Tip:
Highlight text to annotate it
X
La hora de la invitación ya ha pasado. Llegáis tarde.
Jugábamos en casa de Flora. Y jugando las horas pasan volando.
Flora, amigos, llenemos las horas
que restan con otros placeres.
Entre las copas se anima la fiesta.
- ¿Y podréis disfrutar? - Así lo quiero.
Me entrego al placer: pretendo
con esta medicina aliviar mis males.
Sí, disfrutar alarga la vida.
En Alfredo Germont, señora,
tenéis a otro admirador.
Hay pocos amigos como él.
Gracias, Vizconde, por este regalo.
- ¡Querido Alfredo! - Marqués...
Te lo he dicho: aquí van unidos amistad y placer.
¿Está ya todo listo?
Sentaos, queridos:
todos los corazones se abren al convite.
Es cierto que el vino disipa siempre las penas secretas.
Todos los corazones se abren al convite.
Alfredo siempre piensa en vos.
- ¿Bromeáis? - Cuando enfermasteis, venía a diario
a interesarse vivamente por vos.
Parad.
- No soy nada para él. - No os engaño.
¿Es cierto entonces? ¿Y por qué? No lo entiendo.
- Sí, es cierto. - Os doy las gracias.
Vos, Barón, no fuisteis tan atento.
Os conozco desde hace sólo un año.
Y él desde hace sólo unos minutos.
Habríais hecho mejor en callaros.
- Me resulta molesto ese joven. - ¿Porqué?
A mí en cambio me resulta simpático.
¿Y tú no vas a abrir la boca?
Eso es tarea de la señora.
Yo escanciaré, como ***.
Os deseo inmortal como ella.
Bebamos.
Barón, ¿no tendréis unos versos
o un vítor en esta alegre ocasión?
Entonces tú.
Sí, sí, un brindis.
La musa no me sonríe.
¿No eres tú un maestro?
¿Os agradaría?
- Sí. - ¿Sí?
Ya lo tengo en el corazón.
- Atentos entonces. - Sí, atentos al cantor.
Bebamos en las alegres copas
que adorna la belleza,
y que el fugaz instante
se embriague de voluptuosidad.
Bebamos en las dulces emociones
que despierta el amor,
ya que esa mirada es omnipotente para el corazón.
Bebamos, que el amor entre las copas
hallará besos más cálidos.
Bebamos, que el amor entre las copas
hallará besos más cálidos.
Sabré compartir con vosotros mis días de felicidad.
En el mundo es locura
todo lo que no es placer.
Gocemos, que fugaces y rápidos son los placeres del amor:
es una flor que nace y muere
sin poder disfrutarse más.
Gocemos, que nos invita una voz
ardiente y seductora.
Gocemos de las copas y los cánticos
que embellecen la noche y la sonrisa.
Que el nuevo día nos encuentre
en este paraíso.
La vida está en el disfrute.
Cuando aún no se ama.
No lo digáis a quien lo ignora.
Éste es mi destino.
Gocemos de las copas y los cánticos,
que embellecen la noche y la sonrisa;
que el nuevo día nos encuentre
en este paraíso.
- ¿Qué es eso? - ¿No os gustaría ahora bailar?
¡Oh, una idea deliciosa! Aceptamos todos.
Salgamos entonces. ¡Ay!
- ¿Qué tenéis? - Nada, nada.
¿Qué os detiene?
Salgamos.
- ¡Oh, Dios! - ¡Otra vez!
- ¿Sufrís? - ¡Oh, cielos! ¿Qué es esto?
Siento un temblor! Pasad ahí ahora.
Yo iré enseguida.
Como queráis.
¡Oh, qué palidez!
¡Vos aquí!
¿Pasó ya la angustia que os turbaba?
Estoy mejor.
Ah, si seguís así os mataréis.
Deberíais cuidaros.
¿Cómo podría?
¡Oh! Si fueseis mía,
velaría fielmente por vuestros dulces días.
¿Qué decís?
¿Acaso se ocupa alguien de mí?
Porque nadie en el mundo os ama...
- ¿Nadie? - ...excepto yo.
¡Es cierto! Había olvidado un amortan grande.
¿Reís?
¿No tenéis corazón?
¿Un corazón? Sí, quizás.
¿Porqué lo preguntáis?
Ah, si lo tuvierais, entonces no podríais bromear.
- ¿Lo decis en serio? - Yo no os engaño.
¿Hace mucho que me amáis?
Ah, sí, desde hace un año.
