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En 1936, después de una estancia en New York,
publicaba Juan Ramón Jiménez un texto con el título
Límite del progreso, o la debida proporción:
"Una ciudad, me parece a mí,
que debe ser un organismo como otro cualquiera,
con un límite moral y material en su desarrollo,
pasado cuyo límite se convierte en vicio,
ciudad viciosa, como todos los desarrollos que llamamos viciosos;
calabaza, nube o gangrena..."
Si a mediados del siglo XX
esta reflexión sobre los límites saludables de las grandes ciudades
pasaba desapercibida ante gobernantes,
urbanistas y ciudadanos,
hoy, es ya un principio de referencia
sin el cual caminamos hacia una civilización biocida.
De hecho, el concepto de ciudad
que más influencia ha tenido en el desarrollo de las ciudades europeas
a partir de la Segunda Guerra Mundial ha sido producto
del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna de 1933.
El manifiesto conocido como Carta de Atenas,
firmado por arquitectos como Sert y Le Corbusier,
convirtió en precepto urbanístico la separación funcional
de los lugares de residencia, ocio y trabajo.
La ciudad tradicional,
dotada de un carácter próximo y de una implícita sostenibilidad,
fue definitivamente desbancada
por aquella revolucionaria y fallida cumbre arquitectónica.
Para hablar de las ciudades en el marco del cambio global,
lo primero es aceptar que las ciudades y la especie humana
tenemos un reto,
que es el de reducir nuestros impactos sobre la naturaleza
y adaptarnos a los límites que la propia naturaleza nos impone,
de asumir esos impactos.
Por lo tanto, estamos hablando de intentar igualar huella ecológica,
que es la que inducimos los seres humanos,
y biocapacidad del planeta, que es la capacidad de asimilar
que tienen los sistemas naturales, esos impactos.
Las ciudades, como núcleos de producción, distribución y consumo,
se han convertido en los centros metabólicos
del hacer humano sobre el planeta.
El 70% del impacto que produce la humanidad
sobre los sistemas naturales se genera en las ciudades.
Ya en la Cumbre de Río de 1992,
el ambientalista canadiense, Maurice Strong, dio la clave al afirmar que:
"La batalla por la sostenibilidad del planeta,
se ganaría o perdería en las ciudades."
La batalla por la sostenibilidad,
definitivamente, se ganará o perderá en las ciudades,
porque las ciudades concentran
a más de la mitad de la población del mundo,
y esa concentración de población,
el patrón de consumo que tenemos de los recursos naturales,
energía, agua, alimentos, todo tipo de materiales,
la movilidad de personas,
de mercancías o el desarrollo urbanístico,
son desafíos clave que tenemos que solventar
para conseguir una sostenibilidad en nuestras ciudades,
que determinará que pueda haber un planeta sostenible a nivel global.
Si la ciudad fue concebida históricamente
como el espacio de la utopía,
se hace necesario volver a trabajar
sobre proyectos urbanísticos más racionales y humanizados.
En este sentido, hablar de sostenibilidad es hablar de límites.
El reto es, por tanto, que las sociedades modernas
seamos capaces de reducir nuestro impacto sobre la biosfera
mediante procesos deliberados de autorregulación y autolimitación.
Obviamente, ahí hay una tensión clara.
Por un lado,
la conciencia creciente de que se está llegando
a unos límites en lo que es el modelo civilizatorio actual,
pero por otro lado, claro, las resistencias lógicas a cambiar,
a cambiar en el modelo de consumo por parte de la ciudadanía,
porque se está siempre sometido a la propaganda de la publicidad,
a la generación de nuevas necesidades,
y claro, ahí hay un conflicto de valores, en cierto modo.
Las lógicas de fondo
con las que hemos venido trabajando en las ciudades
han primado el crecimiento ilimitado e indiscriminado,
fruto de lo cual estalló la burbuja inmobiliaria,
dejando a su paso, especialmente en España,
un desierto de cemento y elevados índices de deterioro ambiental.
