y en las horas desesperantes tras la medianoche recuerdo
la carga de tu cruz en el largo camino.
Te ruego, Dios mío, que me desprendas de esta joroba.
Para que pueda tumbarme de espaldas,
sin tener que girar la cabeza.
Quiero encontrar un camino.
Sí, existe un camino hacia ti.
Lo encontraré.
Hágase la luz de tu amor eterno...
Amén.
Acaban de entregar esto en la puerta.
- ¡Lo ha rechazado! - ¿Padre Grandier?
"Mi leal hermana, siento tener que comunicarle
que he de rechazar el puesto de consejero espiritual de su convento.
Las obligaciones urgentes que me retienen en la ciudad..."
Gracias, hermana.
¿Qué es ese misterio divino?
¡Déjame ver! ¡Déjame ver!
En este asunto quería dirigirme a Dios.
No, a Dios no, al hombre.
Grandier.
¿Qué has hecho?
Estirarte para atrapar la sábana que caía.
¿Quieres cubrir tu desnudez?
¿Te avergüenzas?
¡Qué jóvenes parecéis los dos!
La niña pesa en tus brazos.
Bostezaba. Atrajiste hacia ti el horror de su cuerpo.
Tiemblas contra tu voluntad.
¡Mira! El sol desgarra la niebla en los campos.
Te verás inundado por el día.
¡Coge lo que puedas! ¡Que ambos cojan lo que puedan!
¡Ahora! ¡Ahora!
Carne en la tabla del carnicero.
¿Dónde estás, querido? Amor, ¿dónde estás?
¿Ahora? Ahora. Ahora.
Oh, Dios mío.
¿Es eso? ¿Es eso?
- ¿Vamos juntos? - Sí.
¡No me cojas de la manga!
Una ciudad tan pequeña, tiene suerte de tener un pastor así.
¿Lo he dicho como si lo creyera?
Ha hablado como si fuese el mismo Dios.
- ¿Grandier? - Sí.
- Palabras y hechos... - ¡Cierra el pico!
¿Has oído algo al respecto?
¿Quieres decir...? Algo he oído.
Pues míralo con tus propios ojos.
- Estuve en su casa como médico. - ¿En serio?
Esa satisfacción y esos aires, no son propios del estatus de viuda.
- Por eso necesita una visita. - Es cierto.
- ¡Uy, se tambalea! - ¿Qué clase de idiota es ése?
Lo colgaron ayer por la noche.
- ¡Una imagen insoportable! - Ven a comer.
Dime, ¿por qué vienes a verme?
En tu salón sería una buena pregunta, pero como están las cosas...
Hay chicas muy hermosas en la ciudad.
Pero ninguna tenía por esposo a un vinatero
que precisase consuelo tras su muerte.
Ese fue el motivo de mi primera visita.
Aquel día vi en ti sólo a un hombre. ¿Quieres ser algo más?
Por supuesto. O algo menos.
- ¿Cómo puedes ser un hombre de Dios, - Mi niña querida, tus preguntas
- si ni siquiera eres un hombre? - van más allá del tiempo
y de la experiencia.
Tu boca...
Estoy poseída por ti.
Ahora vete a dormir, hoy has sido un pequeño y dócil animalito.
Sé feliz.
Esta cabeza humana me llena de esperanza, querido Adam.
En cambio se trata de un objeto muy extendido.
Cada uno lleva una sobre los hombros.
Pero piensa: ésta es la residencia de la razón.
- Mira quién viene. Haz caso omiso. - Vamos.
¡Buenas, maestro cirujano y maestro farmacéutico!
- ¡Buenas tardes! - ¡Buenas tardes, Monsieur!
- Ha sido un bonito día. - Sí, sin duda.
- ¿Qué lleváis en ese cubo? - La cabeza de un hombre.
- ¿De un amigo? - De un criminal.
- El cadáver fue anoche... -... lo bajaron de la horca.
Espero que no os hayan timado
en interés de la ciencia.
- Nueve perras gordas. - Un buen negocio.
Déjame ver. Pobre carne seca.
Mannoury constató que éste es el lugar de la razón.
¡Qué cierto es eso!
Adiós, maestro cirujano y maestro farmacéutico.
Adiós.
- Olía a la viuda. ¡Qué asco! - ¡Sucio!
Está claro que venía de su casa.
En el confesionario le cosquillean los pecados de las muchachas...
Y las tardes, las pasa en la cama de la viuda.
- ¡Luego nos bosteza en la cara! - Y esta noche...
¡Coge la cabeza y ven conmigo!
Padre que estás en los cielos, conseguir tu clemencia,
es el deseo de tu hijo devoto.
Muéstrame un camino, o deja que se haga uno.
¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío!
¡Suéltame! ¡Libérame!
Señor, cuya potestad temor causa, y te inquietas por los píos.
Sálvame, fuente primigenia de la clemencia.
¡No me toques la espalda!
- ¿Claire? - Sí.
Dicen que tengo los ojos bonitos. ¿Es cierto?
- Sí, madre. - Tan bonitos que no debo cerrarlos.
Ni siquiera cuando duermo.
Ve con las demás.
Diste sentido a mi vida, al traerme con las ursulinas.
Quiero cumplir mi obligación, lo mejor que pueda.
¡Oh Dios! ¡Oh Dios! Me resulta tan difícil rezar.
