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SILO, presentaciones de libros Pensamiento y obra literaria
Teatro Gran Palace. Santiago, Chile. 23 de mayo de 1991
Agradezco a Editorial Planeta
y a los numerosos amigos que me han invitado
a disertar sobre algunos escritos editados en estos días
en forma de colección.
Desde luego, agradezco la presencia de todos ustedes.
En conferencias dadas en distintos países
nos hemos ocupado
de cada uno de los libros
conforme éstos aparecían publicados.
Hoy, en cambio,
trataremos de dar una visión global
sobre las ideas que forman
la base de sustentación de estas producciones.
Espero que no resulte excesivamente aburrido.
Debemos mencionar
algunas características
de cada uno de los cuatro volúmenes que hoy presentamos
ya que éstos no son uniformes ni en temática ni estilo.
Como veremos,
los intereses que motivan a esas obras son diversos,
y las formas expositivas varían desde la prosa poética de Humanizar la Tierra,
al cuento corto de Experiencias guiadas,
a la exégesis de Mitos raíces universales
y al ensayo de Contribuciones al pensamiento.
Deteniéndome un poco en cada volumen
diré que el primero de ellos, Humanizar la Tierra,
es un tríptico
formado por libros escritos sucesivamente en 1972, 1981 y 1988.
Me estoy refiriendo a obras que circularon separadamente bajo los títulos de La mirada interna;
El paisaje interno
y El paisaje humano.
Humanizar la Tierra
se divide en los tres libros mencionados
que, a su vez, se desglosan en capítulos
y éstos en parágrafos numerados.
En general, el discurso cumple con una función apelativa
formalizada por oraciones imperativas
que dan cierta dureza al texto.
Como descargo digo que a menudo
aparecen las sentencias declarativas
que permiten al lector cotejar
aquello que se enuncia, con sus propias experiencias.
Pero esta obra, un tanto polémica,
presenta una dificultad mayor
dada por el deliberado forzamiento que se hace
de la lengua castellana;
así, mediante ese recurso
se logra una atmósfera acorde con las emociones
que se quiere transmitir, pero esto acarrea problemas de significado
y, por tanto, de comprensión cabal
como quedó resaltado
a la hora de la traducción de esta obra a diversoss idiomas.
En definitiva, Humanizar la Tierra es una obra de pensamiento,
En definitiva,
tratada en estilo de prosa poética,
que versa sobre la vida humana en sus aspectos más generales.
Utiliza el deslizamiento del punto de vista
desde la interioridad personal
hacia lo interpersonal y social,
exhortando a superar el sin-sentido de la vida;
proponiendo actividad y militancia
a favor de la humanización del mundo.
El segundo volumen, titulado Experiencias guiadas, fue redactado en 1980.
Se trata de un conjunto de cuentos cortos
escritos en primera persona,
pero debemos aclarar que esa "primera persona"
no es la del autor,
como ocurre casi siempre,
sino la del lector.
Esto se logra haciendo que la ambientación en cada relato
sirva de enmarque para que el lector
llene la escena con él mismo y con sus propios contenidos.
Colaborando con el texto,
aparecen asteriscos
que marcan pausas y ayudan a introducir, mentalmente,
las imágenes que convierten a un observador pasivo en actor
y coautor de cada una de estas descripciones.
En las obras literarias, en las representaciones teatrales, fílmicas y televisivas,
el lector o el espectador
puede identificarse más o menos plenamente con los personajes,
pero reconociendo al momento, o posteriormente, diferencias
entre el actor que aparece "dentro" de la escena
y el observador que se encuentra "afuera"
y no es otro que él mismo.
En las Experiencias Guiadas ocurre lo contrario:
el personaje es el observador, agente y paciente de acciones y emociones.
Por otra parte,
en las notas del libro se dan elementos
para que cualquier persona con mínima aptitud literaria
pueda construir nuevos relatos que sean motivo de delectación estética
o bien, parámetros de reflexión sobre situaciones vitales
que exigen un cambio de conducta o una respuesta inminente
que, sin embargo, no está definida.