A partir de ahora, se hace imperioso resolver
las necesidades y problemas de las poblaciones urbanas,
de hacerlo de forma incluyente, sin que nadie quede fuera,
y sobre todo aceptando,
que debemos convivir con unos límites que ya hemos desbordado.
Yo lo veo muy difícil, sobre todo en un momento histórico como el actual,
de crisis económica, financiera,
porque claro, muchas empresas actúan únicamente
en función de la rentabilidad a corto plazo,
de sus inversiones, de sus actividades.
Y, por otro lado,
la exigencia de cambio de modelo es cada vez más evidente,
entonces hay ahí un choque de intereses y de valores,
y en ese sentido, obviamente, la ciudadanía no es homogénea,
hay sectores que se resisten a cambiar ese modelo adquisitivo,
buscando siempre un ascensor social a través de la compra,
del acceso a nuevos bienes de consumo, muchos innecesarios,
pero que forman parte del status social en la gran ciudad.
Es difícil dar recetas que seguir,
que es un poco lo que mucha gente está buscando,
unas pautas para seguir y saber cuál es el camino,
pero la situación que tenemos actualmente es compleja,
nos enfrentamos a un reto importante porque nadie sabe,
a ciencia cierta cual es la respuesta.
Lo que está claro es que,
en línea con lo que se viene comentando de la crisis económica,
las mismas lógicas que han llevado a la situación actual
no nos van a conducir fuera de esta situación.
La superación de la capacidad de carga de las áreas urbanas
ha derivado en la expoliación frenética de recursos
de otros territorios y regiones.
El modelo disperso de ciudad
que ha triunfado en las sociedades occidentales,
requiere un gasto ingente de energía,
genera una contaminación atmosférica y acústica desproporcionada
y deshumaniza las formas de convivencia social.
En los últimos 30 años hemos crecido mucho, hemos crecido mal,
con una ciudad que llamamos de baja intensidad, muy extensiva,
muy costosa en términos de transporte de energía y de mantenimiento,
y muy agresiva con los entornos naturales y rurales de las ciudades.
Tenemos el problema de la edificación,
esto ha sido un disparate,
hemos llegado a estar produciendo 700.000 viviendas al año,
más que 3 ó 4 países de los más importantes de Europa,
en fin, ha sido una década,
entonces se llamaba prodigiosa, hoy vemos que ha sido desastrosa,
y hay que pegarle un giro radical,
tenemos que hablar de contener el crecimiento de las ciudades,
tenemos que hacer mucha menos obra nueva, regenerar la ciudad existente,
y rehabilitar las ciudades, incluyendo en esa rehabilitación,
los aspectos energéticos y ambientales.
Para iniciar esa transformación radical
de nuestro paradigma urbanístico,
ha sido preciso dar con los indicadores clave que
contemplen todas y cada una de las interacciones del sistema-ciudad.
La coexistencia de dimensiones ambientales, sociales, económicas,
institucionales y culturales en la mayor parte de las actividades
que llevamos a cabo en las grandes ciudades,
debería desembocar en nuevos proyectos de desarrollo
determinados por esta complejidad ecosistémica.
Hace 2 años publicábamos, desde Fundación CONAMA
con el CEIM y el Observatorio de la Sostenibilidad en España,
un informe sobre ciudades del Programa Cambio Global 2020-2050,
en el que se planteaban una serie de objetivos, propuestas y medidas,
en temas clave, como la energía, el uso del suelo, la edificación,
la movilidad, calidad del aire, residuos, agua, biodiversidad,
temas clave en los que se puede incidir
para conseguir una disminución global de la huella ecológica de la ciudad.
Lo que está claro es que esta misma crisis obliga
a lo que se llama austeridad en una serie de actividades,
en el consumo mismo,
pero claro, hay distintas percepciones de la austeridad.
Es decir, que nos encontramos
con el sentimiento de privación relativa que hay entre mucha gente
con peores condiciones salariales, laborales,
frente a otra que ven que no están aplicando esa austeridad.
Pero es evidente que sí,
que la misma crisis debería ser una ocasión
para plantear la necesidad de ese cambio de rumbo.
