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Una armadura se suele concebir como un material defensivo para ser usado en una situación peligrosa,
algo puramente funcional, pero dado que transforma la apariencia de quienes la visten,
quienes las hacían se tomaban libertades y diseñaban formas que le hicieran a su
usuario verse mejor. El cuerpo visto con
este armazón luce perfecto. Esta es una de esas armaduras que rompe
con todos los estándares establecidos.
No es una armadura
para el combate.
Es una armadura hecha para
ser usada en un contexto ceremonial.
Se inspira en la moda civil de inicios del siglo XVI.
Sus mangas estaban agujereadas, de modo que podía verse la ropa bajo ellas,
y sólo fueron populares
durante
veinte o treinta años,
de modo que esta armadura está reflejando el momento: Augsburgo alrededor de 1525.
Las partes doradas están grabadas por detrás. Se produce la ilusión
de que todas las piezas brillantes están como flotando
sobre un fondo mate. Cuando la luz
se reflejaba sobre la superficie pulida
se tenía la ilusión de que
se estaba ante un tejido.
Concibo las armaduras como esculturas huecas y móviles
Estas mangas estaban hechas
para girar y que
el brazo
pudiera
moverse
libremente
en ellas.
Cada manga y
cada sección
de la
manga tiene
su propio movimiento,
su propia gravedad.
Tenemos que imaginarlas moviéndose,
y
de ningún modo
como la
cultura popular
nos ha hecho
creer,
como un robot,
sino
en realidad
flotando
con bastante
libertad.
Es sorprendentemente naturalista.
Una armadura como ésta estaba hecha para sorprender, para deslumbrar,
para demostrar que la persona que la llevaba era
tan sofisticada que no sólo
iba a la última moda en vestuario civil,
sino que también era la clase de hombre que llevaba armadura.
Está hecha para durar y aún así está construida con
parámetros volátiles: el estilo de vestir
podía pasar de moda. Esta tensión entre
durabilidad y eternidad por un lado, y por otro
la inspiración que retrata el momento y
su maravilloso carácter efímero,
pienso que es absolutamente extraordinaria.