A diferencia de Humanizar la Tierra,
que mediante la prosa poética trataba situaciones generales de la vida
exhortando en una dirección también general,
las Experiencias guiadas, utilizan la técnica del cuento corto
para servir al lector en el ordenamiento
y orientación de la acción que él decida
en situaciones particulares de la vida cotidiana.
El tercer volumen, Mitos raíces universales, se escribió en 1990.
En él no se tocan ya imágenes individuales
como ocurre en las Experiencias guiadas,
sino que se cotejan y comentan las imágenes colectivas
más antiguas que las distintas culturas han plasmado como mitos.
Se trata de un trabajo de exégesis,
de interpretación
sobre textos ajenos
que, en parte, aparecen reelaborados
tratando con esto de llenar los vacíos que presentan los originales
y de superar las dificultades de las traducciones en las que nos basáramos.
En el escrito se trató de aislar aquellos mitos
que conservaban una cierta permanencia en su argumento central
aunque a través del tiempo se modificaran nombres y atributos secundarios.
Esos mitos, a los que llamamos "raíces",
tomaron además el carácter de universales
no solamente por la dispersión geográfica a que llegaron
sino por la adopción que otros pueblos hicieron de ellos.
Considerando la doble función que nosotros atribuimos a la imagen
como traducción de tensiones vitales
y como impulso de conducta en dirección a la descarga de dichas tensiones,
la imagen colectiva plasmada en el mito
nos sirve para entender su base psicosocial.
Por ello, Mitos raíces universales nos acerca
a la comprensión de los factores de cohesión y orientación
de los grupos humanos
más allá de que los mitos en cuestión
posean una dimensión religiosa
o simplemente actúen como fuertes creencias sociales desacralizadas.
Dos ensayos: Psicología de la imagen, escrita en 1988
y Discusiones historiológicas, producida en 1989,
forman un cuarto volumen titulado Contribuciones al pensamiento.
En él se exponen sucintamente los temas teóricos,
para nosotros más importantes,
acerca de la estructura de la vida humana
y de la historicidad en la que esa estructura se desarrolla.
Los comentarios hechos hasta aquí
nos ponen en condiciones de intentar una presentación global
sobre las ideas que sirven de fundamento a nuestras distintas producciones,
pero debo recordar que es en Contribuciones al pensamiento
donde se encontrarán expuestas con mayor precisión, algunas de estas ideas.
Entremos ahora en tema
con algunas consideraciones en torno a las ideologías
y los sistemas de pensamiento.
Nuestra concepción no se inicia admitiendo generalidades,
sino estudiando lo particular de la vida humana;
lo particular de la existencia;
lo particular del registro personal del pensar, el sentir y el actuar.
Esta postura inicial la hace incompatible
con todo sistema que arranque
desde la idea, desde la materia, desde el inconsciente, desde la voluntad, etcétera.
Porque cualquier verdad que se pretenda enunciar acerca del hombre,
acerca de la sociedad,
acerca de la historia,
debe partir de preguntas en torno al sujeto que las hace;
de otro modo hablando del hombre nos olvidamos de él
y lo reemplazamos o postergamos
como si lo quisiéramos dejar de lado
porque sus profundidades nos inquietan,
porque su debilidad cotidiana y su muerte
nos arrojan en brazos del absurdo.
En este sentido, tal vez las distintas teorías sobre el hombre
han cumplido con la función de adormideras,
de apartamientos de la mirada del ser humano concreto que sufre, goza, crea y fracasa.
Ese ser que nos rodea y que somos nosotros mismos,
ese nino que desde su nacimiento tenderá a ser objetivizado,
ese anciano cuyas esperanzas de juventud han sido ya quebradas.
Nada nos dice cualquier ideología que se presente como la realidad misma,
o que pretenda no ser ideología,
desplazando la verdad que la denuncia como una construcción humana más.
El hecho de que el ser humano pueda o no encontrar a Dios,
pueda o no avanzar en el conocimiento y dominio de la naturaleza,
pueda o no lograr una organización social acorde a su dignidad,
pone siempre un término de la ecuación en su propio registro.
Y si admite o rechaza cualquier concepción, por lógica o extravagante que ésta sea,
siempre él mismo estará en juego,
precisamente, admitiendo o rechazando.
Hablemos, pues, de la vida humana.