Las políticas locales puestas en práctica,
por próximas y menos complejas,
han demostrado ser una vía eficaz para resolver el problema.
Su valor ejemplarizante, si bien, a pequeña escala,
es capaz de ir transformando
las formas de comportamiento y de interacción en la gran ciudad.
Pondría como ejemplo las políticas de ahorro energético,
podemos pensar que el consumo energético de un gobierno local
puede suponer como mucho un 5% del consumo energético del municipio,
pero las políticas de ahorro municipal,
aunque no sean importantes
en cuanto al ahorro neto conseguido en el global,
y no tengan un fuerte impacto en el problema que queremos solucionar,
son importantes para ir generando ejemplos,
como proyectos pilotos, para romper barreras,
para generar economía, para generar profesionales alrededor.
Las políticas de movilidad sostenibles
implantadas a pequeña escala,
también comienzan a desafiar los hábitos nocivos
instalados en nuestras sociedades de bienestar.
La principal herramienta: el valor de la proximidad.
Tenemos que pensar por lo tanto, en depender menos del tráfico
y de los medios motorizados que consumen petróleo,
tenemos que apoyar el transporte público,
tenemos que pensar más en andar en la ciudad,
que sigue siendo el modo de movernos más amplio,
pero el menos cuidado, el menos apoyado,
y creo que hay que introducir los sistemas renovables
y que es cierto que si reducimos la necesidad de transporte,
y el que hacemos lo hacemos en sistemas eléctricos y renovables,
yo creo que podemos dar un salto muy importante
en la reducción del impacto del transporte.
El 40% del impacto sobre los sistemas naturales españoles
se genera, precisamente,
en la motorización de nuestros desplazamientos.
Y esto se debe, fundamentalmente,
al valor crematístico que se ha ido asignando
a todas y cada una de nuestras pautas de vida en la ciudad.
Pondría otro ejemplo importante,
es la capacidad que tiene, por ejemplo, un ayuntamiento,
con políticas de ordenación de la movilidad
para cambiar pautas de comportamiento de los ciudadanos.
Yo creo que la primera cuestión
que resuelve una persona cuando decide si coger o no el coche,
es si puede aparcar en el sitio de destino.
Pues, políticas en ese sentido,
que supongan obstáculos a determinadas formas de comportamiento
y que favorezcan otras más sostenibles son fundamentales,
y las ordenanzas municipales,
la planificación urbana, la fiscalidad,
son instrumentos que pueden ser importantes al servicio
de unos objetivos globales y estratégicos de la ciudad.
Podemos hablar de otros movimientos a nivel más local
como la rehabilitación de la bicicleta como una actividad dirigida
a generar una cultura de una nueva movilidad en las ciudades,
del fomento del transporte colectivo frente al trasporte privado,
pero ahí hay, lo que los psicólogos llaman disonancia cognitiva.
El reconocimiento de que se está llegando a unos límites
y que hay que cambiar de modelo de transporte
para no contaminar la ciudad,
o de que no hay que construir más viviendas
porque ya hay suficientes, vacías además,
pero por otro lado, la búsqueda de rentabilidad de unos
o la comodidad individual de usar su coche privado.
Si los medios de comunicación se esforzaran un poco más
en explicar el entramado sistémico de las dinámicas urbanas,
quizá tardaríamos menos en alterar nuestras pautas de vida.
La incidencia de la calidad del aire en nuestra salud,
debería ser razón suficiente
para exigir nuevas medidas de control del tráfico urbano.
Estas líneas estratégicas de actuación están avaladas por la OMS.
Calculábamos que con las medidas que proponíamos
y una reducción del consumo de entorno a un 1.3%,
las ciudades podrían reducir su huella ecológica en un 20% para 2020,
e incluso, mirando al 2050,
se podría igualar la huella ecológica del país con su biocapacidad.
Esto sería comparable a lo que estamos oyendo en los telediarios
de control del déficit, control de la deuda,
pues en el fondo, se trata de controlar nuestro déficit ecológico.