Reconozco en Dios al Todopoderoso, al aventurado, a la virgen María,
al arcángel Miguel, a San Juan,
a los apóstoles Pedro y Pablo y a todos los santos,
he pecado de pensamiento, palabra y obra:
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
- Primero... - Primero se tiene que redactar...
- un documento contra Grandier. - Una denuncia contra Grandier.
- Exacto. - Exacto, eso es.
- Conocemos su libertinaje. - Su vida de vicios.
- Su ateísmo. - ¿Basta eso?
Todo eso ha de ser suficiente.
Te absuelvo de tus pecados. ¿Algo más?
¡Vamos, otros esperan!
- He tenido pensamientos impuros. - ¿De qué tipo?
- Sobre un hombre. - Hija mía...
En las horas de la aurora. En mi habitación el calor asfixia.
Mis pensamientos hierven y por eso son tan tiernos.
Mi cuerpo... ¡Padre! ¡Mi cuerpo!
Deseo que me toquen.
¿Has intentado reprimir esos pensamientos?
- No. - ¿Juegas con ellos? - No.
- He rezado. - ¿Quieres ser salvada?
- ¡Responde, niña! - No.
Quiero que él me...
No, posea. No, que me destruya.
¡Te amo! ¡Te amo!
Ven, niña. Quiero ayudarte.
Estoy aquí como comisario especial de su majestad.
Pero no he venido para razonar.
- Traigo un mensaje. - Una orden:
- Destruid las murallas. - ¿Qué respuesta he de dar?
- Que me niego. - Vuestra decisión ha sido influenciada.
Es mi propia decisión como gobernador de esta ciudad.
- ¿Conocéis al padre Grandier? - He oído hablar.
Ah, padre, ¿no podéis ejercer influencia sobre el gobernador?
Soy hombre de paz y podéis estar seguro de que hay que tirar las murallas.
- ¿No es cierto? - Como hombre de paz, sí.
Como hombre de principios prefiero,
que las murallas permanezcan.
¡Os matarán, Grandier!
Richelieu susurra al rey: "¡Destruid las murallas!"
Ofrecen a los protestantes una ocasión para la insurrección.
Dejadme que os apoye con la pasión de mi debilidad,
de mi renuncia.
El martes a las 5:30 la viuda salió de casa.
La viuda...
El hombre es una máquina, mi querido Adam.
¿A caso el impulso *** puede ponerse en hora?
A las 7:30 se le vio hablando públicamente con D'Armagnac.
El tema no está claro, pero dos veces se rió Grandier.
Cenó solo, más tarde que de costumbre.
- Apagó la luz pasada la medianoche. - ¡Adam!
- Eres un bromista. - ¿En serio?
- Gracias. - Pero esas costumbres son comunes.
- Déjame tiempo. - Con esas pruebas no le pillaremos.
- Llegará el momento. Paciencia. - Llegará el momento. Paciencia.
Estamos tan contentos, padre Mignon, de que haya aceptado nuestra invitación.
En una casa como esta hay muchos problemas.
Voy a necesitar vuestro consejo.
Siempre a tu disposición.
Últimamente tengo visiones, impuestas por el diablo.
Cuando uno vive cerca de Dios, se convierte en blanco del diablo.
Por la mañana puedo hablar de ello. Pero por la noche...
Querida, al amanecer es cuando el espíritu es más débil.
- Pero la visitación... - ¿Visitación?
El fallecido canónigo Moussaut, vuestro predecesor, vino por la noche.
- Se quedó a los pies de mi cama. - ¿Qué dijo?
Dijo cosas indecentes y sucias.
- Obscenidades maliciosas y ofensivas. - Fiel hermana...
- Pero no era su persona. - ¿Qué quieres decir, hija mía?
Vino a mí como otro hombre.
- ¿Reconociste a ese hombre? - Sí. - ¿Quién era?
Grandier. El padre Grandier.
Querida, ¿os dais cuenta de la gravedad de vuestras palabras?
Sí, ayudadme, padre.
No pude sacarle nada más a la priora.
No puedo probar nada, por eso envié un mensaje al padre Barré a Chinon.
Es quien mejor puede exorcizar al demonio.
Con mi consejo médico, os dejaré al margen, padre.
- Se quejaba de hinchazón en el vientre. - Fascinante.
Nada anormal. Falsos síntomas de embarazo.
Nada que ver con el demonio. Vientos.
- ¿Vientos? - ¿Vientos?
- ¡Hay alguien en la puerta! - Imposible.
- Pero es cierto. - No son horas de oficina. Está cerrado.
Soy Jean de Martin, Baron de Laubardemont.
Yo soy su majestad, el comisario especial de Loudun.
- ¿Puedo servirle en algo? - Eso espero.
Visito la ciudad, para recoger ciertas informaciones.
- Ambos somos caballeros. - Ambos somos caballeros.
Os ruego que me digáis todo cuanto sepáis
relacionado con un tal Grandier de la iglesia de San Pedro.
- ¿Padre Grandier? - Querido Mannoury.
Por fin. Por fin.
Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo
Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús,
que derramó sangre por nosotros.
Te ruego, Dios mío, que hagas de mí una chica honrada.
Cuida de mi padre y de mi madre, protege a mi perro.
A mi perro Capitán, que me quería y no entendía
porqué lo dejé abandonado.
¡Oh Dios, Dios!
Me gustaría rezarte como es debido.
Pero sólo sé hacerlo siguiendo el libro.
Quiéreme.
Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores,
- ahora y en la hora de nuestra muerte. - Quiéreme.
Déjame eso a mí.
Buenos días, hermana, ¿Os encontráis bien?
Sí, gracias padre. Me encuentro bien.
Perfecto. ¿Queréis arrodillaros?
¿Estás aquí? ¿Estás aquí?
Nunca contestan a la primera. Temen comprometerse.
¡Manifiéstate! ¡En nombre de nuestro Señor Jesucristo!
- Eso siempre funciona. - Aquí estamos y aquí nos quedamos.
- ¡Una pregunta! - ¡Puaj! - No seáis desvergonzado. Una pregunta.
¿Quién le ha permitido el paso a esta habitación de mujeres?
- Por mediación de un amigo. - ¿Su nombre?
- Asmodeus. - Ese es vuestro nombre
- ¿Cómo se llama vuestro amigo? - Urbanus.
- ¿Qué es? - Un sacerdote.
- ¿De qué iglesia? - San Pedro.
- ¡Grandier! ¡Grandier! - ¡Grandier!
Grandier, Grandier, Grandier.
Te conjuro espíritu impuro, fuerza enemiga,
fantasma, ejército de demonios, en el nombre de Jesucristo,
desaparece y vete de esta criatura de Dios.
Óyelo y teme, Satán, enemigo de la fe,
adversario de los sexos, ladrón de vidas, asesino.
- Raíz de todo mal, - Burlador de la justicia.
- Tentador de los hombres. - Hogar de vicios, traidor de los pueblos.
- Agitador por avaricia. - Origen de la avaricia.
Origen de la discordia.
Cede en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Haz sitio al Espíritu Santo con la cruz sagrada
que con el Padre y el Espíritu Santo vive y domina.
Dios en toda la eternidad.
- Amén. - Señor, atiende mi plegaria.
Y permite que mis gritos lleguen a ti.
Dios del cielo, Dios de los ángeles.
Dios de los profetas y de los apóstoles. Dios de los mártires y de las vírgenes.
¡Vete!
Señor, rehúsa el poder del demonio, evita sus persecuciones:
El tentador impío debe huir. Por nuestro Señor Jesucristo,
por tu hijo que vive y domina contigo,
Dios en toda la eternidad.
¡Dadme la reliquia!
Te invoco, vieja serpiente, por el juez de vivos y muertos,
por tu creador y el del mundo,
por el que tiene el poder de mandarte al Infierno:
deja a esta sierva de Dios, que busca asilo en la Iglesia,
vete rápido y temeroso con tu ejército enfurecido.
Te vuelvo a invocar.
Vete, vete, no de mí, sino del siervo de Cristo.
¡Teme a este hombre que es la viva imagen de Dios!
- Dios te ordena, - Te ordena Cristo su majestad,
- te ordena Dios Padre, - Dios Hijo,
- Dios, Espíritu Santo, - el misterio de la cruz,
- la sangre de los mártires, - la sangre de los mártires,
te ordena la intercesión devota de todos los santos,
te ordena la fuerza del misterio de la fe de Cristo.
Sal, trasgresor de las leyes...
- ¡Perdonadme! - ¡Vete, tentador!
Lo siento. He de interrumpiros.
- ¿Ahora qué pasa? - No entiendo nada.
- Soy un demonio pagano. - Es costumbre...
- El latín es una lengua extraña. - consumar el exorcismo en latín.
¡Hablemos de los impulsos sexuales del sacerdote!
- ¡De ningún modo! - ¿Es cierto que...?
¡Oh, Dios mío! ¡Sacadme a este ser de mí!
Calla mujer. Interrumpes una discusión teológica.
- ¡Padre, ayudadme! - Hija mía, hago cuanto puedo.
Ahora parece que se ha instalado en el abdomen.
- ¿Están aquí Adam y Mannoury? - Están esperando.
¡Prepárese y bendiga el agua!
Hermana, se requieren medidas extremas.
¿Qué queréis decir, padre?
Tenemos que sacarle al malvado enemigo con violencia.
¿Existe otro camino aparte del exorcismo?
Sí, hija mía, existe un camino.
¿Me oyes, Asmodeus?
- ¡Piedad! ¡Piedad! - ¡Tonterías!
- La Iglesia ha de ir con el tiempo. - La Iglesia con el tiempo...
¡Venid, hermana! ¡Es vuestra salvación!
- ¡Ayudadme, Rangier! - ¡No, no quería decir eso!
- ¡Venga! - ¡Demasiado tarde, Asmodeus!
¡Padre! ¡Padre Barré!
- Soy yo, hermana Jeanne. - ¡Habláis con muchas voces!
Soy yo de verdad, padre. La madre de este convento...
- ¡Calla, bestia! - ¡Calla!
- ¿Esperas piedad? - Ya está.
¿Sabéis que se os nombra mucho en este asunto?
- Sí. - ¿No deberíais intentar justificaros?
¿Habéis molestado a esa mujerzuela?
No sé cómo podría pasar. No la he visto nunca.
¿Por qué os nombra como malhechor?
Estáis en peligro, Grandier.
Mi fiel hermana de Jesús parece tener fijación conmigo.
Lo que nace en el desierto del espíritu y el cuerpo
por la plegaria constante, puede traer esperanza.
El amor viene con la esperanza.
Y como sabemos, con el amor viene el odio.
Y de este modo esa mujerzuela está obsesionada conmigo.