Cuando me observo,
no desde el punto de vista fisiológico sino existencial,
me encuentro puesto en un mundo dado,
no construido ni elegido por mí.
Me encuentro en situación
respecto a fenómenos que empezando por mi propio cuerpo son ineludibles.
El cuerpo como constituyente fundamental de mi existencia es, además,
un fenómeno homogéneo con el mundo natural en el que actúa
y sobre el cual actúa el mundo.
Pero la naturalidad del cuerpo
tiene para mí diferencias importantes con el resto de los fenómenos,
a saber: 1. el registro inmediato que poseo de él;
2. el registro que mediante él tengo de los fenómenos externos
y 3. la disponibilidad de alguna de sus operaciones merced a mi intención inmediata.
Pero ocurre que el mundo se me presenta
no solamente como un conglomerado de objetos naturales,
sino como una articulación de otros seres humanos
y de objetos y signos producidos o modificados por ellos.
La intención que advierto en mí
aparece como un elemento interpretativo fundamental
del comportamiento de los otros
y así como constituyo al mundo social
por comprensión de intenciones,
soy constituido por él.
Desde luego, estamos hablando de intenciones
que se manifiestan en la acción corporal.
Es gracias a las expresiones corporales
o a la percepción de la situación en que se encuentra el otro,
que puedo comprender sus significados, su intención.
Por otra parte, los objetos naturales y humanos
se me aparecen placenteros o dolorosos
y trato de ubicarme frente a ellos modificando mi situación.
De este modo, no estoy cerrado al mundo de lo natural
y de los otros seres humanos
sino que, precisamente, mi característica es la "apertura".
Mi conciencia se ha configurado intersubjetivamente:
usa códigos de razonamiento,
modelos emotivos,
esquemas de acción que registro como "míos",
pero que también reconozco en otros.
Y, desde luego, está mi cuerpo abierto al mundo
en cuanto a éste lo percibo y sobre él actúo.
El mundo natural, a diferencia del humano,
se me aparece sin intención.
Desde luego, puedo imaginar
que las piedras, las plantas y las estrellas poseen intención,
pero no veo cómo llegar a un efectivo diálogo con ellas.
Aun los animales en los que a veces capto la chispa de la inteligencia,
se me aparecen impenetrables
y en lenta modificación desde adentro de su naturaleza.
Veo sociedades de insectos totalmente estructuradas,
mamíferos superiores usando rudimentos técnicos,
pero repitiendo sus códigos en lenta modificación genética,
como si fueran siempre los primeros representantes de sus respectivas especies.
Y cuando compruebo las virtudes de los vegetales
y los animales modificados y domesticados por el hombre,
observo la intención de éste abriéndose paso y humanizando al mundo.
Me es insuficiente la definición del hombre por su sociabilidad
ya que esto no hace a la distinción con numerosas especies;
tampoco su fuerza de trabajo es lo característico,
cotejada con la de animales más poderosos;
ni siquiera el lenguaje lo define en su esencia,
porque sabemos de códigos y formas de comunicación entre diversos animales.
En cambio,
al encontrarse cada nuevo ser humano con un mundo modificado por otros
y ser constituido por ese mundo intencionado,
descubro su capacidad de acumulación e incorporación a lo temporal;
descubro su dimensión histórico-social,
no simplemente social.
Vistas así las cosas, puedo intentar una definición diciendo:
"el hombre es el ser histórico,
cuyo modo de acción social transforma a su propia naturaleza".
Si admito lo anterior, habré de aceptar
que ese ser puede transformar intencionalmente su constitución física.
Y así está ocurriendo.
Comenzó con la utilización de instrumentos
que puestos adelante de su cuerpo como "prótesis" externas
le permitieron alargar su mano,
perfeccionar sus sentidos
y aumentar su fuerza y calidad de trabajo.
Naturalmente no estaba dotado para los medios líquido y aéreo
y, sin embargo, creó condiciones para desplazarse en ellos,
hasta comenzar a emigrar de su medio natural, el planeta Tierra.
Hoy, además, está internándose en su propio cuerpo
cambiando sus órganos;
interviniendo en su química cerebral;
fecundando in vitro y manipulando sus genes.