Esta deuda impagable que hemos adquirido con la naturaleza,
exige a gritos ser tomada en cuenta por nuestros dirigentes.
Y si bien muchos gobiernos
han convenido en incorporar la sostenibilidad,
como un criterio transversal a muchas de sus agendas,
falta aún por hacer patentes las buenas intenciones,
y por trascender los habituales impedimentos
de la alternancia política.
Yo creo que un gran éxito del movimiento ecologista
y de otros movimientos sociales en las ciudades,
ha sido precisamente, introducir en la agenda política y mediática
temas que antes no estaban.
Hoy todo el mundo dice que está a favor del medio ambiente.
Otra cosa es que luego sean consecuentes,
hay ahí una victoria que cuando analizamos los movimientos sociales,
llamamos procesual, es decir, por lo menos mete nuevos temas.
Otra cosa es que se conviertan
esos temas de la agenda en resoluciones efectivas,
en aplicación efectiva de nuevas políticas.
La situación límite a la que nos aproximamos
incita a pensar hasta qué punto se verían afectadas nuestras vidas,
con un aumento de temperatura de entre 5 y 7 grados,
en las próximas décadas del siglo.
El objetivo que plantea el Informe Cambio Global España
es al menos no superar los dos grados de aumento,
asumiendo que también tendrá graves consecuencias
sobre nuestro territorio, nuestra biodiversidad,
y nuestra calidad de vida.
Eso significa nuevos principios,
yo hablaría de 2 ó 3 que son importantes.
Frente al crecimiento ilimitado, principio de suficiencia,
es decir, cuánto nos podemos permitir incidir sobre la naturaleza,
cuánto es suficiente cambiar, cuánto es necesario,
si no nos planteamos así las cosas,
seguiremos despilfarrando recursos e impactos que no nos podemos permitir.
Hay un principio de bio-mímesis de,
no demos tanto la espalda a la naturaleza,
que nuestras ciudades sean capaces de imbricarse,
imitando a la naturaleza de forma que sea una simbiosis,
en vez de un destrozo cada vez que intervenimos.
Hay un principio también de coherencia y de coeficiencia,
hagamos las cosas, gastando menos e imputando menos impactos,
y por fin, tengamos una gobernanza,
que esté basada en el acuerdo de todo el mundo,
pero que también garantice que estos principios se cumplen,
regulando, estimulando y garantizando
que cambiamos realmente de lógicas y de fondo.
El respeto a estos principios
exige superar la perspectiva de ciudad como negocio
y entenderla como un asentamiento
capaz de facilitar la evolución de la sociedad humana,
de tomar de la naturaleza justo lo que se es capaz de restituirle,
y de mantener el equilibrio necesario
para la conservación de la vida.
Así que hay que pensar de otra forma,
y es importante, además, asumir un reto, y esto es complejo,
y es que no podemos limitarnos a reiterar las cosas que sabemos hacer,
ahora mismo estamos en un momento histórico
en el que hay que aprender a hacer las cosas de otra forma.
Y además con una doble visión,
por un lado, tenemos que ser conscientes de la realidad,
de las cuestiones cotidianas que hay que resolver,
porque si no estaríamos divagando,
y además hay que resolverlas
teniendo en cuenta que esas respuestas
tienen que servirnos también para el futuro.
Eso lo estamos viendo, como se aplazan determinadas medidas,
por ejemplo, contra la contaminación en la gran ciudad,
el temor a restringir la circulación en el centro al coche privado,
entonces claro, hay ahí, todavía,
un paso adelante que tiene que hacer el movimiento ecologista
y los partidos como tales, pues sí,
en las campañas electorales están obligados a hablar de estos temas.
Buenas prácticas, haberlas haylas,
y además muchas y muy diversas, en distintos sitios.
El proyecto energético que se está desarrollando en Málaga,
la rehabilitación en Granollers,
el proyecto de espacios verdes en Segovia,
hay muchas prácticas interesantes y muy importantes
en cuanto a la replicabilidad que pueden tener en otros sitios.
Pero las buenas prácticas no son suficientes.
