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Leonor está comiendo porquerías. Fue lo primero que atiné a responder cuando
mi madre me preguntó qué estaba haciendo mi hermana.
-¿Porquerías? -Sí, allá en el corral.
Por un instante se quedó rígida y su rostro pareció oscurecerse, pero enseguida largó
el tejido y salió corriendo hacia afuera. Yo era pequeña, pero sabía muy bien lo difícil
que sería compartir el amor de mis padres con esa chiquilla entrometida. Sí, la empujé
a propósito. Su cuerpecito se balanceó sobre la cerca y luego cayó de espaldas sobre aquel
revuelto asqueroso de lodo y mierda de la porqueriza. Entonces esos monstruos chillones
de piel rosa pálido avanzaron a los trompicones y comenzaron a... No recuerdo más, sólo
me veo parada, sosteniendo la puerta mosquitero de la cocina de la granja, respondiéndole
a mi madre: -Leonor está comiendo porquerías.