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La semana pasada mi amiga Sam y yo viajabamos a Granada, el ciudad de uno de mis héroes, el poeta Federico García Lorca.
Esto es su ciudad, en sus palabras, pero con mis ojos.
Las casas asoman sus caras de ojos vacíos entre el verdor, y las hierbas, y las amapolas y los pámpanos, danzan graciosos al son de la brisa solar.
Las sombras se van levantando y esfumando lánguidas, mientras en los aires hay un chirriar de ocarinas y flautas de caña por los pájaros.
En las distancias hay indecisiones de bruma y heliotropos de alamedas, y a veces entre la frescura matinal se oye un balar lejano en clave de fa.
Surgen con ecos fantásticos las casas blancas sobre el monte. Enfrente, las torres doradas de la Alhambra enseñan recortadas sobre el cielo un sueño oriental.
El Dauro clama sus llantos antiguos lamiendo parajes de leyendas morunas. Sobre el ambiente vibra el sonido de la ciudad.
El Albaizín se amontona sobre la colina alzando sus torres llenas de gracia mudéjar...Hay una infinita armonía exterior.
Todas las suavidades y palideces de azules indecisos se cambian en luminosidades espléndidas,
y las torres antiguas de la Alhambra son luceros de luz roja...
las casas hieren con su blancura y las umbrías tornáronse verdes brillantísimos.
El sol de Andalucía comienza a cantar su canción de fuego que todas las cosas oyen con temor.
La luz es tan maravillosa y única que los pájaros al cruzar el aire son de metales raros, iris macizos, y ópalos rosa...
Hay otros rincones por estas antigüedades, en que parece revivir un espíritu romántico netamente granadino...Es el Albaizín hondamente lírico.
Calles que sienten las melodías plateadas del Dauro y las romanzas de hojas que cantan los bosques lejanos de la Alhambra...
Albaizín hermosamente romántico y distinguido.
Albaizín del compás de Santa Isabel y de las entradas de los cármenes.
El Albaizín de las fuentes, de las glorietas, de los cipreses,
de las rejas engalanadas, de la luna llena, del romance musical antiguo,
el Albaicín de la cornucopia, del órgano monjil, de los patios árabes,
del piano de mesa, de los amplios salones húmedos con olor de alhucema,
del mantón de cachemira, del clavel.
Al recorrer estas calles se van observando espantosos contrastes misticismo y lujuria.