Un día, feliz, etérea,
me deslumhrasteis al veros,
y desde ese día
he vivido temblando con este amor desconocido.
De ese amor
que es el latido de todo el universo,
misterioso,
misterioso, excelso,
martirio y delicia del corazón.
Ah, si eso es cierto, alejaos de mí.
Sólo os ofrezco amistad;
no sé amar, ni soportar un amortan heroico.
Soy franca, ingenua.
Debéis buscar a otra;
no os resultará difícil olvidarme.
¡Oh, amor! Misterioso,
- misterioso, excelso, - No os resultará difícil
- martirio y delicia del corazón. - olvidarme.
¿Y bien? ¿Qué diablos hacéis?
- Bromeábamos. - ¡Ah! ¡Está bien! Seguid.
No más amor entonces. ¿Os gusta el pacto?
Os obedezco. Me voy.
¿Así os lo tomáis?
Tomad esta flor.
- ¿Para qué? - Para devolvérmela.
¿Cuándo?
Cuando se marchite.
¡Oh, cielos! Mañana...
Muy bien, mañana.
¡Soy feliz!
¿Aún decís amarme?
¡Oh, cuánto os amo!
¿Os vais?
Me voy.
- Adiós. - No deseo nada más.
Adiós.
Resurge en el cielo la aurora y debemos marcharnos.
Gracias, gentil señora, por una fiesta tan espléndida.
La ciudad entera está de fiesta,
vuelve el tiempo del placer:
en el descanso se recobra el vigor
para volver a disfrutar.
¡Es extraño! ¡Es extraño!
¡Tengo grabadas esas palabras en mi corazón!
¿Sería para mí una desdicha un amor en serio?
¿Qué respondes, turbada alma mía?
Ningún hombre te ha inflamado aún.
¡Oh, dicha que no he conocido,
amar y ser amada!
¿Y puedo desdeñarla por esta vida mía
de estériles diversiones?
Ah, quizás es a él a quien mi alma
solitaria entre el gentío le gustaba a menudo pintar
con sus colores misteriosos.
Él que, modesto y atento, vino cuando estaba enferma
y encendió una nueva fiebre, despertándome al amor.
A ese amor
que es latido de todo el universo,
misterioso, excelso,
martirio y delicia del corazón.
¡Locuras! ¡Locuras!
¡Sólo vanos delirios!
Pobre mujer,
sola, abandonada
en este populoso desierto que llaman París,
¿qué puedo esperar? ¿Qué debo hacer?
¡Gozar! ¡Perecer en remolinos
de voluptuosidad!
Debo ser siempre libre y revolotear de un placer a otro.
Quiero que mi vida discurra por los caminos del placer.
Nazca o muera el día,
que me halle siempre alegre,
volando mi pensamiento hacia placeres siempre nuevos.
¡El amor,
el amor es el latido
- de todo el universo, - ¡Oh! ¡Amor!
misterioso, excelso,
martirio y delicia del corazón!
¡Locuras! ¡Locuras!
¡Gozar!
Debo ser siempre libre y revolotear de un placer a otro.
Quiero que mi vida discurra por los caminos del placer.
Nazca o muera el día,
que me halle siempre alegre,
volando mi pensamiento hacia placeres siempre nuevos.
El amor es el latido del universo...
¡No puedo disfrutar lejos de ella!
Han pasado ya tres meses
desde que Violetta dejó por mí riquezas,
honores y esas lujosas fiestas
en que, acostumbrada a las lisonjas,
veía a todos esclavos de su belleza.
Ahora, contenta en estos deliciosos parajes,
ha olvidado todo por mí.
Aquí, cerca de ella, me siento renacer
y, regenerado por el soplo del amor,
olvido con sus delicias
todo el pasado.
¡Con la plácida sonrisa del amor ella ha templado
el ardor juvenil
de mi carácter fogoso!
Desde el día que dijo: "Quiero vivir fielmente junto a ti",
he olvidado el mundo
y vivo casi en el cielo.
- Annina, ¿de dónde vienes? - De París.
¿Quién te mandó ir?
Fue mi señora.
¿Para qué?
Para vender caballos,
coches y todo lo que aún posee.
¡Qué oigo!
Es caro vivir aquí solos.
- ¿Y callabas? - Me impusieron silencio.
¿Impuesto? ¿Cuánto os hace falta?
Mil luises.
Vamos. Iré a París.
No le digas a la señora que hemos hablado.
Aún puedo arreglar todo.