Dios la asiste en su horror e infortunio.
Dios la asiste.
Querida hermana de Cristo, tengo que seguir interrogándola.
Sí, padre.
¿Recordáis cuando fue la primera vez
que tuvisteis esos pensamientos malignos?
- ¡Con exactitud! - ¡Dínoslo!
- ¡Habla! ¡Habla! - Era de noche. Ya no era de día.
- ¿Si? - Vino hacia mí.
- ¡Di su nombre! - ¡Grandier!
¡Grandier! El magnífico león dorado entró en mi habitación.
- Se reía. - ¿Estaba solo? - No.
Le acompañaban seis de sus criaturas.
¿Y entonces?
Me tomó dulcemente entre sus brazos y me llevó a la capilla.
Cada una de sus criaturas tomó a una de mis hermanas.
- ¡Más! Más! - ¿Y qué pasó?
¡La capilla rebosaba risas y música! Había comida:
Vino y carne especiada. Pesada como la fruta de oriente.
Una visión inocente del Infierno.
- ¡Sigue hablando! - Olvidé decir
que llevábamos vestidos suntuosos.
Y cuando estuve desnuda, caí encima de las espinas.
El suelo estaba cubierto de espinas. Caí encima de las espinas.
¡Ven aquí!
Dice, que usted y sus hermanas fueron obligadas a...
... construir un altar obsceno con sus cuerpos,
en el cual después se oficiaría una misa.
Otra vez.
Dice
que los demonios hacían de peones para Grandier
y que sus queridas hermanas se mezclaban excitadas.
Señores, estáis oyendo lo mismo que yo.
Así expulsamos a Dios de su casa.
Libres de él, celebramos su huída una y otra vez.
Para una que ha vivido lo que yo he vivido,
Dios está muerto.
¡Dios está muerto! He encontrado la paz.
Señor, entrad en ella.
Esta era una mujerzuela inocente.
No era ningún demonio. Hablaba con su propia voz.
- Señor, os ruego... - La voz de una mujer desgraciada.
¿Y la fantasía depravada, la lengua obscena?
Señor, es una discípula.
- ¿Una discípula de Grandier? - Sí. - Jesucristo.
Conjuro, al espíritu impuro, a cada espectro...
¡Sal, sal, tentador!
Tuya sea la soledad.
- Te expulsa. - Ante cuyos ojos nada se esconde.
- Te rechaza, te ahuyenta. - De cuyo poder todo depende.
- A los vivos, a los muertos - El que os prepara a ti y a tus ángeles
- y al mundo, vino a juzgar con fuego. - fuego infernal eterno.
Él jura no haber estado en el convento.
No en su propia persona.
Tres de las hermanas dijeron en acta,
que habían cohabitado con demonios y habían sido desfloradas.
Mannoury las examinó. Y es cierto, ninguna es virgen.
Padre, ya se sabe, lo sentidas que son las relaciones
entre las mujerzuelas del convento.
- ¿No queréis convenceros? - ¡Oh claro!
Investigaré el caso a fondo.
Y os ordeno cesar con los exorcismos.
He de daros las gracias, de Cerisay.
Es mi deber, mantener aquí el orden más o menos.
Tengo aquí una carta de París.
Si me apoyáis con lo de la fortificación
ganaréis dos enemigos importantes.
Richelieu y su, como quiera que lo llaméis, padre Joseph.
De momento el rey aún me apoya contra el cardenal.
Pero si el rey se debilita y vacila, la ciudad caerá,
y vos estáis muy involucrado en este asunto.
¡Oh Dios mío! ¡Dios mío!
- Todo me abandona. - ¿Miedo, Grandier?
Sí, abandonado.
¿Qué pasa? ¡Acompáñame a la iglesia!
¡No! No es necesario ir a la iglesia,
para decirte lo que he de decirte.
Estoy embarazada.
- Así acaba esto. - Tengo miedo.
¿Cómo puedo reconocer al niño?
- Tengo miedo. - ¿No era tan valiente este amor, Philippe?
- Las noches de verano en vela... - ¡Ayúdame!
Queríamos salvarnos mutuamente.
¿Creí que esto era posible?
- ¿Dónde queda el amor? - Esto acaba así sólo para tus ojos.
¡Ve con tu padre! Cuéntale la verdad.
- Él encontrará un buen hombre para ti. - ¡Ayúdame!
Hay de esos.
- ¿Cómo puedo ayudarte? - ¡Ayúdame!
Toma mi mano. ¡Aquí!
Como si tocara a un muerto, ¿no?
Adiós, Philippe.
Esta noche me han prohibido la entrada al convento.
- Centinelas armados. - ¡Dios mío! - ¡Dios mío! - ¿Qué está pasando?
El arzobispo ha emitido una misiva en la que se opone a más exorcismos.
- ¡No! - Ha sido a petición de de Cerisays y D'Armagnacs.
Todavía hay más: el médico arzobispo, el bufón racionalista,
examinó a esa mujerzuela,
- y en el diagnóstico - La examinó.
- dijo que no era ninguna obsesión. - ¿Qué podemos hacer?
- ¿Qué hacemos? - ¿Hemos perdido?
- ¿Hemos perdido el juego? - Eso parece.
- ¡Qué pena! - Recemos.
- ¿Para qué? - Recemos. - ¿Para qué?
Recemos para que el arzobispo tenga una visión diabólica...