Si con la idea de "naturaleza"
se ha querido senalar lo permanente,
tal idea es hoy inadecuada
aun si se la quiere aplicar a lo más objetal del ser humano,
es decir, a su cuerpo.
Y en lo que hace a una "moral natural",
a un "derecho natural"
o a instituciones naturales
encontramos, opuestamente,
que en ese campo todo es histórico-social
y nada allí existe por naturaleza.
Contigua a la concepción de la naturaleza humana
ha estado operando otra que nos habló de la pasividad de la conciencia.
Esta ideología consideró al hombre
como una entidad que obraba en respuesta a los estímulos del mundo natural.
Lo que comenzó en burdo sensualismo,
poco a poco fue desplazado por corrientes historicistas
que conservaron en su seno la misma idea en torno a la pasividad.
Y aun cuando privilegiaron la actividad
y la transformación del mundo
por sobre la interpretación de sus hechos,
concibieron a dicha actividad como resultante de condiciones externas a la conciencia.
Pero aquellos antiguos prejuicios
en torno a la naturaleza humana y a la pasividad de la conciencia hoy se imponen,
transformados en neoevolucionismo,
con criterios tales como la selección natural
que se establece en la lucha por la supervivencia del más apto.
Tal concepción zoológica,
en su versión más reciente,
al ser trasplantada al mundo humano
tratará de superar las anteriores dialécticas de razas o de clases
con una dialéctica establecida según leyes económicas naturales
que autorregulan toda la actividad social.
Así, una vez más,
el ser humano concreto queda sumergido y objetivizado.
Hemos mencionado a las concepciones que para explicar al hombre
comienzan desde generalidades teóricas
y sostienen la existencia de una naturaleza humana
y de una conciencia pasiva.
En sentido opuesto,
nosotros sostenemos la necesidad de arranque
desde la particularidad humana;
sostenemos el fenómeno histórico-social y no natural del ser humano
y también afirmamos la actividad de su conciencia transformadora del mundo,
de acuerdo con su intención.
Vimos a su vida en situación
y a su cuerpo como objeto natural percibido inmediatamente
y sometido también inmediatamente a numerosos dictados de su intención.
Por consiguiente se imponen las siguientes preguntas:
zcómo es que la conciencia es activa,
es decir, cómo es que puede intencionar sobre el cuerpo
y a través de él transformar al mundo?
En segundo lugar,
zcómo es que la constitución humana es histórico-social?
Estas preguntas deben ser respondidas desde la existencia particular
para no recaer en generalidades teóricas
desde las cuales se deriva luego un sistema de interpretación.
De esta manera, para responder a la primera pregunta
tendrá que aprehenderse con evidencia inmediata
cómo la intención actúa sobre el cuerpo
y, para responder a la segunda,
habrá que partir de la evidencia de la temporalidad
y de la intersubjetividad en el ser humano
y no de leyes generales de la Historia y de la sociedad.
Vamos, pues, al primer punto.
Para alargar mi brazo,
abrir la mano y tomar un objeto,
necesito recibir información sobre la posición de mi brazo y mi mano.
Esto lo hago gracias a percepciones kinestésicas y cenestésicas,
es decir, percepciones de mi intracuerpo.
Para ello estoy equipado con sensores que cumplen con tareas especializadas
del modo en que los sentidos externos lo hacen con sus sensores táctiles, auditivos, etc.
Debo, además, recoger datos visuales
de la distancia de mi cuerpo respecto al objeto.
Es decir, antes de estirar el brazo
he tomado información compleja
en lo que puedo llamar una "estructura de percepción"
y no una sumatoria de percepciones separadas.
Así es que en la medida en que me dispongo a tomar el objeto
selecciono información descartando, además, a otra que no viene al caso.
Para dirigir la estructura de percepción, homogénea con la intención de tomar el objeto,
no me basta con la explicación de que simplemente estoy pasivo percibiendo.
Esto se me hace más claro en la medida en que comienzo el movimiento
y lo ajusto en realimentación con los datos que me van entregando los sentidos.
El poner en marcha el brazo
y reajustar su trayectoria,
no tiene explicación tampoco por vía de la percepción.