¡Vete! ¡Vete!
¡Qué remordimiento! ¡Qué infamia!
¿He vivido en un error así?
Pero ha llegado la verdad para despertarme de mi torpe sueño.
Calla ya en mi pecho,
grito del honor:
seré su seguro vencedor;
lavaré esta afrenta.
¡Qué bochorno! ¡Qué infamia!
Ah, sí, lavaré esta afrenta.
¿Alfredo?
Se iba ahora mismo a París.
¿Y volverá?
Antes de que anochezca, me ordenó decíroslo.
¡Es extraño!
- Para vos. - Está bien.
En breve llegará un hombre de negocios,
que entre enseguida.
¡Ah, ah, Flora ha descubierto mi retiro
y me invita a un baile esta noche!
Me esperará en vano.
Está aquí un señor.
Será el que espero.
¿Señorita Valéry?
- Soy yo. - ¡Ved en mí al padre de Alfredo!
- ¡Vos! - Sí, del incauto
que busca la ruina, fascinado por vos.
Soy una dama, señor, y estoy en mi casa.
Permitidme que os deje,
mas por vos que por mi.
¡Qué modales! Pero...
Estáis en un error.
Quiere daros todos sus bienes.
No se ha atrevido hasta ahora. Me negaría.
Pero todo este lujo...
Esto es un misterio para todos.
Que no lo sea para vos.
¡Cielos! ¡Qué descubro!
¿Queréis desprenderos de todo lo que tenéis?
Ah, ¿por qué os acusa el pasado?
Ya no existe. Ahora amo a Alfredo,
y Dios lo ha borrado
con mi arrepentimiento.
¡Nobles sentimientos realmente!
¡Oh, qué dulces me suenan vuestras palabras!
A estos sentimientos les pido un sacrificio.
Ah, no, callad.
Seguro que pediréis algo terrible.
Lo imaginaba.
Os esperaba.
Era demasiado feliz.
El padre de Alfredo
ha venido a pediros por el futuro de sus dos hijos.
¿Dos hijos?
Sí.
Pura como un ángel,
Dios me dio una hija.
Si Alfredo se niega a volver al seno de su familia,
el joven prometido de ella,
con el que iba a casarse, ahora se niega al vínculo
que los hacía felices.
Ah, no convirtáis en sufrimientos las rosas del amor.
Que vuestro corazón no se resista a mis ruegos.
Ah, comprendo.
Deberé durante algún tiempo
alejarme de Alfredo.
Será doloroso para mí, pero...
- No es eso lo que pido. - Cielos, ¿qué más queréis?
- ¡Ya he ofrecido bastante! - Pero no basta.
¿Queréis que renuncie a él para siempre?
¡Es preciso!
¡Ah, no, jamás!
¡No, jamás!
¿No sabéis
qué afecto vivo, inmenso, arde en mi pecho?
¿Que, sin amigos ni parientes,
no cuento ya entre los vivos?
¿Y que Alfredo me ha jurado que todo encontraré en él?
¿No sabéis que pende sobre mi vida la amenaza de una enfermedad fatal?
¿Que ya alcanzo a ver su fin?
¿Que me separe de Alfredo?
Ah, el suplicio es tan terrible
que preferiría morir.
Es un gran sacrificio,
pero escuchadme tranquila.
Sois hermosa y joven.
Con el tiempo...
Ah, no sigáis.
Os entiendo. Me es imposible.
Sólo quiero amarlo a él.
Muy bien.
Pero los hombres suelen ser volubles.
¡Gran Dios!
Un día, cuando el tiempo mitigue los encantos,
y surja enseguida el tedio, ¿qué pasará entonces?
Pensad...
Ni los más dulces afectos os servirán de bálsamo,
porque vuestra unión no la ha bendecido el cielo.
¡Es cierto!
Ah, alejad, pues, ese sueño seductor.
- ¡Es cierto! - Sed el ángel consolador
de mi familia. Violetta,
vamos, pensadlo, aún estáis a tiempo.
Es Dios quien inspira, joven,
es Dios quien inspira estas palabras a un padre.
¡La desgraciada que cayó un día
no tiene esperanza de levantarse de nuevo!
Sed el ángel consolador de mi familia.
Aunque Dios sea misericordioso,
los hombres serán implacables con ella.
Decid a la joven tan hermosa y pura
que hay una víctima de la desgracia,
a la que le queda un solo rayo de felicidad,
¡que por ella se sacrifica y morirá!
Llora, llora, llora, infeliz...