- Vuelvo a mi parroquia. - De manera especialmente diabólica.
- Tengo trabajo que hacer. - Es un anciano.
- Podríamos darle un susto de muerte. - ¡Calla, Mignon!
- ¿Estáis locos? - ¡No nos dejéis!
- Tengo que hacerlo, tengo... - Le echaremos de menos.
Querido amigo, al menor susurro del Infierno volveré a acudir.
- Madre... - Sí, hija.
¿Por qué el arzobispo le ha prohibido al padre Barré, seguir viniendo?
Porque alguien le ha dicho, que somos estúpidas mujerzuelas.
- ¿Qué podemos hacer, madre? - ¿Hacer?
- La gente se quiere llevar a sus hijos. - Y ya nadie nos apoya.
- ¿Quién podría reñirla? - Tenemos que hacerlo todo solas. - Es agotador.
¿Por qué no le pedís ayuda al demonio?
- Madre, ¿hemos pecado? - ¿Por lo que hemos hecho?
¿Hemos pecado?
- Sí. - ¿Nos hemos burlado de Dios?
D'Armagnac, ¿sois vos? ¿Qué papeles son estos?
El rey no ha mantenido su palabra. Richelieu ha vencido.
Las murallas han de destruirse.
Se convertirá en un lugar pequeño e insignificante.
Tendré el poder de un comerciante. ¿Está el sacerdote?
¡Grandier!
- ¿Qué sucede? - El cardenal se opone a nosotros.
- El rey perdió los nervios. - Todo esto será destruido.
- También os mencionaron. - No duraremos mucho aquí.
Se os acusó de haberos resistido.
- Estáis en peligro. - Gracias a Dios.
¿Qué decís? No puedo oíros. ¿Estáis loco?
¿Está loco? Bajemos.
Padre en el cielo, diste fuerza a mis enemigos
y devolviste al hijo pecador la esperanza.
Me doy a las manos del mundo,
seguro en la fe de tus caminos inescrutables.
Tú has hecho posible el camino. Concibo y asiento.
Pero tú actúas tras un velo de majestad.
Temo levantar la mirada y ver. ¡Muéstrate!
Muéstrame tu figura. Déjame oír tu voz.
Dicen que en realidad, no estabais poseída por demonios,
- sino que lo hicisteis ver. - Nos lo dijo el médico del arzobispo.
Habló de histeria. El grito de su seno.
Aseguradme si es cierto que estáis poseída por el Infierno.
- Es cierto. - ¡Es cierto!
- ¡Estamos poseídas por el Infierno! - ¡Grandier!
- ¿Y el instigador? - ¡Grandier!
El silencio del demonio os juzga.
Hermanas, ese silencio es un signo de vuestra perdición eterna.
Os lo suplico, considerad vuestra situación.
Padre, tenemos miedo, ¡no nos abandonéis!
¿Qué puedo hacer? Rezaré por vosotras.
¿Puedo decirte una cosa?
¡Alabado sea Dios! ¿Cómo te llamas?
- ¡Leviatán! - ¡Leviatán! - ¿Dónde anidas, ser impuro?
- En la cabeza de esta señora. - Habla Isacaaron.
Estoy en su estómago. Mi nombre es Beherit.
- ¡Yo también estoy aquí! - ¡Y yo!
¡Bien hecho! No tardaremos en negociar.
¡Alguien tiene que recoger a Barré en Chinon!
- Y empezar con el exorcismo enseguida. - ¡En público!
Tengo que volver hoy a París.
Acudirá un representante de la corte real.
- Encargaos de todo. - ¡Abrid las puertas!
¡Que la oscuridad deje paso a la luz y la noche a las estrellas del día,
para que los pecados de la noche
- se apaguen con la luz! - ¡La luz!
Aleluya.
¡Silencio, hermanas! ¡Los que teman a Dios, que lo alaben!
En el nombre del Padre, del Hijo y...
El enviado del rey está aquí. El príncipe Henri de Condé.
De sangre real. Excelente.
¡Guardia!
¡Mignon! Agua, un libro de misa, las estolas, el ciborio.
Las uñas del santísimo y el trozo de la cruz de madera.
- ¡Traédmelo todo! - La armadura de Dios. Aquí está.
- Con vuestro permiso, empiezo. - Por favor, no os detengáis.
- ¡Leviatán! - ¡Vete! - ¡Levántate!
En nombre de nuestro Señor Jesucristo.
No sigas sacando a relucir el nombre de ese estafador.
Yo te voy a decir un nombre: ¡Grandier!
Ah, ese es un sonido agradable. Dilo otra vez.
- ¡Grandier! - Sí. - Eso me gusta.
- Le servimos, ¿no es cierto? - Sí.
- ¡Grandier! - ¡Ah! ¡Ah!
- ¡Le servimos! - Oh, mi cuerpo, mi tesoro, agárrame, toma, oh toma.
- Padre, ¿puedo preguntar a ese ser? - Claro, si eso queréis, Monsieur.
Beherit, dime: ¿qué opináis de su majestad,
el rey de Francia y de su consejero, el cardenal?
- No lo entiendo. - Lo entendéis muy bien.
Si vos, Beherit, loaseis al rey y al cardenal,
indicaría que vuestra política es del demonio.
Si vos, hermana Jeanne, no pronunciaseis alabanzas,
correríais el riesgo de ser acusada de alta traición contra mi persona.
¡Me compadezco de vuestro dilema, padre Barré!
