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Siempre tenía ideas un poco torcidas,
como todos los antiguos drogadictos.
Sobre todo, estaba lleno de tristeza.
Había una vigilia Pascual. En el momento de darse la paz,
un chico discapacitado con una sonrisa de oreja a oreja
se acercó a mí para darme la paz. Me abrazó de verdad,
me cogió en brazos
con una gran sonrisa.
Comencé a llorar de alegría,
y también pienso que la Virgen María,
en ese momento, en la Gruta, me dio a entender
que necesitaba salir de todos los malos pensamientos,
y de mis ideas, y de mis planes
para entrar verdaderamente en la fe con el corazón abierto y una sonrisa.
No puedo borrarlo, no puedo olvidarle,
sobre todo en los momentos en los que me pongo triste. Vuelvo a pensar en ese momento.
Y, a veces, cuando estoy en la Gruta, vuelvo a tener ese pensamiento, esa imagen.
No he vuelto nunca a encontrar a ese muchacho, pero
gracias a María, que me envió ese ángel custodio para transmitirme de verdad
algo, me parece, de su sonrisa.