Hay que hacer de la sostenibilidad un precepto con rigor estructural,
engarzado en unos objetivos estratégicos
y fruto de un acuerdo entre la sociedad, los poderes políticos,
las empresas y las organizaciones sociales.
Y hay que llenar de sentido el concepto de lo "glocal",
es decir, de la incidencia de cada pequeña decisión,
en la salud global del planeta.
Hay una ciudad en los Emiratos Árabes que se llama Masdat,
que en este momento es una referencia,
es una ciudad que aspira a ser neutral en carbono,
que se mueve por energías renovables al 100%,
donde los residuos también son de balance cero,
es una ciudad de 50.000 habitantes,
y por lo tanto, empieza ya a ser un prototipo,
empezamos a tener líneas de trabajo.
En ciudades existentes en Europa, hay experiencias en todo el mundo,
pero en Europa, Copenhague es una ciudad puntera,
ahora mismo hay un programa en Francia,
la propia París y Lyon tienen programas de reducción
de emisiones de gases de efecto invernadero del 75%,
y en España también tenemos cosas.
La Playa de Palma, destino turístico de referencia desde los años 60,
acoge un proyecto piloto para el litoral español,
que pretende reducir la carga ecológica mediante un "balance cero"
en la emisión de gases de efecto invernadero.
Vitoria es un caso especial,
porque tiene una vocación de ciudad compacta, integrada
y respetuosa con el entorno muy interesante, desde hace muchos años,
con un anillo verde que quizá es el proyecto más emblemático
que constituye una serie de parques en la periferia
que integran la ciudad con su entorno y le dan valor ecológico,
y que se han convertido en un elemento muy reconocido
y muy bien valorado por los ciudadanos.
Vitoria-Gasteiz ha sido nombrada por la Comisión Europea,
Capital Verde para el año 2012.
Su estrategia de desarrollo sostenible
incluye programas muy avanzados de adaptación a las energías renovables
y de reducción de gases de efecto invernadero del 25% para el 2020.
Yo destacaría de esto, que es una concepción global que se ha mantenido
con los cambios políticos en las distintas legislaturas,
algo que es necesario en nuestro país,
porque los proyectos para hacer una ciudad sostenible,
para transformarla, no puede durar cuatro años.
Ahí es donde hay mayor distancia entre la retórica y la resolútica,
que también se dice desde el ecologismo,
que muchas veces quedan en promesas,
porque ellos miran sobre todo, la mayoría de los partidos,
miran a un electorado de clase media establecida,
que todavía no se ve tan afectada por la crisis
y que quiere mantener un nivel de consumo,
un nivel de vida que es claramente negativo para el medio ambiente
y para un modelo de ciudad sostenible.
Para lograr un cierre progresivo de los ciclos en el metabolismo urbano
se hace preciso incorporar el criterio de "ciclo de vida"
tanto al consumo de materiales como a la eliminación de residuos.
El ciclo urbano del agua, debería ser también sometido
a un estricto control y a un mayor porcentaje de reutilización,
con el fin de disminuir su consumo
y el gasto energético derivado de su tratamiento.
Esto es esfuerzo combinado de cada ciudad,
pero hacen falta políticas-país para que estas cosas se produzcan
y por lo tanto, nosotros estamos pensando,
y en este informe del programa
Cambio Global España: 2020-2050 sobre ciudades,
lo que planteamos es la necesidad de un Pacto de Estado
sobre las ciudades que abundara en estos temas
y que se incorporara a un Pacto de Estado más amplio,
para afrontar el cambio global y la entrada en un nuevo ciclo histórico
que nos permitiera afrontar con optimismo
que vamos a ser capaces de resolver estos temas
y de mirar al futuro con esperanza.
Los conceptos de biodiversidad y biocapacidad urbanas,
deberían incidir en un diseño estratégico
de los parques en las ciudades,
reduciendo el consumo del agua de riego
e incentivando la generación de residuos verdes.
Todo ello, en el marco de un escenario más amplio
de disminución del consumo superfluo que aún caracteriza
nuestras despilfarradoras formas de vida en la ciudad.