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Criada: Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes.
La Poncia: (Sale comiendo chorizo y pan) Llevan ya más de dos horas de gori-gori.
Han venido curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso
se desmayó la Magdalena. Criada: Es la que se queda más sola.
La Poncia: Era la única que quería al padre. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que estamos solas un
poquito! Yo he venido a comer. Criada: ¡Si te viera Bernarda...!
La Poncia: ¡Quisiera que ahora, que no come ella, que todas nos muriéramos de
hambre! ¡Mandona! ¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he abierto la orza de chorizos.
Criada: (Con tristeza, ansiosa) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia?
La Poncia: Entra y llévate también un puñado de garbanzos. ¡Hoy no se dará cuenta!
Voz (Dentro): ¡Bernarda! La Poncia: La vieja. ¿Está bien cerrada?
Criada: Con dos vueltas de llave. La Poncia: Pero debes poner también la tranca.
Tiene unos dedos como cinco ganzúas. Voz: ¡Bernarda!
La Poncia: (A voces) ¡Ya viene! (A la Criada) Limpia bien todo. Si Bernarda no ve
relucientes las cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan.
Criada: ¡Qué mujer! La Poncia: Tirana de todos los que la rodean.
Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un
año sin que se le cierre esa sonrisa fría que
lleva en su maldita cara. ¡Limpia, limpia ese vidriado!
Criada: Sangre en las manos tengo de fregarlo todo.
La Poncia: Ella, la más aseada; ella, la más decente; ella, la más alta. Buen descanso
ganó su pobre marido. (Cesan las campanas.)
Criada: ¿Han venido todos sus parientes? La Poncia: Los de ella. La gente de él la
odia. Vinieron a verlo muerto, y le hicieron la
cruz. Criada: ¿Hay bastantes sillas?
La Poncia: Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que murió el padre de Bernarda
no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos. Ella no quiere que la vean en su
dominio. ¡Maldita sea! Criada: Contigo se portó bien.
La Poncia: Treinta años lavando sus sábanas; treinta años comiendo sus sobras; noches
en vela cuando tose; días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y
llevarle el cuento; vida sin secretos una con otra, y sin embargo, ¡maldita sea! ¡Mal
dolor de clavo le pinche en los ojos! Criada: ¡Mujer!
La Poncia: Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de
los que piden limosna cuando ella me azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están
los dos casados, pero un día me hartaré. Criada: Y ese día...
La Poncia: Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año
entero. "Bernarda, por esto, por aquello, por lo otro", hasta ponerla como un lagarto
machacado por los niños, que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no
le envidio la vida. La quedan cinco mujeres,
cinco hijas feas, que quitando a Angustias, la
mayor, que es la hija del primer marido y tiene dineros, las demás mucha puntilla
bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia.
Criada: ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas! La Poncia: Nosotras tenemos nuestras manos
y un hoyo en la tierra de la verdad. Criada: Ésa es la única tierra que nos dejan
a las que no tenemos nada. La Poncia: (En la alacena) Este cristal tiene
unas motas. Criada: Ni con el jabón ni con bayeta se
le quitan. (Suenan las campanas)
La Poncia: El último responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el
párroco. En el "Pater noster" subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro
llenándose de agua poco a poco. ¡Claro es que al final dio un gallo, pero da gloria
oírlo! Ahora que nadie como el antiguo sacristán,
Tronchapinos. En la misa de mi madre, que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes,
sobras de hoy son para mí. Mendiga: Mujer, tú tienes quien te gane.
¡Mi niña y yo estamos solas! Criada: También están solos los perros y
viven. Mendiga: Siempre me las dan.
Criada: Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entrarais? Ya me habéis dejado los pies
señalados. (Se van. Limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas
de acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra con un plato
y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno para contarlo! (Vuelven a sonar
las campanas) Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡venga caja con filos dorados y toallas de
seda para llevarla!; ¡que lo mismo estarás tú
que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de paño y tus
botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a
levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos,
empiezan a entrar mujeres de luto con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros.
Entran lentamente hasta llenar la escena) (Rompiendo a gritar) ¡Ay Antonio María
Benavides, que ya no verás estas paredes, ni comerás el pan de esta casa! Yo fui la
que más te quiso de las que te sirvieron. (Tirándose
del cabello) ¿Y he de vivir yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir?
(Terminan de entrar las doscientas mujeres y aparece Bernarda y sus cinco hijas)
Bernarda: (A la Criada) ¡Silencio! Criada: (Llorando) ¡Bernarda!
Bernarda: Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera
más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La Criada se va sollozando)
Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras
sustancias. Mujer 1: Los pobres sienten también sus penas.
Bernarda: Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos.
Muchacha 1: (Con timidez) Comer es necesario para vivir.
Bernarda: A tu edad no se habla delante de las personas mayores.
Mujer 1: Niña, cállate. Bernarda: No he dejado que nadie me dé lecciones.
Sentarse. (Se sientan. Pausa) (Fuerte) Magdalena, no llores. Si quieres
llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has oído?
Mujer 2: (A Bernarda) ¿Habéis empezado los trabajos en la era?
Bernarda: Ayer. Mujer 3: Cae el sol como plomo.
Mujer 1: Hace años no he conocido calor igual. (Pausa. Se abanican todas)
Bernarda: ¿Está hecha la limonada? La Poncia: (Sale con una gran bandeja llena
de jarritas blancas, que distribuye.) Sí, Bernarda.
Bernarda: Dale a los hombres. La Poncia: Ya están tomando en el patio.
Bernarda: Que salgan por donde han entrado. No quiero que pasen por aquí.
Muchacha: (A Angustias) Pepe el Romano estaba con los hombres del duelo.