Me doy cuenta
de que es un sacrificio inmenso
lo que ahora te pido.
Siento tus penas
en mi alma.
Ten valor y vencerá tu noble corazón.
Ordenadme.
Decidle que no lo amáis.
No lo creerá.
Marchaos.
Me seguirá.
Entonces...
Abrazadme como a una hija.
Así tendré fuerzas.
Pronto volverá con vos, pero afligido hasta el extremo.
Corred entonces a consolarlo.
¿Qué pensáis?
Si lo supierais, os opondríais.
¡Sois tan generosa! ¿Qué puedo hacer por vos?
¡Moriré! Pero que él no maldiga mi memoria,
que alguien le cuente al menos mi horrible sufrimiento.
No, generosa, debéis vivir,
y ser feliz.
Un día tendréis del cielo
gracia por estas lágrimas.
Que conozca el sacrificio de amor que realicé,
que suyo será hasta el último suspiro mi corazón.
El sacrificio de vuestro amor será premiado.
¡Y luego os enorgulleceréis de una acción tan noble, sí!
Alguien llega: ¡marchaos!
¡Ah, mi corazón os está agradecido!
Marchaos.
Quizá ya no nos veremos más.
Que seáis feliz.
¡Adiós!
¡Adiós!
- Que conozca el sacrificio -Sí.
- de amor que realicé... - Sí.
que suyo será hasta el último...
¡Adiós!
Que seáis feliz.
¡Adiós!
¡Dame tu fuerza, cielo!
- ¿Me llamabais? - Sí.
Lleva tú misma esta nota.
Silencio...
Ve enseguida.
Ahora le escribiré a él.
¿Qué voy a decirle?
¿Quién me dará fuerzas?
¿Qué haces?
- Nada. - ¿Estabas escribiendo? - Sí... no... - ¡Qué sonrojo!
¿A quién escribías?
- A ti. - Dame esa nota.
- Todavía no. - Perdóname.
Estoy preocupado.
- ¿Qué ha pasado? - Ha llegado mi padre.
¿Lo has visto?
Ah, no: ¡me dejó una nota severa!
Pero lo espero, te querrá en cuanto te vea.
Que no me sorprenda aquí. Deja que me vaya.
Cálmalo tú. Me arrojaré a sus pies.
Ya no querrá separarnos.
Seremos felices, porque tú me amas, Alfredo,
tú me amas, ¿no es cierto? Tú me amas, Alfredo...
¡Oh, tanto!
¿Por qué lloras?
Necesitaba llorar.
Ahora estoy tranquila.
¿Lo ves? Te sonrío.
¿Lo ves? Ahora estoy tranquila. Te sonrío.
Estaré ahí, entre esas flores,
siempre cerca de ti.
¡Ámame, Alfredo,
ámame tanto como yo te amo!
¡Adiós!
¡Ah, su corazón vive sólo para mi amor!
Es tarde:
quizá mi padre no vendrá ya hoy.
La señora se ha ido.
Le esperaba una calesa, y ya está camino de París.
Annina se fue antes que ella.
Lo sé, estáte tranquila.
¿Qué quiere decir eso?
Seguramente va a acelerar la pérdida de todos sus bienes,
pero Annina lo impedirá.
¡Hay alguien en el jardín! ¿Quién anda ahí?
- ¿El señor Germont? - Soy yo.
Una dama que, no lejos de aquí, iba en un coche,
me dio esta nota para vos.
¡De Violetta!
¿Por qué me conmuevo?
Quizá quiere que me reúna con ella.
¡Estoy temblando!
¡Oh, cielos!
¡Valor!
"Alfredo, cuando recibas esta carta..."
¡Padre mío!
¡Hijo mío!
¡Oh, cuánto sufres! Oh, seca tus lágrimas,
vuelve a ser el orgullo y la dicha
de tu padre.
¿Quién borró de tu corazón el mar y la tierra de Provenza?
¿Qué destino te alejó de tu brillante sol nativo?
Oh, recuerda en el dolor que allí brilló para ti la alegría,
y que sólo allí la paz resplandecerá de nuevo para ti.
¡Dios me guió!
¡Ah! ¡No sabes cuánto ha sufrido tu anciano padre!
Contigo lejos, su techo
se sumió en la penumbra.
Pero si te he encontrado otra vez, si mi esperanza no fue en vano,
si aún no ha callado en ti la voz del honor,
¡Dios me ha escuchado!
¿No respondes al cariño de un padre?
