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Quizás algunos recuerden una película de hace 15 años sobre los indios kogi de Colombia.
Habían cerrado las puertas de so sociedad, no éramos bienvenidos
y así se habían protegido a sí mismos, a su cultura y sus tradiciones
Y espero que dentro de un par de meses voy a ir
a visitar a un grupo de sus madres o chamanes.
Una de las tradiciones que mantiene los kogi es que, cuando una mujer se queda preñada,
las madres se reúnen alrededor y sienten, intuyen, si la criatura
que lleva esa mujer en su vientre es una madre y se convertirá en una de las chamanes de su pueblo.
Y cuando se siente así, que la criatura lo será, se lleva a la madre a una cueva
y da a luz a esta criatura en la cueva y la criatura no sale de la cueva durante nueve años.
Se la mantiene en la oscuridad, no en la oscuridad completa
sino que haya luz suficiente para que los ojos puedan desarrollarse de forma natural, pero se la mantiene en esa oscuridad.
Incluso se la alimenta con comida clara,
y aprende durante 9 años las enseñanzas espirituales de los kogi.
En un momento determinado, en el noveno año, muy lentamente, poco a poco,
paso a paso, se les conduce hasta la boca de la cueva y fuera, a la vida.
Es una región en la que los sonidos de los trinos, los cantos de los pájaros,
de la vida entera, irrumpe de forma tropical o casi tropical.
Es una cacofonía completa de la vida en plena formación.
Se cuenta que los niños no se recuperan nunca de esta experiencia
en el sentido de que quedan tan profundamente abrumados por la belleza,
por lo que les llega en color, sonido, forma, en cualquier manera,
la vitalidad y fecundidad y la sinfonía gloriosa de la vida, que nunca jamás se recuperan.
Y caminan para siempre entre su pueblo
hablando de la alegría de estar vivo en esta tierra, tal como es: hermoso.