Para evitar que en este estudio se me confundan los registros,
he decidido cerrar los párpados
y colocarme frente al objeto realizando operaciones con mi brazo y mi mano.
Nuevamente registro las sensaciones internas, pero al faltar la vista,
el cálculo de la distancia se entorpece.
Si equivoco la posición del objeto representándolo, imaginándolo,
en un lugar diferente al que realmente está,
seguramente mi mano no dará con él.
Es decir, mi mano irá en la dirección que ha "trazado" mi imagen visual.
Otro tanto puedo experimentar con los distintos sentidos externos
que traerán información de los fenómenos
y a los que corresponderán también imágenes
que, aparentemente, serán "copias" de la percepción.
Así puedo contar con imágenes gustativas, olfatorias, etc.,
y también con imágenes correspondientes a los sentidos internos
como posición, movimiento, dolor, acidez, presión interna, etc.
Pero, siguiendo con el tema,
descubro que son las imágenes las que imprimen actividad al cuerpo
y que si bien reproducen a la percepción,
tienen gran movilidad,
fluctúan y se transforman tanto voluntaria como involuntariamente.
Aquí debo decir que para la Psicología ingenua,
las imágenes eran pasivas
y servían solamente para fundamentar el recuerdo,
por tanto en la medida en que se apartaban de la dictadura de la percepción
caían en la categoría de los desvaríos carentes de significado.
En aquellos tiempos toda una pedagogía
se basó en la cruel repetición memorizada de textos
y se minimizó la creatividad y la comprensión,
ya que como comentáramos, la conciencia era pasiva.
Pero sigamos el estudio.
Es evidente que también tengo percepción de la imagen,
lo cual me permite distinguir a una de otra
así como distingo entre diversas percepciones.
zO acaso no puedo rememorar imágenes,
representar cosas imaginadas anteriormente?
Veamos. Si trabajo ahora con los ojos abiertos
y efectúo la operación de tomar el objeto,
no alcanzo a percibir la acción de la imagen que va superponiéndose a la percepción,
pero si imagino al objeto
en una posición falsa,
aun cuando lo vea en su posición verdadera,
mi mano se abalanzará hacia lo imaginado
y no hacia el visto.
Es, pues, la imagen la que determina la actividad hacia el objeto
y no la simple percepción.
Se replicará con el expediente del arco reflejo corto
que ni siquiera pasa por la corteza cerebral,
cerrándose a nivel medular
y dando respuesta aun antes de que el estímulo pueda ser analizado.
Pero si con esto se quiere decir
que existen respuestas automáticas
que no requieren de la actividad de la conciencia
nosotros podemos abundar en multitud de operaciones involuntarias,
naturales,
comunes al cuerpo humano y al de diversos animales.
Sólo que esa postura nada explica en torno al problema de la imagen.
Con respecto a las imágenes que se superponen a la percepción,
agregaremos esto,
agregaremos que esto es lo que ocurre en todos los casos
aunque no alcancemos a observarlo.
Debemos considerar
aún que por el sólo hecho de imaginar visualmente el movimiento del brazo,
éste no responde.
El brazo se moverá
cuando se dispare una imagen hacia el intracuerpo
que corresponda a las percepciones internas de su propio nivel.
Lo que ocurrirá con la imagen visual
será que ésta trazará la dirección por la que habrá de transitar el brazo.
Tales afirmaciones se confirman en el sueno
cuando el durmiente,
no obstante la gran proliferación de imágenes,
permanece con el cuerpo quieto.
Y es claro que su paisaje de representación está internalizado,
por tanto sus imágenes van hacia el intracuerpo
y no hacia las capas musculares.
En el sueno los sentidos externos tienden a retraerse,
e igualmente el trazado de las imágenes.
Y asi si se pone como ejemplo la agitación de las "pesadillas" o del sonambulismo,
diremos que desde el nivel de sueno profundo se va pasando al de semisueno activo;
los sentidos externos se activan
y las imágenes comienzan a externalizarse
poniendo en marcha al cuerpo.
No entraremos en los temas del espacio de representación,
ni en la traducción, deformación y transformación de impulsos
que, por otra parte, se encuentran desarrollados en el ensayo Psicología de la imagen.
