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Cada día, quizás sin darnos cuenta, cada uno de nosotros, pone en funcionamiento al mundo.
Nuestra economía global es una gran máquina compuesta por piezas más pequeñas: nuestras sociedades.
Y ellas, a su vez, funcionan mediante la actividad de organizaciones, que se relacionan entre sí:
el estado, los sindicatos, los grupos de consumidores y las empresas.
Cada una de estas organizaciones, forma parte de este gran mecanismo mundial,
pero todas funcionan de manera diferente. ¿Por qué?
Porque la pieza fundamental de esta máquina somos los seres humanos,
y como tales, le aportamos nuestros valores, pensamientos e ideas: es decir, nuestra cultura.
Lo mismo sucede con nuestros trabajos: cada uno se organiza y funciona de manera diversa.
Sin embargo, hay un mecanismo particular que aparece en todo el mundo: la violencia laboral.
Y nos afecta a todos.¿Por que?
Veamos algunos ejemplos y busquemos un patrón común para que esto suceda.
Hay un grupo de vendedores jóvenes, que trabajan en una tienda.
Sus empleadores les exigen que atiendan a los clientes
y que además realicen otras tareas, para las que no han sido correctamente capacitados.
Por otro lado, encontramos un grupo de camareros.
Sus sueldos son muy bajos, por lo tanto, dependen de las propinas de los clientes.
En ese mismo momento, al otro lado del mundo, un grupo de telemarketers trabajan vendiendo un producto.
Estos empleados reciben la presión constante de sus supervisores para llegar a una cantidad de ventas determinada.
Han sido capacitados solo en ventas y realizan turnos excesivamente largos.
En otro hemisferio, trabajan los cajeros de un banco.
Estos empleados han sido capacitados en cuestiones administrativas
y son constantemente advertidos de que la crisis mundial está poniendo en riego sus empleos.
Ahora, imaginemos que estos empleados deben atender a un cliente. Y este cliente los agrede verbal o físicamente,
amenazando con dejar de comprar, consumir, o seguir siendo cliente del banco.
Ese cliente está ejerciendo violencia.
¿Cuáles son los elementos que se repiten en todos los casos?
En todos los casos hay un agresor y una víctima.
Y el agresor tiene un recurso que utiliza para maltratar a la víctima. En este caso, el recurso es el dinero.
Ese recurso le da poder.
El dinero es solo un tipo de recurso. La capacitación, la jerarquía, la seguridad también son recursos.
Esto quiere decir que los trabajadores deberían tener sus recursos propios. Así es. Pero son demasiado escasos.
Y aquí encontramos la pieza fundamental, que pone a funcionar a la violencia: la desigualdad.
¿Dónde aparece la desigualdad? Los trabajadores tienen poca seguridad, lo que les provoca miedo a perder el empleo,
o a no realizar una venta o recibir una propina, de lo que depende su subsistencia.
Esto los expone a soportar situaciones que de otro modo no soportarían.
Y además, tienen poca capacitación. Entonces, aun queriendo enfrentar esa situación, no saben cómo hacerlo.
Por lo tanto, un trabajador tiene muchos menos recursos que un cliente.
Sin embargo muchas veces la violencia parece ineludible.
Pensemos en dos trabajadores enfrentados a un robo, por ejemplo,
un guardia de seguridad o un transportista que lleva mercadería.
¿Qué recursos podrían tener estos trabajadores para enfrentar la violencia?
Elementos de seguridad, un sistema de alarma que los proteja, y capacitación
para saber cómo reaccionar frente a estos problemas.
Si los trabajadores no poseen estos recursos, son más vulnerables a convertirse en víctimas.
Sin embargo el agresor no siempre es un agente externo a la organización. Muchas veces es parte de ella.
Como sabemos, en todas las organizaciones existe un sistema de relaciones, funciones,
jerarquías, y una serie de valores propios.
Esto significa que, por su jerarquía, algunos de los trabajadores tienen el poder de dar órdenes
y sancionar a los de menor rango.
Por lo tanto, tienen más recursos, y estos recursos pueden se utilizarlos para ejercer violencia.
Imaginemos una oficina. Esta oficina puede pertenecer a una empresa gráfica, postal, de seguros, de turismo,
o de cualquier otro sector de la economía.
Un empleado de esta oficina es hostigado permanentemente por su supervisor.
El resto de sus compañeros se da cuenta de esta situación,
pero por temor a perder su empleo o a pasar a ser una nueva víctima del agresor, no hacen nada.
El empleado agredido presenta una queja a los superiores, que no investigan.
Finalmente, esta situación se torna insoportable y el empleado agredido renuncia.
El agresor nunca recibe sanción alguna.
Este es un caso de mobbing o acoso laboral, y generalmente surge entre trabajadores con diferente jerarquía.
La jerarquía es el recurso que utiliza el agresor para maltratar sistemáticamente al otro.
Existen muchos tipos de maltrato: por ejemplo burlar o humillar al otro, exigirle tareas que no puede realizar,
o no darle ninguna tarea, aislarlo del grupo, sancionarlo injustificadamente, o controlarlo excesivamente.
En todos estos casos, hay violencia.
Pero la jerarquía por si misma no produce violencia. Hay otros elementos que aumentan la desigualdad:
en este caso, la actitud de los demás trabajadores y sobre todo el comportamiento de la empresa.
Son valores ausentes como la solidaridad, o políticas empresariales justas,
los que ayudan a que la violencia funcione sin trabas.
Porque son elementos que aumentan la desigualdad.
¿Y que otro tipo de desigualdad podemos encontrar en nuestras organizaciones? La desigualdad de género.
