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En un templo en Sado, había una vez una tanuki
con la mala costumbre de jugarle bromas a las personas.
Poniéndose una hoja en la cabeza, podía transformarse en dinero, otras personas e incluso en jizou,
haciendo bromas pesadas por diversión.
En un templo en Sado, había una vez una tanuki
que era adorada como un dios por ayudar a la gente siempre con una sonrisa,
prestando dinero sin ocuparse de pérdidas o intereses y únicamente registrando la contabilidad.
Lo único que ella quería era tener amigos.
Es una larga vida para ser vivida en soledad.
Ella le jugaba bromas a las personas, pero lo único que quería era su cariño.
El mundo de los humanos es efímero, son vidas que se extinguen,
la tristeza para un corazón solitario es demasiada,
incluso viviendo una larga existencia
ella nunca pudo olvidar, aún cuando las lágrimas se hubieran secado.
En un templo en Sado, había una vez una tanuki
que se transformó en humana y convivió con ellos por un largo tiempo.
A ella nunca le disgustaron las personas aunque le desagraden los kitsune,
así, convivía con aquellos de buen corazón.
Relaciones y amistades iban y venían,
ella tenía muchos amigos pero aún así se sentía desdichada.
Entonces ella viajó a una lejana tierra al otro lado del mar,
un lugar donde vivían seres que no eran humanos.
La soledad que había padecido por tanto tiempo se desvaneció
y finalmente encontró un lugar en donde podía convivir con los de su clase.