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¡Oh!, quién tuviese una musa de fuego
que ascendiera al cielo más resplandeciente de la invención.
¡Un reino por escenario, príncipes como actores
y monarcas como espectadores de la escena sublime!
Entonces, el belicoso Harry, tal como es, adoptaría el porte de Marte;
y a sus talones, sujetos como sabuesos,
el hambre, la espada y el fuego se agazaparían para ser empleados.
Pero perdonad, estimados todos, al espíritu simple
y llano que ha osado traer a estos indignos andamios
un tema tan grande.
¿Puede contener esta bodega los vastos campos de Francia?
O, ¿podríamos meter en este óvalo de madera a los mismísimos cascos
que asustaron al cielo en Agincourt?
¡Oh, perdón!
Dejad las cifras de este gran número al trabajo de vuestra imaginación;
porque son vuestros pensamientos los que vestirán a nuestros Reyes,
los llevarán aquí y allá saltando sobre el tiempo,
vertiendo el logro de muchos años en un vaso de una hora.
¡Para tal suplencia, permitidme ser el Coro en esta historia,
quien, a modo de prólogo,
os ruega vuestra humilde paciencia,
que escuchéis con atención y juzguéis con amabilidad...
nuestra obra! �