Con lo ya visto podemos avanzar hacia otras ideas
como las de copresencia; estructura temporal de la conciencia; mirada y paisaje.
Un día cualquiera entro en mi habitación
y percibo la ventana, la reconozco, me es conocida.
Tengo una nueva percepción de ella
pero, además, actúan antiguas percepciones
que convertidas en imágenes están retenidas en mí.
Sin embargo, observo
que en un ángulo del vidrio hay una quebradura...
"eso no estaba ahí", me digo
al cotejar la nueva percepción
con lo que retengo de percepciones anteriores.
Además, experimento una suerte de sorpresa.
La "ventana" de actos anteriores ha quedado retenida en mí,
pero no pasivamente como una fotografía,
sino actuante como son actuantes las imágenes.
Lo retenido actúa frente a lo que percibo,
aunque su formación pertenezca al pasado.
Se trata de un pasado siempre actualizado, siempre presente.
Antes de entrar a mi habitación daba por sentado,
daba por supuesto, que la ventana debía estar allí en perfectas condiciones;
no es que lo estuviera pensando, sino que simplemente contaba con ello.
La ventana en particular no estaba presente en mis pensamientos de ese momento,
pero estaba copresente,
estaba dentro del horizonte de objetos contenidos en mi habitación.
Es gracias a la copresencia,
a la retención actualizada y superpuesta a la percepción,
que la conciencia infiere más de lo que percibe.
En ese fenómeno encontramos el funcionamiento más elemental de la creencia.
En el ejemplo, es como si me dijera:
"yo creía que la ventana estaba en perfectas condiciones".
Si al entrar a mi habitación
aparecieran fenómenos propios de un campo diferente de objetos,
por ejemplo, el motor de un avión o un hipopótamo,
tal situación surrealista me resultaría increíble
no porque esos objetos no existan,
sino porque su emplazamiento estaría fuera del campo de copresencia
correspondiente a mis retenciones.
Ahora bien, yo fui a mi habitación guiado por la intención,
guiado por las imágenes de conseguir un bolígrafo.
Mientras caminaba, tal vez olvidado de mi objetivo,
las imágenes de lo que debía lograr en un futuro inmediato
actuaban copresentemente.
El futuro de conciencia estaba actualizado, estaba en presente.
Desafortunadamente encontré el vidrio quebrado
y mis intenciones se modificaron por la necesidad de solucionar otras urgencias.
Ahora bien, en cualquier instante presente de mi conciencia
puedo observar el entrecruzamiento
el entrecruzamiento de tres tiempos diferentes,
retenciones y futurizaciones que actúan copresentemente y en estructura.
El instante presente se constituye en mi conciencia
como un campo temporal activo de tres tiempos diferentes.
Las cosas aquí
son muy diferentes a las que ocurren en el tiempo de calendario
en el que el día de hoy no está tocado por el de ayer, ni por el de manana.
En el calendario y el reloj,
el "ahora" se diferencia del "ya no" y del "todavía no"
y, además, los sucesos están ordenados uno al lado del otro
en sucesión lineal
y no puedo pretender que eso sea una estructura
sino un agrupamiento dentro de una serie total a la que llamo "calendario".
Pero ya volveremos sobre esto cuando conside- remosel tema de la historicidad y la temporalidad.
Por ahora continuemos con lo dicho anteriormente
respecto a que la conciencia infiere más de lo que percibe;
con aquello que viniendo del pasado, como retención, se superpone a la percepción actual.
En cada mirada que lanzo a un objeto
veo en él cosas deformadas.
Esto no lo estamos afirmando en el sentido explicado por la física moderna
que claramente expone nuestra incapacidad para detectar al átomo
y a la longitud de onda que está por encima y por abajo de nuestros umbrales de percepción;
esto lo estamos diciendo con referencia
a la superposición que las imágenes de las retenciones y futurizaciones
hacen de la percepción.
Así, cuando asisto en el campo a un hermoso amanecer,
el paisaje natural que observo
no está determinado en sí,
sino que lo determino,
lo constituyo por un ideal estético de hermosura al que adhiero;
por el contraste con la vida ciudadana;
tal vez por alguien que me acompana
y por la sugerencia que su luz suscita en mí,
como esperanza de un futuro abierto.