Mil serpientes devoran mi pecho.
- Dejadme. - ¡Dejarte! - ¡Oh, venganza!
No nos entretengamos; vémonos enseguida.
- ¡Ah, fue Douphol! - ¿No me oyes? - No.
¿Te habré encontrado entonces en vano?
No, no oirás reproches; olvidemos el pasado.
El amor que me ha guiado sabe perdonar todo.
Ven y vuelve a ver alegrarse conmigo a tus seres queridos:
no niegues esa dicha a quien sufrió hasta ahora.
Corre a consolar a un padre y una hermana.
No, no oirás reproches;
olvidemos el pasado.
El amor sabe perdonar todo.
Corre a consolar a un padre y una hermana.
Mil serpientes me devoran el pecho.
- ¿Me oyes? - No.
¡Ah! ¡Ella está en la fiesta!
- Iré a vengar la ofensa. - ¿Qué dices?
¡Ah, deténte!
Será una alegre noche de disfraces, con el vizcondesito al frente.
También he invitado a Violetta y Alfredo.
¿No os habéis enterado?
- Violetta y Germont se han separado. - ¿Es cierto?
Ella vendrá aquí con el barón.
¡Les vi ayer mismo! Parecían felices.
Silencio. ¿Oís?
Llegan los amigos.
Somos gitanas venidas de muy lejos.
Leemos el porvenir de todos en sus manos.
Nada se nos oculta
si consultamos a las estrellas,
podemos predecir lo que traerá el futuro.
¡Veamos!
Tenéis varios rivales, señor.
Señora, vos no sois un modelo de fidelidad.
¿Seguís galanteando? Bien, me las pagaréis.
¿Qué demonios estáis pensando? La acusación es falsa.
La zorra cambia de piel, pero no abandona el vicio.
Marqués mío, tened juicio, u os haré arrepentiros.
Vamos, corramos un velo
sobre los hechos del pasado.
Lo hecho, hecho está,
mirad al futuro.
Vamos, corramos un velo sobre los hechos del pasado.
Lo hecho, hecho está, miremos al futuro.
Somos toreros de Madrid,
somos los héroes de la plaza,
recién llegados a disfrutar del jolgorio
que se organiza en París por Carnaval.
Y si queréis oír una historia,
sabréis qué clase de amantes somos.
Sí, sí, muy bien, contadnos:
lo escucharemos con placer.
Escuchad.
Piquillo es un hermoso y apuesto torero vizcaíno:
de brazos fuertes y fiera mirada,
es el señor de las corridas.
Se enamoró locamente
de una jovencita andaluza,
pero la hermosa esquiva así le habló al joven:
"Quiero verte dar muerte a cinco toros en un día.
"Y, si triunfas, a tu vuelta quiero darte mi mano y mi corazón".
Sí, le dijo, y el torero
se fue a la corrida:
cinco toros abatió,
triunfador, en la plaza.
Bravo, bravo, el torero muy valiente se mostró
si a la joven el amor de esa manera probó.
Tras volver entre aplausos junto a su amada,
tuvo el precio deseado entre los brazos del amor.
Con tales proezas los toreros
saben conquistar a las damas.
Pero aquí son más dulces los corazones: nos basta con coquetear.
Sí, alegres pongamos ahora a prueba
el humor caprichoso de la suerte.
Abramos la palestra
a los audaces jugadores.
¡Alfredo!
¡Vos!
Sí,
amigos.
¿Violetta?
No lo sé.
¡Qué desenvoltura! ¡Bravo!
Venga, vamos a jugar.
Me alegro de que hayas venido.
Cedí a la cortés invitación.
Os agradezco, Barón,
que vos la hayáis aceptado también.
¡Germont está aquí! ¿Lo veis?
¡Cielos! ¡Es cierto! Lo veo.
No le digáis ni una sola palabra
a Alfredo.
¡Ni una palabra!
¡Ah, para qué habré venido, incauta!
¡Ten piedad de mí, gran Dios!
Siéntate conmigo. Cuéntame: ¿qué nuevas hay?
- ¡Un cuatro! - Has vuelto a ganar.
¡Desgraciado en amor, afortunado en el juego!
¡Siempre gana!
Oh, esta noche ganaré; y me llevaré
todo lo ganado para poder disfrutarlo felizmente en el campo.
- ¿Solo? - No, no.
Con la que una vez fue mía, pero que luego se fue.
- ¡Dios mío! - ¡Compadeceos de ella! - ¡Señor!