Angustias: Allí estaba. Bernarda: Estaba su madre. Ella ha visto a
su madre. A Pepe no lo ha visto ni ella ni yo.
Muchacha: Me pareció... Bernarda: Quien sí estaba era el viudo de
Darajalí. Muy cerca de tu tía. A ése lo vimos
todas. Mujer 2: (Aparte y en baja voz) ¡Mala, más
que mala! Mujer 3: (Aparte y en baja voz) ¡Lengua de
cuchillo! Bernarda: Las mujeres en la iglesia no deben
mirar más hombre que al oficiante, y a ése porque tiene faldas. Volver la cabeza
es buscar el calor de la pana. Mujer 1: (En voz baja) ¡Vieja lagarta recocida!
La Poncia: (Entre dientes) ¡Sarmentosa por calentura de varón!
Bernarda: (Dando un golpe de bastón en el suelo) ¡Alabado sea Dios!
Todas: (Santiguándose) Sea por siempre bendito y alabado.
Bernarda: ¡Descansa en paz con la santa
compaña de cabecera! Todas:
¡Descansa en paz! Bernarda:
Con el ángel San Miguel y su espada justiciera
Todas: ¡Descansa en paz!
Bernarda: Con la llave que todo lo abre
y la mano que todo lo cierra. Todas:
¡Descansa en paz! Bernarda:
Con los bienaventurados y las lucecitas del campo.
Todas: ¡Descansa en paz!
Bernarda: Con nuestra santa caridad
y las almas de tierra y mar. Todas:
¡Descansa en paz! Bernarda: Concede el reposo a tu siervo Antonio
María Benavides y dale la corona de tu santa gloria.
Todas: Amén.
Bernarda: (Se pone de pie y canta) "Réquiem aeternam dona eis, Domine".
Todas: (De pie y cantando al modo gregoriano) "Et lux perpetua luceat eis".
(Se santiguan) Mujer 1: Salud para rogar por su alma.
(Van desfilando) Mujer 3: No te faltará la hogaza de pan caliente.
Mujer 2: Ni el techo para tus hijas. (Van desfilando todas por delante de Bernarda
y saliendo. Sale Angustias por otra puerta, la que da al patio)
Mujer 4: El mismo trigo de tu casamiento lo sigas disfrutando.
La Poncia: (Entrando con una bolsa) De parte de los hombres esta bolsa de dineros
para responsos. Bernarda: Dales las gracias y échales una
copa de aguardiente. Muchacha: (A Magdalena) Magdalena...
Bernarda: (A Magdalena, que inicia el llanto) Chist. (Golpea con el bastón.) (Salen
todas.) (A las que se han ido) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis
visto! Ojalá ***éis muchos años en pasar el arco de mi puerta.
La Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo.
Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus
lenguas. Amelia: ¡Madre, no hable usted así!
Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de
pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada.
La Poncia: ¡Cómo han puesto la solería! Bernarda: Igual que si hubiera pasado por
ella una manada de cabras. (La Poncia limpia el suelo) Niña, dame un abanico.
Amelia: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.)
Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda?
Dame uno *** y aprende a respetar el luto de tu padre.
Martirio: Tome usted el mío. Bernarda: ¿Y tú?
Martirio: Yo no tengo calor. Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta.
En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle.
Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de
mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el ajuar. En el
arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena
puede bordarlas. Magdalena: Lo mismo me da.
Adela: (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.
Magdalena: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar
sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.
Bernarda: Eso tiene ser mujer Magdalena: Malditas sean las mujeres.
Bernarda: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre.
Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace
con posibles. (Sale Adela.)
Voz: ¡Bernarda!, ¡déjame salir! Bernarda: (En voz alta) ¡Dejadla ya! (Sale
la Criada.) Criada: Me ha costado mucho trabajo sujetarla.
A pesar de sus ochenta años tu madre es fuerte como un roble.
Bernarda: Tiene a quien parecérsele. Mi abuelo fue igual.
Criada: Tuve durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío
porque quería llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera, para beber, y carne
de perro, que es lo que ella dice que tú le
das. Martirio: ¡Tiene mala intención!
Bernarda: (A la Criada.) Déjala que se desahogue en el patio.
Criada: Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatistas, se los ha puesto
y me ha dicho que se quiere casar.
(Las hijas ríen.) Bernarda: Ve con ella y ten cuidado que no
se acerque al pozo. Criada: No tengas miedo que se tire.
Bernarda: No es por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su
ventana. (Sale la Criada.)
Martirio: Nos vamos a cambiar la ropa. Bernarda: Sí, pero no el pañuelo de la cabeza.
( Entra Adela.) ¿Y Angustias? Adela: (Con retintín.) La he visto asomada
a la rendija del portón. Los hombres se acababan de ir.
Bernarda: ¿Y tú a qué fuiste también al portón?
Adela: Me llegué a ver si habían puesto las gallinas.
Bernarda: ¡Pero el duelo de los hombres habría salido ya!
Adela: (Con intención) Todavía estaba un grupo parado por fuera.
Bernarda: (Furiosa) ¡Angustias! ¡Angustias! Angustias: (Entrando.) ¿Qué manda usted?
Bernarda: ¿Qué mirabas y a quién? Angustias: A nadie.
Bernarda: ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un
hombre el día de la misa de su padre? ¡Contesta! ¿A quién mirabas?
(Pausa.) Angustias: Yo...
Bernarda: ¡Tú! Angustias: ¡A nadie!
Bernarda: (Avanzando con el bastón) ¡Suave! ¡dulzarrona! (Le da)
La Poncia: (Corriendo) ¡Bernarda, cálmate! (La sujeta) (Angustias llora.)
Bernarda: ¡Fuera de aquí todas! (Salen)