Y esa especial paz que experimento
me entrega la ilusión de que contemplo pasivamente,
cuando en realidad estoy poniendo activamente allí
numerosos contenidos que se superponen al simple objeto natural.
Y lo dicho no vale solamente para este ejemplo
sino para toda mirada que lanzo hacia la realidad.
Hemos dicho en Discusiones historiológicas
que el destino natural del cuerpo es el mundo
y basta ver su conformación para verificar este aserto.
Sus sentidos y sus aparatos de nutrición, locomoción, reproducción, etc.,
están naturalmente conformados para estar en el mundo,
pero además la imagen lanza a través del cuerpo su carga transformadora;
no lo hace para copiar al mundo,
para ser reflejo de la situación dada
sino, opuestamente,
para modificar la situación previamente dada.
En este acontecer, los objetos
son limitaciones o ampliaciones de las posibilidades corporales
y los cuerpos ajenos
aparecen como multiplicaciones de esas posibilidades,
en tanto son gobernados por intenciones que reconozco
son similares a las que manejo en mi propio cuerpo.
#Por qué necesitaría el ser humano transformar el mundo
y transformarse a sí mismo?
Por la situación de finitud y carencia temporoespacial en que se halla
y que registra como dolor físico y como sufrimiento mental.
Así, la superación del dolor no es simplemente una respuesta animal,
sino una configuración temporal en la que prima el futuro
y que se convierte en impulso fundamental de la vida
aunque ésta no se encuentre urgida en un momento dado.
Por ello, aparte de la respuesta inmediata, refleja y natural,
la respuesta diferida para evitar el dolor
está impulsada por el sufrimiento psicológico ante el peligro
y está representada como posibilidad futura o hecho actual
en el que el dolor está presente en otros seres humanos.
La superación del dolor aparece, pues,
como un proyecto básico que guía a la acción.
Es ello lo que ha posibilitado la comunicación entre cuerpos e intenciones diversas,
en lo que llamamos la "constitución social".
La constitución social es tan histórica como la vida humana,
es configurante de la vida humana.
Su transformación es continua,
pero de un modo diferente al de la naturaleza
porque en ésta no ocurren los cambios merced a intenciones.
La organización social se constituye y amplía,
pero esto no puede ocurrir solamente por la presencia de objetos sociales
que aún siendo portadores de intenciones humanas
no han podido seguir ampliandosé.
La continuidad está dada por las generaciones humanas
que no están puestas una al lado de otra
sino que se interactúan y se transforman.
Estas generaciones que permiten continuidad y desarrollo
son estructuras dinámicas,
son el tiempo social en movimiento
sin el cual la sociedad caería en estado natural y perdería su condición de sociedad.
Ocurre, por otra parte, que en todo momento histórico
coexisten distintas generaciones de distinto nivel temporal,
de distinta retención y futurización
que configuran paisajes de situación
y creencias diferentes.
El cuerpo, el cuerpo,
y el comportamiento de ninos y ancianos
delata, para las generaciones activas,
una presencia de la que se viene y a la que se va.
A su vez, para los extremos de esa triple relación,
también se verifican ubicaciones de temporalidad extremas.
Pero esto no permanece jamás detenido
porque mientras las generaciones activas se ancianizan y los ancianos mueren,
los ninos van transformándose y comienzan a ocupar posiciones activas.
Entre tanto, nuevos nacimientos reconstituyen continuamente a la sociedad.
Cuando por abstracción se "detiene" al incesante fluir,
podemos hablar de "momento histórico"
en el que todos los miembros emplazados en el mismo escenario social
pueden ser considerados contemporáneos,
vivientes de un mismo tiempo.
Pero observamos que no son coetáneos en su temporalidad interna
en cuanto a paisajes de formación,
en cuanto a situación actual
y en cuanto a proyecto.
En realidad, la dialéctica generacional
se establece entre las "franjas" más contiguas
que tratan de ocupar la actividad central,
el presente social,
de acuerdo a sus intereses y de acuerdo a sus creencias.