Conteneos, u os dejo.
Barón, ¿me llamasteis?
Tenéis tanta suerte
- que me habéis tentado a jugar. - ¿Sí? Acepto el desafío.
¿Qué va a pasar? Me siento morir.
¡Dios, ten piedad de mí!
Cien luises a la derecha.
Y otros cien a la izquierda.
Otra vez. Un cuatro. ¡Has ganado!
¿El doble?
Sí, el doble.
Un cuatro, un siete.
- ¡Otra vez! - ¡Vuelvo a ganar!
¡Bravo! ¡Toda la suerte es para Alfredo!
El Barón va a pagar los gastos de la estancia en el campo, ya lo veo.
Sigamos, pues.
- La cena está lista. - Vamos.
Vamos.
¿Qué va a pasar? Me siento morir.
¡Dios, ten piedad de mí!
- Si os place continuar... - Ahora no podemos.
La revancha, más tarde.
Al juego que queráis.
Sigamos a los amigos. Luego...
Estaré a vuestro servicio. Vamos.
Vamos.
Le he pedido que me siga.
¿Vendrá? ¿Querrá oírme?
Vendrá,
el odio atroz puede en él más que mi voz.
¿Me llamasteis? ¿Qué queréis?
Abandonad este lugar:
os acecha un peligro.
¡Ah, comprendo! Basta, basta.
¿Me creéis tan miserable?
- Ah no, no, nunca... - Pero, ¿qué teméis?
Temo siempre al Barón.
La nuestra es una rivalidad mortal.
Si cayese por mi mano, de un solo golpe perderíais
al amante y al protector. ¿Os aterra esta desgracia?
¿Y si fuera él quien os matara?
¡Ésta es la única desgracia que temo que sería fatal para mí!
¡Mi muerte! ¿Qué os importa?
Vamos, marchaos, ahora mismo.
Me iré, pero antes jura
que seguirás mis pasos dondequiera que vaya.
¡Ah, no, jamás!
- ¡No! ¡Jamás! - Vete, infeliz. Olvida un nombre
que está deshonrado. Vete, déjame ahora mismo.
He hecho un sagrado juramento de huir de ti.
¿A quién? ¡Dilo!
¿Quién podía?
Alguien con todo el derecho.
- ¿Douphol? - Sí.
¿Entonces lo amas?
Sí... lo amo.
Venid todos aquí.
¿Nos llamasteis? ¿Qué queréis?
¿Conocéis a esta mujer?
¿A quién? ¿A Violetta?
- ¿No sabéis lo que hizo? - ¡Ah, calla!
No.
Esta mujer gastó
todo su haber por mi amor.
Yo, ciego, vil, miserable,
todo lo aceptaba.
¡Pero aún hay tiempo! Deseo limpiar una mancha tan grande.
Quiero que seáis testigos
de que aquí la he pagado.
¡Oh, cometiste una infamia horrible!
Has matado así un corazón sensible!
Aléjate de aquí, innoble ofensor
de mujeres, nos horrorizas.
¡Márchate, vete, nos horrorizas!
Quien, aun airado,
ofende a una mujer,
él mismo resulta
despreciable.
¿Dónde está mi hijo?
No lo veo por aquí;
en ti no reconozco a Alfredo.
¡Ah, sí! ¿Qué he hecho? ¡Me produce horror!
Los celos y la desilusión amorosa
me han partido el alma y ya no razono.
Ella ya nunca me perdonará.
Quería huir de ella. ¡No he podido!
¡Vine aquí consumido por la ira!
Ahora que he desahogado mi furia,
¡pobre de mí!,
- tengo remordimientos. - ¡Ah, cuánto padeces!
- El atroz insulto a esta mujer - Sólo yo sé cuánta virtud
- nos ha ofendido aquí a todos, - esconde el pecho de esta infeliz.
- pero tal ultraje no quedará impune. -Todos sufrimos aquí con tu dolor.
- ¡Sé que le ama, - Aquí estás sólo
- que le es fiel, - entre amigos queridos;
- pero, cruel, tendré que callar! - seca las lágrimas que te invadieron.
Alfredo, Alfredo, no puedes comprender
todo el amor de mi corazón.
¡No sabes que lo he probado
a costa de tu desprecio!
- ¡Ay! ¿Qué he hecho? ¡Me produce horror! - ¡Cuánto padeces! ¡Ten valor!
Pero llegará un día en que confesaré
cuánto te amé.
Que Dios te libre entonces de remordimientos.
