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Este es
probablemente el mejor ejemplo de la Época Dorada,
el tiempo en que Norteamérica mostraba su potencia financiera e industrial:
opulenta, ambiciosa, exitosa,
en lo más alto. Ya se sabe que nada es sencillo.
No es algo en lo que nadie se detenga, pero pienso que en su momento,
fue una estrella. Se le entregó a Edward Dean Adams,
que en los 90 del siglo XIX rescató la industria norteamericana del algodón
por encargo de la Compañía Norteamericana del Algodón
a la compañía Tiffany.
Querían que los materiales provinieran
de los ríos y montañas de Norteamérica,
que fuera tan norteamericano como la industria del algodón norteamericana.
Y realmente es un homenaje a la industria. El jarrón está pensado para parecerse a una planta de algodón,
con pequeñas
flores en las asas
y el cristal de arriba es una bola de algodón.
La composición cumple su cometido... es sorprendente, muestra mucho.
Es como una
pieza de joyería.
Cada pequeña parte es una diminuta y hermosa obra de arte.
El esmaltado cuidadosamente pasa del púrpura
al lila y al verde.
El conjunto del cuerpo se ha trabajado a conciencia
desde el interior,
llevándolo casi a sus límites para formar figuras básicas:
Atlas sosteniendo el planeta,
y Agricultura
con su mano en el lomo de un castor.
También Modestia
y Genio,
apoyados por Industria, que calienta sus manos en el fuego. Hay todo tipo de referencias históricas.
Pienso que los norteamericanos estaban pensando con amplitud, quizás tratando de conectarse con la cultura mundial.
Hay un largo trecho desde la platería de la Norteamérica colonial, tan pura y simple.
Aquí no se muestra ningún recogimiento. Los metales preciosos hablan:
ellos son
los que representan ese
estatus y esos logros. Algo que se puede apreciar
en la orfebrería renacentista, excepto que esto se hizo para un ***án de la industria, no para un príncipe Médici.
Creo que lo que me atrapa de esta obra es la combinación entre adorno y opulencia.