Tengo una reliquia con suficiente poder para expulsar al demonio.
Una ampolla con sangre de nuestro Señor Jesucristo.
¡En nombre de nuestro padre celestial, os conjuro, horrible ser,
para que os vayáis con esta sustancia sacratísima!
Te conjuro, dragón maldito, en nombre del cordero puro,
que anda sobre serpientes y basiliscos y cabalga sobre leones y dragones,
deja a estas personas, aléjate de la Iglesia de Dios!
¡Tiembla y escapa!
¡Soy libre! ¡Soy libre!
Te rogamos, Todopoderoso, que impidas al espíritu maligno,
- Estoy encantado, - que siga molestando a tu sierva Jeanne.
- de haberos podido prestar servicio. - ¡No debería volver!
- ¿Lo veis, Monsieur? - ¿Lo veis, padre?
Ah, Monsieur, ¿qué teatro acabáis de interpretarnos?
Reverendo padre, ¿qué es este teatro que habéis hecho?
¡De nuevo engañado!
¡Haced sitio!
¡Estamos sitiados! ¡Despejad el lugar! ¡Ahora!
Por el creador, que tiene el poder de mandarte al Infierno,
vete de esta sierva de Dios, que desea volver a su Iglesia,
vete deprisa y temeroso con tu ejército enfurecido.
- Nunca serví para rezar. - Yo tampoco. - Ni yo.
- Tengo miedo. - Tranquila, hija mía.
¿Sabéis lo que os cuesta?
La condenación de vuestro alma inmortal
en un desierto infinito de bestialidad eterna.
- En la ciudad venden mi imagen. - Somos famosas en toda Francia.
- ¿Aún te preocupa la condenación? - Ya no.
No, desde que tus hermosas piernas son tan admiradas.
Dime querida, ¿en qué pensabas estos últimos días en la capilla?
- Bah, nada, en lo que podríamos hacer. - ¿Para divertirnos?
- Sí. - ¡Vamos!
Tengo miedo. Bobadas, te ayudamos en todo.
- ¡Este lugar os está prohibido! - ¿Prohibido?
Sois un sacerdote despiadado y desobediente. No podéis entrar.
¡Es mi iglesia! ¡Mi querida iglesia!
Ya no. Quedáis arrestado. ¡A él apresadle!
Quisiera ser pura. Eso no puede ser. Oh Dios, Dios mío.
Sí, puede ser. Puede ser.
No, eso no puede ser. ¡Piénsalo bien, querida,
ya sabes, las visiones nocturnas! Él vino...
¡Ah, esta cosa! Y tú completamente abierta. No, no, querida.
Nada de pureza, ni siquiera dignidad. ¿Qué pensabas?
No sólo impuro, sino también ridículo. Acuérdate.
- ¿Habéis dormido? - No, por el ruido, el gentío.
- ¿Han dormido? - Han venido a la ciudad 30.000 personas.
- Y todas esperan. - ¿Qué esperan?
- La ejecución. - Todavía no me han juzgado.
Bien, como queráis. Entonces esperan el juicio.
- Va a ser doloroso. - No te vayas.
Matarán a Dios. Mi miedo
- ya lo exorciza. - Son las tres de la mañana.
- ¿Soportaré el dolor? - Soy un anciano, necesito dormir.
Madre, madre, acuérdate de mi miedo.
- No quiero que me dejen solo. - Oh Padre que estás en el cielo,
- Si he de defenderme en tus manos - ¿Tu perseguidor?
- como un niño asustado... - ¿Grandier? - Sí. - Está rigurosamente vigilado.
No, está en mí en forma de niño.
Os digo que está en mí, en mi corazón, pero está quieto.
- Vive en mi respiración y en mi sangre. - Déjame ver en ese vacío.
- Y me da miedo. - Déjame mirar en mí misma.
Estoy poseída.
Ahora, en medio de la noche, Satanás envía
- a sus emisarios secretos, - Sólo hay una cosa
en el pasado o en el presente,
- que tengan sentido. - que susurran mensajes de duda.
- No sé. - Nada.
- Todos habláis con tantas voces. - Nada.
Estoy muy cansada, padre.
- ¿Quién está ahí? - Me llamo Ambrose.
- Os conozco. - Oí de vuestra desdicha, hijo mío.
- La noche puede ser muy larga. - ¡Quédate conmigo!
- Pensé que podríamos rezar juntos. - ¡No, ayúdame!
Destruyen mi fe, ahora con miedo y soledad.
- Después con dolor. - No os vayáis, padre. Tengo miedo.
- ¿Habéis pecado gravemente? - Gravemente.
Que haya mujeres y deseo, poder y ambición, mundano y blasfemia.
Pensad que Dios está aquí, que habláis frente a Él.
Temo los dolores que me esperan.
- Tiemblo de humillación. - ¿Temisteis el éxtasis amoroso? - No.
- ¿De la humillación? - Disfruté con ella.
Me dejé llevar por los sentidos.
Pues muere por ellos.
- ¡Hola! - ¡Hola! - ¿Mandaron a buscarte? - Sí.
He traído las siete cosas que me parecieron más necesarias.
- ¿Tú también? - Sí. ¿Lo has hecho ya alguna vez?
- No. - Yo tampoco, pero ha de funcionar. - Hace frío aquí.
Dicen que si queréis un sacerdote, podéis pedir al padre Barré o a Rangier.