Aun estando muerta, te amaré.
Quería huir de ella. ¡No he podido!
¡Vine aquí consumido por la ira!
Ahora que he desahogado mi furia,
¡pobre de mí!, tengo remordimientos.
Aun estando muerta
te amaré.
¡Ah, sí! ¿Qué he hecho? Siento horror, ella ya nunca me perdonará.
¿Annina?
¿Mandáis algo?
¿Dormías? Pobrecilla.
Sí, perdonad.
Dame un sorbo de agua.
Mira, ¿es ya de día?
Son las siete.
Que entre un poco de luz.
¡El señor de Grenvil!
¡Oh, mi verdadero amigo!
Quiero levantarme. Ayúdame.
¡Cuánta bondad al pensar en mí tan temprano!
Sí, ¿cómo os sentís?
Mi cuerpo sufre,
pero tengo el alma tranquila.
Un pío sacerdote vino ayer a confortarme.
¡Ah! La religión es un alivio para los que sufren.
¿Y esta noche?
Tuve el sueño tranquilo.
Entonces, valor.
La convalecencia no está lejos.
¡Oh, a los médicos se les permite
mentir por piedad!
Adiós. Hasta más tarde.
No me olvidéis.
¿Cómo está, señor?
La tisis no le concederá más que unas pocas horas.
Vamos, animaos.
¿Es esto un día de fiesta?
Todo París enloquece. Es carnaval.
¡Ah, Dios sabe cuántos infelices sufren
mientras otros disfrutan!
¿Cuánto hay en ese cofrecito?
Veinte luises.
Coge diez y dáselos a los pobres.
Poco os quedará entonces.
¡Oh, me bastará!
Ve a buscar después mis cartas.
- ¿Pero vos? - No me pasará nada.
Date prisa, si puedes.
"Mantuvisteis la promesa.
"¡Tuvo lugar el duelo!
"El Barón resultó herido, pero mejora.
"Alfredo está en el extranjero.
"Yo mismo le desvelé vuestro sacrificio.
"Volverá para pediros perdón.
"Yo también iré.
"Curaos.
"Merecéis un futuro mejor.
"Giorgio Germont".
¡Es tarde!
Espero, espero.
¡Pero no llegan nunca!
¡Oh, cómo he cambiado!
¡Pero el doctor me anima a tener esperanza!
Ah, con esta enfermedad
toda esperanza ha muerto.
Adiós a los hermosos sueños risueños del pasado.
Las rosas del rostro ya se han marchitado.
Me falta el amor de Alfredo,
alivio y sostén de mi corazón cansado.
Alivio...
Sostén... ¡ah!
De esta mujer descarriada accede al deseo.
Perdónala, ay; Dios, acógela.
Ah, todo ha terminado.
¡La dicha y los dolores pronto tendrán fin,
la tumba es el confín de todos los humanos!
¡En mi fosa no habrá ni lágrimas ni flores,
ninguna cruz cubrirá estos huesos!
Ninguna cruz...
Ninguna flor...
Accede al deseo de esta mujer descarriada.
Perdónala, ¡ay!, Dios, acógela.
Ah, todo ha terminado.
Paso al cuadrú*** señor de la fiesta
flores y racimos adornan la cabeza.
Paso al más dócil de todos los cornudos,
que sea saludado por trompas y pífanos.
Parisinos, abrid paso al triunfo del Buey gordo.
Ni en Asia ni en África se ve uno más hermoso,
vanidad y orgullo de todo carnicero.
¡Alegres máscaras, jóvenes alocados,
alabadle todos con música y cánticos!
Parisinos, abrid paso al triunfo del Buey gordo.
Paso al cuadrú*** señor de la fiesta,
flores y racimos adornan la cabeza.
- ¡Señora! - ¿Qué pasa?
Hoy os encontráis mejor, ¿no es cierto?
- Sí, ¿porqué? - ¿Prometéis estar tranquila?
Sí, ¿qué quieres decirme?
Querría preveniros de una alegría imprevista.
- ¿Una alegría, decías? - Sí, señora.
¡Alfredo! Ah, ¿lo has visto? ¡Viene! Date prisa. ¿Alfredo?
- ¡Amado Alfredo! - ¡Oh, mi Violetta!
¡Oh, dicha!
Soy culpable. Lo sé todo, querida.
¡Sé que al final vuelves a mí!
Aprende con estos latidos si te amo,
sin ti ya no podría existir.
Ah, si aún me has encontrado viva,
cree que el dolor no puede matar.
