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¡Oh, dolor! ¡Oh, suplicio que el alma atrista!
¡Oh, pesaroso recuerdo de dolorosa vista!
Vi a los pretendientes inanimados,
los pretendientes fueron asesinados.
¡Ah, que perdí el placer del comer y de la gula!
¿Quién socorre
al que ayuna,
quién lo anima
con frágil palabra?
Perdiste, lro, a los pretendientes,
a los pretendientes, tus antepasados!
Derrama cuanto quieras llanto amargo y triste,
que padre es quien te...
alimenta y te viste.
¿Quién sino tu hambre saciará las ansias?
No encontrarás, no, no, no encontrarás
quien llenando el vientre, esa hambrienta caverna, goce!
No encontrarás, no, no, quien se ría
del glotón triunfo de tu gula!
¿Quien socorre
al que ayuna,
quién,
quién lo anima?
¡lnfausto día armó mi ruina!
Hace poco me venció un viejo arrojado,
ahora me derrota el hambre,
por el alimento abandonado!
Ya la tuve por enemiga:
la he destruido,
la he vencido.
Ahora demasiado fuera verla vencedora.
¡Pondré fin a mis días
y quiero que nunca, nunca
ella obtenga sobre mí triunfo y gloria!
¡Que librarse de enemigo
es gran victoria!
¡Mi corazón valiente,
mi corazón valiente,
el dolor vence!
Y antes de que a la enemiga hambre él sucumba,
vaya mi cuerpo
a quitarle el hambre a la tumba.
Viuda amante, reina viuda,
nuevas lágrimas preveo.
¡A la postre, al infeliz todo amor le es funesto!
¡Así ni al amparo de los cetros se hallan seguras las vidas!
Cerca de coronas, las diestras execrables son aún más atrevidas.
Murieron los pretendientes y estos que llaman luceros
alumbraron con su luz aquellas muertes.
A fuerza de oculto afecto se enterneció tu pecho.
Aquél que con un arco sólo,
desconocido, causó el duelo por cien muertos,
aquel fuerte, aquel robusto,
que domó el arco e hizo volar los dardos,
el que a los crueles, insidiosos pretendientes valiente traspasó,
alégrate, reina,
aquél,
¡aquél era Ulises!
Eres buen pastor, Eumete,
si persuadido crees en contra de lo que ves.
El canoso, el anciano, el pobre, el mendigo,
que con los pretendientes soberbios entabló mortales riñas,
alégrate, reina,
¡aquél era Ulises!
Crédulo es el vulgo y tonto,
es el clarín mendaz de la fama falaz.
¡Es sabio, Eumete, es sabio!
Es cierto lo que dice.
Ulises, tu consorte y mi padre,
a toda la escuadra hostil ha dado muerte.
Aparecer bajo falso aspecto, con anciana apariencia
fue obra de Minerva, fue por su gracia.
Demasiado cierto es que en la tierra los mortales
son el servil juego de los dioses inmortales.
Si así lo crees, también contigo juegan.
¡Llama es la ira, oh, gran diosa,
fuego es el desprecio!
Nosotras, desdeñosas y enojadas,
a cenizas redujimos de Troya el reino.
Ofendidas por un troyano,
¡mas vengadas!
El más fuerte entre los griegos lucha aún con el destino, con el hado:
Ulises apesadumbrado.
Procuraré la paz,
conseguiré el reposo de Ulises glorioso.
Gran Júpiter,
alma de los dioses,
dios de las mentes,
mente del universo,
tú que lo gobiernas todo y todo lo eres,
inclina tu gracia
a mi plegaria.
Demasiado Ulises ***ó,
demasiado, ay, demasiado sufrió!
Devuélvele un día la paz:
pues lo incitó divina voluntad.
Demasiado Ulises ***ó.
Para mí nunca es vana una plegaria de Juno,
mas aplacar antes conviene al desairado Neptuno.
¡Óyeme, óyeme, oh, dios del mar!
Decidiose aquí, del destino amparo,
el fatal asunto del estrago troyano.
Ahora que tu fin alcanzó el destinado,
odioso desdén un gentil pecho invade.
Fue Ulises ministro del hado:
el fuerte sufrió, venció, disputó un combate celeste.
¡Neptuno, paz, oh, Neptuno!
Neptuno, alivia su duelo,
su duelo que lo ha convertido en un mortal afligido.
Así aboga el destino por su defensa,
no es culpa del hombre si el cielo truena.