- ¿Dicen? - Los de afuera. - ¿De Laubardemont? - Sí.
¿Tengo que ir? Él dice que tengo que ir.
Sí, padre. Sois peligroso en vuestra inocencia.
- No lo entiendo. - Mejor así. Permitidme que os bese.
- ¿Dónde estás querido? - ¿Cómo, lloras?
- ¿Cuándo fue la última vez que lloraste? - ¡Padre!
Las lágrimas han de caer por lo que perdiste, no por lo que encontré.
- ¡Padre Grandier! - Pues Dios está aquí.
¡Buenos días, señores! ¡Me alegra encontrarles aquí!
Van a traerle del juzgado. Tiene que estar de camino.
¿Qué queréis que hagamos?
Preparad al hombre. Se ha dictado sentencia: ¡por unanimidad!
- Bien, bien. - Ha sido juzgado. - Ya ves.
Ha causado bastante impresión.
El padre Barré dijo, que todo era obra del demonio.
La tranquilidad del acusado, descarada insolencia del Infierno.
Y su dignidad no es más que petulancia arrepentida.
- Buenos días, maestro cirujano. - Buenos días también a vos.
He visto a De Laubardemont.
- Tenéis que comparecer ante el tribunal. - Bien.
- Para la lectura de la sentencia. - Entiendo.
Después he de pediros que os desvistáis.
- ¿Desvestirme? - Así no podéis ir.
Seguramente no.
- Maestro farmacéutico, ¿qué es eso? - Una navaja de afeitar.
- ¿Tengo que hacerlo? - Por orden del tribunal.
- Un momento, ¿tenéis un espejo? - ¡No, claro que no!
Tomad esto.
Bien, está bien así. Y también las cejas.
- Perfecto. Ahora las uñas. - ¿Y eso?
- Las uñas de los dedos. - ¿Las uñas de las manos?
No, eso no puedo hacerlo.
Arrancadle las uñas de los dedos.
Urbain Grandier, habéis sido declarado culpable,
Por haber tratado con el demonio.
Además, utilizasteis esa unión profana
para poseer a hermanas de Santa Úrsula,
nombradas en este documento,
para seducirlas e inducirlas al libertinaje.
También sois culpable de cometer lascivia,
de herejía y de sacrilegio.
Se ha dispuesto que os dirijáis
a las puertas de San Peter y Santa Úrsula
y allí arrodillaros, con una soga al cuello y una vela en la mano.
Y así pedir perdón a Dios, al rey y a la justicia.
Después seréis conducido a la plaza de la Sainte Croix,
se os atará a un palo y se os quemará vivo.
Después se esparcirán vuestras cenizas a los cuatro vientos.
Por último, antes de ejecutar la sentencia,
seréis sometido al interrogatorio más embarazoso,
es decir, a las torturas ordinarias y extraordinarias,
pronunciadas en Loudun el 18 de agosto de 1634, y ejecutadas el mismo día.
Señores, invoco a Dios Padre, Hijo, a Dios, al Espíritu Santo
y a la virgen como testigos,
de que yo nunca he practicado magia negra.
La única magia que he practicado es la de la escritura.
Soy inocente.
He de decir que tengo la esperanza,
de que al final del día, el Todopoderoso, mi padre en el cielo,
piadoso mire hacia el lado y haga valer mi sufrimiento
como expiación de mi vida fatua y desordenada.
Amén.
¡Lleváoslos a todos!
¡Reconoced vuestra culpa! ¡Dadnos el nombre de los cómplices!
No puedo nombrar a los cómplices que nunca tuve.
¡Esto no va a ayudaros!
- Pagaréis por ello. - Lo sé y estoy orgulloso.
¿Orgulloso, Monsieur? Esa palabra no es apropiada en vuestra situación.
Ha de confesar.
Si firma, nos ahorraría un montón de dificultades.
Mirad, este documento es una confesión muy sencilla.
- Aquí tenéis una pluma. - Disculpadme. No.
Sólo una firma, eso es todo.
Mi conciencia me prohíbe firmar una mentira.
- El documento es sin duda verdadero. - Lo siento. - ¡Verdadero!
Temo por vos, Grandier.
He visto muchos hombres, que en la sombra de la tortura
adoptan esa postura de valiente. ¡Grandier, pensadlo bien!
No.
Caminaréis en la oscuridad antes de estar muerto.
Cuando estéis estirados en una pequeña cámara,
y el dolor grite por dentro como si fuera una voz,
dejadme que os diga lo que pensaréis.
Primero pensaréis: "¿cómo puede hacerle esto un hombre a otro?"
Después: "¿Cómo puede permitirlo Dios?"
Y por último pensaréis: "No existe ningún Dios."
La voz del dolor se hará más fuerte y vuestra firmeza más débil.
¡Desesperación, Grandier! Vos mismo empleasteis la palabra.
Dijisteis que era el peor de los pecados. No rechacéis a Dios ahora.
Adaptaos. Le habéis ofendido profundamente.
- Confesad. - No.
¿De verdad cree lo que dice?
Os pregunto por última vez: ¿Queréis firmar?
- Lucifer le ha sellado los labios - Lleváoslo.
y le ha endurecido el corazón contra el arrepentimiento.
- Claro, ése es el motivo. - ¿Nos vamos?
- Entrad, madre leal. - No, hija.
- El sol quema después de la lluvia. - No os hará ningún bien.