Olvida tu pesar, mujer adorada,
perdóname a mí y a mi padre.
¿Que yo te perdone? La culpable soy yo:
pero fue sólo el amor el que me empujó.
Ni hombre ni demonio, ángel mío,
podrían ya separarme de ti.
Dejaremos París, querida,
recorreremos la vida unidos.
Los sufrimientos pasados tendrán su recompensa,
tu salud volverá a florecer.
Tú serás mi aliento y mi luz,
todo el futuro nos sonreirá.
Dejaremos París, querido,
recorreremos la vida unidos.
Sí.
Los sufrimientos pasados tendrán su recompensa,
mi salud volverá a florecer.
Tú serás mi aliento y mi luz,
todo el futuro nos sonreirá.
Ah, basta, vayamos a una iglesia, Alfredo,
demos las gracias por tu regreso.
- ¡Estás palideciendo! - ¡No es nada!
Una dicha imprevista no entra nunca
sin turbarlo en un corazón triste.
- ¡Gran Dios! ¡Violetta! - ¡Es mi enfermedad!
¡Fue una debilidad!
Ahora soy fuerte.
¿Ves? Sonrío.
¡Ay, suerte cruel!
No ha sido nada. Annina, dame mi ropa.
¿Ahora? Espera.
¡No! Quiero salir.
¡Dios santo! ¡No puedo!
¡Cielos! ¿Qué veo? Ve a buscar al médico.
¡Ah! Dile que Alfredo ha vuelto junto a mi amor.
Dile que quiero vivir de nuevo.
Pero si tú, volviendo, no me has salvado,
nadie en la tierra puede salvarme.
¡Ah! ¡Dios santo! ¡Morir tan joven,
yo que he sufrido tanto!
¡Morirá punto de poner fin a mi llanto tan largo!
Ah, entonces fue un delirio
la crédula esperanza.
¡En vano habré armado
de constancia mi corazón!
¡Oh, suspiro mío, pálpito,
delicia de mi corazón!
¡Quiero confundir mis lágrimas con las tuyas!
Más que nunca, créelo,
tengo necesidad de constancia.
¡Ah! No cierres del todo tu corazón a la esperanza.
- Violetta mía, vamos, cálmate. - ¡Alfredo mío!
- Me mata tu dolor. - ¡Oh, el cruel final
reservado a nuestro amor!
- ¡Ah, Violetta! - ¡Vos, Señor!
¡Mi padre!
- ¿No me olvidasteis? - Cumplo mi promesa.
He venido a abrazaros como a una hija, oh, generosa.
¡Ay, habéis llegado tarde!
Pero os estoy agradecida.
Grenvil, ¿lo veis?
Muero entre los brazos de los que quiero en este mundo.
¡Qué estáis diciendo!
¡Oh, cielos!
¡Es cierto!
¿La ves, padre mío?
No me tortures más, demasiado remordimiento me devora el alma.
Cada palabra suya me fulmina.
¡Ah, viejo incauto!
¡Sólo ahora veo el mal que he hecho!
Acércate más a mí.
Escucha, amado Alfredo.
Toma: ésta es la imagen
de mis días pasados;
que sirva para recordarte
a la mujer que te amó tanto.
- No, no morirás, no me lo digas. - Querida, sublime,
- ¡Debes vivir, amor mío! - sublime víctima
- Dios no me trajo aquí - de un amor desesperado,
- para un sufrimiento tan terrible. - perdóname el sufrimiento
que infligí a tu hermoso corazón.
Si una púdica muchacha,
en la flor de su edad,
te entregase su corazón,
cásate con ella, así lo quiero.
Muéstrale este retrato;
dile que es un regalo
de alguien que entre los ángeles
reza por ella, por ti.
Mientras me queden lágrimas...
- Tan deprisa, ah, no, - ...lloraré por ti.
- ah, no, no puede la muerte - Vuela junto a los espíritus dichosos:
- separarte de mí. - Dios te llama a su lado.
Muéstrale este retrato.
- Ah, vive, o sólo un feretro... - Vuela junto a los espíritus dichosos.
Dile que es un regalo...
- ...me acogerá contigo. - Dios te llama a su lado.
...de alguien que entre los ángeles
reza por ella, por ti.
¡Es extraño!
Cesaron los espasmos de dolor.
¡Renace en mí,
me agita un vigor insólito!
¡Ah! ¡Vuelvo a la vida!
¡Oh, alegría!
¡Ha muerto!