Es cierto que estas olas son frías e insensibles,
que nunca sienten el calor de tu piedad.
En el fondo ínfimo y algoso, en el turbio confín acuoso,
incluso ahí se conoce el decreto de Júpiter.
Con los feacios temerarios y atrevidos,
mi indignación se desahogó;
pagó el pésimo delito
la nave que resistió.
¡Viva, viva feliz,
viva Ulises tranquilo!
Júpiter amoroso, que el cielo sea piadoso al perdonar.
Aun de hielo, no menos piadoso que el cielo es el mar.
Ruega, mortal, ay, ruega,
que aun airado, si es rogado, un dios se pliega.
Ericlea, ¿qué harás?
¿Callarás o hablarás?
Si hablas consuelas,
obedeces si callas:
estás llamada a servir, a amar obligada.
¿Callarás o hablarás?
Mas ceda a la obediencia la piedad:
que no siempre ha de decirse lo que se sabe.
Aliviar a quien se consume,
¡oh, qué deleite!
¡Mas qué injuria y despecho desvelar la mente ajena!
A veces un bello silencio es cosa bella.
Un bello secreto silenciado se descubre al instante,
una vez pronunciado ya no podré ocultarlo.
Ericlea, ¿qué harás?
¿Callarás?
Mas lo que se calla nunca fue escrito.
En fin, lo que se calla nunca fue escrito.
Todo nuestro juicio se lo lleva el viento.
No pueden consolar los sueños la vigilia del alma inquieta.
Las fábulas dan risa, no vida.
- ¡Demasiado incrédula! - ¡lncrédula en demasía!
- ¡Demasiado obstinada! - ¡Obstinada en demasía!
Es más que cierto.
Más cierto es que Ulises era el viejo arquero.
Míralo, ahí viene, y su forma tiene.
¡Él es Ulises!
¡A fe que es él!
¡Oh, de mis fatigas
meta dulce y grata,
puerto caro, amoroso
donde hallaré reposo!
Alto, caballero, hechicero o mago,
¡no me convence tu falsa apariencia!
¿Así de tu consorte,
así, en fin, recibes el abrazo largamente anhelado?
Consorte soy,
mas del desaparecido Ulises.
Ni magia ni hechizos quebrarán mi fe, mi voluntad.
Yo soy ese Ulises, resurjo de las cenizas.
Residuo de los muertos;
de ladrones y adúlteros atroz castigador
y no secuaz.
¡De hablar llegó el tiempo!
Éste es Ulises, casta gran mujer.
Lo reconocí cuando, desnudo, vino al baño,
donde descubrí del feroz jabalí honrosa señal.
Duda el espíritu, ¿qué hacer?
No confié en las súplicas del buen custodio Eumete,
de Telémaco, mi hijo,
las de la anciana nodriza también las rechacé,
¡que mi púdico lecho sólo de Ulises es asilo!
Conozco la costumbre de tu casto pensamiento.
Sé que el púdico lecho no vio otro que no fuera Ulises.
Cada noche lo cubres y adornas
con un sérico manto tejido por ti
en el que se ve a Diana con su coro virginal.
Siempre me ha acompañado tan grato recuerdo.
Ahora sí te reconozco, sí, sí,
ahora sí te creo, sí, sí,
¡antiguo dueño de mi atribulado corazón!
¡Perdona mi recato!
¡Todo se debe a las razones del amor!
¡Libera la lengua, ah,
suelta de alegría los nudos! ¡Libera un suspiro,
que un ''ay de mí'' tu voz desate!
¡lluminaos, oh, cielos, refloreced, oh, prados!
¡Auras jubilad!
¡Los pajarillos cantando, los ríos murmurando,
alégrense ahora!
Esas hierbas verdeantes, esas olas susurrantes
consuélense ahora,
resurja ya feliz
de las troyanas cenizas mi Fénix.
¡Mi sol anhelado!
¡Mi luz renovada!
¡Puerto quieto y sereno!
¡Ansiado sí, mas querido!
¡Ansiado sí, mas querido!
¡Por ti los afanes vividos a bendecir he aprendido!
¡No se evoquen más los tormentos!
¡Sí, sí, vida mía, sí!
¡Todo es placer!
¡Huyan del pecho las aflicciones!
¡Sí, sí, mi corazón, sí!
¡Todo es gozo!
¡Llegó el día del placer y del gozo!
¡Sí, sí, vida mía!
¡Sí, sí, corazón mío!