Es la temporalidad social interna
la que explica estructuralmente el devenir histórico
en el que interactúan distintas acumulaciones generacionales
y no la sucesión de fenómenos linealmente puestos uno al lado del otro,
como en el tiempo del calendario, según nos lo explica la historiografía ingenua.
Constituido socialmente en un mundo histórico en el que voy configurando mi paisaje
interpreto aquello a donde lanzo mi mirada.
Está mi paisaje personal,
pero también un paisaje colectivo
que responde en ese momento a grandes conjuntos.
Como dijimos antes,
coexisten en un mismo tiempo presente, distintas generaciones.
En un momento, para ejemplificar gruesamente,
existen aquellos que nacieron antes del transistor
y los que lo hicieron entre computadoras.
Numerosas configuraciones difieren en ambas experiencias,
no solamente en el modo de actuar
sino en el de pensar y sentir...
y aquello que en la relación social
y en el modo de producción funcionaba en una época,
deja de hacerlo lentamente o, a veces, de modo abrupto.
Se esperaba un resultado a futuro
y ese futuro ha llegado,
pero las cosas no resultaron
del modo en que fueron proyectadas.
Ni aquella acción, ni aquella sensibilidad, ni aquella ideología
coinciden con el nuevo paisaje que se va imponiendo socialmente.
Para terminar con este esquema
en torno a las ideas que se expresan a través de los volúmenes hoy publicados,
diré que el ser humano por su apertura y libertad para elegir entre situaciones,
diferir respuestas e imaginar su futuro,
puede también negarse a sí mismo,
negar aspectos del cuerpo,
negarlo completamente como en el suicidio, o negar a otros.
Esta libertad ha permitido que algunos se apropien ilegítimamente del todo social.
Es decir, que nieguen la libertad y la intencionalidad de otros
reduciéndolos a prótesis, a instrumentos de sus propias intenciones.
Allí está la esencia de la discriminación, siendo su metodología
la violencia física, económica, racial y religiosa.
La violencia puede instaurarse y perpetuarse
gracias al manejo del aparato de regulación y control social, esto es, el Estado.
En consecuencia, la organización social
requiere un tipo avanzado de coordinación
a salvo de toda concentración de poder, sea ésta privada o estatal.
Pero como habitualmente se confunde al aparato estatal
con la realidad social
debemos aclarar que por cuanto la sociedad, no el Estado,
es la productora de bienes,
la propiedad de los medios de producción debe, coherentemente, ser social.
Necesariamente, aquellos que han reducido la humanidad de otros,
han provocado con eso nuevo dolor y sufrimiento,
reiniciándose en el seno de la sociedad la antigua lucha contra la adversidad natural,
pero ahora entre aquellos que quieren "naturalizar" a otros, a la sociedad y a la Historia
y, por otra parte, los oprimidos que necesitan humanizarse humanizando al mundo.
Por esto humanizar
es salir de la objetivación para afirmar la intencionalidad de todo ser humano
y el primado del futuro sobre la situación actual.
Es la representación de un futuro posible y mejor
lo que permite la modificación del presente
y lo que posibilita toda revolución y todo cambio.
Por consiguiente, no basta con la presión de condiciones oprimentes
para que se ponga en marcha el cambio,
sino que es necesario advertir que tal cambio es posible
y depende de la acción humana.
Esta lucha no es entre fuerzas mecánicas,
no es un reflejo natural;
es una lucha entre intenciones humanas.
Y ésto es precisamente lo que nos permite hablar de opresores y oprimidos,
de justos e injustos,
de héroes y cobardes.
Es lo único que permite practicar con sentido
la solidaridad social y el compromiso con la liberación de los discriminados,
sean éstos mayorías o minorías.
Finalmente, en cuanto al sentido de los actos humanos,
no creemos que sean una convulsión sin significado,
una "pasión inútil",
un intento que concluirá en la disolución del absurdo.
Pensamos que la acción válida es aquella que termina en otros
y en dirección a su libertad.
Tampoco creemos que el destino de la humanidad
esté fijado por causas anteriores
que invalidarían todo posible esfuerzo,
sino por la intención
que haciéndose cada vez más consciente en los pueblos,
se abre paso en dirección de una nación humana universal.
Nada más, muchas gracias.
Una producción del Centro de Estudios
Punta de Vacas - 2012