Búscame un lugar, no demasiado alto,
- dónde pueda fijar la soga. - ¡No!
- Madre. - Es el pecado más horrible. - ¿Pecado? - No nos asustéis, madre.
Una noche tras otra me despertaba un llanto.
Daba una vuelta e intentaba adivinar quién era.
- Pero no lloraba nadie. - ¿Nadie?
¿Puede que fuera el demonio?
- Puede gemir con notas. - Madre, imaginad ahora
- que Grandier quisiera mandaros al Infierno. - ¿El demonio? - El demonio.
Y envía al demonio para que llore por las noches
- y os rompa el corazón. - No os dejéis engañar.
- ¿Queréis confesar? - Otro.
Un momento. Es necesario.
El demonio tiene el poder,
de hacer el dolor más llevadero de lo que debería serlo.
- ¿Preparado? - Sí. - ¡Golpea! ¡Golpea! ¡Confiesa!
- ¿Para ahorrar dolor - Sangre de Cristo,
- debe confesar un malhechor, - derramada en la flagelación.
- algo que no ha hecho? - ¡Golpea! ¡Golpea!
- Sangre de Cristo vertida en la coronación - ¿Dónde quedó la piedad
- de San Francisco? - ¡Confesad! - Sangre de Cristo, corriente de piedad.
- ¡Apiádate de nosotros! - Otro. ¡No, dos!
- Fui un hombre, amé a mujeres. - Fuisteis un hechicero.
- Tratasteis con el demonio. - ¡No, no!
¡Otro! ¡No, dejádmelo a mí!
- ¡Habla! ¡Habla! ¡Habla! - ¡Golpea!
Señor, confío en tu ayuda.
No permitas que te olvide en mi dolor.
- Ningún pensamiento. - Señor, atiende mi voz,
- Ningún sentimiento. - no me abandones,
- Nada. ¿Está Dios aquí? - Tú, Dios de mi salvación.
- ¡Habla! ¡Habla! - ¡Golpea! ¡Confiesa!
Torturadme como queráis, pronto todo será uno para siempre.
- Sangre de Cristo, vencedora de demonios. - ¡Lleváoslo!
- Sangre de Cristo, vencedora de demonios. - No sirve de nada.
¿Dónde estás?
Mira y ve si alguno de los dolores es como mi dolor.
- Sangre de Cristo, alivio de los sufridores. - Apiádate de nosotros.
- ¿Ha ayudado? - No. - ¿Ninguna confesión?
Hay un motivo evidente. El demonio lo hace insensible al dolor.
- Así no conseguiremos nada. - ¿Insensible al dolor?
- ¿Y qué eran esos gritos? - Burla y teatro.
Al demonio no hay que creerle ni cuando dice la verdad.
No hagas caso a estas lágrimas. Sólo son flaqueza.
- ¿Arrepentido? - No. - ¡Firma! ¡Confiesa! - No.
Haz un último gesto de reconciliación a la salud de la fe católica.
- Eso es sofismo, Laubardemont. - ¿Podéis reíros? ¿Ahora?
Sí, porque sé más que vos.
- Si os digo... - Guardad vuestras ilusiones, comisario.
Las necesitaréis para acabar con los que vienen tras de mí.
¡Los guardias!
- Hijo mío. - Nada en el camino en ningún sitio.
- Pero hijo mío, Dios... - Sí, esa es mi fe.
- ¿Pero cómo puedo defenderla? - Pensando en la voluntad de Dios.
- Eso no basta. No basta. No ahora. - Dios está aquí y Cristo...
Sois un anciano. ¿En todos estos años sólo habéis adquirido estas frases?
Disculpad. Vinisteis por pura compasión. Habéis sido el único.
Id a casa de mi madre. Decidle...
Tenéis que bajar.
- ¿Qué sitio es este? - Es el convento de Sta. Úrsula.
Un lugar que habéis ensuciado. Haced lo que se tenga que hacer.
En este lugar extraño y para mí desconocido.
Dios os ruego que perdonéis al rey y a la justicia.
Os ruego que yo... ¡Dios mío, apiadaos de mí, Dios!
Disculpaos ante la priora y a las hermanas.
Yo no he hecho nada semejante.
Sólo puedo rogarle a Dios que os perdone.
La gente siempre ha hablado de vuestra belleza.
Ahora lo veo con mis propios ojos y sé que es verdad.
Ved lo que soy y aprended lo que es el amor.
- Perdonaste a María, perdonaste a los ladrones,
y a mí me concediste esperanza.
¡Mirad la cruz del Señor, huid, fuerzas enemigas!
El león de la estirpe Judá venció al hijo de David.
- ¡Te convoco, en nombre del poderoso! - ¡Habla!
En nombre de Jesucristo, del Hijo de Nuestro Señor y del Espíritu Santo...
- No tengo nada que confesar. - ¡Firma! - ¡Confiesa!
Me presento ante Dios que es testigo de que digo la verdad.
¡Habla!
Trata a tu siervo, Señor, según tu misericordia.
Ahora dame el beso de la paz y déjame morir.
- ¡Judas! - ¡Judas!
¡Confiesa!
Sólo un momento
y estaré delante del justo y temido tribunal,
al que vos, venerable padre, no tardaréis en ser llamado.
- ¡Te invoco, criatura del fuego! - ¡Te invoco, criatura del humo!
¡Perdóname, Dios! Perdónalos, perdona a mis enemigos.