El género es una serie de ideas sociales que le asigna a hombres y a mujeres roles diferentes.
Y en general, los roles masculinos son más valorados que los femeninos.
Estas ideas sociales a veces también se trasladan los ámbitos laborales,
dando como resultado que las mujeres ocupen puestos de menor rango,
ganen menos dinero y reciban menor capacitación que sus compañeros varones.
Es decir, que posean menos recursos.
Entonces ahora, pensemos qué sucede si a nuestros ejemplos le agregamos esta nueva pieza: la desigualdad de género.
Como cualquier otra desigualdad, ésta, reforzará la violencia, que será ejercida en mayor medida
contra aquellos que cuenten con menos recursos. En este caso, las mujeres.
Y hay un tipo de violencia particular que se suele ejercer contra la mujer: la violencia o acoso ***.
Existe acoso *** cuando una persona recibe comentarios, bromas o gestos de contenido ***,
comportamientos fuera de lugar, proposiciones o presiones para tener citas o relaciones sexuales;
tocamientos, abuso psicológico e incluso violación.
Entonces vemos como la desigualdad de género, asociada a otro tipo de desigualdades hace que las mujeres
se conviertan en posibles victimas de violencia, en mayor medida que sus compañeros varones.
Y la violencia será más frecuente si los agresores son sus jefes o supervisores,
porque, además de todos los otros recursos, poseen el poder que les brinda la jerarquía.
Ahora ya podemos completar el mecanismo de la violencia laboral: hay ciertos recursos que generan desigualdad,
y cuanta mayor es la desigualdad, hay más probabilidad de que la violencia aparezca y funcione.
Y cuando esto sucede todo el mecanismo de la organización comienza a funcionar mal. ¿Por que?
Porque la violencia afecta a todos los trabajadores, no solo a los que son sus victimas directas.
Los casos de violencia, en cualquiera de sus formas, producen altos niveles de stress.
El stress es la respuesta que tiene nuestro cuerpo ante los cambios del entorno, y sirve para adaptarnos a ellos.
El problema se da cuando esos cambios obligan a nuestro cuerpo a sobre-exigirse.
Para entenderlo mejor, y como venimos hablando de maquinas y engranajes, imaginemos que nuestro cuerpo
también es una máquina, que funciona con baterías recargables.
Lo que sucede en nuestro entorno hace que esa máquina responda.
Cuanta mayor actividad se le exija, la máquina consumirá más rápidamente su energía.
Si el entorno se estabiliza, la energía podrá recargarse.
Pero hay situaciones, como las de violencia, que le exigen al cuerpo que consuma toda su energía junta.
Entonces provocan que la máquina se dañe o se funda!
Los altos niveles de stress no solo tienen efectos psicológicos sino también físicos en las personas que los sufren.
Pueden provocar problemas cardiovasculares, intestinales, abuso de sustancias, depresión,
e incluso, pueden llevar al suicidio.
El mecanismo de la violencia, por lo tanto, funciona quitándonos la salud. Y nos afecta a todos.
Entonces, es tiempo de detenerla.
¿Cómo?
Eliminando los engranajes que la hacen funcionar.
La violencia laboral no se produce sólo por la actitud de ciertos individuos:
surge en ciertas estructuras organizativas más que en otras.
Revisar estas estructuras y modificarlas ayudará a detener la violencia.
Y para ello, tenemos una guía invaluable: el concepto de trabajo decente.
El trabajo es decente cuando en él se protege la salud y la vida de todos los trabajadores.
Es un trabajo en el que no existen diferencias entre hombres y mujeres,
en el que no hay discriminación ni políticas injustas.
Trabajo decente es seguridad laboral, tiempos de actividad y de recreación adecuados.
Es un trabajo en el que hay un sistema de disciplina que no fomenta los abusos de poder y sanciona la violencia.
Trabajo decente es capacitación. Porque la capacitación no sólo puede prevenir la violencia sino ayudar a enfrentarla.
Trabajo decente es, en resumen, un trabajo justo.
Y todos somos responsables de alcanzarlo. Porque ninguna organización funciona aislada y no podemos descansar
en la buena voluntad de los empleadores, cuyo principal objetivo es la ganancia.
Por ello, trabajadores y sindicatos debemos actuar, unidos.
Desde cada sector, debemos iniciar un movimiento de diálogo con los empleadores, cooperando con ellos
en la elaboración de estrategias de evaluación y políticas de prevención.
Formando comités de seguridad y salud; incluyendo en los acuerdos globales, nacionales y sectoriales, disposiciones
en materia de prevención y control de la violencia;
Capacitando e informando sobre la manera de prevenirla.
Organizando cada vez más trabajadores.
Debemos fomentar la cultura de la solidaridad y accionar nuestra participación.
Cuando los trabajadores están respaldados por su sindicato, pueden enfrentar un hecho injusto
y denunciarlo, sin miedos.
La capacitación también es una herramienta de cambio cultural.
Mediante el diálogo tripartito, debemos promover y exigir políticas que creen trabajos decentes para todos,
e inspecciones laborales que garanticen que esas políticas se cumplan.
Debemos trabajar de manera transversal, para eliminar las desigualdades de género, y todas aquellas injusticias
que hoy funcionan como un engranaje más en nuestras organizaciones y en nuestras sociedades.
Nuestra meta es la igualdad de oportunidades.
Nuestra meta es el trabajo decente para todos.
Detengamos el mecanismo de la violencia.
Debemos comenzar ahora.
Nosotros, trabajadores y trabajadoras, somos la pieza más importante.